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Críticas 139
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
Dumbo
Estados Unidos1941
6,8
82.189
7
20 de junio de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fracaso económico en taquilla de “Pinocho” y “Fantasía” hizo mella en el siguiente proyecto pues la inversión dedicada a “Dumbo” fue inferior a un millón de dólares demostrando por parte de Walt y compañía que lo que necesitaban era que el público volviese a confiar en ellos a la hora de pasar por caja. Es más que patente que la calidad final del producto dista mucho del perfeccionismo técnico y animado al que se/nos habían acostumbrado con los tres ejemplos anteriores. Vista a día de hoy “Dumbo” es, sin lugar a dudas, un título menor. No sólo en cuestión de metraje pues su duración es apenas de una hora. Incluso se llegó a tener en cuenta la idea de convertirlo en un cortometraje alargado o estirar el metraje un poco más de esos 60 minutos de duración pero Disney quiso estrenarla tal y como estaba. También se nota en el diseño de los personajes y los fondos pues están menos perfilados, más cercanos al estilo cartoon. Incluso los humanos no tienen el detalle tan perfeccionado en lo que a fisonomía se refiere. Aún así “Dumbo”, siendo un título menos llamativo en comparativa con sus hermanas predecesoras, no deja de ser un cuento moralista. Basado en el libro para niños de Helen Aberson (e ilustrado por Harold Pearl) el filme es otro tour de force que al igual que “Pinocho” es un viaje a la desgracia constante hasta llegar al buen final. La esencia de la historia trata sobre un personaje con una deformidad patente (orejas largas y grandes) que recibie el nombre descalificativo de Dumbo (en inglés Dumb, que significa “tonto, lerdo o mudo” para añadirle la O final como solía hacerse antiguamente con los nombres artísticos para de esta forma darle un subrayado cómico, algo que ya sucedió con los famosos nombres de los Hermanos Marx).

Dumbo es una fábula o una plasmación de como el ser humano puede llegar a ser muy cruel con las imperfecciones o enfermedades ajenas. Trasladado al mundo del circo, a lo freak, el elefante protagonista es insultado, humillado, convertido en paria, apartado de su especie y maltratado por ser diferente. Incluso tiene cabida el chismorreo, las habladurías, la exageración e invención de falacias por tal de seguir defenestrando y apartando de la sociedad al débil, convertido en víctima de maltrato psicológico e incluso físico como bien demuestra la secuencia de los payasos, los cuales no dudan en utilizar a Dumbo como elemento de atracción aún a riesgo de lastimarlo o hacerle perder la vida en el gran salto final. Porque en esta película, a pesar de contar con un deliberado ahorro artístico por parte de la compañía, no escatima en plasmar con un gusto exquisito la parte intimista como es el caso donde la madre trata con ternura a su cría y la defiende en todo momento tanto de los insultos de sus congéneres como del ataque de los niños a riesgo de acabar siendo apartada de su hijo y reconvertida en una loca encerrada. El momento donde es encerrada y encadenada en un compartimento, aislada y separada de su hijo es uno de los momentos más cruentos y tristes de toda la factoría Disney sin miedo a equivocarme.

Lógicamente, para aliviar un poco la dureza de la situación del pequeño elefante, volvieron a dotar a la película de un secundario de lujo que serviría de amigo de fatigas y consejero para ayudar al protagonista en su soledad. En este caso hablamos de Timoteo, un ratón circense (curiosa elección pues los roedores son el estereotipo al cual los elefantes temen), muy semejante tanto en forma y fondo a Pepito Grillo sólo que esta vez no actuará como conciencia absoluta sino como amigo del protagonista. Es interesante como, aún siendo un protector, Timoteo también es un personaje de negocios pues ve un filón en el pequeño paquidermo al convertirlo en una fuente de fama e ingresos como bien se muestra en la última escena donde el ratón es el mánager de Dumbo. La película también juega muy bien con la idiosincrasia del mundo del circo pues hace un repaso a todo lo que representa ese pequeño universo, desde su costumbrismo hasta su folklore (el montaje de la carpa en un día lluvioso, la vida diaria en el mismo, los preparativos de las funciones, los tejemanejes de los interesados para darle mayor empaque a los espectáculos aún a riesgo de dañar a los animales, etc). Pero esto no sería una película Disney sin ciertos aspectos que son marca de la casa como el dramatismo sensible como es la escena donde Dumbo se reencuentra con su madre quien a pesar de estar encadenada hará lo imposible para mecerlo con una ternura inimitable [...].

Otro de los momentos que quedaron en la memoria colectiva por su empaque tanto en forma como en fondo es el mítico momento de los elefantes rosas que en su conjunto sirven como imagen representativa de lo que representa una borrachera y la resaca del día siguiente. Visualmente es un auténtico prodigio de lo onírico, lo surrealista y lo fantástico. Su canción es fascinante al igual que la animación está realmente conseguida pues las formas sin coherencia digno de un cuadro abstracto, la esencia de Dalí que inunda todos los planos, la distorsión de la realidad para jugar con ella en todo momento, lo fantasmagórico de lo incomprensible y la sensación en todo momento de estar sufriendo y viviendo una pesadilla enajenada conviven en todo su esplendor dentro de un episodio auto conclusivo demostrando, una vez más, que los artistas de Walt Disney eran (y siguen siendo) los mejores en lo suyo. Tristemente no todo fue coser y cantar. La huelga del 29 de mayo de 1941 hizo que durante la producción de “Dumbo” gran parte de los animadores se declararan en huelga. Esto hizo que fueran despedidos. Tal situación acabó deparando el fin de una era y la desintegración de esa sensación familiar que destilaban los estudios Disney hasta ese momento. Por así decirlo ese buen ambiente que reinaba se evaporó para no volver nunca más. Eso hizo mella en el apellido y la empresa [...].

