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Críticas 314
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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9 de septiembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
A Roma con amor (2012) es una película con un nexo común: Roma y cuatro coloridas historias donde afloran los suegros, el descubrimiento del amor, la nostalgia, y la efímera fama. Un policía que regula el tráfico (Pierluigi Marchionne) nos presenta el escenario y los personajes.

Jerry (Woody Allen) y su esposa Phyllis (Judy Davis) viajan a Roma para conocer al futuro marido de su hija Hayley (Alison Pill) prometida de Michelangelo (Flavio Parenti), hijo de Giancarlo (Fabio Armiliato), con un gran don en su garganta…solo bajo la ducha, y la temperamental madre Mariangela (Rosa Di Brigida). Tras las presentaciones y después de haber podido escuchar la increíble voz de Giancarlo, le propone el montaje escénico de Pagliacci interpretando a Canio. Solo un superable inconveniente desvirtúa la excentricidad de la puesta en escena ideada por Jerry. Finalmente, tras haber solucionado algún altercado familiar y presenciar la singular actuación de Giancarlo, la normalidad se instala en las familias.

Antonio (Alessandro Tiberi) y Milly (Alessandra Mastronardi), son dos recién casados en luna de miel. Alojados en un hotel, deciden arreglarse para recibir a los tíos de Antonio. Milly ha de encontrar una peluquería fuera del hotel para acicalarse, llevándole por la urbanita ciudad, cansada de buscar se cruza con un rodaje, conociendo a dos de sus ídolos: Pia Fusari (Ornella Muti), y el galán Luca Salta (Antonio Albanese) idolatrado por Milly. Un ladrón de hotel (Riccardo Scamarcio), no tardará en formar parte de la historia. Por su parte, la confusión con Antonio al que Anna (Penélope Cruz) le cree ser el premiado con sus particulares servicios como el regalo sorpresa de unos amigos, se complica con la llegada al hotel de los parientes de Antonio que tendrá difícil solución.

John (Alec Baldwin), es un reputado arquitecto de vacaciones en Roma donde rememora su pasado por la ciudad, casualmente le reconoce Jack (Jesse Eisenberg) estudiante de arquitectura y pareja de Sally (Greta Gerwin) quien ha invitado a pasar unos días a su amiga Monica (Ellen Page), actriz desencantada por una experiencia sentimental vivida, es recibida por la pareja además de por John, el reciente amigo y su perspicaz veteranía que no tardará en utilizar para beneficio de Jack y Sally, pero, como el destino es esa cosa impredecible que se presenta sin llamar, soluciona las dudas de la pareja, abriendo los ojos a la verdadera realidad de Mónica.

Leopoldo (Roberto Benigni) es un oficinista corriente, sin otro objetivo que el de conservar su trabajo y su cotidiana vida familiar, a lo que le ayuda Sofia (Monica Nappo) su esposa, los hijos y la espectacular Secretaria (Cecilia Caprioti) que se unirá al sorprendido Leopoldo en su breve y efímero paseo por la estelar pasarela de los famosos: el interés nacional por Leopoldo llena los noticieros, los medios, se multiplican las entrevistas, le agobian hasta el punto de seguirlo en directo en el matutino aseo personal. No entiende nada del repentino interés que por su vida privada tiene los medios pero, como viene, se va, al pasar por el lugar alguien atrae la atención de la prensa, iniciándose así un nuevo bucle mediático.

Jerry convierte en real la puesta en escena de Pagliacci con la portentosa voz de Giancarlo y su original coreografía. Antonio y Milly llenos de inesperadas sorpresas, afrontan sus primeros días como reciencasados. John ha podido utilizar su experiencia en Roma para solucionar algún previsto desajuste amoroso. Leopoldo, lleno de felicidad parece que recupera su discreta vida social con la familia y como oficinista. Finalmente, el policía que regula el tráfico desde su particular tarima, lo sigue haciendo con disciplinada alegría, desde donde todo lo ve, al ritmo que le marca la circulación, quien sabe si al melodioso tempo de "Volare", "Amore mio" o "Arrivederci Roma", entre otras tantas inolvidables canciones italianas.

Amable película, destacando el gozoso disfrute que da ver la escena completa de il Pagliacci y la ducha, desde el estirado pianista, a la interrogante y expectante mirada del público, la sobriedad por parte de Giancarlo en todo el desarrollo de la escena y el grado de normal aceptación alcanzado por el conjunto del aforo, ¡una maravilla!.
3 de septiembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Pocas veces hemos podido ver en pantalla las crueldades de la insatisfacción emocional, de los atronadores fracasos que nadie quiere, del rechazo que todos evitan, de lo imposible al querer retener lo que ya se fue, de todo y nada; visto con la objetividad de un cómico que allá por los años 60 proveía de chistes a los humoristas del momento, de algunos pequeños relatos para los periódicos locales, de las crecientes participaciones en programas de tv y de un primer guión cinematográfico que le abrió el camino al fascinante mundo del cine, evolucionando hasta llegar en muy poco tiempo a la dirección de sus propias películas y, décadas después, a la tragicomedia que nos ocupa. En Conocerás al hombre de tus sueños (2010), Woody Allen nos muestra el rostro de la insatisfacción en un colorido grupo de personajes buscando su emotividad en la realidad social a la que pertenecen.

