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6,3
18.266
5
20 de noviembre de 2019
20 de noviembre de 2019
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
No siento ningún tipo de interés por las adaptaciones de Stephen King, pero me acerqué a “Doctor Sueño” (2019) seducido por Mike Flanagan. Me había convencido con “La maldición de Hill House” (Netflix, 2018) y acertó a medias con “El juego de Gerald” (2017), todas ellas adaptaciones del rey de terror fantástico.
Pero “Doctor Sueño”, en su intento de apropiación de elementos de “El sexto sentido”, “Los inmortales” o “Entrevista con el vampiro”, se confirma como un soporífero fracaso. Su argumento acumula subtramas sin conocimiento y su ritmo es frenéticamente lento; y es que no hay nada más tedioso que una película donde ocurren cosas continuamente. Todo en ella es intrascendente, convencional y ni siquiera está cohesionado.
En esta secuela no queda nada de la magistral obra de Kubrick ni de su espíritu. Solo un burdo popurrí, una caricatura borrosa, un intento de entretenimiento de masas que nada tiene que ver con el carácter desconcertante y sobrecogedor de “El Resplandor”. Pasará al cajón de “Adaptaciones de Stephen King que debimos ahorrarnos” (Nota: 4/10). Y, hablando de otra cosa, aprovecho para revelar mi selección de adaptaciones cinematográficas de King (y les advierto que se ha quedado bastante antigua):
1º- “Misery” (1990, Rob Reiner)
2º- “Carrie” (1976, Brian de Palma)
3º- “El Resplandor” (1980, Stanley Kubrick)
4º- “Los chicos del maíz” (1984, Fritz Kiersch)
Fernando Garín. IG: fernandogarin_
Pero “Doctor Sueño”, en su intento de apropiación de elementos de “El sexto sentido”, “Los inmortales” o “Entrevista con el vampiro”, se confirma como un soporífero fracaso. Su argumento acumula subtramas sin conocimiento y su ritmo es frenéticamente lento; y es que no hay nada más tedioso que una película donde ocurren cosas continuamente. Todo en ella es intrascendente, convencional y ni siquiera está cohesionado.
En esta secuela no queda nada de la magistral obra de Kubrick ni de su espíritu. Solo un burdo popurrí, una caricatura borrosa, un intento de entretenimiento de masas que nada tiene que ver con el carácter desconcertante y sobrecogedor de “El Resplandor”. Pasará al cajón de “Adaptaciones de Stephen King que debimos ahorrarnos” (Nota: 4/10). Y, hablando de otra cosa, aprovecho para revelar mi selección de adaptaciones cinematográficas de King (y les advierto que se ha quedado bastante antigua):
1º- “Misery” (1990, Rob Reiner)
2º- “Carrie” (1976, Brian de Palma)
3º- “El Resplandor” (1980, Stanley Kubrick)
4º- “Los chicos del maíz” (1984, Fritz Kiersch)
Fernando Garín. IG: fernandogarin_

6,0
17.972
6
7 de abril de 2020
7 de abril de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Recuerdan las enseñanzas de nuestra última gran crisis? Sí, la de 2008, esa que duró casi diez años y nos mostró las consecuencias del crecimiento especulativo deshumanizado y los efectos del capitalismo más despiadado. Esa que se llevó por delante a tantas y tantas personas; primero al paro, luego al banco de alimentos y, en el peor de los casos, a la muerte civil. Todos aprendimos que otro modelo económico más justo era posible, ¿no?
“Hogar”, otra de las oportunidades que nos ofrece Netflix que asistir a un estreno español durante la cuarentena, habla de eso. De no aprender nada. De la ostentación de lo material, de querer tener más que los demás… y de ser capaz de cualquier cosa para conseguirlo. Un veneno que crece dentro de nosotros desde que la educación neoliberal fue implantada en nuestro pensamiento. Javier Gutiérrez, cuya versatilidad interpretativa lo puede casi todo, es el ejemplo de cómo ese veneno va creciendo y creciendo en un ser humano. Y Àlex y David Pastor lo saben aprovechar para transfigurar un drama social en un thriller criminal. Mal rematado, imperfecto, abusivo; pero intrigante, ameno y poco complaciente. “Hogar” habla mejor el lenguaje televisivo que el cinematográfico. Ganaría como miniserie fraccionada en tres episodios. Y ganaría aún más con la sustitución de Mario Casas, inexpresivo, inflamado y con una pésima dicción.