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“Dumbo” es una película, en cierta medida, catastrofista desde el punto de vista emocional. Al igual que ya sucediera en “Pinocho”, donde tan sólo los primeros minutos son paz y alegría, el pequeño elefante tan sólo disfruta momentáneamente de la felicidad que produce la seguridad familiar en los primeros minutos como bien expone la escena donde la madre lo lava, juega con él y lo duerme con una ternura exquisita. En poco tiempo, nada más nacer, es víctima de un ataque sin igual de todo cuanto le rodea y la película se convierte en una concatenación del sufrimiento constante. Una vez es separado de su propia madre acabará deambulando sin que nadie lo acoja. Tan sólo una panda de cuervos (estereotipos de los negros americanos de la época), junto con la ayuda del inseparable Timoteo, lograrán hacerle ver a Dumbo que su deformidad no es un lastre ni un error y que puede sacar provecho del mismo si logra auto convencerse de que esas orejas lo hacen diferente y a su vez especial. Era una forma sencilla pero eficaz de encajar un discurso bienintencionado sobre la aceptación, la empatía y el ver más allá de lo físico. Es interesante el aspecto dócil, infantil, tierno y sensible que le confieren al protagonista siendo, además, un personaje completamente mudo (al igual que la madre) en contraste con el resto de animales que sí tienen voz. Era una forma como otra cualquiera de ver la inocencia y pureza de corazón del personaje quien a través de la mirada lo expresa todo.

El último tercio, una vez logran infundirle confianza en sí mismo, es el más activo y a su vez el más expositivo como bien muestran todas las escenas empezando por la auto suficiencia, determinación y confianza de Dumbo sin necesidad de amuletos y falsos cuentos a la hora de actuar (la escena donde dispara cacahuetes contra sus maltratadores, ya sea los payasos o las elefantas, es toda una declaración de intenciones tanto en forma como en fondo) para acabar convirtiéndose primero en una figura mediática y un elemento clave para el desarrollo de las nuevas tecnologías plasmado todo a través de los periódicos. Tan sólo los últimos minutos finales son los que logran inyectarle al metraje una sensación de alivio felicidad pues el protagonista acabará reuniéndose con su madre y su elemento de burla es lo que le convierte en un icono en sí mismo. Cierto es que, quizás, no es una película tan grotesca, dura y desgarradora como “Pinocho” pero sí podríamos decir que es otro de los títulos más tristes de la compañía a pesar de contar con canciones más alegres y personajes más accesibles al contener un diseño más redondeado y mucho más infantil. A pesar de ser un título cuyos logros artísticos no son tan impresionantes como títulos anteriores y sin ser tampoco uno de los mejores filmes de la compañía del ratón en lo que a guión se refiere puede decirse que es un muy buen título pues aún no contando con una calidad impresionante en lo que a animación se refiere contiene un trasfondo y una crítica más que excelente que no deja indiferente.

Crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/06/21/critica-dumbo-ben-sharpsteen-1941-el-simbolo-de-la-superacion/
11 de abril de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En Hollywood hay directores que siguen confiando en el western como un formato obligatorio, uno que dio vida y fortuna a todo aquel que lo viviera (podría decirse que es el que contiene más solera por encima de cualquier otro estilo o formato) y de ahí que cada cierto tiempo le rinden pleitesía como es debido. Clint Eastwood, hijo y padre de un género que le dio la fama adquirida, es el director que más ha hecho por él ya sea detrás o delante de la cámara pero podría decirse sin miedo a equivocarse que Tommy Lee Jones, un actor que lleva escrita la historia del cine en sus arrugas y su mirada profunda, ha cogido (con gusto) el testigo como fiel seguidor y se ha convertido en una especie de renovador del propio género. Lo hizo con “Los tres entierros de Melquiades Estrada” allá en 2005 y ahora lo ha vuelto a hacer con “Deuda de honor” en 2014. Pero esa deuda va más allá de ser una más de indios y vaqueros, que no se trata de un título más en la larga e interminable lista de películas basadas en llanuras áridas y pueblos de salón. Para empezar puede verse como un reclamo novedoso y a su vez como un riesgo meditado pues la heroína de la función es Mary Bee, interpretada por una excelente y a su vez rústica Hillary Swank. Esa decisión demuestra que en las películas del oeste no es obligatorio que sea el hombre el héroe, ni tan siquiera el que proteja y cuide de la fémina en cuestión. Hollywood ha ido intentando jugar con esa posibilidad de colocar a la mujer al frente, de ruda apariencia y dureza a la hora de actuar. Vienen a la mente, muy a vuela pluma, casos como “Cuatro mujeres y un destino” (Jonathan Kaplan, 1994) o “Rápida y mortal” (Sam Raimi, 1995). Incluso ahora se estrenará “La venganza de Jane” (Gavin O’Connor, 2016) donde se pone a Natalie Portman como cabeza de cartel, empuñando revolver y con la posición de ser la dueña de la función a la hora de abrir fuego.