Roy (Josh Brolin) es escritor de un solo éxito, intentando con posteriores manuscritos (alguno de los cuales de dudosa autoría) continuar su efímero reconocimiento, Sally (Naomi Watts) es su insatisfecha esposa en lo maternal y en lo profesional, a quien se le escapa el tiempo esperando que Roy triunfe con la literatura. Helena (Gemma Jones), es la incansable madre de Sally que tiene puestas todas sus esperanzas de futuro en las visiones y los consejos de la vidente Cristal (Pauline Collins) sobre nuevos conocidos que puedan estabilizar su vida emocional en pareja perdida desde que su ex marido Alfie (Anthony Hopkins) la dejase por Charmaine (Lucy Punch) mujer mucho más joven que él, con el convencimiento de que se le iba la vida en el amor si no lo recuperaba junto a la espectacular rubia, más preocupada por su visible y sensual belleza, y la estabilidad material, que por satisfacer el instinto amoroso de Alfie.

Una serie de incidentes, malos entendidos, asuntos vecinales y noticias inesperadas, llevan a nuestros protagonistas al límite de su aguante emocional donde el amor, el engaño, la creencia, la sospecha y el arrepentimiento tienen un papel fundamental en la evolución y solución de los acontecimientos: Roy, creyendo conocer a la mujer de su vida, logra contactar con su vecina Dia (Freida Pinto) atraído por los envolventes sonidos de su guitarra creándose situaciones de verdadero y frágil compromiso, llevando los acontecimientos a cotas impredecibles para ambos.

Sally trabaja en la Galería Clemente donde conoce a su director Greg (Antonio Banderas), de quien cree poder enamorarse, Jonathan (Roger Ashton-Griffiths) se convierte en el nuevo amigo de Helena en quien ve posible solución a su soledad amorosa no deseada, previo permiso de su difunta esposa gracias a la Médium (Amanda Lawrence), cosa no demasiado bien llevada por Helena que ve en la difunta una rival para su felicidad sentimental.

Nueva oportunidad para acercarnos al personal universo de uno de los creadores más prolíficos que ha dado el cine en las últimas décadas. Con todo este ramillete de caracteres, sus personales problemas de convivencia, y la búsqueda de la felicidad emocional, cuasi conyugal, podremos entender mejor la cita que hace Woody Allen sobre lo que, escribiera Shakespeare en Macbeth, previendo los efímeros acontecimientos mostrados por sus personajes:” La vida está llena de ruido y furia que al final no significa nada”.
1 de septiembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Si la cosa funciona (2009) es un canto a la sorpresa, a la afortunada casualidad que convierte a las personas en seres dependientes, de lo que han vivido, ignorado u odiado relacionado con la convivencia de pareja. Boris Yellnikoff (Larry David) es un egocéntrico maniaco adulto que vive enfadado con la humanidad, en especial con los primitivos razonamientos de sus iguales, no soporta la simpleza ni los tópicos, los torpes inocentes jugadores de ajedrez, ni a sus gritonas y protectoras madres, menos aún a los engreídos sabiondos ocasionales de librillo.

En un pasado social no muy lejano, Boris era físico con un poderoso coeficiente de inteligencia que, a pesar de su malhumor, aun conserva, lo cual no impide que al poderoso ritmo de la música de Beethoven, se cruce en su camino la joven Melody Celestine (Evan Rachel), tambaleándose inesperadamente algunos de sus conceptos vitales sobre las relaciones humanas. Un buen momento para romper los círculos sociales e intelectuales cerrados que Woody Allen ha marcado habitualmente con sus personajes, aquí Allen fusiona y lo hace convincente, el entendimiento entre el veterano científico, erudito sobre la teoría de cuerdas, y la joven que se escapó de casa por encontrar su propio destino sin la presión familiar, y sin estudios finalizados.

Melody huye del dominante círculo para encontrar su propio destino, su idealizada vida dependiente solamente de su propio esfuerzo personal, cosa que deberá aparcar momentáneamente al pedir ayuda al sorprendido Boris encerrado en un tedioso circulo repleto de hábitos en su gris existencia y perpetuo enfado universal que ni tan siquiera los Amigos (Adam Brooks, Michael McKean, o, Lyle Kanouse), pueden hacerle cambiar.

