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Críticas 235
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
20 de abril de 2009
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y bueno, ayer di carpetazo con tristeza a mi ciclo Cassavetes repasando esta pequeña joya, seguramente la película más modesta que filmó al margen de los estudios.
A excepción de Faces, que he de admitir con amargo escozor que se me vino un poco abajo en esta revisión, cosa que no me sorprende al pensar lo mitificadísima que la tenía y que no la había vuelto a ver desde la primera vez, 14 Years hace ya, y de Love Streams, que vi por primera vez recientemente, todas y cada una de las películas de su buena época han subido un escalafón en mi ranking personal. Y ésta no ha supuesto la excepción. Aquí Cassavetes saca a pasear como en ninguna de sus obras ese romanticismo de doble filo que tan bien manejaba, adoptando también un ritmo narrativo más ágil, para facturar lo que sería una comedia romántica a la Cassavetes. Gena Rowlands, la gran Gena Rowlands, a parte de estar tan impresionante como de costumbre, también luce especialmente bella, y Seymour Cassel, con ese delicioso look de cuarto hermano de los Freak Brothers, brilla también con luz propia. Ambos dos conforman una de las parejas más arrebatadora y desesperadamente románticas que recuerdo. Una delicia de película.
Qué bonito fue mientras duró.
Hasta pronto, Cassavetes.
19 de junio de 2009
24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Grata sorpresa.
Esta es una película enferma, muy de su tiempo, los 70, pero que aún arrastra muchos de los tics revolucionarios de finales de los 60, y esto es lo peor de la función, cierto aire trasnochado en la realización. Pero a mi juicio es un mal menor, por que esta es una película enferma, que asume parte de esos tics pero que también baila sobre su tumba. De ritmo y montaje frenéticos, solapando escenas con absoluto frenesí, quizás demasiado abrupta y embarulladamente, de diálogos rápidos y punzantes. La cocaína aparece esporádicamente pero en realidad es una película rebozada en cocaína, de personajes dislocados y vidas rotas y disolutas, perfecto reflejo de aquella época, con la música disco reinante como BSO constante. Gran trabajo el de Brooks, que contaba por entonces con 65 veranos, retratando y adaptando su característica desesperación a esa época y a la locura de entonces. Y luego está Diane Keaton, en el papel más radical y libertino de su carrera, dando el do de pecho el mismo año que también protagonizó Annie Hall, cuya caída en los abismos de la noche, la droga y la lujuria es francamente refrescante. También da tumbos por aquí Richard Gere en su primer papel de calado, desprendiendo ese indudable carisma y ese desparpajo desbocado que tan buenos resultados le dio en Oficial Y Caballero o Vivir Sin Aliento, antes de que empezara a tirar su carrera por el desagüe. Y luego está Tom Berenger, debutando en los últimos diez minutos de la función, diez minutos crudos, enfermizos y de pegada inolvidable.
En definitiva, una película con ciertos lastres pero memorable.
Y enferma, deliciosamente enferma.
8 de mayo de 2009
24 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra maravilla que sumar a la saca de Rossellini y un giro en su filmografía de lo más inesperado. A tenor de las pocas puntuaciones que alberga en nuestra web amiga y la ausencia de reseña alguna me esperaba una obra menor con todas las letras, pero la presencia inabarcable de Ingrid Bergman hizo que me lanzara de cabeza. E hice bien. Aquí Rossellini factura un drama preñado de su habitual desesperanza pero dotado de un suspense hitchcockiano logradísimo que prácticamente convierte la película en una intriga trepidante y absorvente, comprimida en 72 minutos (la versión USA contiene 12 minutos más de metraje pero no logré dar con ella) de un vigor narrativo sin fisuras. De nuevo, una Ingrid Bergman más allá del elogio, como bien la definió Bucco recientemente a colación de la extraña y fascinante Stromboli, se erige en absoluta reina de la función. Memorable también la hipnótica BSO, que parece compuesta por un primo hermano de Bernard Herrmann. Y como no, de nuevo una gran labor de Rossellini a los mandos, aunque esta vez el guión no lleve su firma. Quizás se venga un poco abajo en ultimísima instancia, con un final un tanto abrupto y discordante, aunque puede que aquí esa versión USA tuviera algo que decir.
