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Críticas ordenadas por utilidad
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5,6
46
8
20 de abril de 2016
20 de abril de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pronto hará dos meses del fallecimiento de Douglas Slocombe, director de fotografía cuyo nombre se asocia a películas que todo el mundo guarda en la memoria, tanto “de autor”, como “comerciales”, desde El sirviente, de Joseph Losey hasta En busca del arca perdida, de Spielberg. Si inicio la crítica de esta película de Charles Crichton por él es porque el blanco y negro de La isla soñada con que se retrata la ciudad de Dublín, amén de los interiores donde transcurre esta poética comedia, me ha traído a la memoria las otras dos película de Crichton que he recomendado con fervor desde este Ojo cosmológico, El tercer secreto, accesible, ignoro si por desidia de los propietarios del copyright o por infame transgresión del mismo, para quien no quiera perdérsela, en YouTube, y Clamor de indignación, Hue and cry, ambas extraordinarias y ambas, claro está, con fotografía de Slocombe. La excelencia de la fotografía en todas esas películas les concede a las mismas una pátina de calidad que luego el director se encarga, con la puesta en escena y impecable narración, de acreditar definitivamente, amén de la indiscutible bondad del trabajo de los actores, sobresalientes en La isla soñada, aun a fuer de desconocidos para el gran público, porque la película se nos presenta, en apariencia, como un producto local, una comedia de la Ealing, la gran fábrica del cine inglés de posguerra, especializada en un género, la comedia, que no excluye, por supuesto, cierta crítica social y un exquisito gusto por la sátira “al modo inglés”, esto es, la sutileza extrema de la ironía. De los estudios Ealing, además de las de Crichton, ya señaladas, conviene recordar que salieron clásicos del cine como Passport to Pimlico (1949), The Lavender Hill Mob (1951), The Man in the White Suit (1951) y The Ladykillers (1955). Es decir, que, a pesar del “localismo” de sus producciones, o precisamente por ello, se rodaron en esos estudios, los primeros de la historia del cine, verdaderas joyas del cine mundial.
La isla soñada, cuyo título en inglés Another shore (“Otras costas” podríamos traducir) acentúa la poeticidad del argumento, tiene un planteamiento sencillo entre la necesidad de evasión de la chata realidad y la aceptación de la misma, con la cereza del pastel que es el amor. La dialéctica entre la libertad y el sometimiento a la rutina es constante a lo largo de la película, cuyo protagonista se debate entre perseguir su sueño, irse a una isla del pacífico, la idealizada Charatonga, o aceptar el amor de una mujer y construir con ella su vida “como todo el mundo”, desoyendo la llamada de esa vida idealizada. Como anda más que escaso de bienes propios, el protagonista frecuenta cada día un cruce de la ciudad de Dublín en el que se producen más accidentes de tráfico, con el fin de adelantarse a socorrer a algún anciano o anciana que, agradecidos, le nombren su heredero y pueda reunir las 200 guineas (algo más de 200 libras) que le cuesta el pasaje a la libertad. Con quien se encuentra es, sin embargo, con un borrachín, controlado por su hermana, a quien vigila su chófer, pero que, como él, es un enamorado de Tahití, adonde invita a viajar al soñador con él, una vez ha fallecido su hermana y puede volver a disponer de su dinero. La comedia, entonces, se acerca algo que podríamos considerar un “desmelenamiento” de la trama, sin llegar a la screw ball comedy, y progresa con divertidas y aceleradas secuencias hacia un final en el que la mujer enamorada fuerza al azar para impedir que se vaya el “hombre de su vida”. Las escenas en la feria, antes del desenlace, tienen una fuerza visual y sociológica enorme, a lo que contribuye no poco el blanco y negro de Slocombe, de quien Spielberg comentaba que jamás le había visto usar el fotómetro… El planteamiento puede parecer algo insulso, esa tensión entre el soñador irredento y la dura realidad, pero, a su modo, me recuerda no poco la excelente película de John Schlesinger, Billy , el embustero, con un sorprendente Tom Courtenay y la aparición espectacular de una jovencísima Julie Christie, película que acaso debería haber criticado aquí, ahora que la recuerdo. A pesar, digo, de ese arranque poético que tiene la película, esta progresa con buen pie hacia un desenlace que, ajustado al principio de realidad, pretende comunicar un optimismo muy apropiado para una película realizada en la inmediata posguerra, tal y como sucedía en Clamor de indignación, sin que, por ello, ninguna de esas películas pueda ser tildada de cine propagandístico. A mí me parece que Crichton es un autor que debería ocupar un lugar más importante en el cine europeo y, por descontado, en el inglés, pero tiempo vendrá en que eso suceda, porque sucederá.
