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Críticas 314
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
21 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
A menudo Woody Allen ha considerado la realidad como elemento seguro de supervivencia agarrándose a ella, dejando en segundo lugar la ilusión tan necesaria para vivir. En Melinda y Melinda (2004) pone en escena lo dual como sistema de análisis en una misma persona: decidirse por el camino de la tragedia o el de la comedia para analizarla partiendo de la historia de Melinda narrada por Al (Neil Pepe) al grupo con el que comparte mesa y motivación: Sy (Wallace Shawn), Louise (Stephanie Roth Haberle), y Max (Larry Pine).

Melinda (Radha Mitchell) sufre dos crisis completamente diferentes que dan lugar a situaciones de drama o de comedia, sirviendo al realizador para abordar reconocidas cuestiones de su cine: infidelidad de la pareja, oportunidad amorosa, enamoramiento interesado y cosmopolita, entorno sensual generalmente sofisticado, o la incomunicación emocional como causa del desapego amoroso.

La Melinda dramática acaba de dejar un bus en el que ha viajado demasiado tiempo con un considerable equipaje a cuestas. Desolada por la pérdida de la custodia de sus hijos, se presenta en el apartamento de Laurel (Chloë Sevigny), antigua amiga de instituto junto a Cassie (Brooke Smith) en mitad de una cena entre amigos. En contra de la opinión de su marido Lee (Jonny Lee Miller), decide alojarla por un tiempo.

Las amigas de Melinda creen que buscarle pareja estabilizará la situación emocional y afectiva por la que está pasando, para lo que le proponen una fiesta y presentarle a un acomodado dentista; pero Melinda, se siente atraída por el pianista Ellis Moonsohg (Chiwetel Ejiofol) quien ameniza la fiesta con la esplendorosa Partita nº 3 BWV 827 en la menor de J.S.Bach, acabada de tocar por Laurel, lo cual crea poco después alguna oculta tirantez en Melinda al comprobar el grado de atracción creada entre Ellis y Laurel desolada por el engaño de su infiel marido. Finalmente Melinda estalla, intenta suicidarse, Laurel se mueve para darle a Melinda las atenciones médicas que no podrá evitar el resto de su vida.

La Melinda de comedia, dejada caer sobre la puerta de su apartamento, en estado de aparente debilidad, ve pasar por su lado a Susan (Amanda Peet) quien se preocupa por la situación de Melinda tras lo cual continúa el camino a su apartamento en el rellano superior. Poco después se presenta en el apartamento de Susan en estado de debilidad pidiendo ayuda. Hobbie (Will Ferrell), el marido de Susan, reacciona con rapidez junto a los comensales. Después de una reconfortante cena, Melinda cuenta al grupo su situación, una historia de engaños entre marido y secretaria que llevó a Melinda a la separación, confiando en su propia suerte para salir adelante.

El prestigioso dentista Greg Earlinger (Josh Brolin) y su fabuloso deportivo, invita a su casa de campo a Susan, Hobbie y Melinda pasando unas horas en buena armonía, intentando, por parte de Susan en su labor de celestina que Melinda se sienta atraída por Greg. Los acontecimientos se suceden en el tiempo en carreras de caballos y creciente atracción entre Melinda y Hobbie, (Susan ya tiene fijados sus intereses en otros objetivos). Melinda cree que se ha enamorado de un pianista cruzándose con ella en una mudanza y un piano en la acera, la casualidad les une, se atraen, Hobbie se queda sin sorpresa que dar al anunciarle a Melinda que había roto con Susan. El sorprendido y desanimado Hobbie despierta de una espantosa pesadilla. Melinda, preocupada por los gritos llama a la puerta de Hobbie. Todo ha sido un mal sueño, Hobbie le invita a pasar.

El análisis de sobremesa hecho sobre nuestra protagonista por parte de los comensales finaliza como un chasquido, dejando en el aire el dilema por la envoltura anímica medio llena o medio vacía de Melinda.
16 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
No está nada mal que el tema musical Going Hollywood de la película del mismo nombre, y dirigida por Raoul Walsh en (1933) , cantado por el eterno Bing Crosby junto a la enorme masa coral de extras que supuso para la escena, nos abra las puertas a Un final made in Hollywood (2002) de Woody Allen. Una buena oportunidad en clave de comedia para conocer mejor los previos administrativos de un rodaje, el peso del productor, el de la Compañía o el de los actores que se implica en los proyectos y los medios técnicos necesarios para llevarlos a cabo, o el de los agentes que representan y consigue trabajo para sus representados.