No entraré a opinar sobre si estamos ante la versión patria de “Parásitos”, porque la comparación ya resulta bastante ofensiva. “Hogar” es un entretenimiento eficaz para este confinamiento. Y, sobre todo, recuerden las lecciones de nuestra anterior crisis. A las que vamos a sumar las que vamos a extraer de la presente. ¿No?
Fernando Garín (IG: fernandogarin_)
“Hogar”, otra de las oportunidades que nos ofrece Netflix que asistir a un estreno español durante la cuarentena, habla de eso. De no aprender nada. De la ostentación de lo material, de querer tener más que los demás… y de ser capaz de cualquier cosa para conseguirlo. Un veneno que crece dentro de nosotros desde que la educación neoliberal fue implantada en nuestro pensamiento. Javier Gutiérrez, cuya versatilidad interpretativa lo puede casi todo, es el ejemplo de cómo ese veneno va creciendo y creciendo en un ser humano. Y Àlex y David Pastor lo saben aprovechar para transfigurar un drama social en un thriller criminal. Mal rematado, imperfecto, abusivo; pero intrigante, ameno y poco complaciente. “Hogar” habla mejor el lenguaje televisivo que el cinematográfico. Ganaría como miniserie fraccionada en tres episodios. Y ganaría aún más con la sustitución de Mario Casas, inexpresivo, inflamado y con una pésima dicción.
No entraré a opinar sobre si estamos ante la versión patria de “Parásitos”, porque la comparación ya resulta bastante ofensiva. “Hogar” es un entretenimiento eficaz para este confinamiento. Y, sobre todo, recuerden las lecciones de nuestra anterior crisis. A las que vamos a sumar las que vamos a extraer de la presente. ¿No?
Fernando Garín (IG: fernandogarin_)

6,4
1.413
8
3 de enero de 2020
3 de enero de 2020
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Durísima. La palabra drama se queda muy corta para “Una gran mujer (Beanpole)”, del jovencísimo Kantemir Balagov (Mejor director en Cannes en el certamen “Un certain regard”). La película profundiza en la miseria moral de la posguerra en el Leningrado de 1945. Muestra algunas de las escenas más duras que he visto en el cine y plantea un verdadero dilema sobre si es mejor sobrevivir a la guerra o morir en ella. Los personajes son fantasmas que deambulan por una ciudad devastada y arruinada. Es difícil llegar a entender sus controvertidos comportamientos, pero uno llega a reservarse el derecho de juzgar. El único rayo de esperanza parece estar en la amistad femenina que protagoniza la película, vínculo inquebrantable y hermosamente presentado. Está magistralmente rodada y Balagov merece seguimiento. (Nota:8)
Fernando Garín (IG: fernandogarin_)
Fernando Garín (IG: fernandogarin_)
7
17 de abril de 2020
17 de abril de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Mi mejor amigo” (2018) es el primer largometraje de Martín Deus, que se convierte en uno de los nuevos bastiones del cine LGTB argentino actual, junto al prolífico Marco Berger (“Un rubio”, 2019). Nominado al Premio Sebastiane Latino en San Sebastián, “Mi mejor amigo” ofrece una refrescante visión de la adolescencia LGTB, enfocada en explorar la falta de pertenencia al grupo y la inexorable sensación de soledad, sentimientos que su director confiesa haber vivido muy intensamente.
La historia de Lorenzo, un muchacho intelectual que vive con su encantadora familia en la Patagonia, y Caíto, un complicado e impulsivo adolescente de barrio, se cruzan inesperadamente creando un original sendero narrativo que resultará poco convencional al espectador.
Posee la inspiradora novedad de tratar la sexualidad sin mostrar sexo en imágenes, algo que remarca la importancia de considerar la orientación sexual de una persona como un complejo conglomerado de sentimientos afectivos y no una mera pulsión primaria.
La fortaleza de “Mi mejor amigo” descansa sobre la base cinematográfica de mostrar lo que no se dice, ilustrando con eficacia el amor prohibido y, especialmente, la insufrible pauta de conducta cishetero que obliga a los hombres a ocultar los sentimientos que se profesan mutuamente. A pesar de sus últimos treinta minutos, donde el film se debilita sensiblemente, despliega con agilidad atractivas subtramas, dosificando con ritmo la revelación de secretos. Resulta una más que recomendable ópera prima que propicia la reflexión sobre la magnitud de la amistad y su estrecha relación con el amor. Quién sabe si son la misma cosa.
Fernando Garín.
La historia de Lorenzo, un muchacho intelectual que vive con su encantadora familia en la Patagonia, y Caíto, un complicado e impulsivo adolescente de barrio, se cruzan inesperadamente creando un original sendero narrativo que resultará poco convencional al espectador.
