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Críticas 62
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
7
28 de enero de 2018 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acaba de estrenarse La librería (Isabel Coixet, 2017), una película que adapta la tierna novela de Penelope Fitzgerald y que aborda una temática muy de actualidad. La trama, situada en la Inglaterra de 1959, se centra en la decisión de una viuda, llamada Florence (Emily Mortimer) de abrir, por vez primera, una librería en un pequeño pueblo. Una decisión que Florence arremete con pasión y decisión, pero que acabará dejándola sola frente a las fuerzas vivas del pueblo.

Sin duda La librería se puede ver como una metáfora de la lucha del individuo frente al grupo. Una lucha sin cuartel, que deja a Florence sola y devastada por la perversidad a la que pueden llegar sus vecinos. Coixet, siguiendo la novela de Penelope Fitzgerald, solamente salva a Mr. Brundish (Bill Nighy), el viejo que devora libros en su mansión apartada de la mundana realidad y a la niña de diez años que le ayuda en la librería. Los demás quedan retratados como seres frívolos y mezquinos que pululan por un pueblo detenido en el tiempo, de parajes románticos, pero actitudes excesivamente realistas. Florence, sin embargo se mantiene fiel a sus principios y a su educación, no dejándose llevar nunca por el fanatismo y la radicalización de sus ociosos vecinos. Ya pueden reírse de ella, hacerle un boicot o directamente quitarle su librería, que ella no pierde los nervios y da una lección de dignidad y amplia paz interior. De alguna forma, Florence es la vencedora y la que puede continuar viviendo con el alma tranquila, fruto de su bondad y de su buen hacer.
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Esta lucha que consigue dejar desubicada a Florence, en su propio pueblo, deja muy clara una crítica hacia aquellos que ante el temor a lo nuevo y diferente, deciden enfrentarse a ello. Violet Gamart (Patricia Clarkson) y los demás pueblerinos, nunca han visto una librería y parecen temer aquello que pueden traerles los libros. Más aún después de que Florence decida vender en su librería Lolita de Nabokov y muchos de ellos se escandalicen, sin ni siquiera haber leído sus páginas. Como le dice Mr. Brundish a Florence, sobre Lolita: “la mayoría no lo entenderán, pero eso también es bueno”. Mr Brundish va a desvelarse como uno de los grandes apoyos de Florence en esa otra lucha entre arte y cotilleo o apariencia. Porque como hemos dicho, solamente se salvan Mr Brundish y la niña que ayuda a Florence.

Christine, la niña de diez años pelirroja y pizpireta que casi se autocontrata para trabajar con Florence, representa la inocencia (o no, ya que es una niña casi verborreica y muy redicha) y de algún modo es el toque esperanzador de la película. Christine nada más conocer a Florence le deja claro dos cosas: ella no soporta a los niños y no le gusta nada leer. Por mucha labia que tenga, Christine es una niña influenciable que seguramente no ha salido de su pueblo y de las ideas retrógradas que aquí se imparten. Con lo que es normal que tenga activado un absurdo mecanismo de defensa, contra lo que en el pueblo es sinónimo casi de pecado. Pero poco a poco su relación con Florence y la confianza que ambas van ganando, provocará que en su despedida, Christine sorprenda a Florence con el libro que esta le había regalado (y otra cosa que es mejor no desvelar). Christine finalmente ha descubierto el amor por los libros y aunque Florence tenga que exiliarse de su propio pueblo, ha conseguido algo insólito y que perdurará para siempre, en los anales del lugar. En una licencia de Coixet, vamos a descubrir a una Christine adulta, que regenta una bonita librería y que cuenta, agradecida, las peripecias sufridas por Florence. Christine ha reguido la estela de Florence y aunque Florence seguramente no pudo ver su obra, seguro que se sentiría orgullosa, por mucho que al despedirse se sintiera culpable por inocularle la afición por los libros. Cualquiera comprende que Florence tema haber convertido a Christine en un ser, como ella, libre, artístico y amante de la fantasía, ya que ella sabe que en un pueblo tan rancio puede haber condenado a la niña a la exclusión. Pero Coixet decide borrar todo rastro de amargura, para que allá donde esté, Florence se sienta tranquila con su trabajo.