Quien no tiene en su cinéfila memoria la diva olvidada para la que no hay producción, o el ambicioso guionista a cualquier precio en El crepúsculo de los dioses (1950) de Billy Wilder, o, el director, la actriz y el escritor rencorosos enfrentándose al productor en Cautivos del mal (1952) de Vincente Minelli. El escurridizo mundo de las producciones y todo su séquito, se ha llevado a la pantalla con grandes films, como los de Wilder y Minelli.

Woody Allen nos cuenta las vicisitudes que Al (Mark Rydell) agente del oscarizado y olvidado director Val Waxman (Woody Allen) ha de sortear para conseguir que su representado, con algún problema psicosomático oculto pueda dirigir una gran superproducción en la que su ex mujer Ellie (Tea Leoni) ha tenido mucho que ver, sacando del olvido al oscarizado realizador que lo fue tiempo atrás, volviendo así a los escenarios y los set de rodaje que tanto deseaba.

A pesar de que Ellie lo abandono por el productor Hal (Treat Williams) sigue confiando en su talento proponiendo a la ejecutiva de Galaxie que se le contrate para una película de gran presupuesto producida por Hal, al que Val, no le tiene en demasiada buena consideración. Llegados a un acuerdo todo se agiliza, Val, que hasta la confirmación del contrato estuvo sobreviviendo de la publicidad junto a su circunstancial pareja Lori (Debra Messing) eterna aspirante a triunfar en el cine, se agita de tal manera que sufre una ceguera psicosomática.

Dispuesto a no perder la oportunidad, él y su agente ingenian un plan para que el rodaje se lleve a cabo, a pesar de tener en contra a la ejecutiva que promoverá la película: Ivan Martin Gregg Edelman, George Hamilton y Hal el novio de Ellie. Finalmente la astucia y la fe profesional de su ex en Val consiguen el tan deseado contrato. Las preocupaciones llegan cuando Andrea Ford (Jodie Markell) periodista de sociedad husmea por los entresijos del rodaje, el problema no tarda en llegar a conocimiento del productor y que no ha sido impedimento para dirigir su tan deseada película de reencuentro con el cine.

Por consejo del Psiquiatra (Peter Gerety), Val se reencuentra con su hijo, haciendo que en su interior se mueva algo retenido durante largo tiempo: relaciones pasadas, incomunicación, falta de entendimiento, o dejarlo demasiado tiempo sin su compañía entre otras tantas emociones psicosomáticas que juntas generaron rechazo del hijo y que Val trata de solucionar para poder restablecer las emociones perdidas y normalizar así los sentimientos, la tranquilidad mental, para el equilibrio paternal y espiritual de Val tan necesarias. La première resulta un total fracaso, pero en Francia consideran que su trabajo es magnífico y le ofrecen rodar en la ciudad del Sena.
13 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Qué bello es vivir (Frank Capra), Los jueves milagro (Luis García Berlanga, o Milagro en Milán (Vittorio de Sica), pueden ser paradigmáticas muestras (entre tantas) del cine que se basa en los deseos humanos por alcanzar sus objetivos de posesión ya sean materiales o espirituales por medio del milagro, de lo imprevisto, de lo asombroso. Se trata de un tema cinematográfico muy agradecido, ofreciendo gran campo de posibilidades creativas desde cualquier tiempo narrativo. Alfonso Arau, Como agua para chocolate (1992), o Un paseo por las nubes (1995), nos presenta en Cachitos picantes (2000), su visión de la fe y lo efímero de la materialidad, su uso y abuso con imprevisibles resultados mostrados en esta ácida comedia, que roza el esperpento intencionado en algunos pasajes del metraje.

El director Alfonso Arau, (Dr. Amado en la historia que nos ofrece en clave de despreocupada comedia negra), nos presenta de forma coral múltiples situaciones en las que pone en jaque los intereses de algunos de sus habitantes, entre los cuales: deseos materiales, sanadores, monetarios, físicos, estéticos y religiosos, poniendo en duda la poco creíble visión de los mortales habitantes del poblado fronterizo El Niño, donde el incidente con la invidente Constancia (Lupe Ontiveros) los pondrá a prueba, generando conflictos imprevistos.

