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Críticas de Anibal Ricci
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Críticas 354
Críticas ordenadas por utilidad
7
27 de junio de 2020
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una gran película, al inicio muestra el paseo turístico de cinco estadounidenses por los nuevos parajes de Vietnam, donde el ideario negro pasa a segundo plano y pareciera ser más importante la cuestión del “America First”. El comienzo genera una confusión real en el espectador y vemos a los protagonistas igualmente viejos tanto en las escenas de guerra, décadas atrás, como en la búsqueda del tesoro en el tiempo presente. Habría que indagar en la mente de Spike Lee para entender todo el desconcierto. Mi interpretación es que la lucha de los negros por su libertad ha sido un camino sinuoso, donde muchas veces han ocurrido retrocesos para alcanzar objetivos.

El mensaje del film alcanza ribetes muy extraños cuando uno de los “sangres” estalla al pisar una mina terrestre. Justo el hermano idealista que quiere donar el oro a la causa negra, salta por los aires hecho pedazos, acaso Spike Lee nos quiso decir que no basta con buenas intenciones para ganar esta lucha que no acaba nunca. Toda la travesía por la selva (parece un bosque) es un disparate y van muriendo algunos de los “sangres”. Los “cinco sangres” constituían un pelotón unido con la única misión de volver a casa, su unión era el valor más importante. Mientras atraviesan el “bosque” van siendo separados por la codicia, principalmente de Paul.

El movimiento “Black Lives Matter” ha resurgido en un Estados Unidos gobernado por un Presidente egoísta (America First). Spike Lee se sincera y no cree que los negros se vayan a unir en esta causa, le parece que libran escarceos sin importancia. Supongo que el director insiste en que la lucha por derechos de los negros se está perdiendo, que la guerra jamás va a acabar.

En todo este collage, los altruistas (los anti-Trump) son los que al final triunfan, un cúmulo de causas aparentemente perdidas constituyen la lucha que hay que abordar cada día y donde el amor sin distingo de color ni nacionalidad (esta es la parte más ñoña del film) se va a imponer en un país gobernado por hombres despreciables que enviaron a sus propios ciudadanos a luchar en guerras inútiles

Después de visionar “Cinco Sangres”, queda claro que nada se ha avanzado contra el racismo en Estados Unidos, la muerte de George Floyd no es más que un ícono, nunca será un movimiento real por encontrarse como pueblo. Lo que lamentablemente queda más claro, es que los estadounidenses se consideran a sí mismos unos eternos turistas con derecho a imponer sus términos en cualquier territorio extranjero que se les ponga por delante. Esa parece ser la “real sangre” de sus ciudadanos.

Película errática, pero dentro de su imperfección hay que buscar esas verdades ocultas y sumamente incómodas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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8
12 de diciembre de 2020
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué el director de Knoxville, Tennessee, en la última noche de los Oscar, no se quedó con el premio al mejor guion original? Un trabajo de primer nivel, meticulosamente elaborado (es improbable que escriba otro como Pulp Fiction), sin embargo, esa noche fue eclipsado por el guion de Parasite.

La explicación es simple: la filmografía de Tarantino es insuperable, pero Quentin es un enamorado del cine clásico, de la forma tradicional de hacer películas y sus historias siempre van tras el beneplácito del espectador, unas veces más espectacularmente que otras, pero siempre esas historias son relecturas de otras viejas historias. Cambia la forma, pero el contenido se queda enredado en el pasado.

Once upon a time in… Hollywood es básicamente un homenaje al cine como arte, a las imágenes que se quedan en la retina, finalmente un homenaje a la maquinaria que hace posible que todos esos sueños se conviertan en realidad. Nos referimos a los actores, a los dobles de riesgo, a los estudios gigantescos con pueblos del oeste en su interior, al mayor de los géneros del cine estadounidense: el western.

El juego de Tarantino es la forma, la puesta en escena, los monólogos ingeniosos, la banda sonora de lujo y una dirección de actores que pocos pueden imitar. Desde esa arista hay que apreciar al cine del hombre de Knoxville, tomarse el tiempo y disfrutar, las escenas serán una delicia, las verás primero en el cine y más adelante en la tranquilidad del hogar. Quentin, como ninguno, es capaz de hacernos ver sus películas en repetidas ocasiones. El argumento será rudimentario, pero uno no se cansará nunca de verlas.