La isla soñada, cuyo título en inglés Another shore (“Otras costas” podríamos traducir) acentúa la poeticidad del argumento, tiene un planteamiento sencillo entre la necesidad de evasión de la chata realidad y la aceptación de la misma, con la cereza del pastel que es el amor. La dialéctica entre la libertad y el sometimiento a la rutina es constante a lo largo de la película, cuyo protagonista se debate entre perseguir su sueño, irse a una isla del pacífico, la idealizada Charatonga, o aceptar el amor de una mujer y construir con ella su vida “como todo el mundo”, desoyendo la llamada de esa vida idealizada. Como anda más que escaso de bienes propios, el protagonista frecuenta cada día un cruce de la ciudad de Dublín en el que se producen más accidentes de tráfico, con el fin de adelantarse a socorrer a algún anciano o anciana que, agradecidos, le nombren su heredero y pueda reunir las 200 guineas (algo más de 200 libras) que le cuesta el pasaje a la libertad. Con quien se encuentra es, sin embargo, con un borrachín, controlado por su hermana, a quien vigila su chófer, pero que, como él, es un enamorado de Tahití, adonde invita a viajar al soñador con él, una vez ha fallecido su hermana y puede volver a disponer de su dinero. La comedia, entonces, se acerca algo que podríamos considerar un “desmelenamiento” de la trama, sin llegar a la screw ball comedy, y progresa con divertidas y aceleradas secuencias hacia un final en el que la mujer enamorada fuerza al azar para impedir que se vaya el “hombre de su vida”. Las escenas en la feria, antes del desenlace, tienen una fuerza visual y sociológica enorme, a lo que contribuye no poco el blanco y negro de Slocombe, de quien Spielberg comentaba que jamás le había visto usar el fotómetro… El planteamiento puede parecer algo insulso, esa tensión entre el soñador irredento y la dura realidad, pero, a su modo, me recuerda no poco la excelente película de John Schlesinger, Billy , el embustero, con un sorprendente Tom Courtenay y la aparición espectacular de una jovencísima Julie Christie, película que acaso debería haber criticado aquí, ahora que la recuerdo. A pesar, digo, de ese arranque poético que tiene la película, esta progresa con buen pie hacia un desenlace que, ajustado al principio de realidad, pretende comunicar un optimismo muy apropiado para una película realizada en la inmediata posguerra, tal y como sucedía en Clamor de indignación, sin que, por ello, ninguna de esas películas pueda ser tildada de cine propagandístico. A mí me parece que Crichton es un autor que debería ocupar un lugar más importante en el cine europeo y, por descontado, en el inglés, pero tiempo vendrá en que eso suceda, porque sucederá.
