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Críticas ordenadas por utilidad
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7,2
58.231
9
29 de agosto de 2009
29 de agosto de 2009
37 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta noche finalmente he visto Jackie Brown. Hasta este día, así de estúpido es uno, me había dejado guiar por todas esas opiniones que decían la definían como “aburrida” o “fallida”, como “una obra menor de Tarantino”. Lo había ido posponiendo, dejándolo como algo pendiente. Y en efecto, no es su película más brillante, ni la más entretenida. Ni siquiera es la mejor dirigida.
Solamente es su película más bella. Sólo eso.
Hasta ahora, y lo digo como incondicional, creía tener una idea de quién era Tarantino y que podía ofrecerme. Gozaba de sus diálogos desmadrados y de sus brillantísimas payasadas, de su humor socarrón, brutalmente inteligente y con un punto surrealista; me pegaba a la pantalla para ver desfilar a su galería de perdedores: atracadores vendidos, gánsteres de cuarta, matones yonquis, boxeadores sonados… todos ellos frescos, creíbles, profundamente humanos, alejados de los gastados estereotipos; me recreaba en su fascinante uso de la violencia, tan brutal como naif; y, por supuesto, me quitaba el sombrero ante su inimitable sentido de la narración y el montaje. Eso, ni más ni menos, era Tarantino.
Sí, ese era el tipo al que admiraba: a un jodido niñato con 180 de coeficiente de intelectual y toneladas de cine (bueno y malo) a medio digerir en el cuerpo. Genial, pero superficial; eso hubiera jurado. Pero estaba equivocado. Porque ese, ahora lo sé, no es Tarantino, sino sólo su disfraz.
Ahora lo he visto: tras esa máscara, tras la careta de L'enfant terrible que él mismo se puso y de la que ahora no consigue desprenderse, hay lucidez y serena melancolía, hay hondura y dolor contenido. Se esconde un arrebatado romántico en perpetua búsqueda de sus perdidos paraísos, que contempla con inextinguible asombro y admiración el cotidiano espectáculo del mundo, la absurdez de la existencia. Un hombre que mira con infinita ternura a los perdedores y los desheredados, a sus perdedores, y que trata de enmendar la plana al mundo dándoles en el cine la dignidad que la vida les ha negado. Un hombre que a sus treinta y cuatro años (esa era su edad) sabe ya demasiado, más de lo que le gustaría. Que está de vuelta de todo, sí; pero que aún y todo quiere volver.
Eso es Jackie Brown, la única verdadera película de Quentin Tarantino: su alma desnuda durante ciento cuarenta minutos. Contenida, sobria, elegante y, sí… gris, taciturna, melancólica… Como lo es la vida misma, esa que pocos contemplan con tanta lucidez como el propio Tarantino.
Nada hay nada de extraño en que se la tenga por “fallida” y “decepcionante”, que sea deliberadamente ignorada: nadie desea contemplarse ante un espejo. El cine es un lugar de evasión; de bonitas mentiras, no de lúcidas verdades.
Tampoco lo hay en que tras esta obra Tarantino se pasase casi una década en el dique seco o en que ahora haya entrado en franca decadencia y parezca empeñado caricaturizarse a sí mismo: cuando uno se ha desprendido de la máscara es imposible volver a vestirla.
Solamente es su película más bella. Sólo eso.
Hasta ahora, y lo digo como incondicional, creía tener una idea de quién era Tarantino y que podía ofrecerme. Gozaba de sus diálogos desmadrados y de sus brillantísimas payasadas, de su humor socarrón, brutalmente inteligente y con un punto surrealista; me pegaba a la pantalla para ver desfilar a su galería de perdedores: atracadores vendidos, gánsteres de cuarta, matones yonquis, boxeadores sonados… todos ellos frescos, creíbles, profundamente humanos, alejados de los gastados estereotipos; me recreaba en su fascinante uso de la violencia, tan brutal como naif; y, por supuesto, me quitaba el sombrero ante su inimitable sentido de la narración y el montaje. Eso, ni más ni menos, era Tarantino.
Sí, ese era el tipo al que admiraba: a un jodido niñato con 180 de coeficiente de intelectual y toneladas de cine (bueno y malo) a medio digerir en el cuerpo. Genial, pero superficial; eso hubiera jurado. Pero estaba equivocado. Porque ese, ahora lo sé, no es Tarantino, sino sólo su disfraz.
