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Críticas 146
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
24 de julio de 2018
33 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Happy hour es una película casi imposible de estrenar en cines. De hecho, en Francia ha tenido que ser dividida en cinco episodios presentándose como la primera serie que se estrena en salas. La película, terminada en 2015, ha sido recuperada tres años después en occidente tras el paso de su director por el festival de Cannes con Asako, que se estrenará en el país galo este otoño. Prácticamente un desconocido con tres largometrajes en su haber, siendo Happy hour el segundo, se revela en nuestras pantallas un artista sutil, delicado y preciso.

Cuatro amigas -Akari, Sokurako, Fumi y Jun- salen de excursión de vez en cuando hasta que una de ellas les anuncia que se divorcia. El juicio y su fallo harán que cada una de las mujeres pegue un giro a su vida. Happy hour es una película atípica por su duración si tenemos en cuenta el relato que nos propone. Llamamos film-fleuve, película-río, a aquella obra de duración mucho más larga de lo habitual. Suelen ser producciones épicas, documentales minuciosos - Lanzmann, Wang Bing- o bien movimientos artísticos que se caracterizan por la improvisación - Rivette, Eustache- o el surrealismo -Bela Tarr, Lav Díaz. Sin embargo, resulta asombroso comprobar cómo una historia de la vida de un grupo de amigas, acompaña de una dirección simple, reposada pero bien calculada pueda mantener el tipo durante más de cinco horas sin que decaiga, ni en ritmo, ni en interés. Al contrario, Happy hour no deja de alcanzar nuevas amplitudes según el reloj avanza, es como una flor que se abre al sol.

Hamaguchi se toma su tiempo para llegar al meollo del asunto, no es hasta pasadas las dos horas que la trama del divorcio comienza a fraguarse. Hasta ese entonces el director nos invita a seguir la vida personal de cada una de las cuatro protagonistas, tanto en su casa como en sociedad. Las vemos en el trabajo, con sus parejas e incluso en una sesión de telepatía que dura varios minutos. Cada segmento de la narración es introducido de manera casi imperceptible, obligándonos a que nos dejemos llevar en este relato tan reposado sin tener elección, pues la estructura narrativa no se marca en ningún momento, Hamaguchi se libera de las imposiciones del montaje y de cualquier otro esquema para que la emoción aflore, fruto de su total libertad creativa.
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Es por ello que el principal impacto en la película es la desaparición de Jun a mitad de metraje, sin que volvamos a verla. En sus viajes a las termas, Jun se queda un día más que el resto de sus amigas ante de volver a Kobe, pero en un autobús urbano se encuentra con una joven de otra región que le describe la vida cotidiana en su pueblo. La escena se cierra con un primer plano de la protagonista sonriente, con la mirada perdida y la escena siguiente tiene lugar semanas después en el que es el mayor corte temporal de Happy hour: en un café de Kobe, sus tres amigas y su ex-marido se reúnen: la mujer no ha vuelto a la ciudad, nadie sabe dónde está. El hijo de Sakurako se cruza con ella en la estación del ferry, sabemos que se dedica a viajar descubriendo el país y ahí se cierra su trama.

Es el punto de inflexión de la película. El hecho que rompe el equilibrio del grupo y cuyas consecuencias influirán en la toma de decisiones de cada una de las amigas respecto a los hombres de sus vidas, demasiado egoístas como para que las amigas tengan esperanza en el futuro de una pareja. Eso sí, tras la desaparición de Jun, cuando creemos que la película se adaptará a una narración más habitual, de pronto nos topamos con una conferencia de media hora en la que una escritora y el ex-marido de la fugitiva debaten acerca de la creación de personajes en ficción. En este momento es como si Hamaguchi mismo hablase a través de la joven y justificase la propia obra en un inciso de la historia de las cuatro mujeres. Sin embargo en esta misma escena hay una tensión subyacente gracias al rencor que Fumi guarda a su propio marido, evidente en su actitud y en su ceño fruncido todo a lo largo de esta escena inesperada.

