Un nutridillo grupo de amiguetes unidos bajo el común denominador de la potra (otrora una muy creíble mutación genética los convirtió en seres extraordinariamente poderosos, inteligentes, guapos, ríase usted de Pablo Coelho), guiados por un entrañable mentor desde su casoplón de Galapagar, se enfrentan en unas interminables peleas de mentirijilla a un hipervillano de una dinastía faraónica. El tono nunca deja de ser grandilocuente: otro acongojante apocalipsis de resonancias bíblicas se cierne sobre nuestras grisáceas vidas.

Sorprendentemente estas chiquilladas gustan no solo a los niños a los que la realidad aburre -pues ellos, igual de sobrados que sus ídolos, van más allá... A los que vemos qué subyace bajo esta filosofía infantil, todo este espectáculo se nos antoja entre estrafalario e inquietante.

Un par de niños vagos y amantes de la pasta preparan el golpe del siglo, y en el camino intercambian con los demás personajes centenares de tacos. Son víctimas de sus padres, al parecer, y de la sociedad, a pesar de que escupen sobre la educación gratuita que les brinda un Estado que no se merecen. Estas innúmeras revisiones de "Los cuatrocientos golpes" excitan a los críticos, tal vez por comunión.

No aburre, pero el final es flojo. Le pongo el 3 por el feísta realismo.

Una cuidada fotografía e impecables recursos ya muy manidos -como la subida de volumen- al servicio de una retahíla de estereotipos ultra-americanos: fantasía que todo lo permite, pandilla de niños en la que no pueden faltar el gordo, el tímido y el negro; pandilla rival de malotes desalmados pero en el fondo cobardes; madres puritanas, posesivas y con miedo a la soledad; padres bordes y pedófilos; y, por supuesto, un payaso no se sabe si real o irreal (¿importa algo?) que pretende dar miedo y no lo da... excepto a los espectadores imberbes. El extenso clímax final, en la misma línea: pseudo-orgía de oscuridad, estruendo, sorpresas... Solo interesan dos ideas, tal vez poco originales: el miedo es dulce y bello para quien lo padece, y sirve de alimento a quien lo genera.

Stephen King es un escritor muy infantil ("Beverly", ¿en qué estaría pensando?), y esta película aún más, pero en plan puritano. Su éxito y el de las películas fantásticas lo dicen todo del público actual y del sistema educativo.

Mucho más cuidada que la serie franco-alemana ("Borgia", 2011-2014), tanto en lo que se refiere al diseño de producción (con abundantes exteriores, que incluyen asedios) como a la fotografía o al guión, con intrigantes tramas paralelas (la mejor para mí, la estancia de Lucrecia en la mansión de Giovanni Sforza). Penoso que un producto tan bueno, necesario y fiel a la realidad histórica se haya difundido muchísimo menos que otros bastante pueriles como, por ejemplo, "Juego de Tronos". También es una lástima que solo tengamos en Blu-ray la primera temporada.

Arte moderno en estado puro: si no ves en él mérito sino un timo aprobado y aceptado por una "élite" de esnobs que otrora fueron niños "estudiantes", mimados, vagos y apegados a lo fácil, y actualmente niños "trabajadores", que a duras penas pueden leer y escribir, pasas por un paleto ignorante, a pesar de que la charlatanería de ese arte quedó superada ya a principios del siglo XX. Afirmar que este engendro de película es espantoso, horrendo, pretencioso, infame y otras cosas parecidas es no hacer justicia y reconocer la absoluta inutilidad del lenguaje a la hora de describir la realidad. Mi nota no es un 1, sino un 0.