Ahora lo he visto: tras esa máscara, tras la careta de L'enfant terrible que él mismo se puso y de la que ahora no consigue desprenderse, hay lucidez y serena melancolía, hay hondura y dolor contenido. Se esconde un arrebatado romántico en perpetua búsqueda de sus perdidos paraísos, que contempla con inextinguible asombro y admiración el cotidiano espectáculo del mundo, la absurdez de la existencia. Un hombre que mira con infinita ternura a los perdedores y los desheredados, a sus perdedores, y que trata de enmendar la plana al mundo dándoles en el cine la dignidad que la vida les ha negado. Un hombre que a sus treinta y cuatro años (esa era su edad) sabe ya demasiado, más de lo que le gustaría. Que está de vuelta de todo, sí; pero que aún y todo quiere volver.
Eso es Jackie Brown, la única verdadera película de Quentin Tarantino: su alma desnuda durante ciento cuarenta minutos. Contenida, sobria, elegante y, sí… gris, taciturna, melancólica… Como lo es la vida misma, esa que pocos contemplan con tanta lucidez como el propio Tarantino.
Nada hay nada de extraño en que se la tenga por “fallida” y “decepcionante”, que sea deliberadamente ignorada: nadie desea contemplarse ante un espejo. El cine es un lugar de evasión; de bonitas mentiras, no de lúcidas verdades.
Tampoco lo hay en que tras esta obra Tarantino se pasase casi una década en el dique seco o en que ahora haya entrado en franca decadencia y parezca empeñado caricaturizarse a sí mismo: cuando uno se ha desprendido de la máscara es imposible volver a vestirla.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ya lo decía Nietzsche:
“Todo lo profundo ama el disfraz, se esconde tras una máscara”.
“Todo lo profundo ama el disfraz, se esconde tras una máscara”.

6,2
12.659
8
2 de mayo de 2011
2 de mayo de 2011
32 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocer que mi opinión sobre Black Rain se ha moderado bastante a base de revisitarla. De haber escrito esta crítica hace un lustro le hubiera encajado un diez sin pestañear. Y es que no en vano fue por muchos años una de mis películas favoritas... Ahora, sin embargo, me cuesta más mostrarme tan entusiasta: le noto demasiado las costuras. En especial, a la pueril resolución de la trama, que dista mucho de ser verosímil y apesta a final “Made in Hollywood”.
Sin embargo, con todo y con eso, debo decir que la baja nota que el respetable le ha otorgado en FA no se comparece no en broma con calidad del film. Sobre todo teniendo en cuenta que pestiños como Avatar se pasean por estas páginas con 7.5 y que solemnes memeces para nenazas de lágrima fácil como Gladiator, muestra del Ridley Scott más patéticamente comercial y decadente, se acercan al ocho.
En primer lugar, y más allá de toda duda, está la soberbia labor de dirección que realiza el bueno de Ridley: absolutamente impecable. No se puede rodar con mejor tino y elegancia. Black Rain es, por desgracia, la última muestra (algo venida a menos) del Scott esteta, que aspira a dejar huella en nuestras retinas y no sólo a forrarse el riñón haciendo llorar abuelas. Formidable y llena de reminiscencias que hacen recordar Blade Runner es la Osaka nocturna que nos pinta: fascinante e hipnótica; tan imponente y grandiosa como decadente y sórdida. Y la maestría no se limita a la fotografía: inolvidable es también su densísima atmosfera sonora (apabullante el festival de sonido de la factoría metalúrgica). Tampoco se le puede reprochar falta de pulso a la hora de dirigir a los actores… Al fin y al cabo… ¡Coño!, consigue que Andy García parezca un actor…
Otra cosa es la historia en sí que, de acuerdo, además de bastante efectista, resulta pelín naif y maniquea. Por supuesto, se trata de trivialidades dentro de clichés envueltas en tópicos: “el buen policía descarriado”, “el choque cultural oriente-occidente”, “el código de los samuráis”, “la redención a través del sacrificio”, “la lealtad”… ¿Y qué? ¿Acaso no merece la pena oírlo otra vez si está bien contado?