En este caso Lee Jones, como director, basándose en la novela “The Homesman” de Glendon Swarthout, no está interesado en crear un nuevo título de muesca en cinturón, cuatreros que roban ganado y cadáveres resultantes de tiroteos en la plaza del pueblo al amanecer. Su visión y su postura van mucho más allá, va casi a los orígenes y a su vez se postula sobre lo crepuscular. Para empezar todo está rodado bajo un tono calmo, un tono que no le importa deleitarse en los pequeños detalles y dejar la acción para escenas muy concretas. Aquí la narrativa es pausada, decidida a exponer todos y cada uno de los elementos que reconstruyen una era sin importar el tiempo necesario. Tommy Lee Jones expone sin cortapisas el costumbrismo de una época, el día a día de los habitantes de una época extinta, una donde quien mandaba era la vida y no el tiempo. Mary Bee Cuddy es una mujer autosuficiente, decidida, dura, con recursos, activa y sin la necesidad de que nadie la mangonee ni le mande, sin la necesidad de estar bajo las órdenes de un hombre. Desde los primeros instantes comprobamos que el director está decidido a exponer a la mujer como el género dominante, el que manda y decide. Aún así los primeros minutos dejan claro que Cuddy necesita un esposo para poder formar una familia, la base de una estirpe y así poder repartir las tareas del hogar y los beneficios que deparan las cosechas y la crianza de animales de granja. Pero debido a su físico tosco es lo que le hace que ningún hombre la encuentre atractiva.

Ahí es donde radica la diferencia del personaje de Swank con el resto de las mujeres en “Deuda de honor” pues así como ella es la que domina la situación, la que lleva las riendas de su casa, de su hogar y de su vida son un conjunto de mujeres las que acabaran enfermando mentalmente por una serie de circunstancias hasta tal punto que deben ser llevadas a un sanatorio para que sean cuidadas. Sus respectivos maridos deciden deshacerse de ellas pues ya no son personas “útiles”, hombres que deciden renunciar a cuidarlas. Jones expone al hombre, empezando por su propio personaje, como un ser descuidado, vago, egoísta, vividor y no como el héroe de la historia. Eso da una vuelta de tuerca dentro de las constantes del western al colocar al defensor, al hombre de acción y al dominante por derecho propio como un ser que deberá estar sujeto a las órdenes y designios de la mujer. Es interesante ver como en una de las escenas Briggs, el personaje de Lee Jones, decide someterse a la propuesta de Cuddy si quiere mantenerse con vida. Las tornas cambian por completo y ahora es el hombre el que debe obedecer a la mujer y quedar relegado a ser un secundario. Ahí es donde “Deuda de honor” radica en cierta originalidad.

Otro de los elementos que la hace completamente distinta a todo cuanto podamos haber visto es que contiene un tono extraño, abstracto, casi aséptico, sin exponer ni un solo tipo de emoción que haga empatizar rápidamente con los personajes y las situaciones. Eso no es malo, ni mucho menos. Simple y llanamente es una película que exige mucho del espectador, pudiendo llegar a ser un tanto arisca y ajena a remilgos. Sólo en los momentos donde comparten diálogo los dos protagonistas iremos conociendo pequeños detalles de la vida secreta de Briggs hasta llegar a un punto donde descubriremos el porqué su forma de ser y de actuar. Puede notarse cierta influencia de las maneras de Terrence Malick a la hora de filmar “Deuda de honor” pues el entorno es un elemento clave demostrando la soledad del ser humano ante las circunstancias que le rodean al igual que la lentitud en la gran mayoría de pasajes a la hora de rodar la película hacen que no sea un viaje fácil. Incluso hay ciertos instantes donde se recurre a la fotografía poética para magnificar la grandeza de una América casi por explorar, donde el ser humano intenta abrirse camino.

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Porque de eso se trata todo: un viaje en todo sentido y en todo aspecto sintáctico. La primera capa reseñable es una clara road movie que trata sobre el trayecto que deben realizar el hombre y la mujer para trasladar a las enfermas a un lugar que pueda proporcionarles algo de paz dentro de su drama personal y particular pero también, de forma más sutil, es un viaje hacia el interior del ser humano como ente viviente donde Jones hace una análisis de las miserias que lo conforman. Dos personajes concretos (los interpretados por Tim Blake Nelson o James Spader) demuestran hasta dónde puede llegar la ausencia de lo que nos hace humanos. El primero por exponer sin remilgos la violencia intrínseca del hombre y el segundo por ser un ser frío y anteponer el dinero, la posición social y económica antes que la empatía y misericordia humana. Eso conlleva a que Briggs esté obligado a dejar libre la bestia que todos llevamos dentro haciéndole partícipe de los dos episodios más violentos en todo sentido de la película, escenas que recuerdan a las maneras de Sam Peckimpah. Pero también él es partícipe, bajo la obligación de supervivencia, el volverse un ser carente de moral al quitarle la manta a un muerto para poder sobrevivir bajo las noches frías.

Uno de los puntos más fuertes e interesantes es ver como la mujer hace que el hombre tome consciencia de sí mismo y se acabe comportándose como tal. Puede ser que durante el tramo final “Deuda de honor” se torne una película un tanto extraña y más por cambiar por completo el tono y las intenciones de lo que se espera de ella pero es el último plano y la resolutiva simbólica hacia la lápida lo que demuestra que todo estaba meditado y decidido para convertirse en un título sui generis y un tanto rara avis, que no va tras el tiroteo, no va tras el western de can-can y saloon, que no está por villanos reconocibles ni por héroes de muesca en cinturón. Aquí de lo que se trata es de exponer la ambigüedad de la vida misma, que nada en ella es fácil, que todo está al servicio de decisiones (la escena de los indios es un claro ejemplo al respecto), que nada ni nadie es lo que parece (Jones volcándose en cuerpo y alma a su misión una vez toma la decisión adecuada), que hay que enfrentarse a la vida con decisión y tomando las riendas de la misma sin dejar que nada ni nadie nos maneje. Claro está, todo esto representa el fondo de la cuestión.