Pero, como lo impredecible siempre ocupa un lugar en toda existencia y/o relación, los hábitos de convivencia con la sorpresiva Melody, no solo se amplían, sino que además atrae hasta el nido a Marietta (Patricia Clarson) su madre y, a John (Ed Begley Jr.) su padre, ambos temerosos de Dios, de no romper hábitos, reglas y costumbres de sus ancestros.

El baile de los afectos toma rumbos impredecibles: Marietta descubre su lado artístico y alguna cosa más, John angustiado por dos separaciones consecutivas, intenta ahogarse en alcohol en una barra cualquiera de un bar cualquiera, donde conoce Howard (Christopher Evan Welch). La astucia de Marietta hace que su hija conozca por medio de un premeditado encuentro al joven actor Randy (Henry Cavill) del que se enamora; en su desesperación, Boris intenta quitarse de en medio , la cosa no le sale demasiado bien, conociendo accidentalmente en el intento a Helena (Jessica Hecht)una vidente que pasaba justo por el lugar.

En las actitudes y reacciones de nuestros enamorados protagonistas, podríamos encontrar la respuesta a la falta de determinación de Alvy Singer en Annie Hall (1977). En Si la Cosa funciona se da la respuesta deseada y positiva de Boris y los demás, dejando a un lado reproches, prejuicios, tópicos moralistas, y lo más importante, aceptación sin reservas a las nuevas situaciones afectivas surgidas del desamor, el engaño, la astucia, y la intencionalidad celebrando a plena satisfacción la entrada en el año nuevo.

Woody Allen hace un canto al amor sin otro objetivo que el de ser ambiciosa y alegremente felices, recordándonos en alguna que otra película la finitud de nuestra existencia, de modo que, mientras que el barquero no se presente para llevarnos a la otra orilla, deberíamos intentarlo tanto Si la cosa funciona, como si no.
31 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
La fotografía del paisaje urbano mostrada en amplios planos escénicos en los que ha de rodar Woody Allen, es un recurso habitual en sus películas, incluso cuando el paisaje es graciosamente rural. En Vicky Cristina Barcelona (2008), no hay otra intención que la de mostrar esos escenarios (como en Manhattan, Scoop, Match Point o la campestre La comedia sexual…) donde se desarrollan los acontecimientos. Los interminables ejemplos de este recurso cinematográfico es tan antiguo como el cine; la personal lectura que cada cual haga es cosa distinta.

La atrevida propuesta de viaje de Juan Antonio a Cristina y Vicky, cambiará el rumbo de las cosas donde la contradicción entren ambas turistas por acceder a los deseos del pintor confirman finalmente el viaje. Las calurosas noches de verano facilitan las relaciones entre los tres, van tomando forma, relaciones alteradas por la inesperada llegada de María Elena (Penélope Cruz) ex de Juan Antonio (Javier Bardem), buscando un lugar donde alojarse temporalmente; los recelos del pasado afloran, la difícil convivencia está servida, desatándose tensiones afectivas, reproches callados, violentos enfrentamientos entre Juan Antonio y su ex.

El metraje ofrece un resultado desigual de sus protagonistas, siendo poco creíble el equilibrio emocional entre personaje y replica: demasiada contención o sobreactuación en unos y excesivo conformismo en otros. Se trata de un temperamental elenco de carácter, que en la historia que nos ocupa se echa en falta fluidez y serenidad en los personajes de acuerdo con las características que representan. Los personajes principales en El sueño de Casandra, Match Point, Poderosa Afrodita, Manhattan o la introspectiva Interiores, entre otros, ofrecen la suficiente fluidez y serenidad en su interpretaciones, ¿Por qué en Vicky, Cristina, Barcelona, esos ‘conceptos’, como diría Danny Rose, son difíciles de ver?

En Vicky… , podemos encontrar dos lecturas opuestas: la del autóctono y la del foráneo: en el primer caso podemos pecar de excesivos mojigatos conocedores oriundos siendo implacables por lo que vemos y oímos resumido en todo un popurrí desmadejado fuera de toda coherencia local; en el segundo caso debemos entender como nos ven los ojos del foráneo, no demasiado lejos de lo que Allen ofrece: estampas, jardines, guitarras, noches embrujadas, vinos y amor, mucho amor, relacionado además con el entorno del arte contemporáneo más rabioso, y los bares de la bohemia más recalcitrantes del arte entre espiritosos líquidos, absentas y algún esporádico té. Con este entorno, Vicky (Rebecca Hall) interesada en la obra de Gaudí, y Cristina (Scarlett Johansson) aficionada cineasta, aspirante a actriz en busca de su lugar en el mundo y acompañante de su amiga Vicky sigue buscando en que ocupar su tiempo.