A esto, y no es un detalle menor, hay que añadir la soberbia banda sonora, una de las primeras de ese genio llamado Hans Zimmer, que ya apuntaba maneras.
En definitiva, y que no se diga que no soy claro: obviamente, peor que sus cuatro primeras películas, autenticas obras maestras (cada una en su género), pero infinitamente superior a nada de lo posteriormente parido por este antaño cineasta y ahora mecachifle.
Ahora Ridley Scott es su propia gran zona gris.
Sin embargo, con todo y con eso, debo decir que la baja nota que el respetable le ha otorgado en FA no se comparece no en broma con calidad del film. Sobre todo teniendo en cuenta que pestiños como Avatar se pasean por estas páginas con 7.5 y que solemnes memeces para nenazas de lágrima fácil como Gladiator, muestra del Ridley Scott más patéticamente comercial y decadente, se acercan al ocho.
En primer lugar, y más allá de toda duda, está la soberbia labor de dirección que realiza el bueno de Ridley: absolutamente impecable. No se puede rodar con mejor tino y elegancia. Black Rain es, por desgracia, la última muestra (algo venida a menos) del Scott esteta, que aspira a dejar huella en nuestras retinas y no sólo a forrarse el riñón haciendo llorar abuelas. Formidable y llena de reminiscencias que hacen recordar Blade Runner es la Osaka nocturna que nos pinta: fascinante e hipnótica; tan imponente y grandiosa como decadente y sórdida. Y la maestría no se limita a la fotografía: inolvidable es también su densísima atmosfera sonora (apabullante el festival de sonido de la factoría metalúrgica). Tampoco se le puede reprochar falta de pulso a la hora de dirigir a los actores… Al fin y al cabo… ¡Coño!, consigue que Andy García parezca un actor…
Otra cosa es la historia en sí que, de acuerdo, además de bastante efectista, resulta pelín naif y maniquea. Por supuesto, se trata de trivialidades dentro de clichés envueltas en tópicos: “el buen policía descarriado”, “el choque cultural oriente-occidente”, “el código de los samuráis”, “la redención a través del sacrificio”, “la lealtad”… ¿Y qué? ¿Acaso no merece la pena oírlo otra vez si está bien contado?
A esto, y no es un detalle menor, hay que añadir la soberbia banda sonora, una de las primeras de ese genio llamado Hans Zimmer, que ya apuntaba maneras.
En definitiva, y que no se diga que no soy claro: obviamente, peor que sus cuatro primeras películas, autenticas obras maestras (cada una en su género), pero infinitamente superior a nada de lo posteriormente parido por este antaño cineasta y ahora mecachifle.
Ahora Ridley Scott es su propia gran zona gris.

6,9
13.019
7
30 de mayo de 2012
30 de mayo de 2012
29 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Antes que nada, conviene aclarar dos cosas:
La primera es un aviso a navegantes: aquel que no haya visto la serie o que no la tenga mínimamente fresca que ni se moleste: se le antojará incomprensible. Y es que se trata de una obra totalmente autorreferencial en la que todo nos remite a Twin Peaks. Y no precisamente a lo más evidente, no, sino al puro “hardcore” onírico/simbólico lynchiano. Tras la absolutamente impenetrable Inland Empire (que me hizo perderme desde los títulos de crédito), “Fuego camina conmigo” es seguramente la obra más críptica de Lynch.
La segunda cosa que conviene tener en cuenta es los graves problemas a los que se enfrentó Lynch a la hora de llevar a cabo el proyecto y que explican buena parte de las fallas del film.
Uno de los más importantes fue la negativa de última hora de Kyle MacLachlan a volver a interpretar al agente Cooper (sólo aceptó hacer una aparición testimonial), lo que obligó a Lynch a rehacer el guion e introducir con fórceps un nuevo personaje, el agente Desmond, que se llevó la mayor parte de los diálogos dirigidos a Cooper. Otro no menos trascendente fue la imposición por parte de la productora de un metraje máximo de 140 minutos, forzando a Lynch a desechar (al parecer, por el método de la tijera loca) casi una hora de metraje ya rodado.
