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Críticas ordenadas por utilidad
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6,1
259
5
1 de febrero de 2016
1 de febrero de 2016
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El segundo largometraje de Luis Aller, Transeúntes, ha sido rodado y montado durante más de 20 años. Supongo que la intención de Aller no era otra que captar los movimientos en la urbe de Barcelona durante un determinado tiempo, que seguramente se haya prolongado en demasía debido a una serie de dificultades. Algo que en un principio parecía tan sencillo, en la práctica acaba siendo considerado por muchos como un trabajo experimental -algunos lo utilizan como algo positivo, otros peyorativamente-. Este trabajo atiende a unas formas de ver y entender el cine diferentes, cuyo caótico (que no anárquico) y estudiado montaje manifiestan una notable influencia de Jean-Luc Godard.
El proyecto de Aller tenía un fin bastante claro: representar la interconexión de las vidas que transcurren a lo largo del tiempo por Barcelona, las voces anónimas y los sonidos que interrumpen conversaciones y encuentros, y los incesantes coletazos de una crisis económica y social que parece no tener fin. En este sentido, es importante que exista una reconocible continuidad o línea narrativa (como quieran llamarlo), algo que era mucho más complicado encontrar en Adiós al lenguaje, la última película de Godard, cuya trabajo formal se emparenta directamente con el llevado a cabo por Aller en Transeúntes. Cambios de formato, color, sobreimpresiones, repeticiones en apariencia arbitrarias a través del montaje… son algunos de los aspectos formales que las asemejan. Y el resultado es bastante positivo, aunque una duración más reducida quizá hubiera favorecido al conjunto.
Transeúntes consigue actuar incluso como una radiografía de nuestro tiempo, en la atemporalidad de sus imágenes -por lo que representan- y la universalidad de sus subtramas humanas. Porque sí, a lo largo del metraje hay lugar para el sarcasmo, la ironía y la desgracia de algunos seres que parecen salidos de un film de Kaurismäki. Existe una más que identificable cohesión interna que actúa como fondo en esta carta de amor al cine y a Barcelona. Sin duda nos encontramos ante una película revolucionaria para lo que se viene haciendo en este país, cuya encorsetada industria dificulta la creación y exhibición de trabajos personales y con personalidad.
Sin embargo, es en la consecución del objetivo de Aller donde se hallan mis problemas con la película, en la transmisión al espectador de un caos y aturdimiento que no siempre encuentro positivo. Transeúntes está muy lejos de ser perfecta, pero es admirable cómo Luis Aller ha conseguido crear una obra tan compleja y rica en detalles de fondo y, especialmente, formales. Una muestra de la universalidad del cine y la posibilidad de que en nuestro país se adopten formas que no se habían visto con anterioridad.
El proyecto de Aller tenía un fin bastante claro: representar la interconexión de las vidas que transcurren a lo largo del tiempo por Barcelona, las voces anónimas y los sonidos que interrumpen conversaciones y encuentros, y los incesantes coletazos de una crisis económica y social que parece no tener fin. En este sentido, es importante que exista una reconocible continuidad o línea narrativa (como quieran llamarlo), algo que era mucho más complicado encontrar en Adiós al lenguaje, la última película de Godard, cuya trabajo formal se emparenta directamente con el llevado a cabo por Aller en Transeúntes. Cambios de formato, color, sobreimpresiones, repeticiones en apariencia arbitrarias a través del montaje… son algunos de los aspectos formales que las asemejan. Y el resultado es bastante positivo, aunque una duración más reducida quizá hubiera favorecido al conjunto.
Transeúntes consigue actuar incluso como una radiografía de nuestro tiempo, en la atemporalidad de sus imágenes -por lo que representan- y la universalidad de sus subtramas humanas. Porque sí, a lo largo del metraje hay lugar para el sarcasmo, la ironía y la desgracia de algunos seres que parecen salidos de un film de Kaurismäki. Existe una más que identificable cohesión interna que actúa como fondo en esta carta de amor al cine y a Barcelona. Sin duda nos encontramos ante una película revolucionaria para lo que se viene haciendo en este país, cuya encorsetada industria dificulta la creación y exhibición de trabajos personales y con personalidad.
