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Críticas ordenadas por utilidad
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6,4
19.336
9
7 de octubre de 2016
7 de octubre de 2016
29 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
En todas las artes y, en el cine no iba a ser menos, existe una cierta tendencia a vivir de los réditos. Vacas sagradas que traen al mundo terneros con el mismo garbo que antaño sin tener presente el momento. Viejas glorias resistentes a la evolución, anquilosadas. No es el caso del Paul Verhoeven que, con sus casi ocho décadas a cuestas, acaba de firmar una obra mayúscula. Un retrato certero donde la moralidad y el deseo entran en conflicto para un espectador que, bajo una ligera sonrisa, esconde sus vergüenzas. Curioso ejercicio de hipocresía el que deambula por la mente del títere que somos en manos de Verhoeven. ¿Realmente nos escandalizamos ante lo que vemos o ante lo que nuestro disfraz oculta?
Michèle Leblanc, víctima de una violación en el salón de su hogar, se dispone a limpiar los destrozos materiales del delito dejando a un lado los personales. La carta de presentación del personaje ya contiene un alto nivel de impacto y es que su reacción antinatural determina el resto del metraje. Primera declaración de intenciones del autor de Instinto Básico, que lejos de buscar la controversia de manual aboga por un cinismo cuestionable. Con escasa sutileza reparte contra la sociedad inquisidora en que nos hemos convertido. "Nuestra verdad es la verdad" es el lema contra el que arremete y cualquier comportamiento periférico, que no es más que el fruto de una tajante imposición social, lo condenamos.
Es fascinante la habilidad de Verhoeven repartiendo migajas para dar a conocer al espectador una conducta tan imprevisible como la de Michèle. Estigmatizada por un pasado, otra vez impuesto por voces judiciales que siguen a rajatabla eso de más vale una imagen que mil palabras, se dedica a la industria de los videojuegos. No es arbitraria esta decisión. Frente a la pantalla mandamos, nos camuflamos en un Dios dictatorial y manejamos las decisiones de nuestros personajes. No hay máscaras. Nuestro instinto se presenta más primario que nunca, sin remordimientos, sin análisis. Somos libres. Cómo lo es Michèlle. Sólo que ella sí es visible y aprovechamos para verter sobre su figura nuestros deseos, inseguridades y obscenidades.
Hija del Buñuel más provocador y prima hermana del Crash de Cronenberg, Elle continuamente muta de géneros. Del perverso thriller erótico al cine negro hitchcokiano, de la comedia costumbrista al drama desaforado. Juego de malabares en manos de su creador, que disfruta como un niño conduciendo a su público por dónde quiere. También a ella, a la principal artífice de plasmar en el relato todo el riesgo que la cinta requiere. Una Isabelle Huppert simplemente arrebatadora. Su presencia en pantalla no es cuestionable construyendo un personaje kamikaze, de esos que quedan en la memoria cinéfila. Basta sólo una ligera sonrisa sarcástica o una gélida mirada de desaprobación para llevarnos dónde se proponga. Y si es con un arma blanca en la mano, mejor. Nunca la frialdad calentó tantas butacas.
Lo que comenzaba como un retrato de identidades donde se cuestionaba la figura de la víctima y el verdugo deviene en una magnífica reflexión sobre el deseo. Sobre las pieles que adoptamos y los caminos que recorremos para saciar nuestra sed. Ahora es cuando hemos de rumiarla y asumir el empujón de Verhoeven para que, como él dice en boca Huppert, la vergüenza no nos impida hacer lo que realmente queremos
Michèle Leblanc, víctima de una violación en el salón de su hogar, se dispone a limpiar los destrozos materiales del delito dejando a un lado los personales. La carta de presentación del personaje ya contiene un alto nivel de impacto y es que su reacción antinatural determina el resto del metraje. Primera declaración de intenciones del autor de Instinto Básico, que lejos de buscar la controversia de manual aboga por un cinismo cuestionable. Con escasa sutileza reparte contra la sociedad inquisidora en que nos hemos convertido. "Nuestra verdad es la verdad" es el lema contra el que arremete y cualquier comportamiento periférico, que no es más que el fruto de una tajante imposición social, lo condenamos.