19 de enero de 2017
19 de enero de 2017
5 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Está claro que si cae, como así ha sido, en mis manos una obra de Charles Crichton, de quien ya llevo criticadas varias, y muy elogiosamente, no voy a renunciar a verla y, si lo estimara conveniente, como así ha resultado ser, hacer la crítica correspondiente. Estamos ante una película solo apta para nostálgicos de un cine que ya no volverá y que incluso ya había desaparecido cuando se rodó esta película, los famosos productos de la productora Ealing. Hay algo anacrónico en La batalla de los sexos, que es casi un género dentro del cine, porque, en pleno siglo XXI, resultan imposibles de aceptar las premisas de las que parte la película: una emprendedora mujer usamericana pretende cambiar de arriba abajo una empresa, aplicando nuevos métodos de organización, producción e incluso orientación del género, teniendo en cuenta que la ejecutiva pretende que el dueño, de quien va poco a poco enamorándose, deje de fabricar prendas de auténtica lana escocesa y orientarse hacia las fibras sintéticas, algo que, como es fácil de entender, es recibido como una auténtica herejía en una empresa de índole casi pre-capitalista, a juzgar por sus artesanales modos de producción, gestión y venta. El hijo es algo así como un retrasado que ha heredado, para desgracia de su padre, un negocio que puede acabar yendo a la ruina en sus manos si Martin, el gerente de la empresa, ¡todo un personaje perfectamente caracterizado e interpretado por Peter Sellers!, no lo impide. Desde que el hijo pone la empresa en manos de la ejecutiva usamericana, Martin no tendrá otro objetivo que boicotear esos intentos de modernización para mantenerse dentro de los límites de la estricta tradición en cuyo confortable seno la empresa ha progresado lo suficiente como para dar de comer a cuantos viven de ella, y cuyos puestos peligran por los afanes renovadores de la “intrusa” en un mundo no solo de hombres, sino de escoceses más que apegados a sus centenarias tradiciones. Desde ese punto de vista, la película no solo es un choque entre la eficacia empresarial de hombres y mujeres -la visita de la ejecutiva a la oficina siniestra donde se lleva la contabilidad de la empresa es desternillante-, sino también entre una mentalidad innovadora, la usamericana, y una mentalidad arcaizante, la escocesa. Sí, va a haber, en la película, un hermoso desfile de tópicos perfectamente desarrollados en clave cómica por unos actores secundarios que otorgan a la película una naturalidad tan extraordinaria que, en no pocas ocasiones, más nos parece asistir a la proyección de un documental que de una ficción. Crichton combina perfectamente los exteriores de Edimburgo y los interiores de la empresa, con una escapada a las Islas Hébridas, donde viven los 700 tejedores artesanales que trabajan para la empresa, (¡para desesperación de la ejecutiva usamericana, empeñada en levantar una fábrica que agrupe la producción reduciendo los costes!). El blanco y negro con que Crichton retrata Edimburgo, y los espacios siniestros de la oficina anclada en el tiempo, consigue unos efectos de calidad que nos permiten sentirnos confortables dentro de una historia cuya excesiva ingenuidad, sobre todo por parte del gerente, Martin, puede parecerle a no pocos espectadores excesiva e incluso algo ñoña, pero cuando se consuma la unión sentimental entre la ejecutivo y el propietario, una excelente pareja cómica, la formada por Robert Morley y Constance Cummings, eternos secundarios que aquí asumen un protagonismo que superan con excelente nota, hasta el punto de competir en eficacia cómica con ese genio de la interpretación que fue el complejo ser humano llamado Peter Sellers (y aprovecho para recomendar vivamente la más que interesante The Life and Death of Peter Sellers, en España Llámame Peter, de Stephen Hopkins); en ese momento, digo, el guion da un giro hacia el humor negro, con el intento de asesinato de la ejecutiva por parte de Martin, el gerente, que hace subir la película muchos enteros. Sin llegar a ser una película coral, es evidente que la “gran familia” de la empresa de tejidos conforma un bando que actúa perfectamente coordinado para lograr el supremo objetivo de impedir que el hijo tontorrón del difunto amo de la fábrica eche por tierra su memoria y su negocio. La película, así pues, está llena de detalles hilarantes que los degustadores de obras como Oro en barras, La isla soñada o Clamor e indignación sabrán saborear como corresponde, con esa sonrisa nostálgica de un mundo hace mucho perdido y del que películas como La batalla de los sexos guardan, ¡por fortuna!, inmarcesible memoria. Olvídense los espectadores de lo políticamente correcto, antes de sentarse a ver esta deliciosa comedia de un tiempo ido, y disfruten con esa ingenuidad propia de él, e irrepetible, ya. en esta era del recelo, del desengaño y de los derechos.