Sin embargo, es en la consecución del objetivo de Aller donde se hallan mis problemas con la película, en la transmisión al espectador de un caos y aturdimiento que no siempre encuentro positivo. Transeúntes está muy lejos de ser perfecta, pero es admirable cómo Luis Aller ha conseguido crear una obra tan compleja y rica en detalles de fondo y, especialmente, formales. Una muestra de la universalidad del cine y la posibilidad de que en nuestro país se adopten formas que no se habían visto con anterioridad.
1
19 de abril de 2016
19 de abril de 2016
14 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
Patricia Riggen parece luchar por hacerse con algún galardón importante con su película Los milagros del cielo, algo que se evidencia desde su enfático título introductorio: “Lo que va a ver está basado en una historia real”. En vez de avisarnos, como es habitual, de que la película está basada en hechos reales, la directora norteamericana da un paso de gigante y nos previene ante lo que vamos a ver con una frase mucho más sugerente de lo habitual. Como nos daremos cuenta en cuanto su criatura dé sus primeros coletazos, el galardón del que hablábamos no es otro que el de la película más manipuladora de la historia. Todo maniqueísmo se convierte en una nadería tras ver esta cinta, cuyo adoctrinamiento es severamente peligroso. Y lo cierto es que la historia real podría haber dado pie a una ambigüedad muy interesante en cuanto al “milagro” ocurrido, siempre y cuando hubiera sido abordada desde un punto de vista sin filtro alguno.
La película narra la historia de Anna Beam, una niña de doce años que padece una extraña enfermedad que le impide digerir los alimentos. Sin embargo, la verdadera protagonista de la película es Christy Beam, madre de la pequeña y autora del libro en el que está basada la cinta. De forma mucho más efectista que efectiva, Riggen escoge el lugar donde poner la cámara dependiendo de la situación de Christy. Se contraponen así los planos filmados desde el cielo, a ojos de Dios, que coinciden con los momentos en los que su fe se encuentra intacta, con aquéllos en los que su pérdida de fe es representada mediante planos filmados desde el suelo, una posición terrenal en contraposición a la celestial de los primeros. Este recurso sobre el papel es interesante, pero las intenciones de la película lo convierten en un capricho y en otro vehículo más para desplegar la maquinaria de manipulación.
Este panfleto religioso culmina con una última media hora de comedia involuntaria en la que no pude evitar carcajearme, cuyo mensaje -subrayadísimo, por cierto- probablemente suponga un insulto incluso para algunos devotos. Los milagros del cielo desprecia por activa y por pasiva el agnosticismo y el ateísmo. Lo que parece no tener en cuenta su directora es que su falta de sutileza puede jugar en su contra y molestar al público objetivo de tal vehículo de manipulación. En este caso, decisiones como tomar constantemente primeros planos de niñas llorando con la música a todo trapo pasan a un segundo plano, pues la mayor de las manipulaciones surge de las intenciones aleccionadoras del creador de la obra en cuestión. Estas intenciones salen a la luz demasiado rápido y sin que el espectador haga un gran esfuerzo por descifrarlas: no hay más que ver las imágenes de archivo del final y observar las diferencias entre la familia real y la de ficción. Pero no, por desgracia esto no es Lo imposible, es mucho peor (en todos los sentidos). Otra muestra inequívoca de la poca honestidad de la cinta es que juega a su antojo con el punto de vista. Si la misma se basa en el libro escrito por la madre, ¿por qué una de las escenas más manipuladoras no cuenta con su presencia? La película responde esta pregunta en cada secuencia, cada escena y cada plano.
Una pena que Sony España tenga que cargar con producciones tan dañinas. Hay películas malas a las que les deseo lo mejor en taquilla por sus buenas intenciones; sin embargo, Los milagros del cielo es un caso aparte y no merece que nadie pague una entrada de cine por ella, si acaso los más fieles seguidores de los valores y la mentalidad que aquí se tratan de imponer. En lo que a mí respecta, nos encontramos, probablemente, ante el producto más manipulador que haya podido ver. No tengo ninguna duda de que, al menos a día de hoy, el cuarto largometraje de Patricia Riggen es la peor película del año.