Sea por esto o porque Lynch no estaba inspirado, el caso es que la película empieza francamente mal. Los veinte primeros minutos, que narran el descubrimiento del cadáver de Teresa Banks, son lo más calamitoso, autoparódico y olvidable que el Montana haya rodado en su puñetera vida. Memorable (para mal) la esperpéntica mujer de rojo y sus infame galería de muecas. Y tres cuartos de lo mismo puede decirse de la “aparición estelar” de David Bowie. Para más inri, y como cabe esperar en un film al que se le ha amputado un tercio del metraje, no faltan las discontinuidades argumentales y personajes a los que se traga la tierra (literalmente).
Afortunadamente, y cuando uno está a punto de mandar al bueno de David a la mierda, la historia se centra en la última semana en la vida de Laura Palmer, y ahí la mejora es evidente: en mi modestísima opinión, y a pesar aún hay grandes altibajos, aquí podemos encontrar algunos de los momentos más ominosos, terroríficos, sugerentes e hipnóticos de toda su filmografía. Es más, gran parte de lo que muchos esperábamos de Twin Peaks (y luego nunca llegó) está aquí. Porque Twin Peaks, que empezaba prometiendo ser una cosa, acabó convertida en otra absolutamente distinta. Al final, el exceso de humor absurdo y las subtramas de culebrón ochentero acabaron por lastrar el resultado. Tanto quel, irónicamente, lo único verdaderamente interesante, que era la indagación en la personalidad de la torturada Laura Palmer y en las oscuras circunstancias de su muerte, quedó apenas hilvanado y resuelto en cuatro retazos.
(Sigue en el spoiler sin revelar nada).
La primera es un aviso a navegantes: aquel que no haya visto la serie o que no la tenga mínimamente fresca que ni se moleste: se le antojará incomprensible. Y es que se trata de una obra totalmente autorreferencial en la que todo nos remite a Twin Peaks. Y no precisamente a lo más evidente, no, sino al puro “hardcore” onírico/simbólico lynchiano. Tras la absolutamente impenetrable Inland Empire (que me hizo perderme desde los títulos de crédito), “Fuego camina conmigo” es seguramente la obra más críptica de Lynch.
La segunda cosa que conviene tener en cuenta es los graves problemas a los que se enfrentó Lynch a la hora de llevar a cabo el proyecto y que explican buena parte de las fallas del film.
Uno de los más importantes fue la negativa de última hora de Kyle MacLachlan a volver a interpretar al agente Cooper (sólo aceptó hacer una aparición testimonial), lo que obligó a Lynch a rehacer el guion e introducir con fórceps un nuevo personaje, el agente Desmond, que se llevó la mayor parte de los diálogos dirigidos a Cooper. Otro no menos trascendente fue la imposición por parte de la productora de un metraje máximo de 140 minutos, forzando a Lynch a desechar (al parecer, por el método de la tijera loca) casi una hora de metraje ya rodado.
Sea por esto o porque Lynch no estaba inspirado, el caso es que la película empieza francamente mal. Los veinte primeros minutos, que narran el descubrimiento del cadáver de Teresa Banks, son lo más calamitoso, autoparódico y olvidable que el Montana haya rodado en su puñetera vida. Memorable (para mal) la esperpéntica mujer de rojo y sus infame galería de muecas. Y tres cuartos de lo mismo puede decirse de la “aparición estelar” de David Bowie. Para más inri, y como cabe esperar en un film al que se le ha amputado un tercio del metraje, no faltan las discontinuidades argumentales y personajes a los que se traga la tierra (literalmente).
Afortunadamente, y cuando uno está a punto de mandar al bueno de David a la mierda, la historia se centra en la última semana en la vida de Laura Palmer, y ahí la mejora es evidente: en mi modestísima opinión, y a pesar aún hay grandes altibajos, aquí podemos encontrar algunos de los momentos más ominosos, terroríficos, sugerentes e hipnóticos de toda su filmografía. Es más, gran parte de lo que muchos esperábamos de Twin Peaks (y luego nunca llegó) está aquí. Porque Twin Peaks, que empezaba prometiendo ser una cosa, acabó convertida en otra absolutamente distinta. Al final, el exceso de humor absurdo y las subtramas de culebrón ochentero acabaron por lastrar el resultado. Tanto quel, irónicamente, lo único verdaderamente interesante, que era la indagación en la personalidad de la torturada Laura Palmer y en las oscuras circunstancias de su muerte, quedó apenas hilvanado y resuelto en cuatro retazos.
