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Críticas 312
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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26 de diciembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
¡Biba la banda! Es una película guionizada y dirigida por Ricardo Palacios en 1987. En ocasiones nos quedamos gratamente sorprendidos con los resultados obtenidos por atrevidos actores en la dirección. Ricardo Palacios es uno de esos ejemplos que no deja de sorprender por el resultado de ¡Biba la banda! Se trata de una película amena, cómoda, adaptada a los tiempos que se narran aunque descargada de tensiones armamentísticas y sí musicales de un puñado de intérpretes algo conflictivos enfrentándose a frágiles situaciones, en unos tiempos donde el desacato puede acarrear graves consecuencias.

La música de Miguel Asins Arbó (‘Los peces rojos’, ‘El cochecito’ o Plácido, entre otros títulos) engalana las diferentes escenas junto a la destreza musical que se nos muestra con algunos altibajos en los resultado interpretativos perdonables entre aficionados y banda. Nadie tan eufórico con sus músicos como el comandante director Bonafé (Antonio Ferrandis), siempre animoso cuando sobre todo se interpreta con garbo poniendo en pie los ánimos del respetable, incluida la señora Marcelina (Florinda Chico), fiel esposa de Bonafé con algún que otro inconfesable arrebato…llamémosle… emocional.

La interesante fotografía manejada con profesionalidad por Domingo Solano, logra atrapar el ambiente necesario de interiores y exteriores con un lenguaje ágil, fruto de su experiencia cosechada con títulos como ‘Carlota, amor es…veneno’, ‘Violines y trompetas’ o, ‘Moros y cristianos’ de Berlanga, con el que colaboró además, en otros títulos, experiencia que, junto a la del realizador, nos relata el eterno dual como aventura de riesgo emocional antes que ideológico, donde la excepción se convierte en el mejor mensajero para solucionar enfrentamientos estériles frente a las necesidades reales que presenta Encarna (Fiorella Faltoyano), situación a la que se unen personajes que en algunos casos esconden su pasado ideológico para salir adelante aun fingiendo lo que no se es.

El teniente Campos (Oscar Ladoire) siempre está del lado favorable para solucionar las cosas, el buenazo del sargento Pérez (Alfredo Landa) enrabietado aunque animoso satisface como puede las necesidades de la banda. Otros personajes participan necesariamente de esta comedia coral como el intolerante teniente Urquiza, el amable Don Joaquín (Manuel Alexandre) o Morales (Rafael Hernández) entre un largo elenco que hace las delicias de esta narración donde los enfrentamientos se convierten en amable colaboración (como las primeras figuras de la escena y de oficio junto a Ricardo Palacios). Se trata pues de una puesta en escena colectiva, convirtiéndolo todo en amistad a causa de una situación que obliga al entendimiento, lo que nos deja un buen trabajo del realizador en lo que fue su segunda incursión en la dirección.
17 de noviembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
Magic fire (Fuego mágico) es una película producida y dirigida por William Dieterle en 1955. ¡Cómo afrontar la exquisita belleza de imágenes que Fuego mágico nos ofrece! Desde la interpretación, la puesta en escena, las impactantes coreografías dentro y fuera de los escenarios, o quizás, desde las (en muchas ocasiones) épicas imágenes propias del romanticismo arrebatador donde la fotografía de Ernest Haller nos brinda a lo largo del metraje la estructurada asunción del realizador, evocando en su trabajo, en un magnifico trucolor, la evolución y la obra de Richard Wagner (Alan Badel).

El relato de los acontecimientos nos pone en el punto de partida de un joven Wagner dispuesto a mostrar las dotes artísticas desde la fuerza arrebatadora de un creador; fuerza que, en la búsqueda de una salida profesional, no se muestre resignado ante la inicial negativa con la que tropieza mostrando su enérgico enfado ante los avatares. Solo la casualidad le otorgará al decidido compositor a cambiar su destino.

Decidido y confiado de su obra musical, nuestro protagonista evoluciona en sus metas hasta llegar a París, donde un esquivo Meyerbeer (Charles Regnier) reticente al elogio, asiente sin más, la calidad del joven que tan impetuosamente pretende abrirse paso. En este punto Dieterle nos muestra el delicado entramado artístico perfectamente hilvanado entre argumento, música, fragmentos seleccionados y coreografías como en el caso de El holandés errante, que le llevan a conocer al gran Franz Liszt (Carlos Thompson) y su hija Cosima (Rita Gam) que de manera inequívoca influirán poderosamente en el destino del compositor.