7,1
3.245
9
23 de enero de 2017
23 de enero de 2017
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Encontrar la ópera prima de Cassavetes, Sombras, el protoindie del cine usamericano, me ha servido para confirmar que desde su debut en el cine John Cassavetes no era un director al uso, sino una mirada nueva, distinta, a la realidad, tal y como se confirma en esta película que, como se indica al final de la misma en sobreimpresión, es el resultado de un ejercicio de improvisación, por más que tuviera un guion previo que marcara el desarrollo de las escenas. Estamos, pues, ante un intento de cinema verité estrictamente canónico, porque el desarrollo de la acción sigue la vida, sobre todo nocturna, aunque también hay alguna incursión diurna, como la salida a Central Park, de tres hermanos mulatos en la Nueva York de 1959, con una banda sonora de puro jazz, a cargo de Charles Mingus, no solo excelente músico de jazz, sino destacado activista en favor de los derechos de los negros, y de ahí, acaso, su aparición en esta película en la que la “cuestión racial” juega un papel tan importante en el fracasado emparejamiento de la protagonista con el joven blanco de quien se enamora y quien exhibe algo más que dudas a la hora de aceptar convivir con la mujer a quien acaba de desvirgar, unas secuencias excepcionales en las que ambos actúan con una sinceridad interpretativa que acongoja al espectador. La película tiene, sin embargo, muchas otras secuencias extraordinarias, como la del intento de ligue de los tres amigos, tres ninis talluditos y sin norte vital, que van viviendo un mucho adocenadamente, no queriendo enfrentarse a la realidad de la responsabilidad individual, como se pone de manifiesto en el encuentro en un bar en el que la hermana se opone a que su hermano y sus amigos la acompañen, a ella y a su Pigmalión enamorado, a un party literario en el que la protagonista conoce al joven desubicado en ese ambiente highbrow, un ecosistema intelectual perfectamente retratado por Cassavetes, con una ironía inmisericorde, muy pareja a la contemplada en no pocas películas del neorrealismo italiano. El hermano y sus dos amigos, blancos, por cierto, deciden, para demostrar que no son unos ignorantes, visitar el MOMA, y esas secuencias de su visita a las esculturas exhibidas en el jardín es un correlato del party intelectual al que asistirá su hermana en compañía de su Pigmalión. La película empalma situación tras situación mediante fundidos en negro que marcan el final de las escenas en las que los tres actores principales, los hermanos que comparten el piso, exhiben ante la cámara la desorientación vital que encarnan: el hermano intermedio, un trompetista de jazz obsesionado con Charlie Parker, de quien habla como de un dios; el hermano mayor, que arrastra por clubs de mala muerte una patética carrera de solista con anticuada voz de tenor y un representante que, cinematográficamente, vale su peso en oro; y la hermana pequeña que tiene aspiraciones artísticas, aunque su mentor critique sus realizaciones con el afán de contribuir a elevar su nivel de exigencia artística. Cuando el hermano mayor descubre, al volver de sus actuaciones, que su hermana sale con un blanco, lo echa de casa desconsideradamente, en una actitud, por cierto, nítidamente racista y propia de la radicalidad con que se vivía entonces el enfrentamiento racial, del que nos acaba de llegar a las pantallas una historia conmovedora: Loving, acaso próximamente en este Ojo… El party en casa de los hermanos, en el que una amiga se empeña en “venderle” un buen partido a la hermana pequeña, está a la altura del party intelectual descrito con anterioridad, y, más tarde, la paciencia del candidato en casa de los hermanos, sufriendo un inmerecido castigo de eterna espera a cargo de ella, es un fragmento de vida en estado puro, del mismo modo que lo es el baile de ambos, en el que el aspirante a los favores de la hermana exhibe una humanidad sobresaliente. La película, en maravilloso blanco y negro, que capta sobre todo el pulso de la noche de Nueva York , adquiere por momentos una naturaleza icónica, porque los planos de la ciudad “que nunca duerme”, en la mejor tradición del cine negro usamericano, destacan un mundo referencial de imágenes con las que los cinéfilos hemos crecido, y si a ello se le suma la banda sonora, la complacencia sube muchos grados. De igual manera, el retrato de los tres hermanos abunda en el uso de los primeros e incluso primerísimos planos, lo que permite que, más allá del guion de partida, sean sus miradas y sus gestos los vehículos de la expresión acabada de sus muy diferentes personalidades, lo que los llevará de la fraternidad al enfrentamiento y de vuelta a la armonía y, más allá del tiempo acotado por la película, a futuros enfrentamientos, porque Sombras es un intento de describir la fluidez de la vida, su corriente profunda, por más que se perciban confusamente, como las sombras recortadas contra la noche que las