Tex Cowley (Woody Allen), Candy Cowley (Sharon Stone) y el fiel Pinky, buscan donde establecerse después de una salida forzada de su querida Nueva York. La frágil fidelidad de Candy hace que los problemas crezcan, con los que Tex tomará irreversibles decisiones que le llevará hasta El Niño en Nuevo México, donde, a causa de inesperados incidentes, arrastrados desde su marcha hacia el sur, le hará establecerse temporalmente en el fronterizo poblado.

El Oficial Bobo (Kiefer Sutherland) de mal carácter y actitud dominante, no duda en traspasar los límites de su condado para interesarse por Candy con la que tiene personales vínculos sentimentales, tan mal llevados que hasta Pinky lo sabe. Una serie de desafortunados encuentros con Tex agrava la situación hasta el punto en el que se ven implicados el Sheriff Machado (Cheech Marín), el Padre Leo Jerome (David Schwimmer), y la amorosa Desi (Maria Grazia Cucinotta), entre otros peculiares personajes, entre los cuales el vocero cantarín Sediento (Eddie Griffin). Pero un segundo grupo llagado al pueblo, está dispuesto a investigar el caso de la mano encontrada: el Padre La Cage (Elliot Gould), la ruda Hermana Frida (Fran Drescher) y el inquieto Padre Buñuel (Andy Dick).

La utilización a discreción de planos poco convencionales: picados, contrapicados, cenitales, angulares, claroscuros, subjetivos…, convierte a Alfonso Arau, en el atrevido director de una película fronteriza de puro entretenimiento, donde la complejidad fílmica se completa con el enrevesado guión de Bill Wilson. El trabajo del director, digno de elogio, convierten las historias que nos cuenta en un ramillete de voluntades (tópicos incluidos) que pueden caber en las viajeras manos del carnicero Tex, la licenciosa Candy o en las oportunas zarpas del fiel Pinky.
10 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Granujas de medio pelo (2000) es un canto al efímero poder del dinero, y a la solvente y deliciosa profesión de fabricar galleta ,pero nuestro ‘cerebro’ pensante Ray (Woody Allen), quien después de pasar unas vacaciones pagadas, decide que tiene el plan perfecto para hacer el mayor de los atracos haciendo cómplice a su mujer Frenchy (Tracey Ullman) quien se niega de entrada.

Ray tiene apalabrado con otros compinches la ejecución del plan: su pesado adulador y amigo Denny (Michael Rapaport), el indiscreto Tommy (Tony Darrow) que todo lo ve fácil, y el escurridizo Benny (Jon Lovitz), capaz de cualquier cosa por pagar la universidad de sus hijos. Al ramillete se unirá la simpar prima de Frenchy, May (Elaine May), y el Policía (Brian Markinson) que pasaba por el lugar. Los planes iniciales sufren algún cambio, aunque el resultado final encaja en los intereses de casi todos.

En Granujas..., nuestros avaros buscadores de riquezas, además de los abrillantados y lacados pescadores de lo ajeno, están dispuestos a todo, incluso a seducir por la pasta: David (Hugh Grant) es el prototipo del perfecto trepa, dominador de sus poderes de seducción de cara a pellizcar desangeladas fortunas aprovechando su belleza de tubo y su formación en arte. Lo mismo le puede pasar a la desfasada seductora por el tiempo Chi Chi Poter (Elaine Strich) quien intenta con sus dudosos encantos convencer a los incautos creadores del negocio.

Los responsables de ‘Sunset Cookies’, que contemplan sorprendidos como aumenta el negocio de las galletas, conseguirán finalmente el caché social que buscan para reinventarse, y ser convencidos para realizar algunas inversiones que les dará glamour e imagen en la sociedad de alto copete, realizando fiestas de seducción y enganche. Además de (entre otros), algunos austeros e interesados promotores en el noble arte del bel canto que persiguen lo mismo que David y que Chi Chi: pescar la pasta de los galleteros.