Es fascinante la habilidad de Verhoeven repartiendo migajas para dar a conocer al espectador una conducta tan imprevisible como la de Michèle. Estigmatizada por un pasado, otra vez impuesto por voces judiciales que siguen a rajatabla eso de más vale una imagen que mil palabras, se dedica a la industria de los videojuegos. No es arbitraria esta decisión. Frente a la pantalla mandamos, nos camuflamos en un Dios dictatorial y manejamos las decisiones de nuestros personajes. No hay máscaras. Nuestro instinto se presenta más primario que nunca, sin remordimientos, sin análisis. Somos libres. Cómo lo es Michèlle. Sólo que ella sí es visible y aprovechamos para verter sobre su figura nuestros deseos, inseguridades y obscenidades.
Hija del Buñuel más provocador y prima hermana del Crash de Cronenberg, Elle continuamente muta de géneros. Del perverso thriller erótico al cine negro hitchcokiano, de la comedia costumbrista al drama desaforado. Juego de malabares en manos de su creador, que disfruta como un niño conduciendo a su público por dónde quiere. También a ella, a la principal artífice de plasmar en el relato todo el riesgo que la cinta requiere. Una Isabelle Huppert simplemente arrebatadora. Su presencia en pantalla no es cuestionable construyendo un personaje kamikaze, de esos que quedan en la memoria cinéfila. Basta sólo una ligera sonrisa sarcástica o una gélida mirada de desaprobación para llevarnos dónde se proponga. Y si es con un arma blanca en la mano, mejor. Nunca la frialdad calentó tantas butacas.
Lo que comenzaba como un retrato de identidades donde se cuestionaba la figura de la víctima y el verdugo deviene en una magnífica reflexión sobre el deseo. Sobre las pieles que adoptamos y los caminos que recorremos para saciar nuestra sed. Ahora es cuando hemos de rumiarla y asumir el empujón de Verhoeven para que, como él dice en boca Huppert, la vergüenza no nos impida hacer lo que realmente queremos

7,0
51.736
7
12 de octubre de 2011
12 de octubre de 2011
37 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
Podría haber surgido de un simple recorte de la sección de sociedad de cualquier periódico sensacionalista o incluso de unos minutos en pantalla de todo aquel programa matinal dedicado a alimentarse de las miserias ajenas pero hay que viajar cuarenta años atrás para encontrar la raíz de Mientras duermes. Muchos han sido los directores influenciados por el cine de Polanski y Balagueró, un director del género, no iba a ser menos. Ahí tenemos el clima opresivo que proyecta la cinta donde la comunidad funciona como elemento determinante en su logro. Si en la co-dirección de [REC] (2007) y su secuela [REC]2 (2009) ya daba muestras de lo que una escalera modernista del Eixample puede acojonar ahora la portería de una finca regia es el marco perfecto para trasladar el estudio del lado oscuro de la psique humana.
El conejillo de indias en este caso es el portero de una comunidad incapaz de lograr la felicidad y para el que solamente el sufrimiento de los demás es el bálsamo para su depresión. Con esta simple premisa da el pistoletazo de salida un guión que sin alcanzar el cum laude mantiene la tensión de una forma pausada hasta conseguir unos minutos de pura inquietud. El análisis de personajes nunca ha sido tan minucioso en toda su obra otorgandole gran parte del metraje. De ahí sus influencias al ya citado Polanski.