En cuanto a la localización, merece mención la belleza de su entorno que resulta muy bucólico y romántico. Son de una belleza extrema todos los planos del mar y de Florence leyendo o meditando en el promontorio, rodeada de campos de trigo. Y la ambientación destaca por su precisión, tanto en las calles de este pueblecito, como en el vestuario de todos sus habitantes o en los interiores de casas, despachos o mismamente la librería. En ciertos momentos, sus exteriores pueden recordar a la reciente Brooklyn (John Crowley, 2017).
En resumen, una cinta recomendable para estos momentos de fanatismo, en los que priman más los instintos básicos por encima de la razón y el respeto a aquellos que piensan y sienten de distinta manera.
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27 de enero de 2018 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta legítimo, después de tantos años, definir a Susan Sarandon como una magnífica representante de todas esas mujeres liberadas que habitan el planeta. Recurrente es pensar en su mítico personaje de Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991), pero son muchas más las mujeres que ha interpretado, en una industria extremadamente masculinizada. Y ahora, a sus setenta y un años, Sarandon se mantiene fiel a su filosofía, de escoger papeles femeninos fuertes y autosuficientes, aunque apueste por una comedia sueve, como ocurre con Una madre imperfecta (Lorene Scafaria, 2015). Una película dirigida por una mujer y que sitúa en el centro de la trama a una viuda, patosa y desprendida, que aunque no acaba de tener una relación cercana con su única hija, se muestra feliz y dispuesta a disfrutar de cada segundo de su vida. Porque Marnie representa a la perfección la famosa frase "carpe diem", con esa actitud suya positiva y optimista, ya sea en sus visitas a la apple store, en sus paseos por la ciudad, con la organización de una boda o en compañía de unas gallinas, frente a su amargada hija, que aunque tiene un buen trabajo como guionista, deambula pesarosa por la vida.
De hecho desde los primeros planos Marnie parece destinada a ser interpretada por Susan Sarandon, ya que aunque es una cinta blanda, de fácil digestión y escasas aspiraciones, realiza una importante labor a favor de la visibilización de las mujeres maduras, activas y rebosantes de energía. Está claro que es necesario dar voz a personajes adultos, pero esta cinta va más allá, colocando a una mujer madura en el centro de la acción y dotándola de una gran alegría de vivir. Una intensidad vital que queda maravillosamente reflejada en la genial secuencia de cocinado y degustación del huevo frito, en la que Marnie demuestra que está decidida a disfrutar de cada acontecimiento que suceda en su vida, dando luz a esta oda a la imperfección, que puede decirse que es Una madre imperfecta. Una oda a la imperfección y a esas actitudes y formas de ser que nos hacen únicos e irrepetibles. Da igual que tus imperfecciones te hagan parecer excéntrica o difícil de clasificar socialmente, ya que es lo que te hace irrepetible.

Y además Una madre imperfecta resulta acertada en la relación que plantea entre Marnie y Zipper, dos personas adultas (ella viuda y él divorciado), que no dudan en darse otra oportunidad, demostrando que el amor no es un invento adolescente y que la experiencia dota a las relaciones de más hondura.

En resumen, un descubrimiento agradable, con la estimable aportación de Susan Sarandon, que siempre resulta un lujo de ver, y con una premisa narrativa valiente y madura.