La película narra la historia de Anna Beam, una niña de doce años que padece una extraña enfermedad que le impide digerir los alimentos. Sin embargo, la verdadera protagonista de la película es Christy Beam, madre de la pequeña y autora del libro en el que está basada la cinta. De forma mucho más efectista que efectiva, Riggen escoge el lugar donde poner la cámara dependiendo de la situación de Christy. Se contraponen así los planos filmados desde el cielo, a ojos de Dios, que coinciden con los momentos en los que su fe se encuentra intacta, con aquéllos en los que su pérdida de fe es representada mediante planos filmados desde el suelo, una posición terrenal en contraposición a la celestial de los primeros. Este recurso sobre el papel es interesante, pero las intenciones de la película lo convierten en un capricho y en otro vehículo más para desplegar la maquinaria de manipulación.
Este panfleto religioso culmina con una última media hora de comedia involuntaria en la que no pude evitar carcajearme, cuyo mensaje -subrayadísimo, por cierto- probablemente suponga un insulto incluso para algunos devotos. Los milagros del cielo desprecia por activa y por pasiva el agnosticismo y el ateísmo. Lo que parece no tener en cuenta su directora es que su falta de sutileza puede jugar en su contra y molestar al público objetivo de tal vehículo de manipulación. En este caso, decisiones como tomar constantemente primeros planos de niñas llorando con la música a todo trapo pasan a un segundo plano, pues la mayor de las manipulaciones surge de las intenciones aleccionadoras del creador de la obra en cuestión. Estas intenciones salen a la luz demasiado rápido y sin que el espectador haga un gran esfuerzo por descifrarlas: no hay más que ver las imágenes de archivo del final y observar las diferencias entre la familia real y la de ficción. Pero no, por desgracia esto no es Lo imposible, es mucho peor (en todos los sentidos). Otra muestra inequívoca de la poca honestidad de la cinta es que juega a su antojo con el punto de vista. Si la misma se basa en el libro escrito por la madre, ¿por qué una de las escenas más manipuladoras no cuenta con su presencia? La película responde esta pregunta en cada secuencia, cada escena y cada plano.
Una pena que Sony España tenga que cargar con producciones tan dañinas. Hay películas malas a las que les deseo lo mejor en taquilla por sus buenas intenciones; sin embargo, Los milagros del cielo es un caso aparte y no merece que nadie pague una entrada de cine por ella, si acaso los más fieles seguidores de los valores y la mentalidad que aquí se tratan de imponer. En lo que a mí respecta, nos encontramos, probablemente, ante el producto más manipulador que haya podido ver. No tengo ninguna duda de que, al menos a día de hoy, el cuarto largometraje de Patricia Riggen es la peor película del año.
14 de marzo de 2016
14 de marzo de 2016
11 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay más misterio en la campaña de marketing de Calle Cloverfield 10 que en la propia película. Nos encontramos, pues, ante uno de esos productos sobre los que sabrás lo mismo antes y después de degustarlos. En este caso, los que hayan visto Monstruoso lo sabrán todo. Los que no, por el contrario, no sabrán absolutamente nada, menos aún tras el visionado de la cinta. Los guionistas demuestran ser unos maestros a la hora de crear incógnitas oportunamente, pero no parecen igual de capacitados para resolverlas o para justificar (o dar sentido a) su no resolución. Un claro ejemplo de entretenimiento cuya narrativa se sustenta en el “todo vale”. De la pretendida ambigüedad a la más peligrosa obviedad, como tantos otros filmes. y además consiguiendo el beneplácito de la crítica estadounidense.
La propuesta narrativa de la película dirigida por Dan Trachtenberg le otorga mucha más libertad que la que podría tener de haber sido filmada cámara en mano, como ocurría en Mostruoso, la película de Matt Reeves. Es inevitable compararlas, pues Calle Cloverfield 10 es un Spin-off de Monstruoso; en palabras de J.J. Abrams -productor del proyecto-, nos encontramos ante “un pariente de sangre” y una sucesora espiritual del título estrenado en 2008. Las similitudes entre ambas son mínimas, incluyendo el argumento y el trasfondo, por lo que en todo momento tengo la sensación de que su inclusión en el mismo universo al que pertenecía Monstruoso es bastante forzada; parece incluso forzada a homenajear a las criaturas del filme de Matt Reeves, pues ni siquiera se encuadraba hasta entonces en el mismo género. Al final da lo mismo si muestras o sugieres, al menos si tenemos en cuenta que el efectismo es la seña de identidad de la película.