engulle, porque los tres personajes son los primeros en percibir su propia confusión y sus miedos, motores implacables de sus vidas. Cassavetes no es un autor que se proponga complacer al público, sino acercarse a verdades existenciales de tomo y lomo. Esta película no triunfó en Usamérica, pero sí en Europa, de donde regresó a Usamérica casi como una novedad europea, lo que le permitió, después, rodar la clásica e impactante Un niño espera, un melodrama contundente que sobrecoge al espectador. Más tarde vendrían obras maestras como Noche de estreno, por ejemplo, en la que su mujer Gena Rowlands hace inservibles los adjetivos para describir su interpretación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si alguien se pregunta de dónde sale Stranger tan Paradise, del patersoniano de moda Jim Jarmusch, haría bien en visionar Sombras para darse cuenta de que no hay hijos sin padres, de que casi todo está filmado, desde Griffith, y de que John Cassavetes bien puede situarse a la altura de genios del cine como Orson Welles, a su manera…y salvando las distancias, claro está. A título anecdótico, es curiosa la aparición de Cassavetes en la película como defensor de la hermana cuando, en su regreso a casa desde la estación, tras despedir a su hermano mayor, un extraño se le acerca con agresivas intenciones, cuando ella se para a contemplar las fotos de la película en el vestíbulo de un cine. Enseguida aparece Cassavetes empujando al extraño de un modo agresivo muy propio de violentos papeles suyos posteriores como actor, como en Doce del patíbulo, por ejemplo. Curioso autocameo, indeed.

6,7
20.572
9
22 de enero de 2017
22 de enero de 2017
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me alegra no haber hecho lo posible y lo imposible por ver ciertas obras que he ido dejando voluntariamente pendientes hasta encontrar el momento idóneo para verlas sin otro condicionamiento que, en la mayoría de las ocasiones, su inmenso crédito crítico, no necesariamente acompañado del éxito popular, como es el caso, sin duda, de Cabeza borradora, una fantasía tétrica no especialmente apta para paladares cinematográficos hechos al cine complaciente de los grandes estudios y las multimillonarias producciones con artistas rebosantes del viejo glamour hollywoodiense. Hay que tener valor, lo reconozco, para asistir, impávido, a la proyección de esta película, en la que se mezclan a partes iguales lo sórdido, lo gore, lo deshumanizado, lo cruel, lo absurdo y lo genial, todo ello a partir de un guión muy simple que gira en torno a la existencia cohibida de un ser al que la vida le resulta inexplicable y al que la impotencia ata de pies y manos. Se trata de un ser que tiene más de autómata que de persona y que, por un azar, acaba, después de atravesar las ruinas apocalípticas de lo que se supone que es un extrarradio industrial en ruinas, ante la casa de quien fuera su novia. Entra, invitado a cenar, y saldrá de ella, de la invitación, convertido en marido y padre de un alien, no hay otra manera de designar el engendro que “cultivan” como hijo, la madre y él, hasta que ella, incapaz de soportar por más tiempo el llanto crónico de “eso” se vuelve a casa de sus padres y deja al protagonista solo con “la cosa” repugnante a la que, sin embargo, cuida con tierna solicitud. La ficción incluye un ser devastado por una enfermedad cutánea que mueve unas palancas mediante las cuales se activa, al parecer, la vida del protagonista, llena de miedo, de desorientación, de desconcierto y de sólidas rutinas en un mundo extrañísimo del que, como única liberación, es rescatado por la figuración de un escenario de suelo ajedrezado -muy lynchiano en el futuro- donde una mujer de dulce expresión y pómulos deformes, como megaamígdalas externas, baila y luego canta una canción promesa: En el cielo, todo será agradable. Ni siquiera hace falta insistir en que en la película de Lynch, algo así como la figuración del delirio de una mente enferma, la puesta en escena es capital para la transmisión del pathos opresivo que se respira a lo largo de toda la cinta. No quedan siquiera claros los límites del espacio en la película, excepto en algunos interiores como en la casa de la novia o en el taller del hacedor de lápices a partir de la masa cerebral de la desgajada cabeza del protagonista, sustituida, en su cuerpo, en una pesadilla del personaje, por la cabeza escuchimizada del alien. La desolada experiencia de la vida en pareja y la enfermiza visión de la maternidad predominan en la cinta, y ni siquiera una aventura con su atractiva vecina, encarnación de la femme fatale, es capaz de distraer del horror en que vive el protagonista. Resulta especialmente duro el momento en que se imagina durmiendo de nuevo con su mujer y va sacando de ella una especie de espermatozoides gigantes que son los hijos de la parturienta, hijos que el protagonista va lanzando sucesivamente contra la pared, contra la que explota la masa encefálica de los mismos…; los mismos