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Críticas ordenadas por utilidad
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6,1
3.337
6
5 de marzo de 2011
5 de marzo de 2011
Sé el primero en valorar esta crítica
Bright Star comenzó a delinearse en mi panorama. La nueva película de Jane Campion, gran directora, no se ubica como una película nueva, de propuesta innovadora con respecto a su línea de trabajo. Más precisamente hablo de su ejemplar The Piano. En este último trabajo encontramos un poco más de lo mismo: feminismo y su prédica de comprensión, el abarrotado amor y sus complejidades, amores desparejos, entre otras cosas.
Sin embargo, no puedo negar, no que la acepté (como si el cine se aceptara o rechazara, como si habláramos de un simple gesto referencial), sino que la disfruté.
Su espacio, o mejor dicho, el espacio que encubren los personajes, Keats y Fanny, imagina una atmósfera similar, calmada, propia de las vidas de un poeta romántico y una doncella, como así también el desmoronamiento de esa calma: la pobreza, el desencuentro, la muerte. Son una de esas relaciones imperecederas e idealistas en la historia de la humanidad. Y Campion la capta muy bien.
Sin embargo, no puedo negar, no que la acepté (como si el cine se aceptara o rechazara, como si habláramos de un simple gesto referencial), sino que la disfruté.
Su espacio, o mejor dicho, el espacio que encubren los personajes, Keats y Fanny, imagina una atmósfera similar, calmada, propia de las vidas de un poeta romántico y una doncella, como así también el desmoronamiento de esa calma: la pobreza, el desencuentro, la muerte. Son una de esas relaciones imperecederas e idealistas en la historia de la humanidad. Y Campion la capta muy bien.

4,9
13.427
2
26 de noviembre de 2008
26 de noviembre de 2008
Sé el primero en valorar esta crítica
Concomitante en sangre y en tedio, el principio constructivo que funcionaliza sin brillo esta segunda parte es el mismo que el primero, excepto por un nuevo ingrediente: la exageración.
Pero ¿cuál es ese principio que se escurre por la epidermis de la trama? A grandes rasgos no es otro que “la tortura y el desestructuramiento del cuerpo como excitación humana”.
En este film, sus personajes alcanzan una excitación moral lograda por la felonía que provocan en el otro. Relación “necesidad-satisfacción” que supone un morbo en sus legalidades de placer.
No podemos dudar que en algún punto el torturador está siendo invadido por un cierto goce, producto de las derivaciones de sus deseos, si no sería extraño que opere sus demandas asesinas sobre el objeto “cuerpo” sin lograr un mínimo fin. Si quiebra piernas, evacua sangre, teje piel, es porque percibe inconscientemente la responsabilidad creativa de un artista.
El escultor, el poeta, el director cinematográfico, resemantizan los elementos del plano real, plasmándolo en ese universo orgánico que llaman arte. De alguna manera estos artistas (aunque sea en lo más oscuro de sus huesos) se sienten invadidos por el placer, más por la creación realizada que por su circulación.
El torturador, a su modo, expresa el deseo reprimido en las formaciones de la creatividad, desplazando en el cuerpo del otro su “yo”. Sin embargo, es en la circulación o exposición de ese cuerpo desplazado que la satisfacción se produce.
Sobre este eje los elementos que tienen que dar fe de su jerarquía no cambian de película a película, de sistema a sistema, lo que produce un automatismo que rompe con la atracción al espectador. El automatismo apaga la fe de género ( ¿esto se plantea en singular?) , se nihiliza lo que vendrá, soluciona el desenlace, el arte ya no es más arte: no más cine.
Sólo queda un film desabrido en el que Eli Roth condimenta mal: lo exagera.
Gesto y gusto desmesurado que no indica explosión sino implosión, todo revienta y aturde en sí; los cuerpos se desestructuran como nunca, pero saben qué, esto es insistir y una mala insistencia desconsuela.
Pero ¿cuál es ese principio que se escurre por la epidermis de la trama? A grandes rasgos no es otro que “la tortura y el desestructuramiento del cuerpo como excitación humana”.
En este film, sus personajes alcanzan una excitación moral lograda por la felonía que provocan en el otro. Relación “necesidad-satisfacción” que supone un morbo en sus legalidades de placer.
No podemos dudar que en algún punto el torturador está siendo invadido por un cierto goce, producto de las derivaciones de sus deseos, si no sería extraño que opere sus demandas asesinas sobre el objeto “cuerpo” sin lograr un mínimo fin. Si quiebra piernas, evacua sangre, teje piel, es porque percibe inconscientemente la responsabilidad creativa de un artista.
