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Críticas 34
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9 de febrero de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece ser que un ratito antes del celebérrimo Watergate, el Washington Post era un periódico en horas bajas que buscaba nuevo accionariado para salvarse de la ruina y la decadencia.

Una noticia publicada por la competencia —el New York Times— respecto a la manipulación del gobierno en la gestión de la Guerra del Vietnam le ofrecerá a su editora (Mery Streep) la posibilidad de liderar otra batalla, la de la libertad de prensa, aunque solo cuente con el apoyo de su director (Tom Hanks) y tenga que hacer frente por otro lado al escepticismo de sus consejeros y asesores (un rebaño de testosterona y naftalina).

Aunque existe aún la tendencia a relacionar el nombre de Spielberg con el fuego artificial, el autor de "Tiburón", "E.T. El extraterrestre", "En busca del arca perdida", "La lista de Schindler", "Parque Jurásico", "Salvar al soldado Ryan", "Inteligencia Artificial", "Minority report", "Atrápame si puedes", "Múnich" o "El puente de los espías" es, por encima de todo, un gran narrador, alguien que empezó su carrera honrando a los clásicos y que ha terminado convirtiéndose él mismo en clásico por derecho propio.

"Los archivos del Pentágono" prolonga la serie de películas sobre la épica periodística que tanto gustan a los norteamericanos, y que tiene en "Todos los hombres del presidente" (Alan J. Pakula, 1976) su modelo más reconocible. Así pues, no nos vamos a encontrar aquí al Spielberg espectacular y ruidoso, sino a uno más minucioso e intimista que saca a relucir su casi inédita vertiente crítica, enfocada sin disimulo en el ex presidente Nixon (de quien solo veremos su cogote como si fuese un villano de Hitchcock; una inequívoca invitación a recrearnos en la colleja que se le viene encima).

Sé que no es el cine que más gusta ahora; que su ritmo imparable aunque templado y su ausencia de acción trepidante pueden decepcionar a algunos, pero creo que es una película interesante y entretenida en la que se defiende la democracia y se destaca el difícil papel de una mujer ejecutiva sin recurrir a airados panfletos. Larga vida, don Steven.
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8 de enero de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace unos meses, mientras veía “La suerte de los Logan” (Steven Soderberg, 2017), pensaba por enésima vez que para hacer una película de los Hermanos Coen no había más remedio que ser los Hermanos Coen. Algunos, como el propio Soderberg en su mencionado último trabajo, o Sam Raimi en “Un plan sencillo” (1998), o Harold Ramis en “La cosecha de hielo” (2005), se han aproximado a mayor o menor distancia a esa manera singular de dibujar personajes, remoldear géneros y retratar la Norteamérica profunda, aunque la seña de identidad original era tan poderosa que siempre salía ganando en la comparación.

En su ya larga trayectoria, los Coen han ido alternando proyectos genuinos con otras obras que se intuían estratégicas o aun mercenarias. Tenemos por un lado las películas cien por cien estilo Coen, aquellas que los han hecho reconocibles e imitados, y las que sin duda prefieren sus fans (“Sangre fácil”, “Muerte entre las flores”, “El gran salto”, “Barton Fink”, “Fargo”, “El gran Lebowsky”, “El hombre que nunca estuvo allí”…). Después están los trabajos que provienen de material ajeno, donde a veces han logrado una traslación casi perfecta a su universo peculiar, como en “No es país para viejos” y “Valor de ley”, y otras veces han obtenido resultados desiguales aunque siempre apetecibles (sería el caso de “Crueldad intolerable”, “Ladykillers” y “Oh, Brother!”). Por último, quedarían las obras más endogámicas, aquellas que parecen producto de un voluntario capricho, películas que abundan en la introspección o la broma privada, que parecen hechas más para el deleite propio que para el disfrute del público, y aquí incluiríamos la seudomusical y alternativa “Inside Llewyin Davies”, la más disparatada que cáustica “Quemar después de leer”, la ensimismada “Un tipo serio” (un plato demasiado kosher para el paladar mediterráneo), y su hasta ahora último (y quizá peor) film, “Ave César”, donde lo mejor eran los números musicales que homenajeaban y parodiaban a la vez a los clásicos de Hollywood.

Es verdad que George Clooney se ha convertido progresivamente en el miembro adoptado más destacado de la familia (arrebatándoles el privilegio a ilustres predecesores como Turturro, Buscemi, Goodman, Bridges o el fallecido Polito), y también es cierto que el guion de “Suburbicon” lo han escrito los propios Joel y Ethan, pero mentiría si no reconociera que esta me parece la mejor película de los Coen desde “Valor de Ley” (2010), aunque el tipo que ha mandado tras la cámara tenga otro apellido.

Quizá es porque se trata de un guion antiguo, de cuando sus autores se sentían más a gusto metiéndole sarcasmo y un punto de brutalidad al género negro tradicional, como si fuera el cierre de una hipotética trilogía que se completaría con “Sangre Fácil” y “Fargo”.

