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8
20 de octubre de 2023
20 de octubre de 2023
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muchas gracias Perez Reverte por descubrirme esta adictiva serie a través de uno de tus artículos semanales este verano donde contabas una significativa anécdota de corresponsal de guerra con un mendigo espía en el próximo oriente.
Fauda no da respiro. La trepidante acción va creciendo en los contenidos cuarenta minutos de cada episodio, todos ellos de un nivel alto.
En cada temporada se persigue un escurridizo líder terrorista con un sin fin de subtramas adyacentes a la principal que traslucen el complicado nudo de este conflicto.
Resalto tres imágenes que realzan la serie; la estética de video juego de las escenas bélicas, el sutil coqueteo del protagonista con las diferentes mujeres atrapadas de una forma u otra en la trama y una imagen poética y sorprendente desde la terraza de un hotel de Gaza de unas playas en los confines del Mediterráneo que deberían estar llenas de bañistas o surfistas o gente relajada paseando, pero por desgracia están vetadas por el fanatismo de la religión y los nacionalismos de unos y otros dirigentes, si no saquen conclusiones allá por la temporada tres cuando un joven palestino solo quiere dedicarse al boxeo y no saber nada de terrorismo y odio viéndose absorbido en su contra por la confrontación.
Aunque de producción israelí, no escatima en abusos, malos tratos, amenazas, juego sucio, traiciones y ejecuciones de los suyos, lo que le da cierto aire de realidad sin llegar a ser imparcial.
Que cierto es que el ser humano debería liberarse de religiones y nacionalismos que tanto se han ensañado con las humanidad.
Fauda no da respiro. La trepidante acción va creciendo en los contenidos cuarenta minutos de cada episodio, todos ellos de un nivel alto.
En cada temporada se persigue un escurridizo líder terrorista con un sin fin de subtramas adyacentes a la principal que traslucen el complicado nudo de este conflicto.
Resalto tres imágenes que realzan la serie; la estética de video juego de las escenas bélicas, el sutil coqueteo del protagonista con las diferentes mujeres atrapadas de una forma u otra en la trama y una imagen poética y sorprendente desde la terraza de un hotel de Gaza de unas playas en los confines del Mediterráneo que deberían estar llenas de bañistas o surfistas o gente relajada paseando, pero por desgracia están vetadas por el fanatismo de la religión y los nacionalismos de unos y otros dirigentes, si no saquen conclusiones allá por la temporada tres cuando un joven palestino solo quiere dedicarse al boxeo y no saber nada de terrorismo y odio viéndose absorbido en su contra por la confrontación.
Aunque de producción israelí, no escatima en abusos, malos tratos, amenazas, juego sucio, traiciones y ejecuciones de los suyos, lo que le da cierto aire de realidad sin llegar a ser imparcial.
Que cierto es que el ser humano debería liberarse de religiones y nacionalismos que tanto se han ensañado con las humanidad.
Cortometraje

6,0
136
9
15 de octubre de 2019
15 de octubre de 2019
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Apunta maneras Julio M. Alcaraz con una historia bien contada, limitada en el metraje de un corto, que desarrolla con pinceladas acertadas para introducirnos en el argumento.
Zapatos.... recoge buenas escenas de esos barrios de aluvión de grandes ciudades, personajes magníficamente descritos en sus ilusiones, lazos familiares y sentimientos afectivos con actrices y actores tanto principales como secundarios creíbles y correctos además de una pizca de intriga en la historia.
Julio Mas Alcaraz se ha ganado la confianza para poner en sus manos los medios suficientes para dirigir un largo esperando siga en la buena sintonía que nos ofrece en Zapatos de tacón cubano.
Zapatos.... recoge buenas escenas de esos barrios de aluvión de grandes ciudades, personajes magníficamente descritos en sus ilusiones, lazos familiares y sentimientos afectivos con actrices y actores tanto principales como secundarios creíbles y correctos además de una pizca de intriga en la historia.
Julio Mas Alcaraz se ha ganado la confianza para poner en sus manos los medios suficientes para dirigir un largo esperando siga en la buena sintonía que nos ofrece en Zapatos de tacón cubano.
Documental

7,0
308
5
7 de septiembre de 2017
7 de septiembre de 2017
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arranca el documental con un halo de misterio sobre la figura de Scott W. incluso nos enseñan una fotografía granulosa donde aparece muy desdibujado un tipo que nos aseguran que es el Scott W. actual.
Según transcurre el reportaje te preguntas que demonios pretendían con tanto misterio, como si se tratara de la búsqueda del mismísimo Syd Barrett ya que Scott W. es totalmente accesible, tanto que la segunda parte del documental está dedicada a una entrevista con él en un estudio de grabación.