Hay muchos momentos dignos de mención a lo largo de estas cinco horas: el reencuentro de Jun con su exmarido, en una escena a contraluz, con la protagonista de espaldas a la cámara y con el hombre fuera de plano, momento en el que los reproches afloran y la toma termina de manera violenta. Otro momento tenso es la revelación del hijo de Sokurako ante la familia, mientras los padres deciden encontrar una solución al problema del joven, la abuela, abatida por el suceso aparece sentada en una silla, de espaldas al corro. Ante la cobardía de su propio hijo, la anciana levanta de golpe y corre a abofetear al padre de familia.

Pero no sólo encontramos tristeza, rencor o violencia. Al contrario, la cinta está llena de momentos luminosos y enternecedores. Un travelling precioso, entre la brisa que acaricia las ramas de los árboles en un bulevar muestra a Sakurako y a su suegra, vestidas de ceremonia, caminando lentamente, escena en la que la mujer mayor le habla acerca de la figura del hombre y aconseja a su nuera respecto a su futuro. Un encuentro de dos generaciones de mujeres de un país moderno en cuanto a tecnología pero tradicional y conservador en cuanto a la familia.

En otra escena, Sokurako y Fumi vuelven a casa en metro cuando en el andén se cruzan con un compañero del taller de telepatía. Es un momento cómico y la vez lleno de júbilo. Hablamos de un hombre tímido que en la escena de la sesión apenas se atrevía a intercambiar una palabra con Sokurako. Su torpeza e indecisión dejaban claro la atracción que sentía por la mujer. En este encuentro casual, cerca del final, una sola frase "¿Tienes un minuto?" desencadena un momento crucial en las vidas de Sokurako y Fumi. Al cruzar la mirada con el hombre, Sokurako, casi de manera refleja, salta con él dentro del vagón antes de que las puertas se cierren. Desde el andén, Sokurako y Fumi se miran, sin necesidad de hacer ningún gesto, se comprenden la una a la otra y es más, la valentía de Sokurako hará que Fumi también rompa con su marido. Todo ello sin cruzar palabra, por lo que el taller de telepatía en la primera hora de película cobra un sentido mucho más amplio aquí, cerca del final.

hommecinema.blogspot.fr
11 de abril de 2017
35 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de Reichardt es un arte sopesado, tranquilo, que invita a dejarse llevar. Más que buscar un efecto inmediato, la cineasta deja que sus películas florezcan dentro del espectador. Construyéndose poco a poco, las horas siguientes, los días siguientes. Quizá Night moves fuese la más trepidante de su filmografía, siguiendo unos activistas ecologistas que cometen un error. El gran silencio del metraje convertía la ausencia de diálogo en la representación de unos remordimientos que se traducían como una angustia insoportable para el público.

Si nos retrotraemos a su debut, Old joy esconde tras la falta de acción una incomodidad evidente entre sus dos protagonistas, antiguos amigos cuyos asuntos pendientes vuelven a manifestarse. La maravillosa Meek's cutoff, un paseo bajo el sol y bajo la luna, se convierte en una excusa para situar en su momento cumbre a una aguerrida mujer en la toma de una decisión vital. Reichardt ha hecho de esta expresión tan calma su mayor seña de distinción, convirtiéndola quizá en la directora actual más interesante del panorama.

Certain women son tres historias independientes que transcurren en la inhóspita Montana, encabezando cada segmento una mujer que sufre las consecuencias de una sociedad machista: una abogada cuyo cliente no la toma en serio y que es obligada a poner en riesgo su vida. Todo por ser considerada por la polícia la cara más amable para negociar con un hombre violento. Hay una escena en la que el comisario indica la puerta del edificio secuestrado a la mujer, sonriendo, empujándola a adentrarse en ese horror. Es esta una de las escenas más violentas de la filmografía de Reichardt, donde se denuncia con pasmosa claridad la injusticia tras gestos cotidianos que atacan a las mujeres de forma consciente o no.

Después, en el segundo episodio Michelle Williams ha de resignarse a ser vista como una mujer caprichosa y desconsiderada tras que su marido provoque, por ser un pésimo negociador, que ella se gane el rencor de un vecino al que aprecia. En el tercer capítulo, Kirsten Stewart encadena una mala decisión tras otra, confusa y cegada por huír del puesto que la sociedad ha reservado a una mujer de su origen y condición social. Aunque nada comparable al personaje de Lilly Gladstone, una marginada acostumbrada al rechazo y a la soledad por mujer, por pobre y por india.