Parasite no hizo otra cosa que igualar el juego audiovisual de Tarantino, con un guion tanto o más ingenioso, pero proponiendo una historia incómoda para el espectador, no una parodia como las que acostumbra Quentin, una historia despiadada acerca de la lucha de clases, un tema quizás viejo al que Bong Joon-ho le da una lectura actual, de siglo XXI, no la vieja utopía de que para vencer al capitalismo hay que emprender una revolución mediante la fuerza de la clase obrera.

Parasite ocurre en Seúl, una de las capitales más capitalistas del mundo, pero oh sorpresa, en el mundo capitalista también existe la lucha de clases, no es privativa de los regímenes socialistas que todavía existían en tiempos de la Guerra Fría.

Esta nueva lucha de clases se lleva a cabo con ingenio, con suplantaciones, con mentiras del porte de una catedral, con abusos. Sí, las clases populares también pueden abusar del sistema capitalista, eso es lo que muestra el director surcoreano, no los pone solamente en el papel de víctimas.

Así como la clase alta abusa de sus cuotas de poder mediante el dinero; las clases menos acomodadas siempre tienen en sus manos la posibilidad de patear el tablero… sólo se necesita imaginación: quemar el Metro, una universidad, un par de bibliotecas y unas cuantas iglesias, buses de la locomoción colectiva y un interminable etcétera. No se debe olvidar que cuando dispones de pocos bienes, menos tienes que perder y ante el abuso constante e inmisericorde, obvio que vas a estallar y ejercer tu derecho al uso de la fuerza.

¿De quién es la culpa? Bong Joon-ho abre la interrogante, en nuestro mundo no hay sólo buenos y villanos, uno a cada lado del muro. El mundo actual es tan convulsionado, que los villanos pueden venir de cualquier lado. No hay respuestas en este escenario caótico donde los seres humanos queremos vivir mejor, con más bienes, qué importa el medio ambiente si Donald Trump se desliga del Acuerdo de París.

En lugar del drama de la pobreza, Bong Joon-ho es más moderno en su tratamiento (tanto temático como estético) llevando a los personajes por una montaña rusa muy bien urdida, con giros de guion que convencen por su realismo y donde cada escena aporta profundidad al conflicto de clases. El director coreano nos bombardea con múltiples aristas que se disparan una tras otra, cruzando géneros narrativos e incluso superponiéndolos.

Quentin Tarantino les da otra vía a los asesinatos del clan Manson. «Soy el diablo y he venido a hacer cosas del diablo», dice uno de los secuaces de Charles Manson. Tarantino rescata al espectador de esa película de terror y ofrece otra más divertida, donde hace lo que mejor sabe hacer: usar escenas violentas de forma catártica para hacernos reír. Sorprenden esas imágenes casi gore, pero el recurso termina agotándose. Definitivamente, no son tiempos para reírse de la violencia.

El uso de la fuerza es una válvula de escape, un momento de tremendo estrés. Pero en la vida real, siempre hay que buscar una vía para superar la violencia, debido simplemente a que no se puede vivir eternamente en el caos.

La violencia que propone Bong Joon-ho es infinitamente más intimidante que la de Tarantino, es violencia de verdad, es la lucha de clases desbordada, esa que destruye vidas y pone de rodillas a un país.

El director coreano no respeta, al igual que el de Knoxville, ningún género cinematográfico, ambos juegan con ellos, pero Bong Joon-ho juega en serio, no en la escenografía de una cantina del oeste. La cámara de Tarantino gira exquisita tras las espaldas del cowboy, hacia atrás y hacia adelante, pero en la vida real, las personas no pueden simplemente olvidar las palabras del parlamento.

Tanto Parasite como Once upon a time… son unas maravillosas películas de terror, pero la coreana es una que nos da miedo del futuro y la de Tarantino nos hace volver a sentir el terror ante Carrie (Brian De Palma) y nos hace huir con una melodía muy parecida a la de El bebé de Rosemary (Roman Polanski).