Después de este truco barato para enganchar al espectador, Stephen Kijak comienza con el clásico repaso a los orígenes del personaje. Se agradece que no se remonte a su más tierna infancia. Ya lo encontramos con los Walker Bros. y hay que señalar que esta es la parte más interesante del reportaje, tanto para aficionados como para desconocedores del cantante. Aquí se desarrollan entrevistas, opiniones, recortes de prensa todo salpicado con imágenes y fotografías de la época. Este montaje es armonioso en cuanto a opiniones y narración, jugoso en anécdotas, complementado con canciones como las impagables Jakie o Make it easy on yourself. En cuanto a la pléyade de estrellas, algunas muy conocidas y otras más del ámbito británico dan con sus opiniones un conjunto agradable y entretenido.
Cuando el documental pasa a la fase de música experimental, en la que parece se ha instalado Scott Walker, decae en amenidad empezando a acecharnos el bostezo.
Kijak se muestra reiterativo con la música, a la que acompaña, la mayoría de las veces, unas manidas imágenes sicodélicas, sin conseguir introducirnos en el extraño mundo de Scott W.
El reportaje en esta segunda parte se hace demasiado largo ¿Quizá un periodista más entendido o asesorado por algún aficionado especializado sacaría más jugo a la entrevista?
Demasiado documental para una figura que da para una hora escasa.
Según transcurre el reportaje te preguntas que demonios pretendían con tanto misterio, como si se tratara de la búsqueda del mismísimo Syd Barrett ya que Scott W. es totalmente accesible, tanto que la segunda parte del documental está dedicada a una entrevista con él en un estudio de grabación.
Después de este truco barato para enganchar al espectador, Stephen Kijak comienza con el clásico repaso a los orígenes del personaje. Se agradece que no se remonte a su más tierna infancia. Ya lo encontramos con los Walker Bros. y hay que señalar que esta es la parte más interesante del reportaje, tanto para aficionados como para desconocedores del cantante. Aquí se desarrollan entrevistas, opiniones, recortes de prensa todo salpicado con imágenes y fotografías de la época. Este montaje es armonioso en cuanto a opiniones y narración, jugoso en anécdotas, complementado con canciones como las impagables Jakie o Make it easy on yourself. En cuanto a la pléyade de estrellas, algunas muy conocidas y otras más del ámbito británico dan con sus opiniones un conjunto agradable y entretenido.
Cuando el documental pasa a la fase de música experimental, en la que parece se ha instalado Scott Walker, decae en amenidad empezando a acecharnos el bostezo.
Kijak se muestra reiterativo con la música, a la que acompaña, la mayoría de las veces, unas manidas imágenes sicodélicas, sin conseguir introducirnos en el extraño mundo de Scott W.
El reportaje en esta segunda parte se hace demasiado largo ¿Quizá un periodista más entendido o asesorado por algún aficionado especializado sacaría más jugo a la entrevista?
Demasiado documental para una figura que da para una hora escasa.

6,5
375
5
15 de mayo de 2020
15 de mayo de 2020
2 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
De cuando el Rock se volvió viejuno.Ya los ídolos de estos jóvenes no eran rokeros aferrados a sus guitarras, eran los pinchadiscos, haciendo bailar con sus sistemas de sonido a toda la peña. ¡Ojo! que esta no es la película generacional con mayúsculas, no es una "American graffiti", ni "Movida del 76", ni siquiera se le acerca a "Edén perdido en la música" de contemporánea y musical similitud. Lo de Welsh ya lo hemos visto unas cuantas veces, ya saben: juventud desencantada, cambio generacional, realismo social, no futuro, creerse la generación elegida para cambiar el mundo y es cuando su director se olvida de todo esto y centra su objetivo, una secreta fiesta de esas electrónicas de los noventa, cuando la película toma un aire representativo de aquellos anfetamínicos años.
Rechinan algunas relaciones de personajes que el guion no se las trabaja, así la pareja protagonista, aparte de una amistad de caracteres tan dispares que la hace poco creíble, sus interpretaciones son como la noche y el día; mientras Lorn Macdonald demuestra saber actuar ante la cámara con sobrada solvencia, acomodando su papel a las diferentes facetas por las que atraviesa su personaje, Cristian Ortega mantiene durante la hora larga del largometraje un aire de estar siempre asustado que no corrige con las diferentes situaciones con las que tiene que lidiar. El pobre Johnno- Cristian no tiene dotes para representar este papel principal.
El clásico final que trasciende al limitado espacio de tiempo que ocurre en una película acierta plenamente con este presente, ayer un futuro no especialmente prometedor confirmado hoy en día.