El esquema que siguen estos tres episodios es tan atípico como fascinante. El primero trancurre en la ciudad, con una mujer enfrentada al público. El segundo en las afueras de esa misma ciudad y la mujer se enfrenta a su familia y su entorno. El tercero se aleja a un pueblo minúsculo a cuatro horas de la ciudad anterior y enfrenta a la mujer contra otra mujer. Parece que según Reichardt se aleja del núcleo urbano hacia las aldeas camufladas entre montañas nevadas, siempre encontraremos una mujer menospreciada. Los episodios se suceden terminando con una amarga historia de desamor.

Pero la directora no se preocupa sólo del fondo social del texto ni de la forma basada exclusivamente en la edición. En todas sus películas nos vemos abrumados por la grandeza de los paisajes del medio-oeste americano que retrata, lugar en el que creció y permaneció al lado de su difunta perra Lucy, ya vista en Old joy y Wendy y Lucy, a quien va dedicada esta película. El ruido del agua en Old joy, el desierto en Meek's cutoff, los bosques de Night moves... En Certain women la calidez de unas historias tan íntimas nos protege en esos paisajes tan sobrecogedores, repletos de rocas y nieve donde los caballos trotan por un campo de un blanco cegador y donde el viento arrastra copos que la noche nos deja ver cómo acarician el asfalto.
18 de mayo de 2016
33 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cine comercial político, sí. Cine militante, sí. Pero así no, por favor.

High rise intenta ser una distopia de gusto refinado acerca no ya del futuro, sino del presente. Un rascacielos sirve como metáfora de nuestro sistema actual, en el que los privilegiados copan la cima mientras el pueblo llano ocupa las primeras plantas. El edificio cuenta además con un peculiar sistema energético en el que la sobrecarga castiga más a los pisos bajos que a los altos. Por ello, el populacho se rebela e intenta acceder a las plantas superiores. Todo ello con el protagonista como testigo. Un médico atrapado entre las dos clases que ha caído en gracia al director del edificio.

La película comienza en el caos, en plena resaca capitalista tras la demolición del sistema y luego retrocederemos en el tiempo para ser testigos de cómo se gesta el fin de la jerarquía del complejo. El rascacielos como sistema piramidal es de un obvio que roza lo insultante. Una copa de champán que se cae del piso superior en la terraza del vecino nada más arrancar la historia, resulta demasiado vulgar. Una fiesta de los ricos con temática de Versalles, demasiado explícito. Un desastre.

Ya que el director se empeña en que no se nos escape absolutamente nada de lo que quiere contar, hubiera resultado mucho más digno incorporar elementos de nuestra actualidad al relato original. Cronenberg lo hizo con maestría en la infravalorada Cosmópolis y obtuvo un resultado fascinante.
Es una pena que aunque la métafora sea explicada al mínimo detalle, como si el director dudase de la inteligencia del espectador, en cambio el fondo emocional de los personajes sea mutilado por un montaje confuso que nos hace perder el interés en la primera media hora.

Porque no, los personajes no se desarrollan de manera natural. De una escena a otra los cambios en las relaciones son tan bruscos que no se sabe exactamente que está pasando, pero es que además tampoco se crea un misterio en torno a esa confusión para poder tenernos enganchados y todo pierde su importancia. El montaje se acelera sin razón ninguna para luego abusar de la cámara lenta en escenas prescindibles o en momentos cruciales, cuyo impacto se ve disminuído.

En cuanto a la atmósfera, buena idea de limitar la película al edificio, sin que sepamos de dónde vienen los personajes cuando llegan en coche al parking exterior. Pero un gran problema es que lo que se pasa dentro no tiene interés ninguno. No hay la tensión sobresaliente del tren de Snowpiercer, por ejemplo. El edificio resulta frío, es lógico, pero cuando el resto de elementos fallan en la película, una atmósfera minimalista no hace más que aumentar el aburrimiento.

