Me equivoqué. Tenía un buen recuerdo de un "thriller" con Val Kilmer de principios de siglo, y dudaba entre si era esta película, "Cazadores de mentes" o "Spartan". Bueno, una cosa está clara: no era esta. Pero me dejé llevar por la nota media y porque salía Vincent D'Onofrio, y no quise ver que al frente de todo estaba el señor Caruso, dando el cante, como siempre. Ay, craso error.

Pues eso, que si quieren ver una película desvalazada e inverosímil, están de suerte. Si quieren ver supuesta profundidad enfundada en supuesta modernidad, no sigan buscando. Si lo suyo es un guion inconexo con pretensiones, esta es su película.

Si no es su caso, no cometan mi mismo error...

Rutinaria y efectista producción de terror, una especie de pastiche de varias películas del mismo estilo. Caótica más por su concepción que por su entramado, todo en ella suena a ya visto una y mil veces. Eso sí, no engaña: desde el primer minuto nos promete hora y media de bostezos y desinterés.

Lo mejor que tiene es que se olvida nada más verla.

Si difícil es plasmar en la pantalla un texto escrito, tanto más cuando el texto en cuestión es un conjunto de poemas, pues se puede caer fácilmente en la pretenciosidad, la cursilería o la languidez, por muy bueno que sea el material de partida. Subiela elude con elegancia estos posibles defectos, hace suyo los poemas de Benedetti y Girondo, y los integra en una gran historia de amor, hasta el punto que parecen expresamente escritos para la película, logrando una obra que es puro verso filmado; verso vivo, ágil, áspero, cortante, nunca lánguido, nunca cursi, de una pretenciosidad sencilla y diáfana.

Gran parte del mérito de esta simbiosis se debe a la extraordinaria interpretación de un enorme Grandinetti, auténtica revelación en su día con esta cinta, en un papel con el que era fácil caer en el ridículo y con el que cautivó más de un corazón. Respaldado soberbiamente por una sorprendente Nacha Guevara y una Ballesteros desbordante de sensualidad, el resultado final es, sin duda, una gran película, que tuvo, años después, una innecesaria y mediocre continuación que, esa sí, caía en todos los posibles peligros que esta eludía.

Sin duda, la mejor película de Subiela.

A consecuencia del boom que el fenómeno Harry Potter ha supuesto para la literatura de fantasía infantil y juvenil, traspasando incluso dichos límites generacionales, y tras el éxito de sus adaptaciones cinematográficas, los estudios se decidieron a comprar los derechos de toda Narnia, Spiderwyck, Mimzy o similar tras la que pudiera esconderse el taquillazo de la temporada, con dispar suerte, como era de prever, tanto a nivel económico como cualitativo.

“Stardust” sigue las mismas pautas que las citadas, ambientada en un mundo de fantasía paralelo al que conocemos, pero cuenta, de partida, con mejores bazas para ganar la batalla: un reparto estelar (nunca mejor dicho), con un De Niro y una Pfeiffer sorprendentes (hay que verlos para creerlos), un argumento menos violento y un mayor clasicismo en su trama y concepción, estando mucho más próxima que cualquiera de las demás al cuento tradicional, con reyes, brujas, piratas, princesas…

En fin, que no es “La princesa prometida”, ni mucho menos, pero el espíritu es el mismo.

Se ve que el Sindicato de Asesinos en Serie de EE.UU. se ha quejado de exceso de trabajo y Hollywood ha decidido exportar niñatos asesinables al tercer mundo, por eso de que la mano de obra psicópata es más barata y le da al asunto un toque exótico y artesanal. Por cierto, que contentos deben estar en el Ministerio de Turismo brasileño con la propaganda que les hace esta película: "Venga a Brasil: unas vacaciones de muerte".

En fin, a lo que iba, que nos hallamos ante la enésima producción norteamericana de terror de todo a 100, con un mensaje subliminal tan edificante como "Nenes, a las diez en casa o mirad lo que os puede pasar", con un guión que es una mera sucesión de lugares comunes, unas actuaciones que aborchonarían en una función de guardería y una dirección anodina e insípida. Pura bazofia para mentes unicelulares.