Las dos cintas me encantaron, aunque para Tarantino pareciera que el pasado nunca termina de ocurrir.
Anibal Ricci
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8
22 de febrero de 2022
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una introducción magnífica, que marca la primera colaboración de Penélope Cruz con el director manchego. Es el Madrid de Franco, con calles vacías y la acción improbable transcurre al interior de un bus urbano.

La primera escena marca el nacimiento del protagonista, Víctor Plaza, que ya en democracia irrumpirá en la casa de una chica de clase alta, a la que conoció la semana anterior y con la que imagina un romance.

Las coincidencias hablan de cierta predestinación, aunque hay que reconocer cierta obsesión detrás del personaje principal.

La historia que nos plantea Almodóvar tiene que ver con la inversión de roles, donde los que parecen criminales no lo son tanto como los que están libres. Melodrama de giros violentos, enmarcado en una estructura de thriller.

El guion es enredado y lleno de eventos fortuitos, pero el espectador lo puede seguir con facilidad gracias a escenas bien urdidas.

Almodóvar deja de lado los personajes extravagantes y arma tríos de amantes que conducirán a destinos contrapuestos. Pese a las numerosas escenas de sexo, muy bien ejecutadas y que aportan pasión al relato, se trata de una cinta moralista donde habrá sucesos trágicos, aunque el director hará prevalecer el bien sobre el mal.

Melodrama muy erótico donde los policías intervienen en la trama, son los que gatillan los eventos desafortunados en vez de proteger a la gente. Sus decisiones generarán desgracia en los personajes que no tienen maldad y el final esperanzador de un Madrid en donde nacer, en un país libre, ya no es motivo de vidas aciagas y de futuros inciertos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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5
30 de octubre de 2020
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El falso documental de 2006 era un genuino intento por mostrar que al interior de Estados Unidos se podían encontrar almas afines a la idiosincrasia del supuesto estado de Kazajistán donde campearían antisemitas, homofóbicos y misóginos, junto a un desprecio absoluto por la gente con deficiencias físicas o mentales. Implicaba una sátira irreverente, de una ironía muy aguda, valiéndose del humor burdo encarnado por Borat, el personaje inventado por Sacha Baron Cohen para dichos efectos.

Mediante ese humor descarado, Borat era capaz de permear toda la estupidez que se expresa en las redes sociales donde, por ejemplo, es imposible criticar a una mujer, ya sea por sus ideas o su físico, sin ser tildado de antifeminista, ni hablar de pintar un cuadro o sacar una fotografía donde se aprecie el desnudo femenino. Tampoco se puede tildar a alguien de afeminado o escribir de aquello, debido a que tampoco es políticamente correcto. Twitter es por excelencia, el lugar donde los ególatras vociferan lo que piensan en 280 caracteres. Por último, ya sabemos lo que pasa si se critican las creencias judeo-cristianas, el mundo de Hollywood ha sido el paradigma de un cielo en la tierra, un aparato que, a través de las películas, casi nunca deja traslucir ideas que perjudiquen a la elite dominante de Estados Unidos, tanto política como en términos de principales fortunas.

Borat 1 no es particularmente hilarante, sus gags no son siempre graciosos, pero vulnera la valla invisible de lo que se puede o no decir en público. La irreverencia, que Sacha Baron Cohen hábilmente disfraza de idiotez, permite que los habitantes de Estados Unidos se rían, aun a cuenta de que se está mofando de su propio estilo de vida.

Borat juega con la ignorancia de una educación centrada en los datos, que tal como la mayoría de lo que circula en Internet, carece del componente empírico y emocional que nos distingue como seres humanos. Son cientos de miles de palabras e imágenes que no se asocian a la experiencia social, sino a los “likes”. Son aquellos contenidos, a veces absurdos (fake news) que no siguen patrones de validación y que muchos descerebrados van compartiendo a diestra y siniestra.

