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6,8
130.074
8
19 de julio de 2005
19 de julio de 2005
15 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rica en matices, en colorido, en sensualidad, en luces (y sombras), en caricias al iris y, especialmente, en fulgurantes melodías que aprovechan nuestras canciones para convertirlas en su historia.
Nos encontramos ante un musical, difícil de encajar pues rompe muchas normas, pero fácil de tararear, pues se sirve de una bonita historia de amor para encandilarnos a través de famosas baladas que alguna vez hemos canturreado, que alguna vez hemos creído.
Flashes psicotrópicos, ingenua frivolidad, cabareteras bailando (dibujadas como escorzos de Toulouse Lautrec) y una banda sonora que parece perseguir un único mensaje: las canciones de amor son atemporales, y esto funciona igual al conmovernos con los temas que escuchaban nuestros abuelos como en el caso poco probable de que nos hicieran llegar poesía escrita por nuestro bisnietos.
El amigo McGregor, como Christian, aspirante a escritor en el ´Art Nouveau´ del Paris de principios del siglo pasado. Nicole Kidman, como Satine, la más deseada de las artistas y cortesanas del Moulin Rouge, desbordante de sensualidad y glamour. Finalmente, el eterno dilema del amor más ñoño frente al materialismo con rostro de Richard Roxburgh, como el duque, aspirante y admirador de la chica y potencial mecenas del célebre local parisino. El enfrentamiento entre el escritor y el duque no se hace de esperar, si bien se vive en la abnegación de Satine, a priori la más mundana del trío, finalmente la más idealista.
Sin tiempo para descubrir si la historia se nos hace previsible, sin aire para considerar la consistencia de los personajes, las voces de los protagonistas nos conducen por fascinantes números musicales, la presencia de Kidman pide más metros de pantalla y la precisión derrochada en el guión hace encajar muy afortunadamente conocidas letras de temas populares.
Un juego tan policromático puede presentar tonalidades chocantes o, simplemente, fuera de lugar. En particular, el personaje de Toulouse Lautrec comporta poco más que el nombre, lo cual resulta sorprendente dada la compleja y sugerente personalidad del pintor. Tal vez, para una película apta, musical y abiertamente superficial, era ya demasiado pedir.
Reventaría de no mencionarlo: me cae simpático un tipo que nos va preparando durante un buen tramo de historia para su versión de ´The show must go on´, de Queen, cómo no. Sin duda, la banda sonora dará más que hablar.
Nos encontramos ante un musical, difícil de encajar pues rompe muchas normas, pero fácil de tararear, pues se sirve de una bonita historia de amor para encandilarnos a través de famosas baladas que alguna vez hemos canturreado, que alguna vez hemos creído.
Flashes psicotrópicos, ingenua frivolidad, cabareteras bailando (dibujadas como escorzos de Toulouse Lautrec) y una banda sonora que parece perseguir un único mensaje: las canciones de amor son atemporales, y esto funciona igual al conmovernos con los temas que escuchaban nuestros abuelos como en el caso poco probable de que nos hicieran llegar poesía escrita por nuestro bisnietos.
El amigo McGregor, como Christian, aspirante a escritor en el ´Art Nouveau´ del Paris de principios del siglo pasado. Nicole Kidman, como Satine, la más deseada de las artistas y cortesanas del Moulin Rouge, desbordante de sensualidad y glamour. Finalmente, el eterno dilema del amor más ñoño frente al materialismo con rostro de Richard Roxburgh, como el duque, aspirante y admirador de la chica y potencial mecenas del célebre local parisino. El enfrentamiento entre el escritor y el duque no se hace de esperar, si bien se vive en la abnegación de Satine, a priori la más mundana del trío, finalmente la más idealista.
Sin tiempo para descubrir si la historia se nos hace previsible, sin aire para considerar la consistencia de los personajes, las voces de los protagonistas nos conducen por fascinantes números musicales, la presencia de Kidman pide más metros de pantalla y la precisión derrochada en el guión hace encajar muy afortunadamente conocidas letras de temas populares.
Un juego tan policromático puede presentar tonalidades chocantes o, simplemente, fuera de lugar. En particular, el personaje de Toulouse Lautrec comporta poco más que el nombre, lo cual resulta sorprendente dada la compleja y sugerente personalidad del pintor. Tal vez, para una película apta, musical y abiertamente superficial, era ya demasiado pedir.
