He aquí la nueva sorpresa de la temporada, el nuevo 'sleeper' que dicen los entendidos.
De entrada, y siempre según los entendidos, se supone que hay dos detalles que deberían llamarnos la atención y animarnos a ver la película: la creadora del guión y actriz principal es Zoe Kazan (nieta de Elia Kazan) y los directores son los mismos de «Pequeña Miss Sunshine». He de reconocer que el primero, más que animarme, casi me echa para atrás, pero, en cambio, fue el segundo el que me engañó.
A partir de este momento, la crítica adora la peli, nosotros nos lo creemos y la cinta asciende a los cielos... pero no.
Supuestamente es fresca y original, pero la idea de un chico joven que crea a una mujer (ya sea mediante tecnología o magia) y que luego puede controlar todos sus actos LA HEMOS VISTO MIL VECES.
Por supuesto, en esta ocasión también se les ha quedado en el tintero el hecho de que un 'poder' así pueda caer en manos de un tío un pelín salido. Que lo pueda utilizar para saciar sus más bajos instintos, vaya. Pero noooooo, el tío es poco menos que un fraile y las únicas menciones al tema las hace su hermano, que en la película nos lo hacen pasar por un asqueroso cerdo que solo piensa en eso. Me gustaría ver esta misma premisa en manos de Haneke.
Por otro lado, lo único fresco que hay en la peli es la estética, muy actual: casas súper modernas blanquísimas, gafas dosmildiezochenteras y ropa Lollipop, todo ello aderezado con una fotografía excesivamente brillante que satura sobremanera los colores. Mucho me temo que en esto «Ruby Sparks» sí que va a crear canon y posiblemente sea la norma a seguir a partir de ahora en este tipo de historias (comedias románticas con un toque de surrealismo).
Su hermana mayor («Pequeña Miss Sunshine») sí que cumplió con lo prometido: apareció de la nada, los críticos la adoraron, el público respondió, se activó el boca-oreja, era fresca, tenía ese toque diferente... pero, en cambio, «Ruby Sparks», no.
Por mucho que se empeñen, esta película es del montón, y eso no sería un problema si no se hubiesen empeñado en hacerla sobresalir de él.

Es cierto que muchas veces no necesitas conocer profundamente un contexto para entrar en una peli y disfrutarla. Pero también es cierto que, cuando ocurre esto, suele ser gracias a un buen trabajo de dirección y/o de guion.
Por desgracia, no estamos ante uno de estos casos.

La película se desarrolla como un tiro, desfilando por pantalla un largo plantel de familiares durante la celebración de una Nochebuena, pero en ningún momento llegas a comprender del todo qué relación hay entre ellos o quién es el hijo o hermano de quién.

Las situaciones se suceden una tras otra sin planteamiento previo, y los momentos humorísticos apenas funcionan.

Una pena, porque, aunque se adivina un espíritu afín al que creó Paul Thomas Anderson en «Licorice Pizza» o Richard Linklater en varias de sus obras, la película no termina de funcionar y el espectador acaba abrumado tras tantos acontecimientos inconexos y personajes que no termina de ubicar.