Los ingredientes son de sobra conocidos: años 50, pueblecito de risueños lugareños que regalan pasteles de zanahoria o de ruibarbo o de sirope de arce o de gelatina de cerezas o de cualquier bazofia empalagosa a sus nuevos vecinos; carteros rubicundos, padres patriotas que juegan a lanzar la pelota de béisbol con su hijo rapado al uno en el jardín trasero, señoras con rulos, predicadores… y de repente, una familia de negros. Al típico conflicto racial de arranque le unimos una pareja de chorizos que entra a robar en uno de esos hogares modélicos, y entonces la historia se lía y se oscurece y se retuerce, y terminamos entrando en Coemlandia, un lugar donde la muerte da risa y la cotidianidad da miedo.

Matt Damon vuelve a demostrar que vale para todo, que desde Ripley hasta el astronauta perdido de “Interstellar” (Christopher Nolan, 2014), pasando por indomables, soplones, soldados, infiltrados o espías amnésicos, cualquier personaje le encaja; que puede ser el bueno, el malo, el demonio con cara de santo o el cordero con dientes de lobo. Lo misterioso (y también lo meritorio) es que parece que nunca se esfuerce, que es más un bien mandado que un superdotado. Pero así, como quien pasaba por ahí sin hacer ruido, ya ha trabajado con Spielberg, Clint Eastwood, Scorsese, Coppola, Ridley Scott, Alexander Payne, Christopher Nolan, Soderberg, Terry Gilliam, Paul Greengrass, Gus van Sant, Robert de Niro, los susodichos Coen…
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14 de noviembre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pese a su incontestable idilio con la taquilla, el nombre de J. A. Bayona no es precisamente un reclamo irresistible para mi instinto filmófilo. Sus películas me parecen melodramas convencionales disfrazados de terror, aventura o fantasía. Eso que antes se llamaba gato por liebre (o como cuando pides un sobao pasiego y te traen una cupcake).
Así que me asomo con reticencia a esta producción bendecida por el autor de “El orfanato”, “Lo imposible” y “Un monstruo viene a verme”, dirigida por su guionista habitual, y que termina resultando más sórdida e intrigante de lo previsto, cosa que agradezco.

Por enésima vez, nos reencontramos con esa manía que tienen los personajes de las películas de miedo de irse a vivir al quinto churro, lejos del mundo civilizado de los enchufes y las farmacias de guardia. En este caso quizá con más justificación, pues la familia protagonista —madre y cuatro vástagos— parece huir de la amenaza de un padre violento. El problema es que, como en cualquier caserón abandonado que se precie, tras la mugre y el papel pintado rococó habita un terrible secreto… Bueno, de hecho hay más de un secreto, y su impacto dependerá del número de películas que uno lleve en el buche. En Ambugú García hemos visto demasiadas, pero a un espectador menos prolífico o glotón puede quedarle aún resquicio para la sorpresa.

Ayuda el envoltorio, más que aparente; un estilo atractivo a los ojos, buena ambientación, fachada hollywoodiense, fotografía de primera división, todo tan cuidado que a veces parece que importe más la carcasa que las entrañas.
Así, el miedo sugerido o fuera de plano funciona mejor que el visible. Ese padre mencionado que nunca vemos del todo es el mejor elemento de terror, pues los sustos, aparte de contados, vienen cantados.

Más que entrar en una casa encantada, “El secreto de Marrowbone” se parece a ir al psicoanalista con la defensa baja, y aunque es imposible no acordarse en ciertos momentos de “Los otros” (Alejandro Amenábar, 2001) o “El orfanato” (J.A. Bayona, 2007), esta opera prima de Sergio G. Sánchez aguanta por sí sola la prueba de fuego de la tarde del domingo o el día del espectador. No es poca cosa.
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3 de septiembre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imagino que Olivier Assayas es tan consciente de su condición de autor —mejor aún, de auteur— que ni por lo más remoto se le habrá pasado por la imaginación que podría haber hecho algo tan prosaico como una película de fantasmas. Pero eso es lo es “Personal shopper”, o lo que debería ser, según se mire. Una de fantasmas, que no de terror; una cosa no tiene por qué implicar la otra.

Mucho pedir —tanta claridad y sencillez, digo— para un abanderado del cine de autor francés, entendido francés no como denominación de origen sino como declaración de intenciones.

Kristen Stewart es una joven que acaba de perder a su hermano gemelo y se gana la vida en París, trabajando de asistente personal para una insoportable modelo o diva de la prensa rosa (no me queda del todo claro, aunque no importa demasiado). El difunto siempre había presumido de poseer poderes para comunicarse con el más allá, y eso es lo que la protagonista se dispone a averiguar, esperando una señal desde el otro barrio de su recién fallecido e idéntico hermano. Después la historia se complica —es un decir; más bien, tan solo se alarga— con un mínimo giro hacia lo criminal resuelto de un brochazo, y con un tratamiento de lo esotérico que es loable en su intención de salirse de las fórmulas trilladas pero que termina resultando exasperante.