Reventaría de no mencionarlo: me cae simpático un tipo que nos va preparando durante un buen tramo de historia para su versión de ´The show must go on´, de Queen, cómo no. Sin duda, la banda sonora dará más que hablar.

6,5
9.002
6
19 de julio de 2005
19 de julio de 2005
12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
´No hagas nada, tu homosexualidad estará en sus ojos´
Pignon es un tipo gris, su mujer le ha dejado, su hijo le ignora y va a ser despedido. Primer quiebro del guión y el pobre desgraciado simula ser homosexual para evitarlo. Segundo ¿quiebro? del guión y de forma nada sorprendente, tal estratagema resulta exitosa y, como bonus extra, toda su aséptica vida empieza a adquirir color.
La historia arranca con un planteamiento casi gemelo a ´La Crisis´, protagonizada por Vicent Lindon, pero sin la misma esencia propia del cine francés. En su lugar, encontramos reclamos típicamente publicitarios:
1. la siempre efectiva tolerancia hacia la homosexualidad por heterosexuales (entonces percibimos el roce del vecino de butaca, nos apartamos molestos y evitamos contactos sospechosos);
2. la universal misericordia para los tímidos crónicos tratados como apestados (hasta que abandonamos la sala y no tardamos en recuperar los términos ´freak´, ´caspa´ o ´plasta´);
3. el salto del mediocre a la notoriedad (con lo que no hace falta recordarnos que sólo estamos viendo una película);
a los que debe añadirse el co-protagonismo de un espléndido pero maltratado Gerard Depardieu, en un brusco cambio de sensibilidad, y la firma del autor de ´La cena de los idiotas´, Francis Veber. Son todos ellos elementos tan populares, que a menudo se pierde la frescura de una historia más personal.
Con todo, ´Salir del armario´ está realizada con moderado acierto, y la mezcla del simpaticón cine cómico francés con una clara vocación transoceánica tampoco llega a desentonar en exceso. El guión lleva diálogos que, sin acaparar el ritmo narrativo, hacen de comparsas. Buen ejemplo es el momento en que el pobre Pignon declara su inutilidad para simular una homosexualidad no sentida, un amaneramiento que puede quedar forzado, a lo que su mentor le replica con una frase como la que encabeza esta opinión. Ese hábil comentario nos ofrece la evolución del triste oficinista desde los ojos de sus compañeros, lo que amplifica su forzada transformación.
¿Qué os sugeriría algo del tipo:
´soñaba que mi madre me había dado a luz, pero tanto ella como los doctores seguían esforzándose en que naciera, pues aún no habían caído en que yo ya había salido´
Pignon es un tipo gris, su mujer le ha dejado, su hijo le ignora y va a ser despedido. Primer quiebro del guión y el pobre desgraciado simula ser homosexual para evitarlo. Segundo ¿quiebro? del guión y de forma nada sorprendente, tal estratagema resulta exitosa y, como bonus extra, toda su aséptica vida empieza a adquirir color.
La historia arranca con un planteamiento casi gemelo a ´La Crisis´, protagonizada por Vicent Lindon, pero sin la misma esencia propia del cine francés. En su lugar, encontramos reclamos típicamente publicitarios:
1. la siempre efectiva tolerancia hacia la homosexualidad por heterosexuales (entonces percibimos el roce del vecino de butaca, nos apartamos molestos y evitamos contactos sospechosos);
2. la universal misericordia para los tímidos crónicos tratados como apestados (hasta que abandonamos la sala y no tardamos en recuperar los términos ´freak´, ´caspa´ o ´plasta´);
3. el salto del mediocre a la notoriedad (con lo que no hace falta recordarnos que sólo estamos viendo una película);
a los que debe añadirse el co-protagonismo de un espléndido pero maltratado Gerard Depardieu, en un brusco cambio de sensibilidad, y la firma del autor de ´La cena de los idiotas´, Francis Veber. Son todos ellos elementos tan populares, que a menudo se pierde la frescura de una historia más personal.