La cronología de los acontecimientos tan correctamente demostrados en el film, nos acerca no solo a los diferentes estrenos de algunas de sus óperas más importantes, sino a las diferentes acciones extramusicales que de alguna manera influenció puntualmente en perjuicio de su carrera artística a lo que hubo de sobreponerse siempre confiado en su propio destino así como en su obra donde todo confluía al servicio del correspondiente libreto, la puesta en escena y la historia narrada, acciones que Wagner asumía debido a su concepto de arte total.

Los diferentes viajes, estrenos y necesidades pecuniarias para poner en escena sus óperas encontró aliados y detractores: entre los aliados el rey Ludwig de Baviera o la rendida enamorada Mathilde Wesendock; entre los detractores el Ministro von Moll (Frederick Valk), o el afamado Meyerbeer quien en su momento puso en duda la idea del ‘leitmotiv’ como elemento imprescindible en las óperas de Wagner; todo un conjunto de contratiempos que dificultaron los resultados finales de las inmortales creaciones durante su agitada vida creativa, resumido en la portentosa El anillo de los nibelungos, la culminación de su obra, a la que Dieterle pone el broche final en una escena memorable, trágica, épica y desgarradoramente romántica rodeada por el intenso simbolismo del ocaso que inunda la estancia del adiós.
6 de noviembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
The Portrait (El retrato) es una película dirigida por Arthur Penn en 1993. Iniciado en el teatro y la televisión hasta llegar a la gran pantalla con El zurdo (1958), la gran película El milagro de Ana Sullivan (1962), o el insoportable desgarro de la violencia en La jauría humana (1966), hasta más de una veintena de películas, además de su trabajos en tv, Arthur Penn ha tratado temas tan diversos como la biografía, el western, la discapacidad, el thriller, el melodrama, el crimen o la comedia entre otros.

La película que nos ocupa, la podríamos situar en un entorno intimista bañado por el ejercicio de la sinceridad interpretativa de dos gigantes: Gregory Peck en el rol de Gardner Church y Lauren Bacall como Fanny Church junto a Cecilia Peck interpretando a la joven pintora Margaret Church, a quien le mueve un propósito: abrirse camino en el mundo del arte.

Lo que el guión de Lynn Roth y Tina Howe nos plantea, es la necesidad de terminar un retrato en el que la implicación de los Church es imprescindible en los objetivo de la joven artista, para lo que el reencuentro de la familia se convierte en una cascada de situaciones en las que salen a flote temas generacionales, afectivos y desconfianzas apropiados a cada personaje, a cada situación individual, a cada problema personal.

El realizador, mediante los adecuados giros en la narración, se permite echar mano de algunos temas propios de la edad que inicialmente y, ante la aparente evidencia, podrían convertirse en el núcleo de la película, desviando así la intención del principal problema: posar para un reencuentro con Cecilia, terminar la obra y convertir en realidad el sueño de la joven: exponer.

Así pues, la veteranía de Arthur Penn nos plantea, una historia circular entre familiares, sin otra pretensión que la de adecuar los personajes al el entorno donde el pasado reciente fue testigo de la evolución desde la incredulidad paternal hacia los deseos artísticos de la hija, su evolución y la solución a una situación enrocada planteada desde el drama intimista con ligeros toques de comedia donde la veteranía de Peck y Bacall brillan desde el sosiego y la tranquilidad interpretativa que el oficio les ha dado.
25 de octubre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
The moon and sixpence (La luna y seis peniques) es una película dirigida y guionizada por Albert Lewin en 1942, director básicamente situado en el drama y el romance nos ha ofrecido títulos tan emblemáticos como El retrato de Dorian Gray (1945), Pandora y el holandés errante (1951) o El ídolo viviente (1957); pero antes de esos interesantes metrajes, Lewin guionizó The moon and sixpence basándose en la novela de William Somerset Maugham, circunscribiendo la historia en dos fases claramente diferenciadas: el despertar a la imparable necesidad de manifestase artísticamente, y la asunción posterior de las consecuencias.

En ocasiones sucede que la vocación por la pintura, se presenta de forma salvaje, sin apenas llamar, rompiendo estereotipos, arrasando, cambiando radicalmente el modo de vida de quien se siente irremediablemente atraído por la creación, el color, la composición y la representación del entorno. Charles Strickland (George Sanders) corredor de bolsa, es uno de esos seres que rehuyendo de su acomodada vida social y familiar, decide, como si de un impacto emocional se tratase, dedicar su tiempo a la pintura posicionándose sin ningún género de duda.

