Una más de la larga serie de los asesinos en serie. Novedades en ésta: ninguna; originalidad: ninguna; aportaciones al género: un tartamudo.

Excelente Álamo en un papel desorbitado y explosivo, contrapunto a la reserva autista de su antagonista, un de la Torre apagado y sin encajar en ningún momento en un rol, digamos por decir algo suave, improbable y sin credibilidad alguna que intenta, sin conseguirlo en ningún momento, sacar de la tara o deficiencia aspectos narrativos y psicológicos que ni conmueven ni aportan ni importan y ni siquiera funcionan con ese pretendido juego de las similitudes y las pistas (muy burdas) al espectador con todo aquello de la limpiadora.

Endeble y demasiado floja; demasiado vista.

Crímenes de familia es una película bien intencionada que abunda sin pudor alguno en la falacia de lo políticamente correcto, es decir, en el posicionamiento sin dudas ni matices de unos argumentos preconcebidos, consensuados y admitidos sin debate como verdad indiscutible.

El guión parte de una idea poco original, nada atrayente ni sugestiva, para caer de lleno y enseguida en un maniqueísmo muy manido que incide, otra vez y una vez más, en las diferencias de género. Una división par que solo admite dos estereotipos puros, mujer~hombre, con sus virtudes y defectos nítidamente diferenciados, sin discusión ni remisión.

En ese sentido asistimos, otra vez y una vez más, sin dudas ni matices, a la inocencia sin mancha y resufrida de las víctimas contra lo despiadado y consentido de los verdugos, una parafernalia muy sobada que parte de las dudas para alcanzar la luz de las certezas y, de ahí, otra vez y una vez más, apelar al heroísmo y a la intransigencia ideológica.

Resultona si no se piensa, pero insidiosa.

Generalmente, la etiqueta "basada en hechos reales", da un tipo de película en la que el guión tiende a edulcorar la historia e incide más en las anécdotas que en el fondo de la cuestión, cargando descaradamente las tintas en la parte más sentimental y lastimera. Ésta no es excepción, al contrario, con la salvaguarda de que lo que cuenta pasó realmente, nos presenta las peripecias un tanto peregrinas de un yonqui en proceso de desintoxicación y su relación con un gato muy especial, cuyas extraordinarias características y sus recargados beneficios, emocionales, sociales y económicos, hacen que el mensaje de la cinta se vuelva tan irreal y melindroso como un cuento de hadas.

En la película hay dos hilos: el tema social y el gato. El primero es interesante y refleja bastante bien los conflictos y los problemas por los que pasa un adicto luchando por recuperar su vida lejos de la droga. El segundo -el gato- es donde la película cae estrepitosamente en una ñoñería al más rancio estilo Disney que, lejos de conmover, se regodea en los más burdos e infumables tópicos animalistas.

La idea, de partida, es una auténtica parida, un disparate. El desarrollo, además de estúpido roza lo escatológico. Y el final es, simplemente, vomitivo, repugnante.

Es sabido que Disney fundamenta la mayor parte de su producción en la antropomorfización de animales y animalillos y, especialmente y desde el éxito de Mickey, de ratones.

Aquí http://es.disney.wikia.com/wiki/Categor%C3%ADa:Ratones la colección completa de roedores de la fábrica. Son muchos, muchísimos, pero nunca tantos ni tan bien definidos ni tan en su papel real como aparecen en Ratatouille. Para colmo, las técnicas modernas consiguen un aspecto muy veraz de estos bichos que, no conviene olvidar, son muy dañinos y transmisores de infinidad de enfermedades (la peste, tan terrible). Hacer una parodia de la cocina y las ratas (alimento y suciedad) es algo que ni desde los más aberrantes alegatos animalistas se puede comprender ni tolerar. Imaginen a un pequeño que haya visto esta cinta intimando naturalmente con ratas o comiendo la comida contaminada por éstas como si fuera un pastel. Evítensela a sus hijos. Y ahórresela usted.

Por salvar algo, la primera parte del texto final, la crítica sobre las críticas y los críticos de Ego.