De manera ágil los cruces en los intereses de nuestros personajes son inevitables, todos se necesitan para recuperar tiempos no aprovechados, tiempos perdidos: unos, aprender urbanidad en el entorno social que nunca hubiesen imaginado (especialmente Frenchy), convencida que la pasta es la mejor carta de presentación; otros, domesticar de forma interesada a los nuevos ricos por parte de los avariciosos apropiadores de lo ajeno, a quienes les critican en petit comité la brusca irrupción en su particular mundo a base de galletas, el pésimo gusto por la decoración, la ridícula imagen que dan con sus atuendos horteras y el mal gusto en las forzadas relaciones sociales, aunque en realidad nada de eso les importa demasiado cuando procuran introducirse en la corriente galletera intentando pescar cash para promociones, eventos, convenciones, y multitud de oportunas propuestas. Sorprendentemente para todos, los intereses de cada cual darán inesperados giros: unos contando, otros gritando al viento ¡A la rica galleta!, y los demás esperando actuar según decida el privilegiado cerebro de Ray.
Wild Man Blues
Concierto
Estados Unidos1998
6,3
1.153
Documental, Intervenciones de: Woody Allen, Soon-Yi Previn
6
6 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Desde muy joven Woody sentía interés por la música de jazz y en concreto por Sidney Bechet y su transparente y brillante sonido, aunque tocó bastante con el saxo soprano, la historia le sitúa con el clarinete tocando el jazz de siempre el jazz de New Orleans del que Woody tomó buena nota. Así, en Wild man blues (1998) nos lleva al mundo del backstage, todo un descubrimiento del Woody Allen músico que nos ayudará a entender mejor las tensiones creadas en los previos, generando hechos y actitudes própias de la situación, es como un ritual de preparación, donde hay poco espacio para las bromas y mucho para la concentración antes de salir a escena.

La gira que podemos ver en este interesante documental le llevó a él y la His New Orleans Jazz Band por Paris, Madrid, Génova, Viena, Venecia, Milán, Bolonia, Turín, Roma y Londres, con final familiar en New York, y un amplio repertorio y variado como Homei Sweet Homei de George Bernard o Wild Man Blues de Louis Armstrong entre otros interesantes temas, además de diferentes adaptaciones y música de cine del legendario Nino Rota como 8 ½ o Amarcord, lo cual tiene su lógica ya que la mayoría de las actuaciones se hicieron en Italia.

En Wild man blues no vamos a encontrar esencias humanas ni emocionales a la manera de una película o de una ficción, se trata de un documental sobre una banda de jazz en gira en la que uno de sus intérpretes es el clarinetista Woody Allen a quien le gustaría que le fueran a ver por la música, aunque reconoce que, gran parte del público que asistente a cualquiera de sus conciertos lo hace atraído por la curiosidad para ver tocar al Allen enmascarado en cualquiera de los personajes que le han hecho famoso desde hace más de tres décadas (hasta 1998).

Letty Aronson hermana de Woody y Sonn -Yi Previn, su esposa, tienen un importante papel en la organización de los diferentes eventos que han de cumplirse durante la gira. Llegados a estas alturas en la evolución y maduración de Allen, no existe postureo ante las cámaras, no existe premeditación, todo es estado puro, sin personajes guionizados, como en las interioridades de cualquier grupo musical en gira donde todo fluye natural, tal cual.

Si existe algún tipo de estereotipo en Wild man blues es el propio de las interioridades de un grupo de músicos en gira, nada más. Los posibles estados emocionales que se puedan ver en el documental son los propios de las situaciones generadas entre un público siempre expectante, y unos músicos siempre eficientes con los imprevistos asociados. En Wild man blues no hay otra cosa que no sea música como la generada por Dan Barret al trombón, Simon Wettenhall a la trompeta, John Gill a la batería, Greg Cohen, al contrabajo, Cynthia Sayer al piano, Eddy Davis al banjo y director, y Woody Allen al clarinete, todo lo demás, recepciones, entrevistas, agradecimientos, presentaciones y protocolos varios, forman parte del equipaje del conjunto.

Barbara Kopple, autora del documental nos lleva a convivir en gira con la troupe de la que Allen forma parte. El resultado curioso y satisfactorio nos muestra a un Allen, relajado con su música y, por supuesto consciente que allá por donde pasa, el aura del actor conocido no puede pasar desapercibida, va con él mismo, con su música, con su banda, con sus estados anímicos. En todo momento Allen se representa así mismo, en este caso desde su música y como clarinetista de la His New Orleans Jazz Band, sin tener en cuenta, ni entrar en ningún tipo de tecnicismo y/o destreza interpretativa de nuestro clarinetista al que solo nos queda disfrutarlo con su banda, nada más.
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