En lo que a forma se refiere contamos con la fotografía de Rodrigo Prieto quien consigue exponer toda esta odisea bajo una presentación hipnótica, seca, bella y evocadora, como si el tiempo pasado regresara al presente para quedar plasmado de una forma que cautiva como pocas veces. Hay infinidad de planos y secuencias que demuestran que estamos ante uno de los títulos más significativos al respecto. Los colores, las estaciones, los contrastes, etc. están expuestos al mínimo detalle y confiriendo a la película una paleta excelente y viva al mismo tiempo. Es lógico que quien espere un título trepidante, de ritmo acelerado, de efectos especiales y llamativos fuegos de artificio se sentirá defraudado y hasta molesto aunque haya alguna que otra escena que demuestra porqué puede pertenecer con honores al género como la escena donde Lee Jones se enfrentará cuerpo a cuerpo a Tim Blake Nelson o la venganza de Jones en el hotel. Pero sería una pena juzgar un western simplemente por el envoltorio y creer que si no hay acción ya no puede ser funcional o efectivo. Aquí de lo que se trata es la exposición que hace Jones de una época lejana y sobre cómo los seres humanos seguimos siendo lo más complejo que habita en la tierra. Seres cuyas vidas están desprovistas de lógica y que la enajenación mental de unos pocos puede servir como vehículo y exposición para comprobar hasta dónde llegan los límites de la cordura.

crítica completa en https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/04/11/critica-deuda-de-honor-tommy-lee-jones-2014-intercambiando-roles-con-aroma-crepuscular/
29 de enero de 2016 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este año hacen 30, se dice rápido. Ha dado tiempo a que me haga mayor, que me haga viejo, que la vida no sea como uno creía iba a ser y desde luego me ha dado tiempo suficiente como para darme cuenta que esa sensación de disfrutar cada segundo como si fuera el mejor pasó a la historia. Esa sensación que sólo la infancia te permite disfrutar y que sólo te das cuenta cuando te haces adulto. Podría decirse que, en caliente, la película es una más de aventuras, de chiquillos juntándose para disfrutar de las vacaciones de verano y si me apuras de juntarse en la plaza del barrio para compartir chascarrillos, risas y diversiones. Pero no, nada de eso. “Los Goonies”, la película, es mucho más triste, mucho más de lo que pueda intuirse con la portada, ese póster glorioso de todos juntos a la espera de un gran peligro y una gran aventura al mismo tiempo. Aquí nos encontramos con un flagrante caso de desahucio. Casi todos están a punto de perder sus casas debido a la especulación inmobiliaria, donde inversores y promotores quieren construir un campo de golf. En los años 80 desde luego que había pobreza, vaya si la había pero ese peligro de quedarse sin casa no era algo tan común como sucede de unos años a esta parte.

Mickey y Brand, los hermanos protagonistas de un grupo de marginados (porque de eso se compone la banda de Los Goonies), saben que les quedan pocas horas para vivir en su casa, su hogar. Lugar que cualquier crío cree la fortaleza segura de la cual nunca va a desprenderse. Pero la realidad, al menos en los primeros 15 minutos, es realmente funesta. Todo está enfocado para que descubramos que el ser más villano, el más pérfido, no son los piratas o incluso los Fratelly, falsificadores de poca monta pero asesinos silenciosos, sino el hombre de a pie, impasible ante la situación pero capaz de dejar sin casa a una familia por tal de hacerse rico. Pero no todo es tristeza. A fin de cuentas se trata de una producción Spielberg, el rey Midas de Hollywood y alguien con el ojo puesto en el cine familiar. Tampoco nos podemos olvidar que el padre de la criatura tras la cámara es Richard Donner, el señor que trasladó a la gran pantalla al mítico Superman. Aquí de lo que se trata es convertir algo corriente, algo común y accesible a cualquiera, en principio, en una gran aventura sin necesidad de recurrir a fantasías irreales y demás.

Lo que aquí se trata es de darles una oportunidad. Una forma de crearles una clase de escapismo de sus desgraciadas vidas aunque sea por unas horas. Sin ir más lejos empezando por el propio género: el de piratas. Hacía años que dicho género era algo que no era rentable para Hollywood y siempre fue asociado a ser la oveja negra de los géneros (aún quedaban muchos años para los Piratas del Caribe de Disney). Los piratas eran la peste en taquilla y acabaron aparcados en el olvido del espectador. Del mismo modo el mapa del tesoro de Willy el tuerto y el medallón acaban relegados al desván, lugar donde los trastos viejos y las reliquias familiares acaban. Spielberg y los suyos, aunados bajo el guión de alguien que entendía muy bien lo que era el cine familiar como es Chris Columbus, supieron dar con la clave. El guión de “Los Goonies” tiene como telón de fondo la esencia de las aventuras: ir a por un tesoro, sufrir penalidades, aunar las fuerzas de los amigos verdaderos, sobre todo cuando uno es pequeño, donde un amigo es un tesoro, alguien en quien confiar y que nunca te deja abandonado, villanos y esbirros, todo mezclado y agitado para acabar viviendo la mayor de las aventuras posibles. Si a eso le sumamos un monstruo deforme contamos con algo que dio pie a toda una pieza de culto (merecido) en la década de los 80.