El escultor, el poeta, el director cinematográfico, resemantizan los elementos del plano real, plasmándolo en ese universo orgánico que llaman arte. De alguna manera estos artistas (aunque sea en lo más oscuro de sus huesos) se sienten invadidos por el placer, más por la creación realizada que por su circulación.
El torturador, a su modo, expresa el deseo reprimido en las formaciones de la creatividad, desplazando en el cuerpo del otro su “yo”. Sin embargo, es en la circulación o exposición de ese cuerpo desplazado que la satisfacción se produce.
Sobre este eje los elementos que tienen que dar fe de su jerarquía no cambian de película a película, de sistema a sistema, lo que produce un automatismo que rompe con la atracción al espectador. El automatismo apaga la fe de género ( ¿esto se plantea en singular?) , se nihiliza lo que vendrá, soluciona el desenlace, el arte ya no es más arte: no más cine.
Sólo queda un film desabrido en el que Eli Roth condimenta mal: lo exagera.
Gesto y gusto desmesurado que no indica explosión sino implosión, todo revienta y aturde en sí; los cuerpos se desestructuran como nunca, pero saben qué, esto es insistir y una mala insistencia desconsuela.

6,4
199
4
5 de marzo de 2011
5 de marzo de 2011
Sé el primero en valorar esta crítica
Los enredos y el desencuentro es el principal hilo de esta comedia taiwanesa. En cierto punto la película me agradó bastante, más que nada en lo que refiere a la fresca relación que se da entre los personajes que la componen, especialmente entre los enamorados.
Hay también una vista de la hermosa Taipei de interiores, no la de edificios lujosos, capitalista y hasta norteamericanizada.
En fin, una alternativa distinta a las comedias que estamos acostumbrados. La lentitud, el desvarío y algunos que otros ingredientes son los que acompañan a este film, que de alguna manera pueden jugar en contra para un espectador habituado a emociones fuertes o risas de tono fácil.
Hay también una vista de la hermosa Taipei de interiores, no la de edificios lujosos, capitalista y hasta norteamericanizada.
En fin, una alternativa distinta a las comedias que estamos acostumbrados. La lentitud, el desvarío y algunos que otros ingredientes son los que acompañan a este film, que de alguna manera pueden jugar en contra para un espectador habituado a emociones fuertes o risas de tono fácil.

7,3
46.025
7
17 de febrero de 2009
17 de febrero de 2009
Sé el primero en valorar esta crítica
"There will be blood" ahonda una relación tensa a nivel de sus dos temáticas (petróleo-religión) que son expresadas en sus personajes con un cierto donaire de fanatismo, originando en múltiples aspectos incomodidades.
En el primer caso presenciamos un hombre de petróleo con una personalidad frívola que es capaz de perder todo por su devoción al trabajo. Por otro lado, otro hombre que proclama una religión de manera dogmática con intelecto de pastor sanador. En el film ámbas personalidades, particulares ámbitos, no pueden ir de la mano, como si un delgado destino interfiriera toda sintonía.
Seamos sincero, petróleo y religión, a todos los niveles (y más como tema cinematográfico) es difícil de unir. Cada vez que se acercan se produce una chispa, un caos, una confusión.
En una escena entronizada de la película vemos un impecable travelling de ida y vuelta en donde este hombre del petróleo, primero se aleja urgente con su hijo (herido, por cierto) y la cámara presurosa capta a medida que avanza el trote del personaje junto a una música orgásmica y epiléptica, una torre eyaculando a mansalva su jugo negro, y posteriormente una cámara excitada en el que se confunden cuerpos, corridas, petróleo, fuego, humo, ocaso, Babel en llamas.
Esta confusión (que no es de lenguas pero sí de signos) funciona de manera distractoria.
El relato bíblico narra una torre construída por hombres soberbios de poder que alcanzaría el cielo y que representaría la divinidad del hombre.
Pero Dios enojado por su afán de alcanzar el cielo destruye la torre y dispersa su muchedumbre. En otras palabras, la "victoria" (no en sentido bélico, mas bien intelectual) es divina. Acá en "Petróleo sangriento" es su antónimo.
Estamos tan seguro que la religión doblegará la actitud obtusa del personaje principal, tan seguro que dejará de lado su misantropía, tan seguros que Babel ha caído, pero sólo es una confusión, otra más, en la que el espectador ha tropezado. Babel ha conquistado el cielo, e incluso lo destruye...
En el primer caso presenciamos un hombre de petróleo con una personalidad frívola que es capaz de perder todo por su devoción al trabajo. Por otro lado, otro hombre que proclama una religión de manera dogmática con intelecto de pastor sanador. En el film ámbas personalidades, particulares ámbitos, no pueden ir de la mano, como si un delgado destino interfiriera toda sintonía.