Rechinan algunas relaciones de personajes que el guion no se las trabaja, así la pareja protagonista, aparte de una amistad de caracteres tan dispares que la hace poco creíble, sus interpretaciones son como la noche y el día; mientras Lorn Macdonald demuestra saber actuar ante la cámara con sobrada solvencia, acomodando su papel a las diferentes facetas por las que atraviesa su personaje, Cristian Ortega mantiene durante la hora larga del largometraje un aire de estar siempre asustado que no corrige con las diferentes situaciones con las que tiene que lidiar. El pobre Johnno- Cristian no tiene dotes para representar este papel principal.
El clásico final que trasciende al limitado espacio de tiempo que ocurre en una película acierta plenamente con este presente, ayer un futuro no especialmente prometedor confirmado hoy en día.

7,6
70.569
3
20 de septiembre de 2021
20 de septiembre de 2021
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta mañana tenía una cita con Lulamae Golightly alias Holly y Paul Varjak rebautizado como Fred. fue un desayuno mas bien soso y empalagoso, demasiado pastelón y como no podría ser de otra manera hasta comimos perdices.
Previsible esta entrega de Blake Edwards típica en su forma de hacer cine, con la fiesta de viejunos desparramando que no podría faltar en sus películas.
Me causa desasosiego más que comicidad la banalización de algo tan sórdido e indigno del ser humano como es la prostitución. De "chica de compañía" y "prostituta" calificaba el propio Blake Edwards a nuestra protagonista que como en Pretty Woman nos presentan a estas mujeres como cenicientas de cuento de hadas, fuera de la realidad de un mundo implacable de mafias y esclavitud.
El hierático George Peppard, a pesar de confesar su director que no contaría con él si pudiera volver atrás, cumple con su papel de guapo con excelente percha, ¡qué bien le sientan los trajes!, y si al vestuario nos referimos que modelo de mala a lo Cruella de Vil nos luce Patricia Neal de cuello subido y casquete en la cabeza, impresionante la caracterización para subrayarnos que ella es el mal frente a los modelos sofisticados, juveniles e inocentes que firmó Givenchy para A. Hepburn, aunque lucen más en su escurrido cuerpo los de andar por casa como la falda y blusa que lleva cuando consulta libros en la biblioteca y sobre todo el pantalón, mocasín y suéter de cuello alto pero no ajustado con los que resplandece en esa caótica cena con su ex hacia el final de la película.
A no perderse al paciente dependiente de Tiffany´s tratando de orientar una compra de escaso presupuesto a nuestra pareja; una de esas actuaciones de secundario absolutas.
El paso del tiempo sobre este sobrevalorado desayuno, para ser benévolos, levanta más nostalgia de unos felices sesenta que prometían, aunque todavía anclados estéticamente y moralmente en los cincuenta y principalmente la melodía eterna y evocadora de moon river que en el arranque del filme siempre me ha humedecido los ojos.
Previsible esta entrega de Blake Edwards típica en su forma de hacer cine, con la fiesta de viejunos desparramando que no podría faltar en sus películas.
Me causa desasosiego más que comicidad la banalización de algo tan sórdido e indigno del ser humano como es la prostitución. De "chica de compañía" y "prostituta" calificaba el propio Blake Edwards a nuestra protagonista que como en Pretty Woman nos presentan a estas mujeres como cenicientas de cuento de hadas, fuera de la realidad de un mundo implacable de mafias y esclavitud.
El hierático George Peppard, a pesar de confesar su director que no contaría con él si pudiera volver atrás, cumple con su papel de guapo con excelente percha, ¡qué bien le sientan los trajes!, y si al vestuario nos referimos que modelo de mala a lo Cruella de Vil nos luce Patricia Neal de cuello subido y casquete en la cabeza, impresionante la caracterización para subrayarnos que ella es el mal frente a los modelos sofisticados, juveniles e inocentes que firmó Givenchy para A. Hepburn, aunque lucen más en su escurrido cuerpo los de andar por casa como la falda y blusa que lleva cuando consulta libros en la biblioteca y sobre todo el pantalón, mocasín y suéter de cuello alto pero no ajustado con los que resplandece en esa caótica cena con su ex hacia el final de la película.
A no perderse al paciente dependiente de Tiffany´s tratando de orientar una compra de escaso presupuesto a nuestra pareja; una de esas actuaciones de secundario absolutas.
El paso del tiempo sobre este sobrevalorado desayuno, para ser benévolos, levanta más nostalgia de unos felices sesenta que prometían, aunque todavía anclados estéticamente y moralmente en los cincuenta y principalmente la melodía eterna y evocadora de moon river que en el arranque del filme siempre me ha humedecido los ojos.
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