Si algo diferencia este trabajo de Balagueró con respecto a sus anteriores es el posicionamiento del espectador. Obliga rotundamente a situarnos en la nuca del personaje de Tosar. Olvídense de ser la víctima, nos toca jugar a ser malos. Más divertido, sin lugar a dudas, pero con un esfuerzo mayor de autocrítica. Aunque de la mano de un actor tan grande como Tosar el desarrollo de la partida es mucho más fácil. Su capacidad interpretativa va mucho más allá de lo puramente cinematográfico. El actor indaga en terrenos psicológicos de cada personaje adueñándose de su personalidad y éste no era sencillo. La combinación del portero educado y servicial con el macabro al que da vida cuando las luces se apagan es un ejercicio complejo.
La cinta está llamada a ser un éxito en las carteleras pero que nadie espere un festival gore como al que nos acostumbró junto a su colega Paco Plaza aunque alguna secuencia en el 5ºB resulta tan incómoda como fascinante.
Lo mejor: Luis Tosar
Lo peor: la similitud tan evidente en la resolución a la semilla que un día engendró Polanski.
El conejillo de indias en este caso es el portero de una comunidad incapaz de lograr la felicidad y para el que solamente el sufrimiento de los demás es el bálsamo para su depresión. Con esta simple premisa da el pistoletazo de salida un guión que sin alcanzar el cum laude mantiene la tensión de una forma pausada hasta conseguir unos minutos de pura inquietud. El análisis de personajes nunca ha sido tan minucioso en toda su obra otorgandole gran parte del metraje. De ahí sus influencias al ya citado Polanski.
Si algo diferencia este trabajo de Balagueró con respecto a sus anteriores es el posicionamiento del espectador. Obliga rotundamente a situarnos en la nuca del personaje de Tosar. Olvídense de ser la víctima, nos toca jugar a ser malos. Más divertido, sin lugar a dudas, pero con un esfuerzo mayor de autocrítica. Aunque de la mano de un actor tan grande como Tosar el desarrollo de la partida es mucho más fácil. Su capacidad interpretativa va mucho más allá de lo puramente cinematográfico. El actor indaga en terrenos psicológicos de cada personaje adueñándose de su personalidad y éste no era sencillo. La combinación del portero educado y servicial con el macabro al que da vida cuando las luces se apagan es un ejercicio complejo.
La cinta está llamada a ser un éxito en las carteleras pero que nadie espere un festival gore como al que nos acostumbró junto a su colega Paco Plaza aunque alguna secuencia en el 5ºB resulta tan incómoda como fascinante.
Lo mejor: Luis Tosar
Lo peor: la similitud tan evidente en la resolución a la semilla que un día engendró Polanski.

5,4
1.712
4
11 de enero de 2009
11 de enero de 2009
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Por qué un film que cuenta con un dúo de interpretaciones formidables y una sugestiva fotografía no consigue más que hacer bostezar al espectador? La respuesta es sencilla: naufraga el guión. Su directora realiza un trabajo tan personal que sólo puede gustar a ella misma en el salón de su casa. Holy Smoke comienza con una joven Winslet iluminada por la religión hindú y los intentos fallidos de su angustiada y freaky madre por persuadir a su hija. Hasta aquí el film logra sus propósitos: creer que estamos ante un producto diferente con una ambientación perfecta pero nada más lejano de la realidad cuando aparece en escena el personaje de Harvey Keitel interpretando al "profesional ex-creyente de sectas" que intentará hacer que la protagonista vuelva ser quien fue. El tono del film decae por momentos, las excéntricas e irritantes conversaciones se apoderan de la segunda parte de la cinta haciendo que la inverosimilitud reine en cada plano.
Film únicamente recomendable para fieles de Keitel y Winslet. Si no es así olvíndense de ella por que ni soprende ni entretiene.
Lo mejor: la naturalidad de Winslet.
Lo peor: la segunda parte del film.
Film únicamente recomendable para fieles de Keitel y Winslet. Si no es así olvíndense de ella por que ni soprende ni entretiene.
Lo mejor: la naturalidad de Winslet.