Qué fácil resulta estar de acuerdo con un coterráneo de Kazajistán, pulsando ese “like” que puede multiplicarse por decenas de miles e instaurar una verdad, al ser compartida “amistosamente” a través de las redes sociales. Nosotros, los usuarios del siglo 21 (Borat convoca directamente a los estadounidenses) reímos de las ocurrencias de Sacha Baron Cohen, cuando en realidad él se está riendo delante de nuestra cara, en forma descarada, describiéndonos como seres imperfectos, llenos de prejuicios, pero que dentro del mundo digital renacemos con el dedo justiciero, con el pulgar hacia arriba o hacia abajo, sin ningún esfuerzo intelectual, intentando expresar una pseudo emoción frente al contenido instantáneo que no apela a nuestras emociones profundas, sino a una emoción compartida, muchas veces por minorías que intentan persuadir a la masa de sus pseudo verdades, instrumento especialmente útil para los populistas que expresan sus ideas simplificadoras, reduccionistas y fascistas.

Ese es el mérito de Borat, no es un bálsamo de frescura, sino un personaje que permite que nos desahoguemos ante tanta hipocresía. En Borat 2 (2020), el personaje es menos universal y se viste “quizás” con los colores del partido demócrata, burlándose de ellos mismos, a través de la rigidez de sus adversarios republicanos. Estos últimos siguen siendo sexistas y homofóbicos, pero al mostrarlos más estúpidos, la irreverencia se derrumba y parece un filme panfletario en contra de Donald Trump.

Sacha Baron Cohen podrá ser un comediante genial, pero es absolutamente redundante subrayar la ignorancia, el ego desmesurado y ese fascismo que Trump no esconde y escupe a los cuatro vientos a través de sus “tuits”.

Borat 2 ha sido estrenada justo el mes anterior a las elecciones y donde antes (Borat 1) había un discurso inteligente y universal, ahora Sacha Baron Cohen nos aburre presentándonos a unos republicanos clasistas e ignorantes, como si en el otro bando (demócrata) los estadounidenses presentaran una cara más amable, cuando para un latinoamericano, resulta evidente que esas diferencias no son reales, sobre todo, cuando vemos el comportamiento hacia otros países (relaciones exteriores) donde republicanos y demócratas tratan al resto del mundo con igual desprecio.

Borat 2 no es ni la sombra de la primera, no hay una crítica punzante a la sociedad, más bien hacia un partido político. Sacha Baron Cohen se transforma en la caricatura de su propio personaje, pierde fuerza ante la carencia de un mensaje coherente, resultando en una visión destemplada (contra los republicanos) que realmente aburre al espectador con un contenido demasiado superficial.
Anibal Ricci
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9
22 de junio de 2022
14 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dan Kwan y Daniel Scheinert se hacen llamar Daniels y llevaron al papel todo este dilema existencial y luego recrearon las escenas al filmar esta película que mezcla los géneros de ciencia ficción y comedia de manera admirable. En realidad, la historia inicia en un mundo caótico, pero los personajes se divierten y hacen las delicias del espectador cuando cambian de marcha, colocan segunda y luego un primer cambio más complejo y dramático.

Evelyn es una migrante china en Estados Unidos que administra una lavandería mientras sueña con ser cantante. Su problema son los impuestos en un país donde la muerte y los impuestos son las únicas certezas.

Evelyn sólo administra esta lavandería y una inspectora de impuestos amenaza con quitarle ese trabajo. Se quiere quedar con el local y todas las máquinas. Despojarla de lo único que sabe hacer, aunque también suele cantar en karaoke para sus empleados. Pero ese talento es inútil y no le servirá para pagar los impuestos.

Su hija está de novia con Becky, un amor permitido en esta era ciberespacial. Evelyn la oculta de los empleados de la lavandería, entre ellos un viejo que responde a nombre de Gong Gong.

La existencia parece no tener ningún objetivo. Los seres humanos vivimos ocupándonos de lo que nos impone cada día. Parece lógico, pero la rutina no deja ver el horizonte, aquel en que cesarán nuestros latidos. La muerte es nuestro cazador y debemos tomar decisiones antes de llegar a esa puesta de sol. En cualquier instante cierta elección nos hará ingresar a otro universo alternativo.

(Zona de Spoiler incluye la trama profunda a través del relato en primera persona por parte de la antagonista)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Anibal Ricci
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