Con todo, ´Salir del armario´ está realizada con moderado acierto, y la mezcla del simpaticón cine cómico francés con una clara vocación transoceánica tampoco llega a desentonar en exceso. El guión lleva diálogos que, sin acaparar el ritmo narrativo, hacen de comparsas. Buen ejemplo es el momento en que el pobre Pignon declara su inutilidad para simular una homosexualidad no sentida, un amaneramiento que puede quedar forzado, a lo que su mentor le replica con una frase como la que encabeza esta opinión. Ese hábil comentario nos ofrece la evolución del triste oficinista desde los ojos de sus compañeros, lo que amplifica su forzada transformación.
¿Qué os sugeriría algo del tipo:
´soñaba que mi madre me había dado a luz, pero tanto ella como los doctores seguían esforzándose en que naciera, pues aún no habían caído en que yo ya había salido´

7,8
75.204
8
19 de julio de 2005
19 de julio de 2005
9 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ensalzada por la crítica y considerada como un hábil entramado de sorpresas y quiebros en el guión, “Nueve reinas” provocará las delicias de los amantes del cine con argumento enrevesado, que busca provocar continuas situaciones donde nada es lo que parece. Es de aquellas afortunadas películas que obliga al recuerdo, que fuerza a la reconstrucción de la historia desde el principio una vez conocido todo el metraje.
La película arranca con el fortuito encuentro entre dos pillos que se reconocen de poca monta, uno de ellos de apariencia ingenua y casi desprotegida mientras el otro muestra su cara más mundana y ajada por la profesión de que hace gala. Con estas premisas encontramos en el metraje momentos deliciosos, como las comparaciones entre los estilos de los protagonistas, los escrúpulos, las motivaciones o su ausencia, en definitiva todo un reguero de detalles que hacen de cada momento una oportunidad para dar una pincelada más profunda en el dibujo de los personajes. Sin embargo y como se anuncia en cualquier sinopsis, al tratarse de tramposos, el juego de apariencias fomenta que esa construcción de los protagonistas pierda algo de credibilidad, especialmente cuanto más avanza el film.
La película arranca con el fortuito encuentro entre dos pillos que se reconocen de poca monta, uno de ellos de apariencia ingenua y casi desprotegida mientras el otro muestra su cara más mundana y ajada por la profesión de que hace gala. Con estas premisas encontramos en el metraje momentos deliciosos, como las comparaciones entre los estilos de los protagonistas, los escrúpulos, las motivaciones o su ausencia, en definitiva todo un reguero de detalles que hacen de cada momento una oportunidad para dar una pincelada más profunda en el dibujo de los personajes. Sin embargo y como se anuncia en cualquier sinopsis, al tratarse de tramposos, el juego de apariencias fomenta que esa construcción de los protagonistas pierda algo de credibilidad, especialmente cuanto más avanza el film.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Aún tratándose de cine argentino, afortunadamente para sus detractores y a pesar de quienes la disfrutamos, la labia apenas alcanza el nivel esperado. Además, la búsqueda del efectivismo recuerda a algunas molestos sacrificios de guión usuales del cine de Hollywood. En particular, aunque se agradece la sutileza, se presentan determinadas secuencias para despistar (maltratar?) al espectador aún a riesgo de que retrospectivamente no acaben de encajar. Desgraciadamente también el humor pasa bastante de puntillas, aunque no faltan situaciones que lo facilitan. En este sentido se detecta algo de tensión en la composición de las escenas, no necesariamente obligada para la historia. Esta cierta concesión, con todo, se agradece en algún impresionante bloque de estética video-clip, como en la escena donde se sintetizan todos los hurtos y trapicheos que los protagonistas están viendo producirse a su alrededor, y que pasan desapercibidos para la mayoría de los mortales.
El toque mágico de la historia lo pone la verdadera reina de la farsa, la actriz Leticia Bredice en el papel de hermana de Marcos (Ricardo Darín), uno de los pillos. Su composición es todo un recital de gestos más allá de su propia sensualidad, que también la exhibe, y que proporciona el papel más fresco de toda la película. Su propio fingido estiramiento y sonrisa dentrífica como empleada del hotel acentúa con especial fuerza la credibilidad en aquellos momentos en que descubre la cara que no muestra a sus clientes. Existen buenos motivos para lanzarse a disfrutar de la película pero la presencia de Bredice es el estímulo que hará decantar definitivamente la balanza para quienes gustan de buenas interpretaciones.