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27 de enero de 2018 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 22 de noviembre de 1963 era asesinado en Dallas John F. Kennnedy, en un hecho que, como es sabido, conmocionó a todos los americanos y a gran parte de la población mundial. En todas las casas se lloraba por aquel hombre que se suponía que iba a cambiar la historia, pero nadie, o casi nadie, se paró a pensar en su mujer. Ahora muchos años después y tras muchas películas, documentales y teorías conspiratorias, el director Pablo Larraín (Santiago de Chile, 1976) pone sus lentes en el rostro de Jackie para contarnos como esta mujer, aparentemente frívola y aniñada, se sobrepuso a la enorme pérdida y al dolor que invadía a todo un pueblo.
Porque Jakie nos habla de dolor, un dolor radical que podemos ver en el rostro de una Jackie manchada por la sangre de su marido, pero especialmente la cinta de Larraín nos habla del poder representativo de la memoria. De como esta mujer que al llegar a la casa blanca presentaba sus aposentos con timidez, consiguió crear un dispositivo insólito para que su marido fuera recordado, eternamente, como el proyecto de gran presidente que era. Para ello Jakie se basa en el multitudinario entierro de otro presidente asesinado mítico, Abraham Lincoln, y en el poder simbólico adquirido gracias a sus pocos años como primera dama.
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Todo ello nos descubre a una mujer traumatizada por la fatal muerte de su marido, pero con una fortaleza, una entereza y una conciencia del papel que debe interpretar en cada momento, fuera de lo común. Un personaje ambiguo y en momentos escindido, especialmente en sus momentos de flaqueza, que no hubiera sido retratado de forma tan fehaciente de no haber estado, frente a la cámara, Natalie Portman (Jerusalen, 1981).  La ganadora de un Óscar por Cisne Negro, consigue trasmitir con su rostro un sinfín de emociones que en ningún  caso se desbordan o caen en la parodia. Sin olvidar el tono de voz que consigue contagiar esa angustia y esa ansiedad que Jackie debe vivir en solitario.

Finalmente, aunque el peso de la cinta recae casi por completo en Jackie, no se puede obviar mencionar la presencia de Bobby Kennedy, gran respaldo de Jackie y hombre que durante toda la cinta se mantiene en segundo plano, como un serio hombre de estado. También citar la figura del sacerdote (un enorme John Hurt), que intenta dar consuelo a una incrédula Jakie y la por último, la presencia de ese periodista con el que se abre la película. Un reportero que va a la caza del dolor, tras la viudedad de Jakie, pensando que la ya ex-primera dama puede estar en un momento de gran debilidad y derrumbe, pero se encuentra con una mujer fuerte, directa y con una sangre fría que el propio Truman Capote hubiera llevado a sus páginas.

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27 de enero de 2018 3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hoy en día con los cientos de películas y series a los que tenemos acceso es muy difícil hacer una película que quede para la posteridad, pero La la land (Damien Chazelle, 2017) puede decirse que lo ha logrado. Como toda buena película, La la land tiene sus acérrimos defensores y sus más duros detractores, aunque nadie discute su capacidad para embelesar a espectadores de toda condición, durante sus dos horas de metraje.
Su trama es sencilla y real. Damien Chazelle nos cuenta los intentos de Mia, una aspirante a actriz, y Sebastian, un pianista de jazz, por hacerse un hueco en Los Ángeles y hacer sus sueños realidad. Deseos que les llevarán a conocerse y compartir una bonita relación, pero que también les depararán momentos duros. Aquí aparece uno de los temas principales de la película que es el de la búsqueda de los sueños. Tanto Mia como Sebastian basan sus vidas en los sueños que anhelan cumplir.