Posee la inspiradora novedad de tratar la sexualidad sin mostrar sexo en imágenes, algo que remarca la importancia de considerar la orientación sexual de una persona como un complejo conglomerado de sentimientos afectivos y no una mera pulsión primaria.
La fortaleza de “Mi mejor amigo” descansa sobre la base cinematográfica de mostrar lo que no se dice, ilustrando con eficacia el amor prohibido y, especialmente, la insufrible pauta de conducta cishetero que obliga a los hombres a ocultar los sentimientos que se profesan mutuamente. A pesar de sus últimos treinta minutos, donde el film se debilita sensiblemente, despliega con agilidad atractivas subtramas, dosificando con ritmo la revelación de secretos. Resulta una más que recomendable ópera prima que propicia la reflexión sobre la magnitud de la amistad y su estrecha relación con el amor. Quién sabe si son la misma cosa.
Fernando Garín.

6,8
4.177
6
28 de febrero de 2020
28 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con “Vida oculta” (A Hidden Life, 2019) llega el décimo y siempre esperado largometraje de Terrence Malick. Pocos directores son tan esperados y generan tantos aplausos y decepciones después de sus estrenos. Eso sí, el realizador texano ya no juega a sorprender, sino a versar sobre los mismos temas. Su formación filosófica (llegó a comenzar una tesis sobre Heidegger en Oxford) es fundamental para entender el sentido de su cine.
Con base en la historia real de Franz Jägerstätter (1907-1943), Malick describe con minuciosidad la historia de unos campesinos austríacos, que ven sacudida su bucólica existencia por la progresiva nazificación del mundo que conocen. En “Vida oculta”, probablemente la película más narrativa de su director, se plantea el dilema moral de un granjero católico que debe poner a prueba su fe en tiempos muy recios. Desde luego, mucho más que hoy, cuando la tiranía de lo correcto se limita a asesinar conciencias en lugar de personas.
La de “Vida oculta” es una historia mil veces contada. La de la conciencia de un solo hombre frente a la dictadura del pensamiento único. Y el estoicismo de Franz conmueve menos que el vibrante paisaje alpino. Casi todo el mundo coincidirá en que es una narración pesada y laxa. Carece de agilidad y está demasiado engordada por la forma, donde el director encuentra su mejor vía de expresión.
“Vida oculta” es una sinfonía de la vida, o al menos eso pretende su director, que ha sabido tomarse su tiempo para deleitarnos con el lirismo de sus imágenes y la pomposidad de una música que adorna la belleza del conjunto. Incluso la elección del gran angular y el formato panorámico subordinan los personajes al paisaje. Las tres horas de duración constituyen un exceso que, unido a sus desmanes teológicos, hacen del film una obra tan pomposa como insustancial. No obstante, se puede gozar de ella como ejercicio contemplativo. Es una de esas fabulosas tartas cubiertas de fondant multicolor que sería mejor no haber probado.
Nota (6/10)
Fernando Garín (IG:fernandogarin_)
Con base en la historia real de Franz Jägerstätter (1907-1943), Malick describe con minuciosidad la historia de unos campesinos austríacos, que ven sacudida su bucólica existencia por la progresiva nazificación del mundo que conocen. En “Vida oculta”, probablemente la película más narrativa de su director, se plantea el dilema moral de un granjero católico que debe poner a prueba su fe en tiempos muy recios. Desde luego, mucho más que hoy, cuando la tiranía de lo correcto se limita a asesinar conciencias en lugar de personas.
La de “Vida oculta” es una historia mil veces contada. La de la conciencia de un solo hombre frente a la dictadura del pensamiento único. Y el estoicismo de Franz conmueve menos que el vibrante paisaje alpino. Casi todo el mundo coincidirá en que es una narración pesada y laxa. Carece de agilidad y está demasiado engordada por la forma, donde el director encuentra su mejor vía de expresión.
“Vida oculta” es una sinfonía de la vida, o al menos eso pretende su director, que ha sabido tomarse su tiempo para deleitarnos con el lirismo de sus imágenes y la pomposidad de una música que adorna la belleza del conjunto. Incluso la elección del gran angular y el formato panorámico subordinan los personajes al paisaje. Las tres horas de duración constituyen un exceso que, unido a sus desmanes teológicos, hacen del film una obra tan pomposa como insustancial. No obstante, se puede gozar de ella como ejercicio contemplativo. Es una de esas fabulosas tartas cubiertas de fondant multicolor que sería mejor no haber probado.
Nota (6/10)
Fernando Garín (IG:fernandogarin_)
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