Muy recomendable.
12 de marzo de 2010
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Qué película tan especial, tan entrañable. No puedo más que compartir la euforia de mi compañero de barra en la licorería y su reivindicación del azúcar bien refinado. Qué placer reencontrarse con las viejas maneras cuando menos te lo esperas, en una película olvidada de la que nunca habías leído o escuchado. Una película con un ritmo endiablado, el viejo ritmo de los años 40 y 50 en Jolibud, de los artesanos del oficio. Un ritmo así es prácticamente impensable en una película de hoy en día. Se han perdido las viejas maneras, ya sabéis. Y hablamos de ritmo, eficacia narrativa y un buen dibujo de personajes, todo en uno. La primera media hora es todo un banquete en este sentido. Dirigida con pulso firme por Anatole Litvak, un tipo que nunca llegó a rodar ninguna obra maestra pero que jamás me ha decepcionado hasta ahora, y capitaneada por un fantástico Cagney, Cagney, ese coloso, flanqueado por un espléndido Anthony Quinn, prácticamente en su primer papel de cierta enjundia, que encarna aquí al malo maloso de la función y reluce como un par de zapatos nuevos, y Ann Sheridan, tan maravillosa como siempre. La película, de un romanticismo arrebatador, algunos dirán acartonado, yo digo arrebatador, otros dirán ñoño, yo digo "se te ha caído la pastilla de jabón", es una particular mezcolanza de drama romántico, pugilístico, con sombreados de cine negro y espíritu de musical. Un paseo nocturno por el bulevar de los sueños rotos que pasa por la calle de la ambición, sin duda uno de los lastres más pesados que puede acarrear un ser humano, encarnado en el personaje de Sheridan, y en la calle opuesta, Cagney, dando vida al tipo tranquilo, sencillo, y henchido de amor en el que uno se ve, o quisiera verse, irremediablemente reflejado. Una verdadera pena que el guión haga aguas en algún que otro momento y se pare a beber de los abrevaderos más habituales, por que la película no lo merece. Pero ésto acaba por ser pecata minuta, por que la sensación de triunfo y el canto al algodón de azúcar bien refinado que le hincha a uno el pecho cuando desfilan los créditos, y se percata de que algo se le ha metido en el ojo, esa sensación es la que perdura. Mi compañero de barra da con la palabra justa; enternecedora. Eso, o es que hoy he vuelto a tener uno de esos días.
15 de diciembre de 2009
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Irregular western de Fuller, el gran Fuller, lastrada por un guión folletinesco que asalta la barrica de los tópicos del género hasta dejarla seca, pero de una manera peculiar, cierto es. No es el primer traspiés que contemplo de Fuller, el gran Fuller, todavía estoy intentando averiguar qué es lo que ven mis almas gemelas en Perro Blanco, y también repiquetea todavía en mi cabeza la decepcionante Yuma, lo que viene a demostrar que el western no era el género en el que mejor demostraba su cintura, Fuller. Pero sí que se trata sin duda de la mayor decepción que me he llevado con él si nos atenemos a la fastidiosa ecuación que incluye a las expectativas y la cruda realidad. Algunos bramarán que se trata de un western atípico y basarán en eso sus salvas, pero no, esas balas no llegarán muy lejos. Por que no se puede obviar ese atropellado guión, ebrio cual Dhul de tópicos, ni tampoco se puede obviar a la Stanwyck, la gran Barbara Stanwyck, más floja que recuerdo ver en pantalla, ni la falta de carisma absoluta que demuestra su partenaire, el tal Barry Sullivan. Y menos aún se pueden obviar esas dos baladas que cuelan con calzador y que rompen el ritmo parkinsoniano de la función y provocan el sonrojo de cualquiera con un mínimo de rock'n'roll en el pecho. Pero lo que desde luego no se puede obviar es el final más vergonzoso y almibarado que rodó Fuller en su vida, con el que no he reventado la pantalla del televisor de un pantuflazo por que hoy tengo el día tranquilo. Pero ésta se la guardo a Fuller, que pese a todo, salva el evento del desastre total regalando un buen puñado de planos y secuencias aisladas memorables y algún que otro diálogo digno y rescatable.
De todos modos, ésta te la guardo, Fuller, por mis tachuelas.
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