Rodada con solvencia y con muy buen gusto a la hora de crear una ambientación prodigiosa (los decorados, tangibles, dan la sensación de estar en una atracción de parque de atracciones con un atrezzo logrado) consiguen el enfoque apropiado para una película donde el metraje está casi milimetrado. El primer tercio nos presenta un drama, no desgarrador pero sí lo suficientemente creíble como para que el espectador se involucre. Encontramos el plano de un posible tesoro de incalculable valor y pasamos al segundo tercio con aventuras en un lugar completamente desconocido (pero posible) consiguiendo que ese drama desaparezca por completo, de un plumazo. Lo que aquí importa es la aventura en su más primigenia esencia. Es en el último tercio donde confluyen las dos partes (drama y aventura) para evidenciar que son imprescindibles, para deparar un filme sentimental pero sin llegar a ser lacrimógeno y una diversión bien enfocada sin acabar siendo excesiva ni pretenciosa. Hay que añadirle que a la película se le añadió el género de terror soft. Sólo hay que ver la presentación de Sloth, casi como un monstruo junto con el cine de gangsters con la presencia de los Fratelly para luego dar paso al cine más tierno como la relación entre Gordy y Sloth, dos personajes que son objeto de burla por su aspecto físico.

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Pero está claro que un guión puede ser todo lo bueno que quieras que si no cuentas con los actores adecuados o la química no fluye todo hace aguas. El equipo de casting logró contar con un grupo de críos que formaban un tándem inseparable. Claro está, los adultos aquí son imprescindibles con los Fratelly, villanos esbirros patéticos y patosos que conjugan muy bien el humor de brocha gorda entre los dos hermanos y la madre que aporta ese toque ácido y muy remarcado. “Los Goonies” acabó convirtiéndose (y con razón) en todo un filme de culto, referencial de una época, de una década y de una generación concreta. Es cierto que a día de hoy sigue habiendo un debate (sin fin) sobre los valores cinematográficos de la película en pos de la mítica que posee (para algunos excesiva, para otros merecida). Considero que, visto lo visto, la película cuenta con algún momento que otro muy puntual un tanto irregular pero la aventura excelentemente enfocada, orquestada y expuesta, la sensación de estar contemplando una historia infantil bien dirigida sin apenas aristas tanto en la dirección como en los actores junto con el deseo de sentir esa sensación de disfrutar sanamente como sólo el cine de aventuras consigue. Si a eso le sumamos uno de los apartados más impresionantes al respecto como es la partitura vital de un Dave Grusin estamos ante uno de los trabajos más logrados al respecto.

Pero sería injusto terminar sin mencionar mis escenas favoritas:

– El principio, con unos instantes de cine policíaco / carcelario muy ochentero para dar paso al cine de evasión y persecución tan típico de la década y enfocar la cámara en la presentación de personajes durante los títulos de crédito. Concreto y al grano.

– El desván. Mickey empieza a contar la historia del famoso tesoro y el famoso pirata Willy el tuerto. Esa narración, simple pero eficaz, sirve como pretexto para que capte toda nuestra atención y queramos que el pistoletazo de salida aparezca ya.

– El restaurante. Es impresionante la presentación de este lugar, el cual podría pasar perfectamente como una casa del terror o como atracción de feria donde cualquier monstruo podría aparecer detrás de cualquier puerta. Porque es un sitio siniestro, lúgubre, que transmite la sensación malsana de las películas de serie B donde se insinuaba más que se mostraba.

– El speech de Gordy. Insuperable.

– El barco pirata. Decorado que se siente, con un Willy el tuerto que transmite la sensación palpable de que fue el mayor pirata que ha existido (el speech de Mickey frente a él es tan existencial que sobrecoge). Pero es en ese momento, en ese punto decisivo, con el tesoro al alcance de los dedos cuando la partitura se crece con un Willy “mirando” ante el gesto de honor, respeto y admiración de alguien que pudo estar a su altura: Mickey. El resto corre por los caminos trillados del cine de piratas con humor socarrón, golpes de efecto y frases para la posteridad (“¡Eh, chicos!”, “¡Mama, has sido mala!”). Añadir que Anne Ramsey está onfire en este instante (si no lo ha estado ya durante todo el metraje) donde deja ver que es una mamá “cariñosa” la cual no le importa dejar caer varias veces a su retoño sin sentir remordimiento alguno.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/01/29/critica-los-goonies-richard-doner-1985-la-aventura-que-todo-nino-quiso-tener/
4 de noviembre de 2016 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de los atentados del 11-S en 2001 hubo una auténtica paranoia por la seguridad. La sensación de volver a sufrir un ataque terrorista hizo que una cantidad ingente de personas invirtieran sus ahorros en construirse habitaciones del pánico. De sufrir un ataque en tu propia casa o un intento de robo, esta especie de búnker acorazado sirve para que uno pueda encerrarse en el interior sin ningún problema pues cuenta con teléfono, luz y provisiones y así no sufres daño alguno. El material de partida en sí es campo libre para alguien tan eficaz en la narrativa tensa (y más aún en la exposición claustrofóbica) como David Fincher. El guión podría decirse que se resume en cuatro líneas mal contadas: madre divorciada e hija en edad difícil adquieren una lujosa casa en un barrio de alto poder adquisitivo con el beneficio añadido de contar con una habitación del pánico. La misma noche que estrenan la casa, que ya es tener mala suerte, una banda de ladrones irrumpirá en busca de un botín escondido y que tan sólo uno de ellos conoce de su existencia.