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Mia lleva seis años alejada de su familia, intentando hacerse una actriz de éxito, mientras que Sebastian sueña con tener un local de jazz, pero no pasa de tocar unas canciones navideñas en un lujoso restaurante. Ambos están en Los Ángeles, sin duda la capital del cine y las artes, para llevar a cabo su "american dream", aunque el enamoramiento mutuo que experimentarán, hará que la búsqueda del éxito tenga que compartir plano con el disfrute de una vida personal plena. Por mucho que La la land sea un musical romántico y repleto de color, su giro final resulta bastante amargo. Mia y Sebastian deben elegir entre su relación o el cumplimiento de sus sueños y finalmente la vida acaba separándolos. Aunque por cosas del destino, ambos se reencontrarán y compartirán su canción mientras recuerdan lo que pudo ser y no fue. O quizás ambos recuerdan como sus vidas podrían haber cambiado si hubieran continuado juntos. Porque de haber seguido juntos, uno de ellos tendría que haber renunciado a sus sueños y eso podría haber generado resentimientos futuros. De esta forma, con sus vidas por separado, los dos han logrado sus sueños y además siempre podrán recordar esos momentos de felicidad absoluta que compartieron. Por algo en el último plano Sebatian hace el esfuerzo por regalarle una última sonrisa a Mia, para cerrar su historia de la mejor manera. Es cierto que Seb parece que no la ha olvidado, pero también es cierto que una historia así no se olvida fácilmente (por algo cuando se están despidiendo en el banco del Observatorio, los dos se dicen que siempre van a quererse) y no hay por qué olvidarla. La la land no pretende reflejar a unos personajes que han pasado página porque seguramente nunca lo harán. Simplemente apuesta por disfrutar del momento y ser fiel a tus convicciones.
Hay también que mencionar el factor del azar como un elemento de gran relevancia para la cinta. Ya desde la primera secuencia vemos como curiosamente Mia y Seb están en el mismo atasco. Después Mia entra como extasiada a escuchar al responsable de las notas que salen del piano y por último vuelven a coincidir en la fiesta de la piscina, en la que Mia le chincha con una estrambótica petición musical. No obstante el azar contribuye a que sus caminos se junten, pero también puede pensarse que tiene responsabilidad en el final de su relación. Más allá de que los dos están en momentos vitales de ebullición en los que su relación tiene difícil encaje, después de ver el magnífico epílogo uno se pregunta si habiendo hecho esto o lo otro, Mia y Seb hubieran podido continuar juntos. ¿Hubiera cambiado algo si en su primer encuentro Seb no hubiera pasado de Mia? Lamentablemente eso nunca puede saberse, ya que cualquier pieza que cambiamos de nuestra vida puede influir en nuestros destinos.
Finalmente para todo amante del cine, La la land es una película de visionado obligatorio por sus continuos homenajes y su perpetuo romanticismo. Es preciosa la secuencia en el cine, mientras intentan ver Rebelde sin causa y también es de una belleza absoluta toda la secuencia en el Observatorio, como hacían James Dean y Natalie Wood en la mítica película. Pero también es muy bonito el homenaje a Ingrid Bergman, con el mural que tiene Mia en su habitación o todos los números musicales que recuerdan inevitablemente a cintas como Cantando bajo la lluvia, West Side Story o Un americano en París. Junto a estos homenajes destaca el alegato romántico en favor del jazz. Un estilo musical que, como aparece en la película, no pasa por su mejor momento y que aquí disfruta de un bonito regalo en forma de homenaje y puesta a punto. Porque como todos los estilos musicales, el jazz debe respetar su tradición sin olvidar ser rompedor.
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28 de enero de 2018 3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué pasa después de un rescate? O más cinematográficamente. ¿Qué pasa después de ese plano aéreo, de todas las películas de catástrofes, en las que vemos a los personajes sanos y salvos y a los héroes condecorados? Esa es la premisa argumental de la que parte Los del túnel (Pepón Montero, 2017). Una historia que se detiene en las reuniones de unos supervivientes, tras haber estado quince días encerrados en un túnel, y en las dificultades de éstos (más o menos llamativas) para retomar sus vidas. En especial asistimos al desmoronamiento de Toni (Arturo Valls), el graciosillo del grupo, que siempre acaba metiendo la pata, con una obsesión tremenda por la comida y con una vida familiar anodina, en la que apenas entabla dos palabras seguidas con su mujer e hija. Junto a él destaca Julio (Raúl Cimas), el policía “valeroso” que contribuyó a que todos salieran sanos y salvos de la catástrofe y que se erige desde el principio como el líder del grupo. José Manuel (Manolo Solo) y Esteban (Enrique Martínez) los dos gays del grupo que van dando dosis de humor a la trama. Y Miriam (Natalia de Molina), una chica resuelta que tras el desastre se acaba enrollando con Julio.