Pero, como pasa con lo finito, todo deriva hacia una serie de duros enfrentamientos y negaciones que llevan a la solución y reubicación de los problemas emocionales, complejos sentimientos de culpabilidad que enturbian a nuestros personajes, tan complejos, como la compleja pintura de nuestros dos artistas plásticos, al mismo tiempo que Vicky y Cristina emprenden viaje de regreso después de una alegres vacaciones según la visión del autóctono o del foráneo.
29 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
El sueño de Casandra (2007) es una extraña película, en la que Woody Allen, acompañado por la inquietante, y absorbente música minimalista de Philip Glass, nos acerca hasta los conflictos cotidianos de una familia común en la que no vemos escritores fracasados con problemas para editar o poco aceptados, sesudos intelectuales universitarios que pretenden arreglar el mundo desde los pupitres, eruditos pensadores devanándose los sesos por encontrar imposibles respuestas a la existencia humana, ignorados o admirados profesionales de la educación que hicieron mella, glamurosos ambientes , doctores especialistas buscando la solución imposible al inconstante hipocondríaco…, aquí, Woody Allen nos habla de un matrimonio y sus dos hijos, planteamiento tan mínimo como la minimalista música de Philip Glass, posiblemente la principal característica en El sueño de Casandra, junto a personajes poco o nada habituales en su filmografía anterior a la película que nos ocupa.

Se trata de un sombrío y sórdido metraje sobre lo imposible. El entorno: un barrio y una familia de clase obrera media, con un padre delicado de salud, una madre siempre esperanzada y dos hijos con un único objetivo común: salir de la miseria y de la pobreza por medio del juego y de las apuestas de Terry Blaine (Colin Farrell) o, por implicación en futuras inversiones hoteleras el otro, Ian Blaine (Ewan McGregor). Al grupo hemos de añadir al tío Howard Swann (Tom Wilkinson) que vendrá desde la otra parte del mundo a pasar unos días y a solucionar los problemas económicos de todos.

Las deudas de juego desesperan a Terry que además comprometen a Ian. La proverbial visita del tío Tom, puede solucionarlo todo, o casi, aceptar las ayudas, sí, pero a canvio de un trabajito, que les sorprende: de implicarse o rechazar la odiosa propuesta de tío Howard dependerá la solución de sus asfixiantes problemas. Las parejas de ambos: Kate (Sally Hawkins) y Angela (Hayley Atwell) tienen la imperceptible sensación que desde la llegada de Howard crece la tensión emocional y el grado de implicación de ambos en los diferentes conflictos domésticos. Terry no puede detener su imparable deuda, Ian, para evitar preocupaciones a sus padres, Dorothy (Clare Higgins) y Brian (John Benfield), trata de solucionarlos por vías no demasiado ortodoxas.

Finalmente aceptan el encargo que cambiarán sus vidas. La conciencia de Tom, le pesa mucho, demasiado para el mecanismo perdedor de un ludópata que se esconde entre crecientes angustias, horas en blanco y profundo deseo de arrepentimiento, no viéndose con fuerzas para superar sus estados emociónales arraigados en la conciencia y la culpabilidad, superándole todo tipo de contención emocional. Para tranquilízalo y darle ánimos, Ian organiza una salida en el velero Cassandra’s Dream que compraron juntos.

En alta mar planean como organizar los problemas derivados de sus acciones y solucionarlos, Terry ignora el verdadero sentido de la salida. Ian, se han puesto de acuerdo con tío Howard para solucionar el problema del inestable hermano depresivo, inseguro, perdedor y arrepentido, la insostenible carga emocional es superior a su propia realidad. La respuesta a los problemas se solucionan en alta mar a bordo del Cassandra’s Dream; paralelamente Kate y Angela, ignorantes de la situación real en la que viven sus parejas, centran sus preocupaciones en comprar ropa, esperando el regreso de Ian y Terry…

Interesante trabajo de nuestro realizador y su arriesgado atrevimiento por explorar terrenos nada habituales en su filmografía. Destacar las interpretaciones de Colin Farrell y Ewan McGregor y la interesante provocación de las inquietantes armonías llenas de apropiadas, latentes y grisáceas gradaciones sonoras entre amplias tesituras; un buen ejemplo de cómo la inusual banda sonora se impone al tradicional recurso (absolutamente valido) aglutinador de los clásicos de múltiples estilos y géneros musicales en el cine de Allen, convirtiendo El sueño de Casandra es un valioso y complementario diálogo entre dos trabajos opuestos, poco conciliables: el sobrio y umbrío minimalismo descriptivo de Philip Glass, frente al inestable y atormentado barroquismo de los personajes que Woody Allen ponen en escena.
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