El toque mágico de la historia lo pone la verdadera reina de la farsa, la actriz Leticia Bredice en el papel de hermana de Marcos (Ricardo Darín), uno de los pillos. Su composición es todo un recital de gestos más allá de su propia sensualidad, que también la exhibe, y que proporciona el papel más fresco de toda la película. Su propio fingido estiramiento y sonrisa dentrífica como empleada del hotel acentúa con especial fuerza la credibilidad en aquellos momentos en que descubre la cara que no muestra a sus clientes. Existen buenos motivos para lanzarse a disfrutar de la película pero la presencia de Bredice es el estímulo que hará decantar definitivamente la balanza para quienes gustan de buenas interpretaciones.
29 de marzo de 2009
29 de marzo de 2009
8 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un larguísimo lamento se escucha desde las profundidades de las nevadas montañas del norte; un larguísimo lamento que es difícil asociar a un sentimiento de dolor, de rabia o de ternura; un larguísimo lamento que no sabemos si nos produce espanto o compasión.
"F de Mary Shelley" es un juego de cámaras agitado, es un sudoroso y apasionado ejercicio de interpretación y dirección al servicio del propio autor, con el permiso del monstruo de Niro, monstruo por papel y talla cinematográfica. Pero el mal disimulado ego del gran Kenneth Branagh es también una excelente motivación para poner lo mejor de sí mismo en la adaptación del extraordinario relato de Mary Wollstonecraft Shelley. El propio nacimiento de la obra es de por sí inquietante, fruto de una extraña propuesta de Lord Byron y cuyos detalles encontraréis en manos de mejores entusiastas del género.
Ya sabemos que toda historia de terror, incluso aquellas más "gore", esconden un intensísimo trasfondo romántico, una agresiva sacudida a nuestros estímulos más primarios. Es recurrente el empleo de la sangre, como recordándonos que algo corre por nuestras venas y bombea nuestro pecho. Frankenstein es una historia romántica, mucho más que Drácula, mucho más que La Parada de los Monstruos, mucho más que Sissi. ¿Pero qué tipo de romance?
Se me antoja que tal vez Frankestein sea la compulsión de una mujer enamorada, el buceo incontenible en las miradas del prójimo, la inevitable exaltación en la seducción, la perpetua admiración por las líneas que dibuja el cuerpo ajeno, repito, la perpetua admiración por todas y cada una de las líneas ajenas... ¿quién me dice que la autora no pretendía ocultar tras ese repulsivo engendro exactamente su adorado ideal? ¿quién no quisiera reunir ese cúmulo de virtudes recogidas a partir de cada fragmento de piel de los amores que hemos vivido y que, desgraciadamente, poseen personas diferentes? ¿quién no quisiera superar lo personal e intransferible de esa otra colección de defectos, pero aún así inevitablemente cargados de un erotismo de alto voltaje por su irrepetible individualidad?
Pero, como en toda buena historia romántica, de terror quiero decir, la sublimación de los sentidos queda ajusticiada por un trágico final: descubrir que la maravillosa criatura, la perfección de nuestros sueños, tiene una propia identidad, un pensamiento que no nos pertenece, y que su búsqueda de la perfección no encuentra en nuestra imagen su reflejo. Cuando se rompen la magia de la creación, cuando descubrimos las costuras de nuestro encantamiento y las adoradas manos se vuelven ásperas, las sonrisas supuran bilis y los abrazos parecen rígidas tenazas, sólo nos queda la dolorosa venganza del reniego. Sólo podemos derribar el pedestal que construimos, convirtiendo aquella sublime criatura diosa de nuestros pensamientos en escoria. Sólo podemos trocar nuestras palabras de amor por lamentos de odio y repulsión. Sólo así, tal vez, podamos sobrevivir.
"F de Mary Shelley" es un juego de cámaras agitado, es un sudoroso y apasionado ejercicio de interpretación y dirección al servicio del propio autor, con el permiso del monstruo de Niro, monstruo por papel y talla cinematográfica. Pero el mal disimulado ego del gran Kenneth Branagh es también una excelente motivación para poner lo mejor de sí mismo en la adaptación del extraordinario relato de Mary Wollstonecraft Shelley. El propio nacimiento de la obra es de por sí inquietante, fruto de una extraña propuesta de Lord Byron y cuyos detalles encontraréis en manos de mejores entusiastas del género.