Hasta aquí todo normal, todo sencillo, incluso se podría caer en la trampa de pensar que como trama es simple. Sin lugar a dudas es la forma más que el fondo lo que llama la atención. A tenor del resultado y en comparativa con las hermanas mayores de la filmografía de Fincher puede decirse, sin que el director se sienta insultado, que “La habitación del pánico” es un ejercicio de estilo menor en su filmografía. En resumidas cuentas queda muy lejos de sus grandes obras magnas y capitales en el séptimo arte como pudieran ser “Se7en”, “Zodiac” o “La red social”. A lo largo de los años, injustamente, se la ha tildado de un montón de cosas: telefilme impostado, producto vacío, thriller acomodado a unos formatos establecidos y poco innovadores, etc. Y así sigue la lista de críticas mal enfocadas y sobre todo con más inquina que respeto. Dejando a un lado las intenciones del propio título y cuál es el nivel de repercusión dentro del currículum de un director que siempre está a la vanguardia de lo visual, la película cuenta con un diseño de producción excelente donde la ambientación aséptica de fotografía fría y distante conciben un diseño de producción casi de pesadilla malsana. Con un reparto escueto pero muy bien escogido es Jared Leto el que desgraciadamente sale peor parado o el que menos interés provoca.

Es más, el laberíntico thriller de Finches incluso podría verse como un cuento urbano retorcido cuya intención es ver hasta qué punto puede hacer sufrir el director al espectador con las malévolas intenciones de un grupo de cacos, a cual más tensa, y manteniendo el interés y el suspense en todo momento sin importar lo que pueda pasar después. Porque el artífice de “Se7en” siempre ha sido un director muy eficaz, en el sentido más estricto de la palabra. Sabe colocar la cámara, sabe jugar con ella, manejarla a su antojo a través de grandes destellos de ingenioso artificio. También sabe exponer su estilo sin perderse en obviedades pero ante todo, sobre todo y por encima de todo sabe dirigir el thriller como pocos, sobre todo el que entronca directamente con la forma, con la estética del propio género tratándolo como si fuera un lienzo donde plasmar su idiosincrasia particular marca de la casa. Y ahí, en ese punto base, radica la originalidad y el buen trabajo de un cineasta que no se pierde en remilgos pero tampoco se acomoda a muletillas ni tics ni clichés al uso. De ahí que la casa es utilizada a modo de personaje añadido que permite que auténticos desconocidos correteen por su interior a través de un juego de gato y ratón orquestado con el sentido estricto del ritmo, de la tensión, de la maniobra eficaz ante los esquivos, quiebres y mandobles que ofrece el propio ejercicio pero sin resultar molesto u obtuso en la realización.

Llegados a cierto punto, cuando las cartas están echadas sobre la mesa, cuando descubrimos los motivos de los atracadores y guardándose un as en la manga para mantener el misterio hasta el final, colocamos sobre el tablero de este juego perverso tanto madre e hija en una dualidad exquisita: son víctimas de una situación que parece no tener buen final pero en intervalos constantes se convierten en auténticas luchadoras que mantienen contra las cuerdas al enemigo cual madre coraje luchadora que es en lo que se transforma una convincente Jodie Foster. Todo cuanto contemplamos deja con la convincente sensación de que “La habitación del pánico” es un frenético tour de force perfectamente orquestado y dirigido. No hay nada en ella que no esté milimétricamente pensado para convertirse en una ginkana de puro nervio crispado. Porque el hecho de convertir la casa en un patio de juegos para centrar la atención en todo momento sobre ese bunker que sirve como momentos de agitado respiro. No se puede negar que Fincher disfruta con todo el apartado técnico al emplear efectos visuales impresionantes que pueden llegar a pasar desapercibidos pero demuestran una pericia extraordinaria por parte del equipo técnico consiguiendo quedar, como siempre en las películas del director, por encima de la media: travellings, plano secuencia donde la cámara viaja a todo trapo por el sinnúmero de habitaciones, lugares y objetos que hay en todo el interior como si de una continuidad inteligente se tratase.

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spoiler:
Cuando uno contempla una película así puede que el envoltorio se convierta en su mayor y único reclamo pero son los pequeños detalles los que demuestran que a modo de sutil metáfora, como ya sucediera en “Se7en”, “The game” o incluso en “La red social”, el ser humano nace y vive solo. No hay nadie a quien le importen los demás. En este caso todo comienza con una pareja que acaba de divorciarse. Ella, Foster, se encuentra al cuidado de su hija. Al otro lado de la acera, a tan sólo unos pocos metros, se encuentra su ex marido. Una plasmación que podemos estar rodeados de personas pero no nos atrevemos a acercarnos. Como bien muestra la escena de la linterna, podemos mandar señales de auxilio que unas cortinas taparán la luz porque no queremos estar en contacto aunque la soledad mate por dentro. En cambio la película muestra la otra cara de la moneda: la habitación del pánico para evitar estar en contacto con el mal que acecha, con el enemigo que irrumpe para destrozar la vida de los demás. A esa sensación de frío, soledad, ausencia influye muchísimo la fotografía, que es gris, apagada, triste, pero todo sucede de noche, sin apenas luz. Porque estamos ante una historia tétrica, oscura que no tiene esperanza ante un futuro incierto, peligroso y letal. También puede verse como una oda a las mujeres luchadoras que deben sacar sus hogares adelantes con todo lo que conlleva la vida, cruel y despiadada, que no da cuartel y tampoco ofrece habitaciones del pánico en las cuales recluirse para tomar un respiro.