Las buenas intenciones de Wheatley no son suficientes. High-rise es una película que no da tregua al público en cuanto a entretenimiento y cuyo mensaje pretende descubrirnos la pólvora a estas alturas. Lo único bueno que puedo decir es que al menos se reivindica la canción SOS de Abba, pero la película en sí, ni lo dudéis, es un SOS en toda regla.
27 de diciembre de 2020
33 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
The woman who ran. La mujer que corrió es la mujer que huyó pero también la mujer que se escapó ¿Pero de qué? ¿De quién? Correr, huir, escapar. La ambigüedad del título se abre a numerosas interpretaciones y las pistas que se nos proporcionan nos hacen pensar que todas son correctas. La protagonista realiza tres visitas distintas en las afueras de Seúl en el tríptico que compone la película. Tres conversaciones en los tres episodios que dejarán marcada a la mujer. Diálogos representados con las composiciones más reconocibles de Hong Sang Soo: una mujer frente a otra, en la mesa, cada una en un extremo del plano y de vez en cuando, un zoom que capta sus reacciones.

Con su marido ausente en viaje de negocios, ella aprovecha para visitar a un par de amigas, pues como repite en numerosas ocasiones, es la primera vez en cinco años que se separan. Ella cuenta que su marido piensa que los enamorados deben pasar todos los días de su vida juntos. Pero ya de antemano, comprendemos que ese pensamiento sólo le corresponde a él, la mujer nunca dice su opinión al respecto. Tampoco es que hiciera falta, pues Hong Sang Soo logra que captemos el descontento de su heroína sin abordar su psique, sin necesidad de profundizar en el personaje. El gran logro de The woman who ran es de componer el dilema existencial de la protagonista desde el reflejo, únicamente a partir de las situaciones que viven sus amigas: del descontento de los matrimonios ya pasados, de la felicidad que supone empezar de cero en un entorno agradable, de su vehemencia ante los vecinos egoístas y de su integridad ante los acosadores.

Hong Sang Soo siempre ha destacado por sus certeras descripciones de la fragilidad masculina, y ejemplo de ellos son algunos de sus personajes más elaborados. Por ejemplo, el desdichado sin nada que perder de Hill of freedom; también el vanidoso director que descubre que no es el hombre infalible que siempre creyó ser en Ahora sí, antes no o el patético y entrañable adúltero de El día después que se ve sobrepasado por la situación. Sin embargo, al igual que Sunhi o Nobody's daughter Haewon este es un film íntegramente femenino. Pero mientras que Sunhi y Haewon eran unos personajes transparentes y directos, en conflicto directo con los hombres que las juzgaban e infravaloraban, en The woman who ran el enfrentamiento está ausente pero implícito en las confidencias. El sentimiento de la protagonista no se expresa en ninguna disputa, pero aún así su desazón hace aparición en el desenlace.

Los hombres de la cinta, más que personajes, son meros resortes del guión, unas presencias con apenas un par de trazos superficiales, un elemento con el único propósito de influir en las decisiones de las mujeres, pero de rebote. La mayor parte de los hombres mencionados, es decir, maridos, ex-maridos, padres violentos y nuevos ligues, no aparecen en pantalla. Únicamente un vecino quisquilloso, un admirador demasiado insistente y un exnovio, y por si fuera poco, la mayor parte del tiempo los vemos de espaldas a la cámara. Incluso los gatos y las gallinas parecen cobrar mayor protagonismo en las imágenes de la película.
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Pese a todo, suponen un elemento crucial en la evolución de la protagonista, ya que provocan una reacción entre la segunda visita y la última. Las dos primeras son citas concertadas con sus amigas para conocer sus respectivas nuevas casas. Podríamos considerar a la mujer una observadora, una oyente, en definitiva, la receptora de los relatos, la testigo de las nuevas vidas de esas dos mujeres que también corrieron sin mirar atrás. Una vez asimilada toda esa información, una vez que ella se cuestiona su presente, decide realizar una tercera visita, sin avisar. Un retorno al pasado. Un encuentro forzado que la mujer pretende hacer pasar por casual en el cine-café de la amante de su exnovio, donde el hombre también estará presente.