Sin embargo, algo debe tener la película para haber sido capaz de seducir a la crítica estadounidense por completo, o al menos eso me he estado preguntando los 103 minutos que dura. Para mí el que una película sea entretenida, sin una sola cosa más que ofrecer, es antes un defecto que una virtud. Aquí, por ejemplo, el entretenimiento es logrado gracias a mantener un ritmo elevado de forma permanente, lo que impide que haya un mínimo de intriga y menos aún de suspense. El acompañamiento constante de la música, que no deja un solo respiro en todo el metraje, unido a unos golpes de sonido que intentan subrayar el mínimo movimiento del desdibujado personaje interpretado por John Goodman, son los motores narrativos de un film que a su vez pretende ser ambiguo y misterioso. Pero es que no se puede crear suspense cuando cada vez que tiene lugar una situación intrigante, por pequeña que sea, es resuelta en la siguiente escena para mantener un crescendo rítmico que culmina rebasando los límites de la lógica interna. En este sentido, debemos atribuirle todos los méritos -de que la propuesta no se vaya al traste por completo- al trabajo del debutante Trachtenberg, que por momentos logra ser tan efectivo como efectista, sobreponiéndose a las rígidas consignas de producción: el acompañamiento musical y el golpe de sonido.
Así pues, debemos intentar apreciar Calle Cloverfield 10 como un entretenimiento sin pretensiones para sacar algo positivo, pero, a mi parecer, esta propuesta tan extrañamente ambiciosa no merece ser etiquetada como un producto exento de pretensiones. Pretensiones hay, otra cosa es que sea difícil vislumbrarlas detrás de un popurrí tan atractivo inicialmente como finalmente insustancial. La mayoría de problemas, no obstante, son fruto de un guion verdaderamente inconsistente, que no contento con dibujar unos personajes totalmente planos, se permite el lujo de dejar verdaderas lagunas argumentales en los momentos que se muestra más caprichoso. ¿Lo mejor de la película? Sin duda, poder disfrutar tiempo después de una gran interpretación de John Goodman. El resto, tan olvidable como tantísimas propuestas del género.
Crítica escrita en @dfcinema: http://dfcinema.com/2016/03/14/calle-cloverfield-10-fin-del-misterio/
La propuesta narrativa de la película dirigida por Dan Trachtenberg le otorga mucha más libertad que la que podría tener de haber sido filmada cámara en mano, como ocurría en Mostruoso, la película de Matt Reeves. Es inevitable compararlas, pues Calle Cloverfield 10 es un Spin-off de Monstruoso; en palabras de J.J. Abrams -productor del proyecto-, nos encontramos ante “un pariente de sangre” y una sucesora espiritual del título estrenado en 2008. Las similitudes entre ambas son mínimas, incluyendo el argumento y el trasfondo, por lo que en todo momento tengo la sensación de que su inclusión en el mismo universo al que pertenecía Monstruoso es bastante forzada; parece incluso forzada a homenajear a las criaturas del filme de Matt Reeves, pues ni siquiera se encuadraba hasta entonces en el mismo género. Al final da lo mismo si muestras o sugieres, al menos si tenemos en cuenta que el efectismo es la seña de identidad de la película.
Sin embargo, algo debe tener la película para haber sido capaz de seducir a la crítica estadounidense por completo, o al menos eso me he estado preguntando los 103 minutos que dura. Para mí el que una película sea entretenida, sin una sola cosa más que ofrecer, es antes un defecto que una virtud. Aquí, por ejemplo, el entretenimiento es logrado gracias a mantener un ritmo elevado de forma permanente, lo que impide que haya un mínimo de intriga y menos aún de suspense. El acompañamiento constante de la música, que no deja un solo respiro en todo el metraje, unido a unos golpes de sonido que intentan subrayar el mínimo movimiento del desdibujado personaje interpretado por John Goodman, son los motores narrativos de un film que a su vez pretende ser ambiguo y misterioso. Pero es que no se puede crear suspense cuando cada vez que tiene lugar una situación intrigante, por pequeña que sea, es resuelta en la siguiente escena para mantener un crescendo rítmico que culmina rebasando los límites de la lógica interna. En este sentido, debemos atribuirle todos los méritos -de que la propuesta no se vaya al traste por completo- al trabajo del debutante Trachtenberg, que por momentos logra ser tan efectivo como efectista, sobreponiéndose a las rígidas consignas de producción: el acompañamiento musical y el golpe de sonido.