Es más, si nos ponemos a darle un aura puede llegar a verse como una especie de relato terrorífico de nuevo cuño donde la damisela en peligro debe sortear un sinfín de contratiempos y obstáculos (el teléfono debajo de la cama mientras los ladrones suben la escalera) ante la amenaza en forma de monstruos que cierne sobre su casa, su hogar y lo que más quiere, su hija, interpretada por una primeriza Kristen Stewart en su único papel decente, aceptable y acertado. Pero Fincher no quiere villanos arquetipos sino que también pueden ser completamente antagonistas, de ahí que parte de la maldad tenga sentimientos como el personaje de Whitaker frente a la falta de escrúpulos de Dwight Yoakam (la escena de la mano en la puerta a modo de trampa o el extremo clímax final dan fe de ello). Desde luego, si algo queda claro y patente es que en un título conciso en el planteamiento y juguetón con todos los trucos de artificio posibles para darle la tensión necesaria (la perforación de un lugar infranqueable, gas a modo de ultimátum, toda la secuencia en el interior de la habitación acorazada y el consabido final) hay espacio para ciertas dudas existenciales aunque por desgracia acabe siempre catalogado bajo adjetivos rutinarios del más convencional thriller si no se sabe observar bien.

https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/11/05/critica-la-habitacion-del-panico-david-fincher-2002-de-bunkers-y-ladrones/
22 de abril de 2016 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Once años después (diez si contamos la fecha de estreno en cines) de ese ya lejano 2005 nos encontramos con los tiempos cambiados pero con las ganas intactas de disfrutar todo lo que pueden deparar las mentes pensantes a la hora de esgrimir guiones que sirvan para dar continuación a las aventuras de los personajes que nos han acompañado en menor o mayor grado según el nivel de fanatismo implícito. Huelga decir que la sensación hasta la fecha del estreno ha sido extraña pues seguía quedando en el aire ese estado de no saber a qué nos enfrentábamos y si JJ Abrams iba a ser (o no) la elección adecuada a la hora de ponerse tras la cámara ocupando la silla de director.
Se podría decir que mi nivel de expectación era máximo pero sin la necesidad de convertirme en un fan histérico que se disfraza de su personaje favorito mientras vitorea todos y cada uno de los momentos espectaculares que, se supone, pueblan este tipo de productos. Siempre me he considerado un fan de la saga modesto, intentando encontrar los pros y los contras, con el chip activado de que no hay que ir con la vena crítica muy elevada pero sin dejar a un lado el cinéfilo crítico para que de esta forma el compendio de espectador y observador hagan una buena suma en un cómputo supuestamente bien nivelado.

Tengo que decir que esta nueva entrega, este episodio número siete, no sólo no ha cubierto mis expectativas sino que se me antoja un producto bastante aburrido en cuanto a narrativa y sin ofrecer nada nuevo o interesante que pueda estar a la altura de lo que se espera de un episodio bajo el férreo y atemporal título de Star Wars. Por mucho que la mona se vista de seda mona se queda. Aquí nos encontramos de buenas a primeras con un remake de la primera entrega, aquella que vio la luz en 1977. Ni más ni menos. Es decir, diez años (que se dice rápido) esperando algo nuevo, algo interesante, algo que sorprenda para encontrarme con la misma historia con la salvedad de que se deja a un lado la tecnología CGI saturada para recuperar la sensación de los efectos artesanales, esos que sirven para que tengamos la sensación (agradecida) de que lo que estamos viendo es tangible o por lo menos físico y real. Abrams, con la ayuda de un clásico como Lawrence Kasdan, han acabado convirtiendo el guión de este séptimo episodio en un pseudo calco sin sonrojarse ni sentirse molestos por ello.

Pero el problema de base no es ese. Ni mucho menos. ¿Qué saga no acaba copiándose, clonándose, remakeandose, rebooteandose para acabar contando lo mismo una y otra vez? Si la cosa está bien contada o como mínimo tiene los matices suficientes como para parecer diferente ya está bien. El problema en este caso es que nos encontramos con un Abrams comedido en cuanto a narrativa y bastante anodino en cuanto a exposición. Todo está encorsetado, como si el dramatismo y la solemnidad que impera ahora en el cine blockbuster actual hubiese engullido a la ligereza e inocencia de las aventuras y acciones de un producto más infantil de lo que pudiera parecer en realidad. Porque hasta para contar una película tan de manual hay que saber hacerlo. A George Lucas siempre se le ha criticado por activa y por pasiva todo y más pero jamás se le pudo negar que a su saga él la entendía precisamente por ser el padre de la criatura y como tal siempre estuvo al tanto del mimo que su producto necesitaba para darle el enfoque, el tono y la textura adecuada. Abrams simplemente recoge el testigo y procura no dañarlo, procura no excederse con él, no salirse de la línea marcada y ante todo no darle mayor espectacularidad por si acaso el nuevo fandom se enfada con él.