Todos los personajes de la trama están pasados de vueltas y se tienen que enmarcar en el contexto de la no verosimilitud, aunque muchos de los comportamientos que experimentan resultan muy interesantes y cotidianos
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Por ejemplo llama la atención la reflexión que plantea la película a cerca de la figura del líder. En todos los grupos siempre surge un líder, una persona de carácter, aparentemente o no, resolutivo con dominio comunicativo y carácter abierto. En Los del túnel, esa persona es desde el principio Julio. Un tipo que parece tener unos principios morales inquebrantables, con una enorme capacidad de convicción y una innegable ternura. Un tipo que contrasta con Toni, un bocazas, que desconoce el significado de la palabra empatía y que solamente vive el día, sin plantearse nada más. Unas apariencias, que sin embargo la trama nos va a decir que engañan, ya que el patán, tosco e interesado (Toni) resulta que fue el que llevó a rastras al señor mayor durante toda la travesía en el túnel, mientras que Julio no hizo más que dar órdenes absurdas que solo sirvieron para confundir a los servicios de rescate. Puede al final llegarse a la conclusión de que Pepón Nieto y su equipo pretenden aquí desmitificar la figura del héroe y la de todos aquellos personajes que sobreviven a una catástrofe para seguidamente pasar a ser considerados personas de conducta inmaculada. Es verdad que deben tener una atención mediática por haber sobrevivido a una catástrofe, pero eso no borra sus errores del pasado o convierte de repente su vida en un cuento de hadas.
Los supervivientes de esta historia pueden ser muchas cosas, pero no son héroes o personas con vidas dignas de estudio. Cada uno de ellos son personas a las que esta tragedia les ha afectado, como no podía ser de otra forma, y más que el reconocimiento social y el aplauso necesitarían la ayuda psicológica que no tienen, en ningún momento, de la película. Porque después de una tragedia, en la que nuestra integridad corre un claro riesgo, todos nos empezamos a replantear inevitablemente nuestras vidas y en el camino necesitamos ayuda para no vernos superados. Los del túnel aborda está duda existencial desde un tono cómico (bastante negro), con secuencias de un humor socarrón y directo. Tenemos a Miriam que ha decidido escribir un libro sobre la tragedia y en un momento le confiesa a otro personaje que podría ser muy rompedor hacerlo desde el punto de vista del puente. Jose Manuel y Esteban que deciden, a raíz del desastre, salir del armario. El primero en un pleno municipal y el segundo en un intento fallido delante de sus garrulos padres. Rafi (el delincuente) se decide a pedir perdón a su abuela. Adela se lleva a sus padres a vivir con ella. Víctor y Lupe (los adinerados) confiesan sus adicciones y su insatisfacción. Y Toni se da cuenta de que tiene una vida de mierda.

Con todo al final la idiotez humana llega a su fin y estos personajes se dan cuenta de lo absurdo que resulta intentar aparentar llevar una vida que no llevan y ser feliz cuando no lo son. Y el que mejor refleja esta toma de conciencia es el personaje de Toni (Arturo Valls). Toni, en la última secuencia de la película, sale por fin del túnel en un sentido literal y en un sentido figurado. Gracias a que se ha dado cuenta de la vida gris que lleva y después de haber sido, finalmente, aceptado por el grupo, Toni puede respirar y desplegar una sonrisa sincera.
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