Seamos sincero, petróleo y religión, a todos los niveles (y más como tema cinematográfico) es difícil de unir. Cada vez que se acercan se produce una chispa, un caos, una confusión.
En una escena entronizada de la película vemos un impecable travelling de ida y vuelta en donde este hombre del petróleo, primero se aleja urgente con su hijo (herido, por cierto) y la cámara presurosa capta a medida que avanza el trote del personaje junto a una música orgásmica y epiléptica, una torre eyaculando a mansalva su jugo negro, y posteriormente una cámara excitada en el que se confunden cuerpos, corridas, petróleo, fuego, humo, ocaso, Babel en llamas.
Esta confusión (que no es de lenguas pero sí de signos) funciona de manera distractoria.
El relato bíblico narra una torre construída por hombres soberbios de poder que alcanzaría el cielo y que representaría la divinidad del hombre.
Pero Dios enojado por su afán de alcanzar el cielo destruye la torre y dispersa su muchedumbre. En otras palabras, la "victoria" (no en sentido bélico, mas bien intelectual) es divina. Acá en "Petróleo sangriento" es su antónimo.
Estamos tan seguro que la religión doblegará la actitud obtusa del personaje principal, tan seguro que dejará de lado su misantropía, tan seguros que Babel ha caído, pero sólo es una confusión, otra más, en la que el espectador ha tropezado. Babel ha conquistado el cielo, e incluso lo destruye...

6,9
101.783
4
22 de febrero de 2010
22 de febrero de 2010
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay un error mucho más grave para Juno que estar embarazada a su edad y es el de cometer una doble abyección. La película en vez de hacer incapié en estos desvíos, pareciera no preocuparse mucho por dejar una buena enseñanza y exponer con un humor bastante amargo una mala decisión.
Dar en adopción a su hijo o cosa (es un objeto a lo largo del film) porque es aún muy chica para criarlo, mostrándose irónica con lo que le toca, a veces con un sarcasmo juvenil, sólo es bien visto para un Poncio Pilatos. Es el temor a asumir.
Pero lo peor, alguien que en una película no se ocupa con delicadeza de tan tamaña temática y encima asume una política histriónica de un hecho atroz, dirá Jacques Rivette “merece el más profundo de los desprecios”.
Si esta es la moraleja que quiere despertar la película en las mentes de las jóvenes del siglo XXI es una imprudencia difundirla porque un pensamiento de vida que pretende el ocio, la juventud eterna y el descompromiso sólo puede venir desde la lógica del Poder.
Hay algo que no debemos olvidar que no deja de ser más grave y es lo intolerable que se personifica el entorno familiar que rodea a Juno - padres, especie de novio, amigos, etc.- que viven la situación (poco graciosa por cierto) con una despreocupación atemorizante. Me preocupan estos personajes que giran alrededor de la adolescente por su pasividad, su falta de involucramiento, por su poca seriedad y compromiso.
Para darle una clausura al idiotismo, Jason Reitman nos encuadra hacia al final una escena de felicidad, de continuación posible para toda mujer, echando a la basura cualquier problema, hasta el más serio que imaginemos, forjando visible que en el modelo capitalista siempre es posible una escapatoria a pesar de las secuelas que aparezcan.
Dar en adopción a su hijo o cosa (es un objeto a lo largo del film) porque es aún muy chica para criarlo, mostrándose irónica con lo que le toca, a veces con un sarcasmo juvenil, sólo es bien visto para un Poncio Pilatos. Es el temor a asumir.
Pero lo peor, alguien que en una película no se ocupa con delicadeza de tan tamaña temática y encima asume una política histriónica de un hecho atroz, dirá Jacques Rivette “merece el más profundo de los desprecios”.
Si esta es la moraleja que quiere despertar la película en las mentes de las jóvenes del siglo XXI es una imprudencia difundirla porque un pensamiento de vida que pretende el ocio, la juventud eterna y el descompromiso sólo puede venir desde la lógica del Poder.
Hay algo que no debemos olvidar que no deja de ser más grave y es lo intolerable que se personifica el entorno familiar que rodea a Juno - padres, especie de novio, amigos, etc.- que viven la situación (poco graciosa por cierto) con una despreocupación atemorizante. Me preocupan estos personajes que giran alrededor de la adolescente por su pasividad, su falta de involucramiento, por su poca seriedad y compromiso.
Para darle una clausura al idiotismo, Jason Reitman nos encuadra hacia al final una escena de felicidad, de continuación posible para toda mujer, echando a la basura cualquier problema, hasta el más serio que imaginemos, forjando visible que en el modelo capitalista siempre es posible una escapatoria a pesar de las secuelas que aparezcan.
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