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Críticas 96
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de mayo de 2010
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Two Lovers es sin duda la película de la primavera. No lo es sólo por la ausencia de cosas buenas, lo es por que le salen virtudes por cada poro de los fotogramas.
Por una vez, sus fortalezas no nacen de una historia trabajada para ser original. Ni mucho menos. Sus conflictos son los de Shakespeare, los de toda la vida. El chico que se debate entre lo que le atrae y lo que le conviene. La chica que elige un amor, que le convierte en adicta a la lágrima. Y la enfermera patológica, que busca sufrir haciendo bien en la Tierra para llevarse tranquilidad al Cielo.
Nada hay de original en ello. Pero no por ello deja de ser original. Porque la originalidad está en que esos personajes sí lo son. Lo son porque la bipolaridad o la esquizofrenia no suelen aparecer en películas de estrellas más que para historias de superación, historias de excepción. Y si algo no es Two Lovers es una historia donde se trate a los personajes como seres extraños, seres a los que el mundo trata de meter en él.
Los personajes viven siempre dos vidas. La que está en su cabeza y la que tienen vivir fuera de ella. Y eso les condena a estar siempre donde no tienen que estar. Por eso están siempre solos. Por eso cada momento en que logran meterse en el mundo vale cien veces de disfrute más. Por eso pasas de rechazarlos a quererlos. De no entenderlos a pensar que quizás tú harías lo mismo.
Esto lo logra gracias a sus personajes, gracias a sus actores. Pero los grandes logros de la película no están sólo en su apuesta por personajes sin empatía para el espectador. Están en una dirección que hace aflorar al exterior lo que llevan dentro de la cabeza.
Y lo difícil no es sacarlo, es hacerlo de forma natural. Lo hace sin utilizar el diálogo o los sueños. Lo hace sin recurrir a la voz en off o a la cámara subjetiva. Lo hace mediante una fotografía plagada de detalles. Con planos que iluminan lo mejor de Manhattan como un sitio que no es para Joaquin Phoenix. Con rejas en la terraza que acorralan a Gwyneth y lo separan de Joaquin. Con cristales en las puertas que deforman las imágenes casi tanto como su cabeza. Con guantes que son metáforas y puertas de Metro que son predicciones.
Lo hace mediante mil y un recursos, que logran crear una nueva realidad y hacértela vivir con la intensidad del interior de la cabeza de un loco. Lo hace con la sinceridad de un genio que no intenta llegar al gran público, pero que consigue la emoción del que habla sin ambages. Lo hace encontrando la vida dentro de uno a través del que somos y nunca queremos ser. Lo hace haciendo cine grande en cada fotograma, creando poros, encontrando almas.
5 de diciembre de 2008
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Han pasado ya ocho meses desde la muerte del Maestro Altman, pero escribo ahora porque hasta ahora no había podido ver su última peli, su último show, su obra maestra final.

Siempre he considerado a Altman no sé si el mejor, pero sí el más genuino de su generación. Coppola o Scorsese pueden tener obras puntuales más definitivas (El Padrino, Taxi Driver), pero ni el conjunto de su obra guarda su coherencia ni sus ideas han resultado tan vitales para el avance del cine. Su coherencia no es sino el resultado de su libertad, de la capacidad para arriesgarse y pasar de productores y taquilla, para pasarse por el forro cualquier amenaza de control. Sus ideas son tan claves que no han necesitado de los años para hacerse indispensables.

La coralidad como marca de fábrica. La narración de historias entrelazadas que construyen un único conjunto. La improvisación como generación de vida y de hacer autores a los actores. La música como una parte más de la historia. La sátira como vía de corroer lo establecido. El amor/odio por la América profunda, como única forma de aproximación a los personajes.

Su cine es el compendio de todas sus innovaciones. Y el cine las ha recogido todas y las ha integrado. Él las recoge todas en A prairie home companion. Y como de costumbre, nos arranca toneladas de risas inteligentes. Como de costumbre, nos eleva hasta emocionarnos.

Termina sin elevar la voz, sin despedirse con alharacas. Termina haciendo de la vida una celebración de la tragedia. La vida, como una mierda a la que el humor, la música y las contradicciones vuelven simplemente maravillosa.
3 de noviembre de 2023 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hombre tratando de alterar la naturaleza.

De eso va "Suro". De eso va la mejor película en el mejor año de mejor cine español de la historia. En un mismo año nos hemos encontrado con cuatro soberbias pelis rurales: As Bestas, Alcarrás, El agua y Suro. Pero lo que distingue a Suro es su complejidad. Es contar en un su pequeño universo muchos de los problemas de hoy.