Así pues, debemos intentar apreciar Calle Cloverfield 10 como un entretenimiento sin pretensiones para sacar algo positivo, pero, a mi parecer, esta propuesta tan extrañamente ambiciosa no merece ser etiquetada como un producto exento de pretensiones. Pretensiones hay, otra cosa es que sea difícil vislumbrarlas detrás de un popurrí tan atractivo inicialmente como finalmente insustancial. La mayoría de problemas, no obstante, son fruto de un guion verdaderamente inconsistente, que no contento con dibujar unos personajes totalmente planos, se permite el lujo de dejar verdaderas lagunas argumentales en los momentos que se muestra más caprichoso. ¿Lo mejor de la película? Sin duda, poder disfrutar tiempo después de una gran interpretación de John Goodman. El resto, tan olvidable como tantísimas propuestas del género.
Crítica escrita en @dfcinema: http://dfcinema.com/2016/03/14/calle-cloverfield-10-fin-del-misterio/
19 de abril de 2016
19 de abril de 2016
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo la facilidad con la que se han producido películas sustentadas en los choques interculturales a lo largo de los últimos años, era bastante raro que nadie se aventurase a dirigir una película en la que se hiciese lo propio entre Grecia y Alemania. Más que por los choques culturales en sí, por la relación político-económica entre ambos. Bienvenidos a Grecia viene a ocupar esa vacante que en un principio ofrecía multitud de salidas interesantes, aunque su vagancia y falta de chispa hacen de ella una comedia tan fallida como bienintencionada (gags desafortunados sobre los suicidios aparte). A pesar del Highway to Hellas original, los traductores han optado por aprovechar el tirón de comedias como Bienvenidos al norte y Bienvenidos al sur. La única posibilidad de que alguien en España vaya al cine a verla es que sea asociada con las anteriores, cuyos resultados eran mucho más satisfactorios.
Jörg Geissner es un trabajador de un banco alemán que representa a la perfección la característica frialdad teutona. El banco ha financiado la construcción de un hospital, una central eléctrica y una playa en Paladiki, una pequeña isla griega. Ante las dudas y recelos que le genera todo lo relacionado con Grecia y los griegos, el banco envía a Jörg a comprobar si se están llevando a cabo los propósitos de sus inversiones. Como era de esperar tratándose de un filme germano, los griegos son unos vagos y caraduras que no han construido nada, por lo que deberán fingir que todo se está desarrollando según lo acordado. Como tampoco podía ser de otra manera tratándose de una cinta de esta naturaleza, la situación se descontrolará y dará pie a un sinfín de malentendidos que intentarán buscar la (son)risa fácil del espectador.
Por lo que a mi experiencia cinematográfica se refiere, los alemanes son bastante torpes en el terreno de la comedia. Bienvenidos a Grecia es clarividente en este aspecto, pues su falta de gracia es tan preocupante como la situación de Grecia y la de otros países del mediterráneo. Aron Lehmann deposita todas las salidas humorísticas de la cinta en la repetición de innumerables tópicos y clichés. La superficie de los personajes nunca se llega a traspasar, siendo su estereotipación el desencadenante de todos y cada uno de los chistes. Con un poco de suerte, sus gags no te resultarán dañinos y reinará la indiferencia; pero, en el peor de los casos, te entrarán ganas de acompañar a los personajes en su aventura marítima con un más que posible final amargo (sobre el papel, pues en la práctica sabíamos cómo iba a acabar la película desde los primeros minutos). Es preocupante que la única vez que me riera fuese en la secuencia con mayor carga dramática de la cinta. Lo llaman vergüenza ajena.
Bienvenidos a Grecia es bastante menos molesta cuando se intenta transmitir un mensaje de humanidad y fraternidad tan visto como efectivo. Pero, ¿de qué sirve hacer algo medianamente bien cuando llevas más de una hora provocando una constante sensación de incomodidad? Al menos los alemanes parecen entender que, a pesar de sus pocas ganas de trabajar y de su alcoholismo, los griegos también pueden ser buenas personas. Poco más y me da por perdonarles su simplismo, su torpeza para hacer comedia y su falta de empatía.