seres que “llueven” sobre el escenario donde la cantante carifarta los va pisando con idéntico efecto. La banda sonora va más allá de la música para orquestarse en forma de ruidos agudos e hirientes que acompañan el desarrollo de la acción y, al tiempo, transmiten el sinsentido de una historia cuyo progreso está en manos del movedor de palancas que activan el destino del personaje. Si tétricos son los paisajes del declive industrial por los que se mueve el protagonista con una parsimonia temerosa que se explica no solo a través de sus andares sino, sobre todo, de sus miradas: la exacta representación de la perplejidad y la ignorancia; no menos tétrico es el espacio donde se aloja el protagonista, algo así como una habitación fantasmagórica en un hotel sin personal y en ruinas. La actuación de Jack Nance es determinante para seguir la mínima acción de la historia con el interés que su figura despierta. Visto desde hoy, incluso estaríamos tentados de pensar que toda la película se podría considerar un imaginativo videoclip de algún cantante o grupo extravagantes o transgresores. Y no hay más que pensar en el último vídeo de Bowie, Lazarus, para saber de qué hablo. Esta ópera prima de Lynch tiene la virtud de contener todo su mundo, el que habría de venir después, diseminado en películas y una serie modélica hasta que se le fue la pinza. Todo está aquí, desde el barroquismo tenebroso de las imágenes, a lo Valdés Leal -La retirada de los sarracenos, por ejemplo- y a lo Gutiérrez Solana, hasta el estilismo depuradísimo de una puesta en escena en la que no parece haber objeto que no se revista de un aura simbólica mediante la que parece articularse el sentido de la película. Bien es cierto que la obra transcurre totalmente por la noche, pero ello forma parte de esa pesadilla en la que vive el protagonista y que él acaba confundiendo con su verdadera realidad. El final, sin embargo, actúa como una instancia consoladora, reparadora, tras tanto horror a manos llenas y total desesperanza.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No es una película fácil ni amable, que conste, pero sí, aun en su deliberada oscuridad, luminosa, brillante, epítome de un mago de las imágenes sombrías como siempre ha demostrado ser David Lynch. No es un mundo fácil ni atractivo, sino complejo y repulsivo. Pero seremos muchos, me imagino, los que veamos, más allá del feísmo como dogma de fe, una visión nihilista y terrible de la vida, un lugar nada pero que nada amoenus, ¡y, sin embargo, tan atractivo! Recordemos que trabajó en esta ópera prima durante cinco años, que la rodó con un presupuesto mínimo y que Lynch es autor de todo, prácticamente, hasta de los efectos especiales: estamos en presencia, pues, de una obra que es un prodigio de cine "artesano", además de totalmente transgresor.
6 de marzo de 2020
6 de marzo de 2020
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si mi costumbre de ver películas mientras corro en el tapiz rodante tiene que ver con algún descenso en ni espíritu crítico, como si me relajara y estuviera dispuesto a verle bondades a casi cualquier película, pero he de reconocer que esta desconocido western, en su variante de comedia, me ha hecho pasar un rato estupendo, a lo que contribuye decisivamente la actuación de un jovencísimo Glenn Ford de 25 años, cuya vis cómica tiene una efectividad que no me hubiera imaginado, porque tampoco es un actor por el que sienta especial predilección, aunque reconozco su extraordinario nivel de calidad. La película, de un metraje muy ajustado, que impide andarse por las ramas o desviarse en secuencias de relleno, tiene un arranque estupendo con ambos protagonistas, Ford y Penny Singleton metidos en la caravana que los lleva al pueblo, a una como sobrina del dueño del Saloon, al otro como nuevo sheriff del pueblo. El ataque de los indios, resuelto con tanto humor como excelente brío en las secuencias de acoso y derribo, según de qué lado se dispare nos preparan para una acción que va a centrarse en el acoso de una banda de maleantes para hacerse con la riqueza y el poder de un pueblo en el que el dueño del Saloon y café cantante tiene un protagonismo especial. La película ha de considerarse un musical por los muchos números, todos ellos de mucha calidad, que animan el desarrollo e la historia. ¡Ojo!, porque el gran peso de ese apartado musical recae en una singular bailarina, especialista en claqué, Ann Miller, cuya calidad deja boquiabierto al espectador. Pocas mujeres en la historia del musical han bailado el también llamado "tap dance" . El numero en que exhibe sus cualidades en la barra del Saloon es maravilloso. Para un aficionado al western, la comedia y el musical, ¡ninguna película más entretenida que esta para correr 10 kilometros disfrutando de la lindo! La parte musical de la película se completa con un número de música "country" con un sabor genuino de ese estilo musical, y puedo asegurar que a quien sea aficionado a él va a disfrutar en grande.
