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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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6 de abril de 2018 Sé el primero en valorar esta crítica
Una historia atemporal: el hombre siempre ha tenido vicios que le impiden prestar atención incluso al suelo que pisa.
Un señor muy elegante está absorto en su libro. Y le suceden una serie de divertidas peripecias. Podríamos decir que es un precedente a Chaplin.
La innovadora y polifacética Escuela de Brighton, de la mano de James Williamson, nos deja esta maravillosa comedia, en la que la profundidad de campo se trabaja de forma ejemplar.
Además, sirve de retrato de la Inglaterra que acababa de abandonar la época victoriana.
Williamson y los cineastas de Brighton y Hove, en el sur de Inglaterra, no han tenido históricamente tanto reconocimiento como sus homólogos franceses y estadounidenses. Sin embargo, hay que decir que las películas de Williamson ya se proyectaban a partir de 1902 en Estados Unidos, donde parece ser que influenciaron a los cineastas pioneros de este país para realizar rodajes con varias tomas que serían editadas posteriormente para construir una narración.
Algún trucaje no está del todo conseguido. Pero eso es lo de menos. Se disfruta.
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Las escenas están muy bien hilvanadas. Se alterna magistralmente el acercamiento del personaje al punto de vista, con el alejamiento en la siguiente escena, o viceversa.
No en vano, Williamson ya había trabajado el contracampo en otras películas.
2 de abril de 2018 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
George Méliès tuvo unos inicios de prestidigitador que le sirvieron mucho para su trabajo cinematográfico. Por lo visto, también le ayudó la práctica mecánica en la zapatería heredada de su padre y su experiencia teatral.
Trucos visuales, stop motions, transparencias, sobreimpresiones, desapariciones, travelling inverso (como la cámara era pesada, se movía la “luna” hacia la cámara), y mucho humor e imaginación.
Las aventuras lunares del astrónomo Barbenfouillis —interpretado por el propio Méliès— nos llevan por alucinantes escenas que tendremos que contemplar con total ingenuidad y apertura de mente para disfrutar completamente de ellas. No cabe sólo valorarlas en base a la dificultad técnica y el coste que supuso realizarlas en su día, porque la creatividad y originalidad son incuestionables. Hoy en día se puede seguir viendo con pleno disfrute.
Lo que hoy es un corto de escasa duración tuvo problemas de distribución fuera de Francia por su excesivo metraje (las películas se vendían por metros). Finalmente, debido a su éxito, se consiguió distribuir. A Estados Unidos llegaron cinco copias, que fueron pirateadas por cientos. Thomas Alva Edison copió sin permiso un rollo que multiplicó descaradamente, ganando cantidades millonarias, sin que Méliès viera un céntimo de todas esas ganancias. Siegmund Lubin también distribuyó ilegalmente en Estados Unidos copias de la cinta, a la que posteriormente le añadió más metraje producido por él, o incluso de otras películas, sacando un inmenso rendimiento económico del que tampoco Méliès participó.
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Los vestuarios y decorados supusieron un coste altísimo para la época, pero es lo mejor de esta cinta. Además de los logrados trucos visuales que Méliès insertaba con acierto.
No tiene precio la indumentaria y complementos de los selenitas. Ni la de los astrónomos cuasi magos, ni la de las exuberantes ayudantes que aparecen.
Una de esas ayudantes atrevidamente uniformadas es la futura mujer de Méliès, Jeanne d'Alcy, que además intervino en el vestuario de la obra. Posteriormente, en 1925, trabajaría con ella en su tienda de golosinas, tras abandonar arruinado el cine y posteriormente el teatro.
Los sueños de los astronautas, todos de temática entre astronómica y mitológica, tampoco se quedan atrás. En esos sueños están presentes un cometa, una Osa Mayor con bellas caritas femeninas, Saturno en un ventanuco de su planeta, la estrella doble y Selene, diosa lunar.
El argumento es tiernamente subyugante y se desarrolla en 30 cuadros a modo de pinturas vivientes: en una especie de cátedra con tendencia a comportamientos de parvulario, se defiende la idea por parte del profesor Barbenfouillis de un viaje a la luna, entre papeles que vuelan, risotadas y algarabía. Una vez aprobada la idea, se fabrica el cohete, a golpetazos de yunque y con forma de proyectil de pistola a lo bestia (pero muy reducido para albergar con comodidad a los seis inquietos tripulantes). En unos altos hornos se ha construido un enorme cañón.
La luna tiene una superficie en la que se respira muy bien, llena de montañas puntiagudas y cráteres bajo los que crecen hongos gigantescos y viven los saltimbanquis selenitas, interpretados por acróbatas del Folies Bergère. Éstos, airados por un enfrentamiento, persiguen a los astronautas, los cuales se dirigen a su cohete.
Como la luna está arriba, en el cielo, para ir de la luna a la tierra, hay que apuntar el cohete, que está en el borde de un precipicio, hacia abajo. Para hacer esto Barbenfouillis se cuelga de una cuerda. ¡Voilà! El cohete cae al mar en un instante.
La recepción a los héroes es triunfal, con autoridades, banda de música, marineritas muy sugerentes, mucho público... Y, por supuesto, un monumento al valiente astrónomo pisoteando la luna cegada por el cohete.
Como curiosidad en la parte inferior del cohete, durante el desfile, se lee “Star Films Paris”, publicitando la productora de la película.
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