No sabemos hasta qué punto el dolor o el rencor son la fuerza dominante que la impulsa a este rencuentro, pero sí que sabemos que un asunto quedó pendiente de arreglar. En la oscura y cálida sala de cine, la mujer se arma de valor para la confrontación, y cuando esta tiene lugar, finalmente las cosas no se resuelven como ella esperaba. Es el momento de volver ante la gran pantalla, ante esa playa que nos sosiega, nos reconforta y nos consuela. Esa playa conecta con la heroína de On the beach at night alone, que escapaba del desamor en las salas y se despertaba perdida en la orilla, como si los dos personajes, interpretados por la misma actriz, fueran a través de la pantalla, uno el reflejo del otro.

Hong Sang Soo logra en The woman who ran uno de sus finales más melancólicos, tan sólo con una mandolina y el grano de la imagen proyectada. Sentimos la decepción de la mujer pero al mismo tiempo celebramos su valor por haber hecho frente a su antiguo amante. Una mezcla de pasión y tristeza que se reposan cuando el director nos evoca el calor de los cines que hoy tanto echamos de menos, ahí donde nos proyectan las imágenes, ahí donde olvidamos o donde nos obligan a despertar.

hommecinema.blogspot.com
7 de diciembre de 2020
37 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Herman Mankiewicz, Mank para los amigos: hombre de principios, gran alcohólico y mejor guionista. Creador también de la mayor revolución artística que ha dado Hollywood, el guión de Ciudadano Kane. Fincher lleva a la pantalla el proceso de creación de tal mastodóntico libreto y aborda el asunto de una manera muy particular. Mank no es un biopic al uso que narre las vivencias del autor desde su niñez a su cénit, es decir, que no se trata del seguimiento, uno por uno y al pie de la letra, de los distintos pasajes de la vida de un escritor. Mucho menos se trata de la crónica del rodaje del film, y ni siquiera podemos decir que trate de la redacción del guión.

La idea que se desarrolla en Mank es anterior al proceso de mecanografía, pero aún así se aborda una parte fundamental de la escritura, estamos hablando, ni más ni menos, del momento en que se conciben las ideas en la cabeza del artista. Aquello que el pensamiento y la memoria sintetizan para darnos la frase que debemos escribir. Mank se adelanta a la traducción en imágenes y a la transcripción para ir directa a la mente del artista y a sus mecanismos de razonamiento, al origen de Ciudadano Kane.

En muchas ocasiones hemos visto obras que muestran los problemas que surgen al expresarnos artísticamente, principalmente el bloqueo creativo. El quedarse en blanco ante el folio, la falta de inspiración, la pérdida del ingenio, de la chispa que comienza el fuego interno que nos activa. Lo que Fincher nos muestra en esta película es todo lo contrario, es la verborrea interna, la maraña de memorias que se entremezclan en nuestro pensamiento hasta agotarnos físicamente, y que hemos de analizar, canalizar y concretar para poder llegar al concepto, a aquello que vamos a transcribir.

Cada escena es un recuerdo que surge en la pantalla con una mera nota temporal. Se nos da el año en la que transcurre, pero aparece sin ningún contexto, sin información acerca de los personajes que aparecen, sin contarnos de qué problemas están hablando. Fincher extrae el recuerdo tal y como su protagonista lo crea, sin explicación, y esto no hace sino reforzar esa sensación de neblina mental en la que Mank ha de adentrarse para encontrar el hilo de Ariadna del que tirar.

Además, esos recuerdos tal y como se nos presentan se ven influídos por factores externos, sobre todo los sedantes que Mankiewicz utiliza para calmar su síndrome de abstinencia, las angustias que dicho síndrome le provocan y también sus recaídas en el alcohol. De un pasaje a otro aparecemos en una localización totalmente distinta a la precedente, llegamos a cada escena aturdidos por el cambio, confundidos, como si recuperásemos la razón tras la influencia de una borrachera. Una vez que la escena termina, un clásico fundido a negro aparece, es la mente del protagonista que se apaga cuando los calmantes hacen por fin efecto.