(Sigue en el spoiler sin revelar nada).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pues bien, Lynch, usando un estilo infinitamente más oscuro y lúgubre que la serie, ata la mayor parte de los cabos sueltos. Eso sí, lo hace como el Fred Madison de ‘Carretera perdida’: “a su manera”, mezclando sin el menor miramiento lo simbólico, lo onírico, los pensamientos y los recuerdos y haciendo de la película un infernal rompecabezas poco apto para los amantes de la basura predigerida hollywoodiense. Y sin embargo, y a pesar del aparente caos (o quizás por ello), es uno de los mejores films de terror jamás realizados: cada fotograma exuda la ominosa presencia del mal y nos remite a los infiernos de la locura. Por otro lado, hay que decir que a partir de cierto punto las cosas empiezan a tomar un cierto sentido y es posible entender (o, al menos, intuir) con bastante claridad lo que Lynch quiere contarnos. De hecho, el final -sin duda, y a pesar de su extrema bizarrez, lo mejor de la película- es uno de los más emotivos y sugerentes de su cine: lleno de misterio y de una extraña mezcla de profunda melancolía y esperanza, no dejará a nadie indiferente.
-Lo mejor: el poder evocador de alguna de las imágenes y su apocalíptico final. Que responde a gran parte de las dudas que nos deja la serie (y nos regala otras nuevas).
-Lo peor: un principio torpe, inconexo, confuso y, por momentos, casi ridículo. Un tratamiento demasiado frío y críptico que resta emotividad a la historia.
-Lo mejor: el poder evocador de alguna de las imágenes y su apocalíptico final. Que responde a gran parte de las dudas que nos deja la serie (y nos regala otras nuevas).
-Lo peor: un principio torpe, inconexo, confuso y, por momentos, casi ridículo. Un tratamiento demasiado frío y críptico que resta emotividad a la historia.

4,1
2.147
7
10 de mayo de 2011
10 de mayo de 2011
29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con las valoraciones en FA me pasa cada vez más como con las sentencias de según qué tribunales: uno acata… Pero, oiga, no traga. ¿Ejemplos? Pues, por supuesto, y sin ir más lejos esta Psicosis III, que no se merece la baja nota que los poco más de setecientos usuarios que han tenido a bien votarla a día de hoy han decidido concederle (dos puntos inferior a la que le otorgan RT y IMDb) .
No, no estamos ante ninguna obra maestra: eso es evidente. Al fin y al cabo, como supondrás, se trata de otro giro de tuerca a la desdichada historia del bueno de Norman Bates y a su célebre costumbre de filetear a sus huéspedes en la ducha. Y sin embargo, y que nadie se equivoque, esta dignísima película está muy por encima de que cabría esperar de algo titulado “Psicosis III”: si piensas que esto es un zafio Slasher en el que unas cuantas situaciones absurdas se ponen como excusa para mostrar en acción a un matarife pasado de vueltas, andas bastante desencaminado.
Bien podía haber sido así, pero, afortunadamente, hay dos cosas que la redimen y la dignifican, haciendo que sobresalga muy por encima de lo que cabría imaginar. La primera de ellas es su guión, que, escapando de los tópicos adolescentes, está lleno de inteligencia y sutileza, de una lúcida melancolía a la hora de juzgar las miserias de la condición humana y de un soterrado y amargo sentido del humor. La segunda, que complementa perfectamente a la primera, es la dignísima –por no decir brillante- dirección de Anthony Perkins que sabe darle al film un ritmo pausado y contemplativo y envolver toda la película con una atmosfera fatalista y opresiva. Además, y en esto supera al mismísimo Hitchcock –que jamás lo pretendió-, triunfa notablemente a la hora de darle cierta profundidad al personaje de Norman Bates, mostrándolo, no como un pelele sin alma que se dedica a cargarse a todo quisqui “porque sí” –típica gilipollez que cabe esperar de un Slasher-, sino como un ser complejo, atormentado y, a pesar de su patetismo, fascinante.
Como guinda, y terminado a contribuir al más que decente resultado final, la impresionante (en su minimalismo) banda sonora de Carter Burwell: misteriosa, trágica y nostálgica a un tiempo, dibuja perfectamente al personaje de Bates.