Jörg Geissner es un trabajador de un banco alemán que representa a la perfección la característica frialdad teutona. El banco ha financiado la construcción de un hospital, una central eléctrica y una playa en Paladiki, una pequeña isla griega. Ante las dudas y recelos que le genera todo lo relacionado con Grecia y los griegos, el banco envía a Jörg a comprobar si se están llevando a cabo los propósitos de sus inversiones. Como era de esperar tratándose de un filme germano, los griegos son unos vagos y caraduras que no han construido nada, por lo que deberán fingir que todo se está desarrollando según lo acordado. Como tampoco podía ser de otra manera tratándose de una cinta de esta naturaleza, la situación se descontrolará y dará pie a un sinfín de malentendidos que intentarán buscar la (son)risa fácil del espectador.
Por lo que a mi experiencia cinematográfica se refiere, los alemanes son bastante torpes en el terreno de la comedia. Bienvenidos a Grecia es clarividente en este aspecto, pues su falta de gracia es tan preocupante como la situación de Grecia y la de otros países del mediterráneo. Aron Lehmann deposita todas las salidas humorísticas de la cinta en la repetición de innumerables tópicos y clichés. La superficie de los personajes nunca se llega a traspasar, siendo su estereotipación el desencadenante de todos y cada uno de los chistes. Con un poco de suerte, sus gags no te resultarán dañinos y reinará la indiferencia; pero, en el peor de los casos, te entrarán ganas de acompañar a los personajes en su aventura marítima con un más que posible final amargo (sobre el papel, pues en la práctica sabíamos cómo iba a acabar la película desde los primeros minutos). Es preocupante que la única vez que me riera fuese en la secuencia con mayor carga dramática de la cinta. Lo llaman vergüenza ajena.
Bienvenidos a Grecia es bastante menos molesta cuando se intenta transmitir un mensaje de humanidad y fraternidad tan visto como efectivo. Pero, ¿de qué sirve hacer algo medianamente bien cuando llevas más de una hora provocando una constante sensación de incomodidad? Al menos los alemanes parecen entender que, a pesar de sus pocas ganas de trabajar y de su alcoholismo, los griegos también pueden ser buenas personas. Poco más y me da por perdonarles su simplismo, su torpeza para hacer comedia y su falta de empatía.

6,2
3.760
6
18 de noviembre de 2015
18 de noviembre de 2015
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace solo tres años un tal Noah Baumbach revolucionó el panorama del cine independiente norteamericano -y mundial- con Frances Ha. Pero el director y guionista neoyorkino ya tenía una estupenda película en su haber: el lúcido y tragicómico análisis de las familias desestructuradas que es Una historia de Brooklyn. No obstante, el estreno de Frances Ha supuso un evidente empujón a la carrera cinematográfica del ex guionista de Wes Anderson. Mistress America -que llega a nuestras salas solo dos meses después de que lo hiciera Mientras seamos jóvenes, el anterior trabajo de Baumbach- es una suerte de continuación encubierta de Frances Ha, un complemento necesario -y no por ello menos efectivo- de ésta, algo que no es de extrañar conociendo la filmografía de su director, pues todas sus películas parecen pertenecer a un trabajo común. Gerwig y Baumbach escriben de nuevo una obra para el lucimiento de ésta, aunque en ocasiones se vea eclipsada por la presencia de una deslumbrante -y sorprendente- Lola Kirke.
Si bien es cierto que Una historia de Brooklyn es una película de una madurez digna de admirar, tanto por su forma de afrontar las diversas temáticas como por el trabajo puramente cinematográfico, tengo la sensación de que los tres últimos trabajos de Baumbach se quedan a las puertas de ser notables. Pero no puedo cuestionar a un director que consigue que cada película que hace se mantenga imborrable en mi memoria. En Mistress America nos habla, como también hiciera en Mientras seamos jóvenes, del conflicto intergeneracional, de los grupos o asociaciones culturetas -sector con el que se identifica pero que al mismo tiempo satiriza- y del apropiamiento de ideas ajenas. También se emparenta directamente con Frances Ha con su fémina protagonista: Brooke, Greta Gerwig o Frances Ha, llámenla como quieran.
