Lynch cuenta una historia, que explicada siguiendo la línea natural de los acontecimientos, y tal vez con una voz en off haciendo los incisos necesarios, se entiende a la perfección. Pero eso ya lo hace todo el mundo: si quieres ver algo así no te acercas (ni por asomo) a un film suyo. Es cierto que en ocasiones es un poco tramposo, pero como lo es un cuadro cuando "falsea" la realidad y representa tres dimensiones en un plano de tan sólo dos. Una película nunca será la realidad, sino una abstracción de la misma. Cuando caminas por la calle, vas en coche, o haces el amor con tu pareja, no hay una musiquita de fondo como en los films, que te indican el sentido dramático de la acción, por lo tanto esto también sería trampa. Por otro lado, encuentro en la mayoría de los comentarios intentos por explicar la película hasta su última consecuencia y para mí, la confusión que Lynch genera con su montaje alucinado, y con las piezas fuera de lugar, no es mas que otro elemento (al igual que la música) para indicarnos el sentido dramático de la acción y hacernos partícipes de la particular locura que se desata.

Cinta pasable en la que unos enloquecidos devotos de vaya a saber usted qué, merodean por la línea del metro (donde transcurre la acción) salvando almas a diestro y siniestro. Estos en lugar del padre nuestro, usan una daga quincallera del todo a cien para tal efecto. En sí, la idea no está mal (el final enmenda en buena medida una última media hora decadente), pero tras verla me queda la sensación de que el epígrafe "de bajo presupuesto" es un handicap en toda regla y no sólo una curiosa anécdota. Los efectos especiales no están mal, pero el señor Maurice Deveraux abarca más de lo que puede tragar y al final todo adquiere un tinte quiero-y-no-puedo de lo más molesto. Rellenar minutos a base de golpes y sangre no es mi idea de hacer buen cine, pero tal vez, Dios no lo quiera, el fin si que está cerca.

Una película fría y escurridiza, como una trucha. Supérflua, pero con pretensiones, imprecisa y vaga. El señor Losey no parece tener claro donde va con el pececito, pero se obstina en llegar, que no digo yo que esté mal, pero cuando no se sabe hacia donde se va, se corre el riesgo de llegar a donde no se desea. Una trucha cque se sueña tiburón.

Los malditos engaños. Aquellos que ocultan parte de la información y nos tratan como a tontos. Ya lo he comentado al respecto de otro capítulo de esta serie, pero en este caso, el delito es flagrante. Por no mencionar lo estúpido del argumento y lo ridículo de alguna de sus escenas. Las elipsis, si están bien hechas pueden resultar elementos narrativos de gran potencial, pero si no lo están estropean una película a poco que el espectador tenga un mínimo de criterio. Estamos de acuerdo, es sólo cine, pero como en toda profesión hay niveles. Si no eres capaz de realizar un producto decente haz sólo pan, o sólo atiende al público tras una ventanilla.

Estamos tan acostumbrados a ver películas de esta índole que ya no nos sorprenden y perdemos el interés con rapidez. Somos capaces de decir, casi desde el primer minuto, quién morirá y quién no, que giros dará y en ocasiones, cómo terminará. La idea central de la película no está del todo mal, pero el baño de tópicos y obviedades a las que la ha sometido el director (por señalar un culpable) es tal, que la transforma en una cosa relativamente aburrida lejanamente emparentada con una película decente.