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Críticas 307
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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9 de noviembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Kurosawa recoge el espíritu del relato de Agutagawa titulado Rashomon, en el que un desesperado se plantea que tiene que asumir la falta de piedad con los demás para poder sobrevivir, pero la historia que desarrolla ampliamente es la del cuento del mismo autor titulado En el bosque o Yabu No Naka. El cuento original es un prodigio de síntesis: cuatro brevísimas declaraciones de testigos seguidas de tres autoinculpaciones de los tres protagonistas, incluyendo la que el muerto realiza a través de una médium, alegando haberse suicidado. Pero, claro, en esta vida ni de la versión de un difunto se puede uno fiar. Especialmente cuando los tres personajes hacen ver que piensan que mantener su honra -de marido, de esposa o de bandolero- bien puede merecer una buena mentira. Tal vez sin mayor intención que la de alcanzar el metraje habitual de una película, Kurosawa añade una más detallada y verosímil versión de lo que pudo suceder, proporcionada por uno de los testigos que anteriormente no se ha atrevido a contarlo todo ante el juez. Y la única novedad que aporta es que él no se inculpa de nada. Lo mejor es la fuerza de las imágenes que compone el entonces joven Kurosawa, una auténtica orgía cinematográfica, incluyendo las expresiones de los intérpretes y el histrionismo (muy a lugar) de Mifune, un actor que recuerda a Jack Nicholson en cuanto a que el exceso no le sienta tan mal como a los demás.
13 de septiembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Lo del cartel que dice “La Comedia Theatre” en el centro de la Lima colonial del siglo dieciocho da mucha risa, sin duda (aunque el rodaje y el doblaje original sean en inglés). Pero no creo que la ambientación histórica sea uno de los problemas de esta obra, como tampoco de la novela de Thornton Wilder, que parece muy bien documentado sobre el Imperio Español. Da la sensación de que la historia juega con elementos muy interesantes en sí mismos: las trayectorias personales que se cruzan, los diversos personajes –algunos de ellos históricos- que se interrelacionan y las pretensiones estadístico-metafísicas del fraile que a posteriori reconstruye lo sucedido. Pero se queda lejos de conformar con todos esos ingredientes la paella adecuada. El trazado de cada personaje es defectuoso, la historia que de cada uno se pone en escena carece de garra y relieve y el drama parecer ir por un lado y el pretendido discurso filosófico por otro. Así, todo el entramado que se intenta levantar a partir de esas bases no puede menos que resultar insulso y confuso, y todos los actores de prestigio con que se cuenta parecen desubicados: como si se hubieran reunido para una carísima fiesta de disfraces.
4 de septiembre de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Mizoguchi es mucho mejor cuando habla de fantasmas y aún más cuando retrata mujeres oprimidas. No obstante, está adaptación de un cuento de Ogai Mori sobre los males de la esclavitud en tiempos medievales consigue tomar la emotividad necesaria en cada momento y desprende un gran lirismo en sus mejores secuencias, como en el suicidio de la hermana del protagonista, o el encuentro entre madre e hijo, o muchos otros en los que la historia sabe adoptar el mismo sabor de pequeño cuento de hadas del relato original. Ciertamente, en el aspecto expositivo, reivindicativo, la cosa no toma tanta fuerza. En una sociedad repleta de trampas sutiles contra la libertad de las personas, tan llena de dominadores que se cuidan antes que nada en ensalzar el propio concepto de libertad para legitimar su dominio, es difícil que adquiera punta una denuncia de un estado de esclavitud tan primitivo como el que retrata esta historia.
29 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
Aunque algunos de los chistes y gags que se ponen en juego todavía resisten el paso del tiempo, esta película resulta hoy en día más interesante por sus escasos pero chisposos números musicales, que desprenden el aroma del music hall de la época, incluyendo en ello el atrevimiento precode del vestuario y de algunas escenas, frases y letras de canciones. Por ejemplo, cuando una ardilla se cuela por la pernera del pantalón de Woolsey y éste se cree que es la mano de su chica, Thelma Todd, y canta ”sigue haciendo lo que haces”, o el hilarante momento en que los dos cómicos prueban el efecto de los pintalabios de sabores diversos con los besos de una fila de coristas. Aunque Todd apenas aporta más que sus medidas de modelo y su escasa expresividad, la simpática y vivaz Dororthy Lee es otra de las bazas de la película, así como la breve pero valiosa intervención de la estrella de la canción de la época Ruth Etting.
14 de agosto de 2017 Sé el primero en valorar esta crítica
La obra teatral en la que se basa la película se estructura como un monólogo del personaje único del profesor, que con cada parrafada, mirando a un determinado lado del escenario, crea en la cabeza del espectador el personaje invisible al que se dirige y el invisible escenario a que se refiere. La película traslada la historia desde ese minimalismo escénico al naturalismo cinematográfico y aporta bastante buenos detalles en muchas de las escenas, además de beneficiarse de la buena interpretación del protagonista y de los niños (el que interpreta a Simon realiza unos planos de mucho mérito). Sin embargo ese naturalismo deja un poco con el trasero al aire alguno de los pilares de la obra, como el impactante pero insuficientemente transmitido suicidio de la profesora antecesora de Lazhar. Tampoco la conexión entre los problemas migratorios y políticos del profesor argelino con el problema escolar principal parece lograda. Pero aún sin resultar plenamente convincente, la película es muy aprovechable y discurre en torno a problemas candentes de la docencia en estos tiempos: ¿enseñar sin educar?, ¿instruir para vivir en un mundo cuyas realidades esenciales intentamos ocultar a los educandos? Con mayor vocación social que la obra teatral (que trabaja más los aspectos líricos) la película traslada de manera mucho más explícita algunas reivindicaciones muy sentidas por los profesores de hoy en día: ¡no podemos ni rozar a los niños en clase de gimnasia, nos obligan a considerarlos algo así como residuos radiactivos! Y además de achacar a la jugarreta de un alumno el suicidio de la profesora o al menos, el que el marco elegido para el suicidio fuera el aula, parece apuntar a los padres de los alumnos como uno de los principales elementos maniatadores de la labor docente.
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