En definitiva un entretenimiento digno de una “noche de Lobos”, si así lo quieres ver. Pero, también, una película relativamente profunda, sutil y llena de dobles lecturas que mejora con los segundos y terceros visionados. Por supuesto, sobra decirlo, infinitamente mejor a muchas otras películas del género con medias superiores.
No, no estamos ante ninguna obra maestra: eso es evidente. Al fin y al cabo, como supondrás, se trata de otro giro de tuerca a la desdichada historia del bueno de Norman Bates y a su célebre costumbre de filetear a sus huéspedes en la ducha. Y sin embargo, y que nadie se equivoque, esta dignísima película está muy por encima de que cabría esperar de algo titulado “Psicosis III”: si piensas que esto es un zafio Slasher en el que unas cuantas situaciones absurdas se ponen como excusa para mostrar en acción a un matarife pasado de vueltas, andas bastante desencaminado.
Bien podía haber sido así, pero, afortunadamente, hay dos cosas que la redimen y la dignifican, haciendo que sobresalga muy por encima de lo que cabría imaginar. La primera de ellas es su guión, que, escapando de los tópicos adolescentes, está lleno de inteligencia y sutileza, de una lúcida melancolía a la hora de juzgar las miserias de la condición humana y de un soterrado y amargo sentido del humor. La segunda, que complementa perfectamente a la primera, es la dignísima –por no decir brillante- dirección de Anthony Perkins que sabe darle al film un ritmo pausado y contemplativo y envolver toda la película con una atmosfera fatalista y opresiva. Además, y en esto supera al mismísimo Hitchcock –que jamás lo pretendió-, triunfa notablemente a la hora de darle cierta profundidad al personaje de Norman Bates, mostrándolo, no como un pelele sin alma que se dedica a cargarse a todo quisqui “porque sí” –típica gilipollez que cabe esperar de un Slasher-, sino como un ser complejo, atormentado y, a pesar de su patetismo, fascinante.
Como guinda, y terminado a contribuir al más que decente resultado final, la impresionante (en su minimalismo) banda sonora de Carter Burwell: misteriosa, trágica y nostálgica a un tiempo, dibuja perfectamente al personaje de Bates.
En definitiva un entretenimiento digno de una “noche de Lobos”, si así lo quieres ver. Pero, también, una película relativamente profunda, sutil y llena de dobles lecturas que mejora con los segundos y terceros visionados. Por supuesto, sobra decirlo, infinitamente mejor a muchas otras películas del género con medias superiores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Fue una lástima que Anthony Perkins nos abandonase tan pronto. A su memoria va esta modesta crítica.
8 de agosto de 2009
8 de agosto de 2009
28 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
He aquí, por fin, algo refrescante y original…Y valiente.
La película, ya lo han comentado muchos, posee dos partes bien diferenciadas. La segunda parte, que más o menos ocupa los cuarenta minutos finales, se caracteriza con mezclar brillantemente un poco (o un mucho; cuestión de estómagos) de buen gore con mucho humor negro -cabrón y despiadado a más no poder- dirigido a dejar a los hombres como lo que somos: penes andantes sin criterio ni medida, que, con tal de meter, no reconocemos ni a nuestra madre –Ya lo dice Woody Allen: “No hay mujer con la me encuentre, ya sea paseando por la calle o en el autobús, que no me haga preguntarme como sería follar con ella”-.
Si la película se redujera sólo a eso, ya merecería echarle un vistazo; aunque fuese para reírse de nuestro patetismo como especie. Pero, que nadie se equivoque, el Terror, lo que se dice Terror, lo ocupan los primeros cincuenta minutos…
Y es que tengo la impresión de que lo que realmente quiere mostrarnos Lichtenstein es esto: su retrato, absolutamente contenido, fotográfico (y por ello espantoso), de eso que tópicamente se llama la “América Profunda”. De un mundo, que en medio del siglo XXI y el país más poderoso de la Tierra, está sumido en el más oscuro Medievo: malsano, neurótico y moralmente degenerado. De un sociedad (y, viendo esto, no me extraña que haya en “yanquilandia” diez mil asesinatos al año y que sea el primer país del mundo en consumo de drogas psiquiátricas) edificada sobre la ignorancia, la represión y la automutilación; que, lejos de educar verdaderos ciudadanos, sólo puede producir generaciones enteras de psicópatas o tarados. Sin desvelar nada relevante, diré que mis ojos, y todavía no se me ha quitado el mal rollo, han tenido que contemplar como decenas de adolescentes juraban sobre una Biblia mantener su virginidad hasta el matrimonio y como la escuela pública entregaba a los alumnos libros de texto con el aparato reproductor femenino censurado; he tenido que contener el vómito –Eso sí que es "gore". Como diría el coronel Kurz, ¡El Horror!- viendo como una profesora de Biología, completamente acorralada y justificándose nerviosamente como quien defiende la pedofilia, trata de explicar la Teoría de la Evolución.