Lo peor: la segunda parte del film.

6,0
9.492
9
11 de febrero de 2017
11 de febrero de 2017
26 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
La relevancia de lo visual en el último cine de Pablo Larraín ha adquirido un sello incontestable. Composiciones abrumadoras, provocativas pero sin gratuidad, orquestadas con la sabiduría de un veterano, que imprimen a su trabajo una valía a reconocer. Impregnando toda su atención en el lenguaje cinematográfico como expresión, conduce de forma aparentemente sigilosa a un destino que aúna lo lírico con lo perturbador rozando el gran abismo que separa la obra maestra de la hecatombe. Porque el riesgo en la dirección del chileno se respira, se siente en cada movimiento de esa temblorosa cámara o de esos planos en los que el tiempo parece detenerse. Poderosas imágenes que hablan por sí mismas.
Precisamente de la importancia de la imagen versa su último trabajo. Una figura política es una estampa que debe permanecer reluciente en cada movimiento. Diana de todos los dardos y todas las filias. Inmaculada y siempre presente hasta en los instantes más íntimos. Una fotografía, una postal o un espejo sobre el que volcar las esperanzas, los deseos o simplemente dónde desechar las miserias. Larraín se inmiscuye sin contemplación en uno de esos momentos. El funeral de John F. Kennedy según el diario de a bordo de su reciente viuda, Jacqueline Kennedy. A través de continuos flashbacks, el cineasta hace suya, y no partícipe, la aflicción de la primera dama. No quiere ahogar en el dolor ajeno al espectador y aquí radica el gran acierto de la cinta. Lejos de buscar la empatía, la constriñe. Más interesado en la contención, Larraín acerca al público al exorcismo de los demonios que Jackie lleva dentro. Una magistral sesión de psicoanálisis entre las majestuosas salas de la Casa Blanca en la que apenas encontramos concesiones ante las figuras públicas que fueron los Kennedy - "¿nuestro legado?" maravilloso diálogo entre Jackie y Bobby Kennedy -
Nos encontramos ante un trabajo que dista de lo convencional en cuando a estructura narrativa. No hay conflicto y sí muchos clímax. No hay doctrina ni moralina objeto de debate. Sólo los recuerdos turbios y ocultos de una persona que ha visto morir en su regazo a su marido. El interés, por tanto, sólo radica en el pudoroso itinerario a seguir para acompañar el duelo. Un trayecto que puede tacharse de insensible, extremo o de mal gusto por determinados pasajes pero que no deja de ser la carroña que nos han vendido y venimos pidiendo desde que tenemos raciocinio. Fuera máscaras. Todos somos ese periodista entrevistando a una Jackie Kennedy mecida por la tragedia a la que da vida una actriz que ha sabido entender al personaje y a la persona con una madurez interpretativa intachable, un registro con un abanico de matices que hiela la sangre. Natalie Portman suma a su trayectoria el papel mas complejo al que se ha enfrentado en una interpretación quebrada y a la vez desgarradora elevando sus imponentes primeros planos a la ya memoria cinéfila.
Como ya comprobamos en la controvertida "El Club", Larraín vuelve a escribir poesía desde el horror. En "Jackie" persiste el tono amenazador, tóxico y hasta enfermizo, no exento de guantazo visual al que la partitura de Mica Levi lleva al paroxismo. Un réquiem estiloso, arrebatador. Una obra que no busca contar nada que no se haya dicho antes, y sin embargo parece hacerlo como la primera vez. Magistral.
