Antes que nada, advertir que fui uno de los escasos espectadores que se aburrieron y hasta sufrieron tormento cuando vieron 'El bar que se tragó a todos los españoles', penúltima obra de Alfredo Sanzol muy ensalzada por la crítica. Yo ya la he olvidado, gracias a los hados. Pero, al afrontar 'La ternura' y saber que se trataba de una adaptación de otra obra suya, mis temores emergieron como las náufragas protagonistas del mar. Así que, paciencia, paciencia. Y vaya si la he tenido, pese a que el envoltorio era más que sugestivo. Rimbombante música de Fernando Velázquez (a ver si le dan un cuarto de los Goya de Alberto Iglesias, porfar), bonitos escenarios, gran reparto convenientemente pasado de rosca y bonito vestuario. Pero, ay, el guion parece escrito en los años cuarenta. Nada inquieta, nada sorprende y nada intriga. Todo se adivina desde el minuto tres (¿En serio tres damas para tres caballeros, y cada una con la edad adecuada para que cuadre con el otro?) y los líos amorosos parecen escritos por los Álvarez Quintero antes de quedar para decidir la obra del mes. En fin, ¿era necesaria? Pues nada, oye.

En la otra biografía de arquitecto, esta vez real, que conozco, 'El manantial', costaba reaccionar ante una secuencia bestial: Dominique (Patricia Neal) temblando de deseo sexual ante un obrero (Howard), luego arquitecto neoliberal claramente inspirado en Frank Lloyd Wright, taladrando un muro con sudores y jadeos. Pues bien, ese momento tiene 790 veces más emoción que el truño que se ha marcado Brady Corbet con su visión de un arquitecto brutalista ficticio víctima de un campo de concentración. Tiene momentos más sonrojantes que la tertulia facha de El hormiguero, pero nada más apestoso que ciertos matices sionistas que pueden provocar espasmos. Ganará los Oscar principales, seguro.

¿Qué es mejor, salir a la calle y quedar con amigos y hablar y pasarlo bien en la medida de lo posible o quedarse en casa y tomar vino con pastillas? Pues depende, pero para el personaje de Amy Adams, lo segundo cunde más, porque en 12 minutos ya le han pasado un montón de cosas que no le ocurrirían a nadie si no mezclase vinaco, pills y no viviese en una mansión de 9 pisos. Y claro, si además te visitan unos divertidísimos Julianne Moore y Gary Oldman con las mandíbulas desbocadas y un chiquillo que habla raro pero que en seguida se niega a abandonar la casa así como así pues la cosa mejora. Mejora mucho. El problema para el otrora gran director Joe Wright es ¿cómo bajar el ritmo para que la chavalaría de Netflix no cambie de plataforma? pues pegando sustos, subiendo la banda sonora e insertando primeros planos de cerrojos, salpicones de sangre y ojos que ni Darío Argento. La historia, por supuesto, es la de siempre, con inocente al que nadie cree y tal, pero el desarrollo es un despiporre y...

Bienvenidas sean siempre estas películas que denuncian de forma clara y contundente el fascismo, en este caso cultural. Una profesora de literatura de un instituto privado es reprimida por un padre cuñao y rico (en España los cuñaos también son pobres) por recomendar la película 'Total Eclipse ('Vidas al límite', Agnieszka Holland, 1995) a sus alumnos con el fin ilustrar la vida del poeta Arthur Rimbaud. Como está ocurriendo ahora en algunas ciudades y pueblos de nuestro país, la dirección, miedosa ante el poder del padre ofendidito ante la homosexualidad que puede corromper a su querido hijo, decide pasarse por el arco del triunfo la libertad de cátedra de la profesora y llevarla a juicio no sea que pierdan las subvenciones públicas. La casi debutante directora Katalin Moldovai muestra el proceso de forma aséptica, sin remarcar nada en un proceso del que sabemos pronto el previsible final y apoyada en unas interpretaciones convincentes y en una cámara que se mueve lo justo para captar las miradas de los profesores, muy pronto convencidos de que es mejor conservar un empleo que luchar por su dignidad. Galardonada en el Festival de Varsovia.

Como dijo el poeta Martin Niemöller:
'Cuando los nazis vinieron a llevarse a los comunistas,
guardé silencio, ya que no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio, ya que no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté, ya que no era sindicalista,
Cuando vinieron a llevarse a los judíos,
no protesté, ya que no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar'.

Segunda película de Jorge Dorado, que ha vuelto al cine tras 200 series de éxito en las plataformas. Cine efectivo, realizado con corrección y de un desarrollo previsible excepto la secuencia final, que no desvelaremos, claro. Como en el cine negro de toda la vida, hay un protagonista guapo, varonil, callado, de pasado triste y presente torturado, una chica (más bien dos) guapísima que pide ayuda al héroe, un villano malo llenito de frases sentenciadoras y un esbirro cruel que parece que esconde un alma no tan cruel. Y ya está. Con eso se hacían películas hace 50 años y se siguen haciendo ahora. Y no pasa nada.