A su alrededor todo es prescindible, el desapego por las relaciones sociales es su defensa contra los curiosos. Desligarse de obligaciones morales como la familia, los hijos, incluso los amigos que creen en él como el bondadoso Dirk Stroeve (Steven Geray) o el que se convertirá en amigo y narrador del artista Geoffrey Wolfe (Herbert Marshall), admiten, no sin cierto disgusto, su temperamental forma de actuar ante los problemas cotidianos.

Un artista que decide, dejándose llevar por el primitivismo y la fortaleza arrebatadora de una lejana cultura, vivir su proceso creativo basándose en el modo de vida del lugar. La comunión de Strickland con el nuevo entorno en el que ha decidido vivir le colma de satisfacciones de las que participan, entre otros, la hermosa Ata (Elena Verdugo) y la genial secundaria Tiare Johnson (Florence Bates), contrastado con la fotografía de John F. Seitz y la cautivadora música del experimentado Dimitri Tiomkin, facilitándonos así asumir la evolución de los acontecimientos (como no podía ser menos en este tipo de películas) de Charles Strickland.
21 de septiembre de 2019 Sé el primero en valorar esta crítica
Animal Crackers (El conflicto de los Hermanos Marx) es una película dirigida por Victor Heerman en 1930. Director, guionista y productor, Heerman, tras escribir y dirigir comedias cortas se esfrascó en el largometraje entre los cuales Animal Crackers, además de un extenso y considerable trabajo como guionista.

La nueva temporada social, anuncia a toda página el retorno de arriesgado explorador sin miedo a nada… el Capitán Jeffrey T. Spalding (Groucho Max) y el mecenas Roscoe W. Chandler (Louis Sorin) que aprovechará la ocasión para exhibir sus logros ante la anfitriona señora Rittenhouse (Margaret Dumont) quien no ha dudado en organizar el evento en su exuberante residencia con numerosos invitados, algunos de los cuales son algo peculiares.

El visible y fiel mayordomo Hives (Robert Greig) prepara al servicio advirtiéndole de las inminentes visitas a la residencia de la señora Rittenhouse. Entre los preparativos llega la primera de las importantes visitas esperadas: un famoso cuadro acompañado por Roscoe W. Chandler que entre halagos a la anfitriona, no deja de dar indicaciones para la ubicación de la obra que será expuesta a los comensales.

Entre el alborozo inicial se anuncia la llegada del valiente explorador precedido por su ayudante de campo Horatio Jamison (Zeppo Marx) que no pierde tiempo en anunciar las exigencias del peculiar explorador acompañado por algún incidente en el transporte solucionado, como no, a la manera de Groucho sin mayor problema, eso sí, acompañado del número musical correspondiente tras la declaración de sus principios morales entre alegres notas musicales.

A la fiesta no podían faltar los músicos: el señor Emanuel Ravelli (Chico Marx) y El Profesor (Harpo Marx) recibidos en sendas secuencias en las que podemos disfrutar de los incomparables diálogos entre Spalding, Ravelli y el ruidoso Profesor, solucionando alguna escena coral donde la confusión domina la situación, solucionada con la natural atracción del profesor hacia las cariñosas conquistas.

Otras visitas se unen a los diferentes invitados como la señora Whitehead (Margaret Irving) y la señorita Grace Carpenter (Kathryn Reece) con una travesura artística en mente que cambiará el sentido general de la fiesta entre monólogos y sustanciosos diálogos de Spalding enrarecido en un inquietante ambiente por una travesura con la obra expuesta del famoso pintor Beaugard, mientras Ravelli y El Profesor hacen de las suyas entre interminables diálogos y escenas, algunas de las cuales son referentes ineludibles de los Hermanos Marx.

En cualquiera de sus películas, Groucho nos regala sabiduría, destreza de pensamiento, agilidad verbal y saber estar ante todo tipo de situaciones de las que de alguna manera, suele salirse utilizando como vehículo (además alguna coreografía) sus frases, de las que Animal Crackers no se salva:… no, mejor, vean este destacado metraje de los Hermanos Marx y descubran algunas de sus geniales frases… ¿de supervivencia?... de nuestro bigotudo protagonista; por cierto, los amantes del arte, deberán sufrir algo con la famosa pintura que une por igual expectación y interés que podrían hacer girar el destino de algunos protagonistas.
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