A veces ocurre que uno ve una película con admiración y termina furioso con el autor porque siente que casi no ha faltado nada para convertirla en una obra genial. En este caso, diré más bien que los defectos fatales se cometieron por exceso. La película me pareció muy buena técnicamente, maravillosamente interpretada por su actriz protagonista, y acierta de pleno en los aspectos más sutiles e intrigantes. Me encantan los espejos en el cine y aquí los hay por doquier; dialogando y rebelándose eficazmente los reflejos como un inconsciente dañado, un cisne negro a punto de levantar el vuelo desde el otro lado del lago, desde las profundidades. Reflejos que se clavan en el alma y terminan por desgarrar nuestras entrañas si no son enfrentados, arrancados del fondo e iluminados con la luz del cielo. El sexo retorciéndose como una serpiente dentro del huevo todavía sin eclosionar y la madre incubándolo con insistencia enfermiza, me parecieron recursos apropiados, pero mostrados con cierta brusquedad. Pero es triste que una película con elementos tan interesantes recurra a una escena en particular y particularmente provocadora, pues no tiene otro objeto que anticipar posibilidades en una tensión que ha de resolverse finalmente. ¿Por qué un error tan estúpido y tan innecesario? La mera provocación contribuyó a diluir un líquido denso y oscuro, llamado a cristalizar en el estómago como obsidiana fría, como una joya de brillante negrura. ¡Lástima!

Tengo amigos que la han visto y ahora les reprocho que no me hayan advertido sobre ella. Horas después todavía me obsesiona. Es una película muy especial, compleja, emocionalmente intensa, psicológicamente agresiva, que te absorbe en una reflexión dolorosa. Muestra la bondad incomprendida, abandonada, humillada, torturada, aplastada y condenada por el hombre. Un amor y una fe inquebrantables llevados hasta el sacrificio por haber sido injustamente asociados a una espiral autodestructiva. Sólo al final esa bondad es reconocida, pero hubo de serlo por algo mejor que nosotros mismos. Ansié abrazar a alguien después de ver este drama devastador. Una película excelente, que sin embargo no recomendaré.

Me transformó en un ratón recorriendo un magnífico laberinto construido de materia oscura, la materia de Lehane. Mientras correteaba por circunvoluciones cerebrales esperaba hallar una salida a través del nervio óptico. Pero el espectador en que me había convertido, mágicamente transmutado en roedor, habría de quedar atrapado en una red entretejida por una mente enferma de genialidad. En aquella prisión arrastraba la cola mórbida por la senda retorcida como se arrastra una duda, y mis ojillos escarlata observaron con ansiedad cada encrucijada buscando la cura. Buscaba la luz que iluminase la verdad, el faro que guiase mi conciencia por las turbias aguas de Kafka. Pero me absorbieron la realidad y el sueño mezclando su textura, y tocado por hilos impregnados de ponzoña no encontraría la salida sino el centro. Allí esperaba la araña blanca de la locura, y la omnipresente voz del mago: “no miento”.

Sí a la crítica de una sociedad que hace del individuo un objeto más, que lo esclaviza con falsas necesidades, que lo domestica con un consumismo exacerbado, que lo condena a la mediocridad que exalta, que lo controla atiborrándolo de cosas, que lo “cosifica”. Definitivamente no a los métodos de reacción fascistas en los que vemos una variante más de la persona reducida a la llana estupidez. Tan patéticos me resultan los hombres de gris adorando el papelito verde, como aquellos de negro aclamando cual borregos los delirios de un descerebrado. Pero la película como historia es vulgar cuando no plagada de absurdos que no encuentro estéticamente justificables.

Previsible. El guión es honesto con el espectador, en el sentido de que le anticipa el final con naturalidad siendo las claves tantas y por todas partes... Guarda algunas similitudes con el “Infiltrados” de Scorsese, pues al igual que en este se nos presenta lo que en Ecología (y seguramente en Política Internacional) se conoce como una carrera de armamentos. Una interacción, continua e intermitente a la vez, que conlleva un incremento de complejidad por ambas partes en competición hasta una resolución conjunta y dramática. Como en una doble hélice, ambas hebras se entrecruzan una y otra vez, aunque al final, en estos casos, se unieron. En ambas películas existe alguna explicación ad hoc que encuentro innecesaria, pero en líneas generales el filme no es tramposo. Ojalá seas capaz de ponerte en manos del creador y permanecer detrás de la historia hasta el último momento. Así, de aquella habitación a oscuras destierra todo afán analítico.