Ya sabemos que toda historia de terror, incluso aquellas más "gore", esconden un intensísimo trasfondo romántico, una agresiva sacudida a nuestros estímulos más primarios. Es recurrente el empleo de la sangre, como recordándonos que algo corre por nuestras venas y bombea nuestro pecho. Frankenstein es una historia romántica, mucho más que Drácula, mucho más que La Parada de los Monstruos, mucho más que Sissi. ¿Pero qué tipo de romance?
Se me antoja que tal vez Frankestein sea la compulsión de una mujer enamorada, el buceo incontenible en las miradas del prójimo, la inevitable exaltación en la seducción, la perpetua admiración por las líneas que dibuja el cuerpo ajeno, repito, la perpetua admiración por todas y cada una de las líneas ajenas... ¿quién me dice que la autora no pretendía ocultar tras ese repulsivo engendro exactamente su adorado ideal? ¿quién no quisiera reunir ese cúmulo de virtudes recogidas a partir de cada fragmento de piel de los amores que hemos vivido y que, desgraciadamente, poseen personas diferentes? ¿quién no quisiera superar lo personal e intransferible de esa otra colección de defectos, pero aún así inevitablemente cargados de un erotismo de alto voltaje por su irrepetible individualidad?
Pero, como en toda buena historia romántica, de terror quiero decir, la sublimación de los sentidos queda ajusticiada por un trágico final: descubrir que la maravillosa criatura, la perfección de nuestros sueños, tiene una propia identidad, un pensamiento que no nos pertenece, y que su búsqueda de la perfección no encuentra en nuestra imagen su reflejo. Cuando se rompen la magia de la creación, cuando descubrimos las costuras de nuestro encantamiento y las adoradas manos se vuelven ásperas, las sonrisas supuran bilis y los abrazos parecen rígidas tenazas, sólo nos queda la dolorosa venganza del reniego. Sólo podemos derribar el pedestal que construimos, convirtiendo aquella sublime criatura diosa de nuestros pensamientos en escoria. Sólo podemos trocar nuestras palabras de amor por lamentos de odio y repulsión. Sólo así, tal vez, podamos sobrevivir.

6,4
14.723
7
29 de marzo de 2009
29 de marzo de 2009
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
¡Órdago!
Imagínate que la suerte se puede poseer, e incluso transmitir. Imagínate que su valor es relativo, depende de quienes te rodean: si ellos tienen más suerte que tú, poco valdrá la tuya. Juegas a la primitiva y obtienes el pleno, pero llega un tipo que te soba (más o menos sutilmente) y así te arranca esa capacidad tuya para haber dado con la única combinación ganadora de entre infinitud de ellas. No te preocupes, también tú puedes quitarle la suerte a los demás, es como un mercadillo. ¿Qué haces con la suerte? No lo sé. Ni lo cuenta la película, ni tampoco soy tan afortunado como para experimentarlo. La cinta se concentra en explicar la lucha por ese intercambio de ´suertes´. Como avales para demostrar que la tienen: sobrevivir a un accidente de tráfico, no recibir un rasguño tras muchas corridas de toros, o ser el único superviviente de una accidente aéreo donde murieron los cientos de pasajeros restantes.
Pero a ver si me entero, ¿la suerte es azar, tiene que ver con los deseos, pinta algo la felicidad o se limita a su aspecto aleatorio? Si se estrella el avión donde viajo, muriendo mi gente más querida y yo sobrevivo, ¿eso es suerte? Y si lo es, ¿es buena o mala? Si no se estrella y vivo la aventura sentimental más apasionante pero nada fortuita, ¿también eso es suerte? Me temo que la película se distancia bastante de estas disquisiciones, que tristemente no pude evitar hacerme durante su proyección. También en esta ocasión lamentablemente (afortunadamente) no tengo ningún accidente aéreo en mi currículo.
Pero sigamos jugando con la propuesta del director canario. Como bien sabe la mayoría de jugadores: quien más arriesga, más tiene a ganar.
