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Críticas de Capitan Ahab
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Críticas 302
Críticas ordenadas por utilidad
7
4 de septiembre de 2017
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Mizoguchi es mucho mejor cuando habla de fantasmas y aún más cuando retrata mujeres oprimidas. No obstante, está adaptación de un cuento de Ogai Mori sobre los males de la esclavitud en tiempos medievales consigue tomar la emotividad necesaria en cada momento y desprende un gran lirismo en sus mejores secuencias, como en el suicidio de la hermana del protagonista, o el encuentro entre madre e hijo, o muchos otros en los que la historia sabe adoptar el mismo sabor de pequeño cuento de hadas del relato original. Ciertamente, en el aspecto expositivo, reivindicativo, la cosa no toma tanta fuerza. En una sociedad repleta de trampas sutiles contra la libertad de las personas, tan llena de dominadores que se cuidan antes que nada en ensalzar el propio concepto de libertad para legitimar su dominio, es difícil que adquiera punta una denuncia de un estado de esclavitud tan primitivo como el que retrata esta historia.
Capitan Ahab
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4
29 de agosto de 2017
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Aunque algunos de los chistes y gags que se ponen en juego todavía resisten el paso del tiempo, esta película resulta hoy en día más interesante por sus escasos pero chisposos números musicales, que desprenden el aroma del music hall de la época, incluyendo en ello el atrevimiento precode del vestuario y de algunas escenas, frases y letras de canciones. Por ejemplo, cuando una ardilla se cuela por la pernera del pantalón de Woolsey y éste se cree que es la mano de su chica, Thelma Todd, y canta ”sigue haciendo lo que haces”, o el hilarante momento en que los dos cómicos prueban el efecto de los pintalabios de sabores diversos con los besos de una fila de coristas. Aunque Todd apenas aporta más que sus medidas de modelo y su escasa expresividad, la simpática y vivaz Dororthy Lee es otra de las bazas de la película, así como la breve pero valiosa intervención de la estrella de la canción de la época Ruth Etting.
Capitan Ahab
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6
14 de agosto de 2017
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La obra teatral en la que se basa la película se estructura como un monólogo del personaje único del profesor, que con cada parrafada, mirando a un determinado lado del escenario, crea en la cabeza del espectador el personaje invisible al que se dirige y el invisible escenario a que se refiere. La película traslada la historia desde ese minimalismo escénico al naturalismo cinematográfico y aporta bastante buenos detalles en muchas de las escenas, además de beneficiarse de la buena interpretación del protagonista y de los niños (el que interpreta a Simon realiza unos planos de mucho mérito). Sin embargo ese naturalismo deja un poco con el trasero al aire alguno de los pilares de la obra, como el impactante pero insuficientemente transmitido suicidio de la profesora antecesora de Lazhar. Tampoco la conexión entre los problemas migratorios y políticos del profesor argelino con el problema escolar principal parece lograda. Pero aún sin resultar plenamente convincente, la película es muy aprovechable y discurre en torno a problemas candentes de la docencia en estos tiempos: ¿enseñar sin educar?, ¿instruir para vivir en un mundo cuyas realidades esenciales intentamos ocultar a los educandos? Con mayor vocación social que la obra teatral (que trabaja más los aspectos líricos) la película traslada de manera mucho más explícita algunas reivindicaciones muy sentidas por los profesores de hoy en día: ¡no podemos ni rozar a los niños en clase de gimnasia, nos obligan a considerarlos algo así como residuos radiactivos! Y además de achacar a la jugarreta de un alumno el suicidio de la profesora o al menos, el que el marco elegido para el suicidio fuera el aula, parece apuntar a los padres de los alumnos como uno de los principales elementos maniatadores de la labor docente.
Capitan Ahab
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7
7 de agosto de 2017
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El minimalismo teatral sienta muy bien a este planteamiento de Cormac McCarthy que, por lo visto en esta web, convence tanto a agnósticos y ateos como a algunos religiosos, y eso que yo diría que la obra se decanta más bien por lo primero, sobre todo si se tiene en cuenta el desenlace, aunque es cierto que no puede afirmarse con rotundidad. La situación límite de la que parte la historia -ese salvamento del suicidio que realiza un bala perdida religioso sobre un acomodado profesor suicida y su deseo de que desista de repetir el intento mediante una larga conversación- es ideal para el debate sobre la cuestión básica del sentido de la vida, del para qué vivir, de una forma práctica y acuciante. Y hay frases de gran calado tanto en boca del ateo (“Los esfuerzos que lleva a cabo la gente para mejorar el mundo no hacen sino empeorarlo”) como la del teísta (“Hay que ponerse a la cola buena. Comprar el billete adecuado. Tomar el tren normal y dejarse de expresos”). El traslado de la escena a la pantalla no es una mera cuestión de “airear” la historia con secuencias exteriores o introduciendo flash backs que ilustren lo que las bocas narran, etcétera, y la película no cae en esa trampa. La verdadera adaptación está en la división en planos, en el montaje, en la creación de un universo fílmico que un buen director (como hizo tantas veces Ingmar Bergman, o en otro registro, Alfred Hitchcock) es capaz de realizar en el espacio de un apartamento, una habitación, un bote en mitad del océano o una cabina telefónica. No se puede decir que Tommy Lee Jones consiga dar un gran valor añadido con su puesta en escena y su planificación al texto de McCarthy, pero al menos ni lo falsea ni lo devalúa.
Capitan Ahab
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5
7 de agosto de 2017
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Hay que reconocer que el escritor y guionista Schmitt consigue trazar con gran relieve los rasgos del personaje que quiere transmitir y que su ternurista historia circula siempre con fluidez por donde él la quiere llevar. Pero también que los terrenos que pisa son de lo más trillado y que el final es el más descaradamente tópico y facilón (de hecho, si no se prevé, es porque uno piensa que los autores no van a atreverse a ser tan convencionales). La versión cinematográfica aporta a la historia original, además de una correcta ambientación y buen ritmo narrativo, ese mínimo toque de road-movie de la última parte y la estupenda secuencia de la reunión sufí en Turquía, con ceremoniantes girando como peonzas para adquirir el estado correcto de comunión con Dios. Tal vez el señor Ibrahim de Omar Sharif encuentre lugar en la nómina histórica cinematográfica de “mentores heterodoxos” como los clásicos de Spencer Tracy y Wallace Beery, o los Mary Poppins, los “locos maravillosos” al estilo Robin Williams, o los “rayitos de luz” como el Pequeño Lord o la niña Marisol. Pero nos quedamos sin resolver la respuesta de si en la vida se puede creer en algo que no sea Santa Claus.
Capitan Ahab
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