Esto es el verdadero TERROR, señores.
Sin embargo, precisamente esto, éste doble registro, y que no empiece con un par de amputaciones como Dios manda (que es lo que el respetable espera), perjudica la película, haciendo que al espectador le pille con el pie cambiado y no sea capaz de apreciar la brillantez de la primera parte -Recomendaría a los que les parezca aburrida que la vuelvan a ver con la mentalidad con la que se ve Bowling for Columbine-.
En resumen, una película extraña, narrativamente experimental, que bascula entre la denuncia social, la fábula mordaz y el entretenimiento socarrón. Quizás no del todo redonda, pero llena de ideas brillantes que hacen olvidar sus fallos.
La película, ya lo han comentado muchos, posee dos partes bien diferenciadas. La segunda parte, que más o menos ocupa los cuarenta minutos finales, se caracteriza con mezclar brillantemente un poco (o un mucho; cuestión de estómagos) de buen gore con mucho humor negro -cabrón y despiadado a más no poder- dirigido a dejar a los hombres como lo que somos: penes andantes sin criterio ni medida, que, con tal de meter, no reconocemos ni a nuestra madre –Ya lo dice Woody Allen: “No hay mujer con la me encuentre, ya sea paseando por la calle o en el autobús, que no me haga preguntarme como sería follar con ella”-.
Si la película se redujera sólo a eso, ya merecería echarle un vistazo; aunque fuese para reírse de nuestro patetismo como especie. Pero, que nadie se equivoque, el Terror, lo que se dice Terror, lo ocupan los primeros cincuenta minutos…
Y es que tengo la impresión de que lo que realmente quiere mostrarnos Lichtenstein es esto: su retrato, absolutamente contenido, fotográfico (y por ello espantoso), de eso que tópicamente se llama la “América Profunda”. De un mundo, que en medio del siglo XXI y el país más poderoso de la Tierra, está sumido en el más oscuro Medievo: malsano, neurótico y moralmente degenerado. De un sociedad (y, viendo esto, no me extraña que haya en “yanquilandia” diez mil asesinatos al año y que sea el primer país del mundo en consumo de drogas psiquiátricas) edificada sobre la ignorancia, la represión y la automutilación; que, lejos de educar verdaderos ciudadanos, sólo puede producir generaciones enteras de psicópatas o tarados. Sin desvelar nada relevante, diré que mis ojos, y todavía no se me ha quitado el mal rollo, han tenido que contemplar como decenas de adolescentes juraban sobre una Biblia mantener su virginidad hasta el matrimonio y como la escuela pública entregaba a los alumnos libros de texto con el aparato reproductor femenino censurado; he tenido que contener el vómito –Eso sí que es "gore". Como diría el coronel Kurz, ¡El Horror!- viendo como una profesora de Biología, completamente acorralada y justificándose nerviosamente como quien defiende la pedofilia, trata de explicar la Teoría de la Evolución.
Esto es el verdadero TERROR, señores.
Sin embargo, precisamente esto, éste doble registro, y que no empiece con un par de amputaciones como Dios manda (que es lo que el respetable espera), perjudica la película, haciendo que al espectador le pille con el pie cambiado y no sea capaz de apreciar la brillantez de la primera parte -Recomendaría a los que les parezca aburrida que la vuelvan a ver con la mentalidad con la que se ve Bowling for Columbine-.
En resumen, una película extraña, narrativamente experimental, que bascula entre la denuncia social, la fábula mordaz y el entretenimiento socarrón. Quizás no del todo redonda, pero llena de ideas brillantes que hacen olvidar sus fallos.
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