Y ahí radica el mayor de los errores. Star Wars es espectáculo, quizás el que más. George Lucas lo sabía. Quizás uno de los problemas que contenía su segunda trilogía (la nueva, para que todos nos entendamos) era que se enzarzaba en demasiada cháchara galáctica, con diálogos pomposos y una saturación de política que le daba al producto la sensación de estar contemplando un serial un tanto enquistado. Pero dentro de lo malo iba acorde con lo que reclamaba y requería Star Wars como concepto. Una paulatina desolación que acababa convirtiendo la república y el senado en una dictadura imperial en manos de villanos perfectos, carismáticos y llamativos. Aunque siendo sinceros, todo servía única y exclusivamente para ver la degradación física y moral de Anakin Skywalker para convertirse en Darth Vader, discípulo de un Palpatine grotesco pero muy hipnótico. Un Vader que convertía su indumentaria en todo un icono de la maldad superlativa, el que no dudaba ni un segundo en utilizar la fuerza para acabar con cualquier esbirro que demostrara flaqueza o fallara en sus cometidos.

Abrams cuenta una anécdota bastante interesante y que por desgracia ha acabado por dejar de lado para este pistoletazo de salida. Según él, su abuelo le regaló una caja y desde entonces no la ha abierto. Quiere seguir manteniendo el suspense del contenido. Dice que esto es lo que le ayuda, por así decirlo (no recuerdo tampoco las palabras exactas pero sí la esencia del mensaje), a crear el suspense en sus historias. Pues aquí, más allá de las dos pinceladas que contarlas sería un gran spoiler, todo lo que nos cuenta no cuenta, valga la redundancia, con apenas suspense ni nada que sirva para mantener un atisbo de sensación de sorpresa. Todo va a tiro hecho. Todo va a lo mismo. Es admirable comprobar que todo Star Wars gira en torno a la familia, el bien y el mal como piedra de toque y la fuerza como elemento sobre natural. Pero nada más. Volvemos a contar la misma historia una vez más. Y en parte eso no está mal, toda saga se basa en el bien contra el mal (y que mejor saga que Star Wars para exponer esto).

- continua en spoiler -
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Pero el peor de los males es todo lo que esta entrega contiene. A saber: personajes que aparecen con una mítica increíble para acabar convirtiéndose en meros productos, engaños injustos como todo lo que ocurre con el personaje de Luke Skywalker (su participación y su razón de ser es tan cuestionable que para mi gusto es uno de los mayores engaños de toda la saga), recuperación de personajes que en sí poco o nada aportan más allá de la mítica (Han Solo y Carrie Fisher están demasiado mayores para sacar a la palestra casi 30 años después sus respectivos roles, consiguiendo que veamos a los actores antes que a sus personajes), una dudosa química entre la pareja protagonista (John Boyega navega perdido con su personaje de Finn mientras que Daisy Ridley como Rey no acaba de encontrar su razón de ser en este episodio aunque sea uno de los más relevantes) o una desaprovechada participación de Oscar Isaac como Poe Dameron quien tiene una escueta presencia cuando de lejos es el mejor personaje de toda la entrega. A todo esto hay que sumarle una concatenación de situaciones que no demuestran en ningún momento la sensación de sufrir, divertir, emocionar o como mínimo hacer partícipe al espectador de las aventuras de los personajes.

“Star Wars: el resurgir de la fuerza” bebe en todo momento del episodio IV sin demostrar pudor o miedo alguno. Una nueva estrella de la muerte con el poder de destruir planetas enteros, el imperio a la caza de lo que queda de los rebeldes mientras nuestros personajes deambulan de aquí para allá mientras algunos descubren, de nuevo, el poder de la fuerza y qué se puede conseguir con ella. Mientras tanto criaturas fantásticas, naves y disparos, ejércitos de soldados de asalto que invaden planetas, ciertos momentos de comedia liviana para suavizar la carga dramática de lo acontecido y poco más. Es que hasta incluso el nuevo villano, Kylo Renn, acaba convirtiéndose en un remedo actualizado del propio Darth Vader (cuando se descubre el pastel de la cuestión más se llega a una única conclusión). Es innegable que la presencia inquietante de Adam Driver para este rol es de agradecer, al igual que la innovación argumental de ser un leal servidor del lado oscuro pero con ciertas dudas existenciales al respecto pero todo lo conseguido en ciertos momentos acaba por ser pasto de la hilaridad en los momentos en los que por instantes deja paso a su vena “niña quinceañera” que gimotea y gesticula con cierto patetismo al no conseguir dar fin a sus planes.

Tristemente los años hacen mella en uno. La sobre saturación de situaciones comunes en un género trillado como es la ciencia ficción y por ende el cine de aventuras pasa factura en la memoria cinéfila de uno. Y lo que tiempo atrás podría parecer algo novedoso a día de hoy uno acaba con la triste situación de “esto ya lo he visto antes” o peor aún “esto ya no funciona por mucho que se ponga el mimo necesario”. Porque a pesar de que Abrams no arriesga en lo que a guión se refiere sí que puedo ver (y agradecer) el no excederse en lo que a tecnología efímera se refiere sino que hay cierto grado de respeto por una técnica chapada a la antigua que hace tener la sensación de cine clásico con algo de perspectiva. Hay que añadirle momentos muy puntuales que ofrecen algo de gratitud como los enfrentamientos cuerpo a cuerpo ya sea con sables láser o con disparos campo a través, el poder ver una vez más las persecuciones de naves de distinto grado o incluso el poder contemplar, una vez más, la extensa amalgama de criaturas de distinto pelaje hacen creer que aún se sigue teniendo en alta estima a los artesanos originales. Incluso el recurrir a decorados que dotan a la escena de una sensación de profundidad y amplitud. Pero tristemente son pequeñas píldoras en un mar de infortunios o desaciertos.

crítica completa: https://claquetadebitacora.wordpress.com/2016/04/22/critica-star-wars-el-despertar-de-la-fuerza-j-j-abrams-2015-eficacia-en-entredicho/
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