En Mistress America, Tracy vaga perdida por Nueva York. Se ha mudado allí para cursar sus estudios universitarios, pero no parece interesada en relacionarse con nadie de su entorno, ni siquiera con los compañeros de la facultad. Únicamente mantiene cierta amistad con Tony, un compañero de clase que le gusta y que aparece con novia de la noche a la mañana. Las aspiraciones de Tracy en la gran ciudad quedan reducidas a entrar a formar parte del Moebius, una secta literaria de renombre en la que reciben a los nuevos integrantes con tartazos. Pero también es rechazada. Tras la recomendación de su madre, Tracy encontrará un espejo en el que mirarse -o en el que inspirarse- con Brooke, su futura hermanastra, una treintañera llena de vida e ideas pero jamás termina de cumplir aquello que se propone.
La nueva cinta de Noah Baumbach alcanza su clímax emocional, cómico y creativo en una secuencia que tiene lugar en la mansión del ex novio de Brooke y su nueva pareja, ahora archienemiga de nuestra protagonista tras quitarle el novio y una brillante idea de negocio, y en la que nos trasladamos por un momento a la comedia screwball de los años 30; los personajes entran y salen de la pantalla como si de una obra de teatro se tratase, dejándonos un sinfín de comentarios divertidos e inteligentes, cuya trascendencia sobrepasa la película y la eleva a un nivel superior. Desgraciadamente, la cinta termina cuando por fin habíamos dejado todo atrás y nos habíamos sumado con determinación a esa atractiva conglomeración de personalidades.
Me cuesta mucho valorar por separado las tres últimas películas de Baumbach, pues todas ellas parecen irresistibles frescos dispuestos a completar la obra de un genio intermitente. Quizá, dentro de unos años, podamos visionar todas las películas del neoyorkino en bucle y disfrutar de una obra completa que otorgue un sentido y valor íntegro a cada uno de esos frescos en los que a veces cuesta entrar, pero de los que aún cuesta más salir.
Si bien es cierto que Una historia de Brooklyn es una película de una madurez digna de admirar, tanto por su forma de afrontar las diversas temáticas como por el trabajo puramente cinematográfico, tengo la sensación de que los tres últimos trabajos de Baumbach se quedan a las puertas de ser notables. Pero no puedo cuestionar a un director que consigue que cada película que hace se mantenga imborrable en mi memoria. En Mistress America nos habla, como también hiciera en Mientras seamos jóvenes, del conflicto intergeneracional, de los grupos o asociaciones culturetas -sector con el que se identifica pero que al mismo tiempo satiriza- y del apropiamiento de ideas ajenas. También se emparenta directamente con Frances Ha con su fémina protagonista: Brooke, Greta Gerwig o Frances Ha, llámenla como quieran.
En Mistress America, Tracy vaga perdida por Nueva York. Se ha mudado allí para cursar sus estudios universitarios, pero no parece interesada en relacionarse con nadie de su entorno, ni siquiera con los compañeros de la facultad. Únicamente mantiene cierta amistad con Tony, un compañero de clase que le gusta y que aparece con novia de la noche a la mañana. Las aspiraciones de Tracy en la gran ciudad quedan reducidas a entrar a formar parte del Moebius, una secta literaria de renombre en la que reciben a los nuevos integrantes con tartazos. Pero también es rechazada. Tras la recomendación de su madre, Tracy encontrará un espejo en el que mirarse -o en el que inspirarse- con Brooke, su futura hermanastra, una treintañera llena de vida e ideas pero jamás termina de cumplir aquello que se propone.
La nueva cinta de Noah Baumbach alcanza su clímax emocional, cómico y creativo en una secuencia que tiene lugar en la mansión del ex novio de Brooke y su nueva pareja, ahora archienemiga de nuestra protagonista tras quitarle el novio y una brillante idea de negocio, y en la que nos trasladamos por un momento a la comedia screwball de los años 30; los personajes entran y salen de la pantalla como si de una obra de teatro se tratase, dejándonos un sinfín de comentarios divertidos e inteligentes, cuya trascendencia sobrepasa la película y la eleva a un nivel superior. Desgraciadamente, la cinta termina cuando por fin habíamos dejado todo atrás y nos habíamos sumado con determinación a esa atractiva conglomeración de personalidades.
Me cuesta mucho valorar por separado las tres últimas películas de Baumbach, pues todas ellas parecen irresistibles frescos dispuestos a completar la obra de un genio intermitente. Quizá, dentro de unos años, podamos visionar todas las películas del neoyorkino en bucle y disfrutar de una obra completa que otorgue un sentido y valor íntegro a cada uno de esos frescos en los que a veces cuesta entrar, pero de los que aún cuesta más salir.
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