Descubrimos cómo han evolucionado los métodos de invocación desde Víctor Hugo (que convocaba a las almas en pena a base de porrazos) hasta la actualidad (el fantasma se manifiesta vía mensajería instantánea en el iPhone; lo mismo Stebe Jobs ha vuelto a montar su chiringuito allá dónde esté), pero el empeño por darle al asunto profundidad intelectual y por sustituir el tópico susto por el subtexto metafísico termina lastrando un relato que comienza siendo prometedor —por un momento uno sueña con encontrarse con una propuesta sugerente en la línea de “Elle” (Paul Verhoeven, 2016), pero nada de eso—, hasta volverlo espeso, cansino y un pelín confuso. Porque, al fin y al cabo, eso es lo peor: si soy sincero, no termino de entender qué me quiere contar Assayas con esta historia.

Queda tan solo como poso un travelling, hacia el final de la película, que se repite dos veces de forma consecutiva con una sola diferencia que es mejor no desvelar. La virguería tiene un sentido en la trama, y técnicamente no hay nada que objetar. La cuestión es que, pensando sobre ello ahora, sospecho que tal vez Assayas haya rodado la película entera solo para justificar que tenía que meter ese travelling como fuera. Cosas de autor. De auteur, perdón.
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22 de septiembre de 2017
3 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imaginemos que la pandilla de "Verano Azul", en vez de encontrarse con Chanquete, se topa con Fofito perjudicado tras un fin de semana en Magaluf… Pasémoslo por el filtro de las constantes autorales de Stephen King, y aparece Pennywise para recordarnos que nunca habrá miedos como los que sufrimos de niños, y eso contando con que nos los hayamos quitado realmente de encima.

Si existe una palabra para definir la fobia a los payasos (coulrofobia) no será por casualidad. El payaso como elemento siniestro o aterrador es un clásico del cine y de la ficción en general: acojonaba al niño de “Poltergeist” (Tobe Hooper, 1982) y al estrafalario Kramer en la telecomedia “Seinfeld”; Álex de la Iglesia lo escogió como imagen simbólica del fratricidio ancestral de las dos Españas en “Balada triste de trompeta” (2010), y de payaso se pasaba disfrazado durante tres horas James Stewart en “El mayor espectáculo del mundo” (Cecil B. DeMille, 1952) para burlar a los policías que le perseguían por asesino.

Será por todo eso o no, pero después de muchos años y de incontables películas basadas en relatos de Stephen King, cada vez que alguien menciona “It”, sale otro u otra al paso para apostillar “sí, la del payaso”.

Esta “It” que nos llega ahora no es solo una nueva versión de la novela de King, sino también un indisimulado remake del telefilme dirigido por Tommy Lee Wallace en 1990 y que en su momento se convirtió en un clásico de videoclub. Muschietti, creo yo, mejora sustancialmente a su antecesor, acertando en primer lugar con un cambio estructural que impone una cronología lineal, lo que a su vez ayuda a potenciar el misterio y la tensión de forma progresiva, y también a que el espectador viva la odisea de forma simultánea a los personajes y no como un flashback. Así pues, para conocer a los protagonistas de adultos habrá que esperar a la segunda parte (prevista para 2019).

“It” trata sobre el origen y la naturaleza del miedo, sobre los monstruos como representación de los dramas domésticos y los íntimos trastornos, y puede entenderse casi como una colección —o más bien un popurrí— de grandes éxitos de su autor, entre los que suenan a mayor volumen títulos como “Cuenta conmigo”, “Carrie”, y un poco también “El cazador de sueños”. Encontramos temas recurrentes como el trauma de pasar de la infancia a la adolescencia, la marginalidad de los diferentes, el abuso sobre los débiles o los perdedores (vale, ahora se dice bullyng), la nostalgia por los amigos y amores del pasado… Basta repasar la lista para ratificar la innegable influencia de King en el género y en autores como Spielberg o J. J. Abrams, sin olvidar que directores como Brian de Palma, Lawrence Kasdan, Rob Reiner, Frank Darabont, David Cronenberg o Stanley Kubrick han rodado películas partiendo de sus textos. Hay quien sostiene que a Stephen King se lo venerará en el futuro en una medida comparable a la que hoy empleamos con Edgar Allan Poe o H. P. Lovercraft. No me atrevo a afirmarlo o desmentirlo, pero es evidente que el caudal de esta fuente narrativa parece lejos de agotarse, ya sea de forma genuina o vía homenaje, como ha demostrado el éxito reciente de la serie “Stranger Things”.

No se puede decir que sea una película innovadora en el apartado de los sustos y la representación visual del horror, pero hay alguna que otra imagen memorable, y al menos se adivina la intención de que predomine la apariencia orgánica sobre la digital. Todo un regalo en una época en la que hay demasiadas películas que parecen las hermanas pobres de un videojuego.
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