Un interesante ejercicio de cine negro con un metraje excesivamente largo, quizá por la doble trama del protagonista (el guapo de Adrien Narices Brody).
El ambiente de la industria del cine de Hollywood con su mafia, el culto al cuerpo de oleadas de aspirantes al éxito, el mundo de apariencias que envuelve a un superman con crisis de identidad, hacen de Hollywoodland una película original, con una banda sonora muy cuidada y una fotografía acertada.

La producción italiana: Cover Boy, dirigida por Carmine Amoroso, se adentra en la amistad de Ioan, un emigrante rumano hijo de la revolución poscomunista y Michele un obrero romano desencantado.
Con una fotografía impecable y evocadora que se recorre la fotogenia y anatomía del protagonista: Eduard Gabia, que se despelota en cuatro momentos de la película; Cover-boy: La última revolución no deja de ser un retrato esperanzador sobre la solidaridad y los límites morales de la sociedad occidental.

Primer largometraje del británico Sam Ellis que firma también un guión de poca consistencia y grandes dosis de estilo videoclipero, acelerado o ralentizado según el caso, sobre los tormentos vitales de un universitario en tránsito a la madurez emocional desde que sufre el traumático abandono de su novia.
A través de un poco conseguido recurso a la ciencia ficción cotidiana, una especie de realismo mágico a la inglesa; Ellis nos presenta todo un álbum de esteticismos y juegos de montaje completamente vacíos de contenido.
Para utilizar la voz en off del protagonista durante casi todo el metraje, o eres un genio o caes en el absoluto aburrimiento como es el caso de Cashback, que repite grandes tópicos de hoy y de siempre sobre el pasado y los inicios del protagonista en el amor y el sexo: La vecinita cachonda, las revistas de tetas, mi primer beso y todo un alarde de originalidad, eso sí con una fotografía muy cuidada.
Con el punto de giro que Ellis propone a través del trabajo en horario nocturno del protagonista en un supermercado, volvemos a un presente casi onírico, donde el conflicto y el drama son los chascarrillos de sus compañeros de trabajo o el diálogo de besugos con la cajera de sus sueños.
En definitiva, Cashback es una de esas películas pretenciosas con más cáscaras que contenido, donde uno recrear la vista con la fotografía sin preocuparse demasiado por la historia.

Un pastelón pseudo-rojo que hace aguas.
Partiendo de la base que se instrumentaliza la historia real y se pone al servicio de ciertos intereses, la película no es nada nada creíble.
Resulta una gran ironía que la concepción del personaje cinematográfico de Puig Antich se nos plantee como una víctima pasiva de un sistema represivo, un mártir ( una figura muy extendida en la iconografía nacional-católica), y que obviamente no es un Salvador.
Con un planteamiento comercial épico del Salvador, con esta supuesta historia de héroe en un contexto hostil la película se convierte en una narración fragmentada que nada en un universo juvenil a caballo entre la psicodelia y la tradición, en el que la tragedia es melodrama y en el que lo verídico sucumbe ante las exigencias de lo dramático.