Teoría vs realidad. El campo vs la ciudad. Idealismo vs realismo. Inmigración. Animalismo. Dirección de un negocio. Sobrevivir a la pareja. De todo ello va este espectacular guión, que encuadra en una sola finca muchos de los personajes que explican el mundo de hoy.

Lo hace con la belleza del que cuenta un mundo nuevo. Con la equidistancia del que quiere que sea el espectador el que tome partido. Con el talento del que confía en sus imágenes, en sus protagonistas y en sus no actores para que les queramos a pesar de sus contradicciones.

Una gozada para ver y para volver a ver
15 de junio de 2009 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
dispuse a ver la supuesta obra maestra de Bergman. Lo hice por amistad y por obligación. Resulta que un amigo tiene que dar una charla acerca de la peli y me pidió ayuda. Ya de paso, me servía a mí para tratar de rellenar el vacío cultural que tengo con toda la obra del sueco.
Sólo he visto cuatro o cinco de sus pelis. Y debo ser un paleto porque me gustan más aquéllas que no dirige él. Supongo que será que la suma de su extrema profundidad y la aridez de sus formas y montajes se me hacen excesivas.
El caso es que me puse delante de la peli con el mismo miedo que con un ciclo que acababa de intentar tragarme de Andrej Tarkovski. Digo intentar porque no logré terminar una sola de sus obras. Y eso que mi criterio de selección era bastante claro: de entre las buenas, sólo aquéllas que duraran menos de 100 minutos.
Mi miedo se empezó a concretar con el primer plano del filme. Un plano bellísimo de una Misa que no termina. Durante diez minutos asistí a dicha imagen. Tomé la carátula para volver a comprobar que la tortura sólo duraba 80 minutos. Sin embargo, me equivoqué. Al momento, comencé a olvidarme de la duración.
Bergman entró en escena. Sus eternas cuitas con Dios se hacían carne en la voz de un reverendo. El conflicto era tan claro como el que todos vivimos en nuestra relación con Dios. Las preguntas no eran nada originales, eran universales. Lo no universal es la elección de esa forma tan poco cinematográfica (o al menos, americana) que consiste en mostrar, no sugerir. Así, las preguntas y dudas son tan explícitas que pueden generar identificación, casi nunca narración.
La seriedad de lo que cuenta es tan brutal que no hay lugar para el humor. No hay lugar para la dramaturgia. No hay lugar para exponer planos bellos o anécdotas reveladoras. Todo está en el verbo de Bergman, en las nada sutiles dudas del protagonista, en la dureza con la que castiga su amor a la chica, en la explicable incomprensión con que vive Max von Sydow.
Si decía Kieslowski a través de Juliette Binoche que "Nada es importante", Bergman opina exactamente lo contrario. Para él, todo lo es. Y serlo impide obviarlo. Su extrema coherencia le lleva a poder ser un pesado, a pecar de trascendente cuando su conflicto es bastante obvio y su expresión todavía lo es más, a no permitir que la belleza entre, a proporcionar un final redondo sin aprendizaje, a no dejar asomar momentos de felicidad en una vida esencialmente sin destino.
Claramente, Bergman no disfruta del viaje. Yo sí pienso hacerlo. Y para ello, veré las menos posibles pelis suyas. No porque no me gusten, sino porque me aportan cien veces menos pensamiento que otras, y millones de veces menos emociones.
27 de febrero de 2010
13 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
A todos los directores que no escriben les pasa lo mismo. De vez en cuando la cagan.
No la cagan porque sean malos, la cagan porque cuando la necesidad de buenas historias se prolonga, baja el nivel de exigencia. Y con él, uno se acaba poniendo al frente de un proyecto de menor calado del que uno merece. De menor calado del que Scorsese merece.
La historia de Dennis Lehane no daba para mucho. Daba para hacer una reflexión sobre la locura y sus tratamientos. Tampoco parece la mejor carne para un plato de Scorsese. En ella ni siquiera ha metido su obsesión por los efectos de la religión sobre la pérdida de la razón. Si la pluma de Paul Schrader hubiera estado metida, otro gallo le hubiera cantado.
Si al asumir una historia tan ajena como la de Infiltrados, ya asumía su no autoría, el genio italoamericano busca todos sus retos en lo visual. Y ahí deriva en un mal artesano y buen cinematógrafo. Ahí acaba siendo un regular narrador y un excelente fotógrafo. Ahí aparecen todas las alucinaciones y sueños del protagonista, que resultan tan desgarradoras y potentes como inútiles. Ahí aparecen todos sus giros, que convierten el metraje en entretenimiento pero nunca en reflexión. Ahí aparecen sus paisajes y faros del mejor Hitchcock, unido a sustillos de serie B.
Ahí aparece una salida digna para cualquiera e indigna para Martin Scorsese. No es una cagada como las de otros que no escriben, pero sigue siendo una cagada para él.
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