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8,6
205.098
10
19 de junio de 2016
19 de junio de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Pulp Fiction es hablar de palabras mayores. Estamos ante una de las obras clave de los 90, una película de culto que rompió moldes y creó toda una escuela de imitadores. Vamos, que es un puto clásico moderno. Pero, realmente, ¿por qué tanto alboroto? La verdad es que siempre me ha costado explicarlo. Recuerdo de hecho que cuando la vi por primera vez no me mató, era en plan “Reservoir dogs es mejor”, pero sí que me pareció chula. Y “chula” es la palabra que siempre he utilizado para definir a esta película, tanto en el sentido de que es guay (un juicio no tan subjetivo como podría parecer) como en el de que no le falta su toque de arrogancia tarantiniana, sin duda siempre necesario en el cine del tito Quentin. Porque Pulp Fiction es una película en la que cada secuencia, cada escena, cada plano, cada diálogo, cada frase, cada palabra, cada taco, cada canción, cada baile, cada gesto de los actores, cada escenario, cada jodido elemento de la utilería, es chulo. Y lo chulo se revaloriza y se intensifica con cada visionado, no deja de ser chulo con el tiempo, y el hecho de ser chulo lo hace más chulo todavía, por lo que la película acaba saliéndose de los cánones de lo estrictamente cinematográfico y pasa al plano de las más altas creaciones de la humanidad por ser simplemente eso, chula. Con Pulp Fiction se le concede valor artístico a lo chulo. Y es por eso que Pulp Fiction me parece una jodida obra maestra. Ea.

5,6
6.612
4
16 de agosto de 2015
16 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Studio 54 es el caso perfecto de canción que se come viva la película en la que sale. Confieso que desconocía completamente la existencia de esta película, y al Tato le pregunté y a él tampoco le sonaba, así que fíjate tú. Es más, pongo la mano en el fuego por que en las cien veces diarias que ponen el If you could read my mind en Melodía FM los locutores tienen que mirar la chuleta para refrescar el título de la película. Ser un filme poco conocido no tiene por qué restarle valor al mismo, hay muchas joyas ignoradas que merecen ser descubiertas y reivindicadas, pero Studio 54 definitivamente no es una de ellas, y es que es más bien bisutería de los chinos. El protagonista es más soso que el palo de un polo, y su trama de “descubro un mundo nuevo que me gusta y quiero realizarme a través de él aunque sea un tanto sórdido” no tiene ni chicha ni limoná, se limita a lo básico y el guión tiene la inútil habilidad de sortear o de pasar muy por encima los conflictos morales más interesantes (aunque parece ser que en la sala de montaje hubo más tijeras de las que deberían). Y quizás no conecto con su efusiva nostalgia porque más que de discotecas soy de garitos donde sirvan cerveza barata, rock y oscuridad, a lo el Winchester de Zombies party, ¡esa película sí que molaba! Y los zombis daban menos grimilla que Mike Myers.

7,2
12.251
8
15 de agosto de 2015
15 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer pensamiento que me viene a la cabeza tras haber estado dos horas con cara de “¿qué coño?” (“WTF?”, que dicen los guays) es el mismo que tendría si hubiera visto una cinta VHS grabada con la cámara del protagonista de Arrebato donde el Cronenberg de Videodrome y el Almodóvar de los 80 echan un quiqui salvaje (y por ahí David Lynch dando palmas). Es una imagen muy bizarra, lo sé, pero menos que las que Zulueta recoge, o casi. Zulueta crea una fantasía en los límites del surrealismo sobre la interacción del espectador con el cine, que aunque para sus personajes tiene mucho sentido, a los terrícolas dispuestos a disfrutar de la experiencia no nos queda más remedio que dejarnos llevar por este desfile del exceso, irregular y hasta ridículo, pero visceral y, sin duda, fascinante. Me siento identificado con ese marciano bipolar interpretado por Will More en su incansable búsqueda de ese arrebato, de ese éxtasis de evasión que puede llegar a provocar una obra cinematográfica (y por extensión, cualquier expresión artística). En mi experiencia cinéfila a lo largo de los años me he ido convirtiendo en una especie de sibarita (mei generis, porque hay cada chorrada que me apasiona) al que le cuesta mucho dar notas altas, y es que siento que una obra merece todo mi reconocimiento si consigue llevarme a esa experiencia catártica, a ese arrebato. La película de Zulueta no me ha terminado de arrebatar… pero reconozco que le ha faltado poco.

7,3
4.039
7
15 de agosto de 2015
15 de agosto de 2015
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En El león en invierno Enrique II, rey de Inglaterra, reúne a su familia a pasar las Navidades para decidir cuál de sus tres hijos lo sucederá en el trono. Este es el punto de partida de una serie de intrigas y conspiraciones palaciegas, de alianzas y traiciones en el seno de una misma familia en Nochebuena. Y sale un Geoffrey con cara de mala hostia permanente... ¡esto es Juego de tronos en los años 60! Aunque, eso sí, sin dragones ni tetas. Y con mucha menos sangre. Pero con un buen puñado de diálogos afilados como dardos con los que no sabes si los protagonistas se quieren o se odian o todo a la vez, y lo van demostrando según les dé el avenate. Quizá la puesta en escena peque de teatral, algo que no todos los directores que se atreven a adaptar una obra dramática consiguen sortear, y puede que algunas interpretaciones se afecten de ello. Pero aceptada esta limitación, se disfruta, sobre todo a una Hepburn en estado de gracia que se come al león de invierno, al de verano y hasta al Rey León. “Se acerca el invierno” decía Ned Stark, lema de su familia para ilustrar que siempre hay que estar alerta ante los peligros que acechan... Después de ver El león en invierno propongo cambiarlo por “Se acerca la Hepburn”. Muy chula.
6
19 de mayo de 2009
19 de mayo de 2009
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
6 artistas del cómic y la ilustración se unen para dar a luz (o a oscuridad) uno de los experimentos más gratificantes del año. Diferentes historias y un sólo punto en común: el miedo a la oscuridad. Este prototipo universal de miedo alcanza su punto cúlmine con la última historia donde el mayor logro del dibujante es el espacio no dibujado, pues el espectador tiene que completar mentalmente las figuras propuestas, en una historia que sí, consigue que empaticemos con las emociones de su protagonista. Pero en realidad, el miedo a la oscuridad, universal, es una excusa para contarnos miedos más profundos y terroríficos, como el miedo a la soledad.
Sin duda, Fear(s) of the dark es todo un ejercicio de una originalidad desconcertante, que acompañado de una banda sonora bastante chula, supone una revolución en la animación.
Sin duda, Fear(s) of the dark es todo un ejercicio de una originalidad desconcertante, que acompañado de una banda sonora bastante chula, supone una revolución en la animación.
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