La solvencia técnica de ´Intacto´ resulta evidente: una composición trabajada, ambientación cuidada, fotografía y planos acertadísimos y actores con los que he salido muy satisfecho. Incluso el gancho promocional, muy atractivo (¿a quién no le inquieta conceptos como suerte, azar, destino? Todo perfecto. Muy profesional. ¿Demasiado profesional? ¿dónde está aquí el riesgo? ¿la aventura? ¿extender esa imaginación de una propuesta surrealista y encaminarla por veredas que aturdan al espectador? Parece ser que ésta es la principal queja del público, que también hago mía: ´esperábamos más´, porque ante un planteo tan resbaladizo, tan eterno y etéreo como el de la suerte, la única feliz escapatoria se encuentra en dejarse llevar por las propias neuras, infringiendo si es necesario las normas de la academia. En este caso esa ´locura´ o ´riesgo´ parece limitarse a la premisa que sirve de trailer.
Lo cierto es que ´Intacto´ funciona (y muy bien) como colección de cortos (posiblemente muchas de sus escenas serán utilizadas en los típicos ´collages´ recopilatorios de cine). Por eso desde ya canto órdago a los próximos trabajos de un Fresnadillo que ha demostrado poseer buenas iniciativas. Lo único que espero es que suba su apuesta por el desenfreno. ¿Alguien se anima a apostar?
Imagínate que la suerte se puede poseer, e incluso transmitir. Imagínate que su valor es relativo, depende de quienes te rodean: si ellos tienen más suerte que tú, poco valdrá la tuya. Juegas a la primitiva y obtienes el pleno, pero llega un tipo que te soba (más o menos sutilmente) y así te arranca esa capacidad tuya para haber dado con la única combinación ganadora de entre infinitud de ellas. No te preocupes, también tú puedes quitarle la suerte a los demás, es como un mercadillo. ¿Qué haces con la suerte? No lo sé. Ni lo cuenta la película, ni tampoco soy tan afortunado como para experimentarlo. La cinta se concentra en explicar la lucha por ese intercambio de ´suertes´. Como avales para demostrar que la tienen: sobrevivir a un accidente de tráfico, no recibir un rasguño tras muchas corridas de toros, o ser el único superviviente de una accidente aéreo donde murieron los cientos de pasajeros restantes.
Pero a ver si me entero, ¿la suerte es azar, tiene que ver con los deseos, pinta algo la felicidad o se limita a su aspecto aleatorio? Si se estrella el avión donde viajo, muriendo mi gente más querida y yo sobrevivo, ¿eso es suerte? Y si lo es, ¿es buena o mala? Si no se estrella y vivo la aventura sentimental más apasionante pero nada fortuita, ¿también eso es suerte? Me temo que la película se distancia bastante de estas disquisiciones, que tristemente no pude evitar hacerme durante su proyección. También en esta ocasión lamentablemente (afortunadamente) no tengo ningún accidente aéreo en mi currículo.
Pero sigamos jugando con la propuesta del director canario. Como bien sabe la mayoría de jugadores: quien más arriesga, más tiene a ganar.
La solvencia técnica de ´Intacto´ resulta evidente: una composición trabajada, ambientación cuidada, fotografía y planos acertadísimos y actores con los que he salido muy satisfecho. Incluso el gancho promocional, muy atractivo (¿a quién no le inquieta conceptos como suerte, azar, destino? Todo perfecto. Muy profesional. ¿Demasiado profesional? ¿dónde está aquí el riesgo? ¿la aventura? ¿extender esa imaginación de una propuesta surrealista y encaminarla por veredas que aturdan al espectador? Parece ser que ésta es la principal queja del público, que también hago mía: ´esperábamos más´, porque ante un planteo tan resbaladizo, tan eterno y etéreo como el de la suerte, la única feliz escapatoria se encuentra en dejarse llevar por las propias neuras, infringiendo si es necesario las normas de la academia. En este caso esa ´locura´ o ´riesgo´ parece limitarse a la premisa que sirve de trailer.
Lo cierto es que ´Intacto´ funciona (y muy bien) como colección de cortos (posiblemente muchas de sus escenas serán utilizadas en los típicos ´collages´ recopilatorios de cine). Por eso desde ya canto órdago a los próximos trabajos de un Fresnadillo que ha demostrado poseer buenas iniciativas. Lo único que espero es que suba su apuesta por el desenfreno. ¿Alguien se anima a apostar?
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