Precisamente de la importancia de la imagen versa su último trabajo. Una figura política es una estampa que debe permanecer reluciente en cada movimiento. Diana de todos los dardos y todas las filias. Inmaculada y siempre presente hasta en los instantes más íntimos. Una fotografía, una postal o un espejo sobre el que volcar las esperanzas, los deseos o simplemente dónde desechar las miserias. Larraín se inmiscuye sin contemplación en uno de esos momentos. El funeral de John F. Kennedy según el diario de a bordo de su reciente viuda, Jacqueline Kennedy. A través de continuos flashbacks, el cineasta hace suya, y no partícipe, la aflicción de la primera dama. No quiere ahogar en el dolor ajeno al espectador y aquí radica el gran acierto de la cinta. Lejos de buscar la empatía, la constriñe. Más interesado en la contención, Larraín acerca al público al exorcismo de los demonios que Jackie lleva dentro. Una magistral sesión de psicoanálisis entre las majestuosas salas de la Casa Blanca en la que apenas encontramos concesiones ante las figuras públicas que fueron los Kennedy - "¿nuestro legado?" maravilloso diálogo entre Jackie y Bobby Kennedy -
Nos encontramos ante un trabajo que dista de lo convencional en cuando a estructura narrativa. No hay conflicto y sí muchos clímax. No hay doctrina ni moralina objeto de debate. Sólo los recuerdos turbios y ocultos de una persona que ha visto morir en su regazo a su marido. El interés, por tanto, sólo radica en el pudoroso itinerario a seguir para acompañar el duelo. Un trayecto que puede tacharse de insensible, extremo o de mal gusto por determinados pasajes pero que no deja de ser la carroña que nos han vendido y venimos pidiendo desde que tenemos raciocinio. Fuera máscaras. Todos somos ese periodista entrevistando a una Jackie Kennedy mecida por la tragedia a la que da vida una actriz que ha sabido entender al personaje y a la persona con una madurez interpretativa intachable, un registro con un abanico de matices que hiela la sangre. Natalie Portman suma a su trayectoria el papel mas complejo al que se ha enfrentado en una interpretación quebrada y a la vez desgarradora elevando sus imponentes primeros planos a la ya memoria cinéfila.
Como ya comprobamos en la controvertida "El Club", Larraín vuelve a escribir poesía desde el horror. En "Jackie" persiste el tono amenazador, tóxico y hasta enfermizo, no exento de guantazo visual al que la partitura de Mica Levi lleva al paroxismo. Un réquiem estiloso, arrebatador. Una obra que no busca contar nada que no se haya dicho antes, y sin embargo parece hacerlo como la primera vez. Magistral.

6,2
29.585
7
10 de septiembre de 2009
10 de septiembre de 2009
21 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es inconcebible no examinar con lupa en mano los segundos trabajos de directores como Sánchez Arévalo. De repente un día aparecen con una obra maestra debajo del brazo y reciben el apoyo de crítica y público. Hasta ahí perfecto, es complicado pero no tanto. Lo realmente complejo es conseguir que esa segunda propuesta resulte un éxito. Tras un proyecto de casi cuatro años, Gordos aterriza en nuestras carteleras con la tensión de quien acude a examinarse. El director madrileño puede respirar tranquilo pues consigue lo demandado. Una película coral donde la comedia predomina ante todo con escenas dramáticas en su justa medida. Precisamente son esos minutos de lloriqueos y gritos los que hacen que el filme se digiera lentamente y de una manera un tanto pesada. Cuesta bastante saltar de la comedía más chispeante al manido drama. Sin embargo contar con un elenco como el de Gordos produce menos chirrido de lo normal.
Sanchez Arévalo nos trae en esta ocasión una tarta que puede empachar pero si degustas sus diferentes sabores por separado llega a ser uno de los mejores postres cinematográficos que este año nuestro cine nos ha brindado.
Lo mejor: la historia de Roberto Enriquez.
Lo peor: se alarga innecesariamente.
Sanchez Arévalo nos trae en esta ocasión una tarta que puede empachar pero si degustas sus diferentes sabores por separado llega a ser uno de los mejores postres cinematográficos que este año nuestro cine nos ha brindado.
Lo mejor: la historia de Roberto Enriquez.
Lo peor: se alarga innecesariamente.
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