Pero eso no es todo. Por si fuera poco, en numerosas ocasiones el entorno en el que transcurre la acción también nos induce un desvarío que nos impide diferenciar la realidad del sueño. En medio de la nada aparece la musa Marion Davies, encaramada a una pira, como un espectro, como un ángel luminoso que escondiera un misterio o una amenaza a la que atenerse. Regia, cual Juana de Arco de Dreyer y provocando, tentando al autor bajo una apariencia dócil, como en Faust de Murnau. En un momento dado, Mank y ella se escapan de una cena para dar un paseo a la luz de la luna en los jardines plagados de bestias salvajes. Monos araña que chillan, enormes jirafas que parecen delirios quijotescos en el momento en que el hombre la compara con Dulcinea del Toboso, la doncella del caballero que creó Cervantes, el máximo revolucionario de la narración moderna. Como guinda para el pastel, los elefantes, símbolo del delirium tremens, entran en escena recordándonos la delgada línea entre la conciencia y la alucinación.
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Aparte de la narración difusa y de líneas poco marcadas, el otro punto fuerte de la película es el estilo visual, imitando las producciones de la época y más aún del estilo personal de Orson Welles. En alguna ocasión se perciben los códigos del noir del Hollywood clásico, como la escena de la pistola, pero el arte europeo también asoma sin que a nadie le extrañe. Con permiso de 2020, Hollywood atravesaba su mayor crisis en el momento en que los directores europeos huían a América, pues el viejo continente comenzaba a tranformarse en un terreno hostil. De ese fortuito evento, gracias a esa integración de ideas de dos escuelas distintas, el arte se transformó.

No es de extrañar entonces que un joven Welles se viera conducido por la llegada de nuevas técnicas visuales, y que, por tanto, Fincher las utilice hoy en esta película. Vemos rostros iluminados en primer plano que se rompen con las muecas de preocupación o terror, heredados del expresionismo alemán. Un banquete de disfraces termina cuando el vómito salpica la moqueta, traído de la escuela del surrealismo. Casi podemos percibir a Fritz Lang en la escena en la que Louis Meyer pide a la platea de los trabajadores del estudio un recorte de sueldo, gracias a sus planos en picado, fantasmagóricos, donde la figura humana se vuelve minúscula gracias a los puntos de fuga que se prolongan hasta el infinito.

La pretensión visual de Mank es tan grande que en numerosas ocasiones puede parecer que la película roza el pastiche, la imitación más que la autenticidad. Tal reproche, aunque cierto, quizá se deba a la simple razón que el artista, Fincher, también ha de estar presente en la cinta. Es el sacrificio a realizar para evitar caer en el ejercicio de estilo impersonal, una copia de Orson Welles nunca será una película de Orson Welles, pero una película aplicando su estilo sí puede ser un gran filme de otro director. El equilibrio entre la creación y la reproducción no es fácil de conseguir, pero si hemos de inclinarnos de algún lado, debemos elegir que el artista esté presente. En lo que respecta al cine, el arte antes que la artesanía, aunque el resultado no esté tan pulido como esperábamos.

Si hemos de elegir una escena que logre perfeccionar esta armonía, esa es la escena del banquete de disfraces. Mankiewicz irrumpe ante Hearst y Meyer, símbolos máximos de la corrupción del poder contra los que cargará en el libreto de Ciudadano Kane, y aunque la técnica de Welles ha estado presente a lo largo de toda la película, es aquí cuando la presencia de Fincher se vuelve evidente gracias a la agilidad del diálogo. El frenético plano-contraplano a tres bandas tan característico, la rapidez del cambio de imagen donde el despliegue visual acompaña la propia tensión de la palabra. En este vértice es donde se encuentran los tres artistas: Mank, Welles y Fincher.

Mank es una película tan rica de influencias, a tan distintos niveles, que aparte de deleitarnos deja patente la calidad de genio de su personaje. La recreación del caos mental en el que se veía sumergido, no fue obstáculo insalvable para dar a luz a un libreto que cambiaría la historia del cine. Paradójicamente, libreto reñido entre el academicismo de las rígidas normas de los estudios y el art brut de quien se expresa sin ninguna base de la que partir, como si Mank hubiera empezado de cero, como si hubiera renacido como artista al crear tal guión.

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