La película arranca con un conflicto sexual de primera magnitud, porque el padre de la protagonista, que quería un hijo a toda costa, decidió llamar Bill a su hija, en vez del Belinda con que fue bautizada. Con todo, el padre la enseñó a disparar y otras artes de defensa que acabará luciendo a lo largo de la historia, porque es muy de señalar la excelente pelea entre las dos mujeres de la historia, ella y la cantante estrella del Saloon, una vez que se ha descubierto la trama del doble juego de uno de los "prohombres" de la localidad. El inevitable enamoramiento de los dos jóvenes, que arranca del momento de su defensa contra los indios en la caravana y por el decidido empeño de él en casarse con ella, va a tener unos divertidos lances que irán aplazando el momento del sí hasta prácticamente el final de la película.
De verdad, jamás había visto una actuación tan divertida de Glenn Ford, un punto histriónica y como de comedia "screwball", un género en el que nadie podía competir con Cary Grant, aunque en esta me lo recordó en varios momentos, aunque manteniendo siempre su excelente singularidad interpretativa. Con todo, la narración está muy bien planteada y permite seguir sus alternativas con total interés por el desenlace de la trama. Nada se aparta de los trillados caminos de las habituales obras del género, pero la vertiente cómica que se entremezcla con el fondo serio de la historia le proporciona a la película un interés inusitado. Supongo que la película no ha sido estrenada en España, porque me ha sido imposible encontrar siquiera una traducción del título, pero les aseguro a los posibles espectadores que el festivo espíritu con que ha sido dirigida e interpretada esta comedia no les dejará indiferentes. ¡Espero!
La película arranca con un conflicto sexual de primera magnitud, porque el padre de la protagonista, que quería un hijo a toda costa, decidió llamar Bill a su hija, en vez del Belinda con que fue bautizada. Con todo, el padre la enseñó a disparar y otras artes de defensa que acabará luciendo a lo largo de la historia, porque es muy de señalar la excelente pelea entre las dos mujeres de la historia, ella y la cantante estrella del Saloon, una vez que se ha descubierto la trama del doble juego de uno de los "prohombres" de la localidad. El inevitable enamoramiento de los dos jóvenes, que arranca del momento de su defensa contra los indios en la caravana y por el decidido empeño de él en casarse con ella, va a tener unos divertidos lances que irán aplazando el momento del sí hasta prácticamente el final de la película.
De verdad, jamás había visto una actuación tan divertida de Glenn Ford, un punto histriónica y como de comedia "screwball", un género en el que nadie podía competir con Cary Grant, aunque en esta me lo recordó en varios momentos, aunque manteniendo siempre su excelente singularidad interpretativa. Con todo, la narración está muy bien planteada y permite seguir sus alternativas con total interés por el desenlace de la trama. Nada se aparta de los trillados caminos de las habituales obras del género, pero la vertiente cómica que se entremezcla con el fondo serio de la historia le proporciona a la película un interés inusitado. Supongo que la película no ha sido estrenada en España, porque me ha sido imposible encontrar siquiera una traducción del título, pero les aseguro a los posibles espectadores que el festivo espíritu con que ha sido dirigida e interpretada esta comedia no les dejará indiferentes. ¡Espero!
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