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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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21 de abril de 2020 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todas las películas están compuestas de un gran número de artes y técnicas, que en su conjunto forman una obra cinematográfica. A veces una de esas artes destaca sobre las demás de forma especial, eclipsando al resto. Esto suele suceder en películas que no tienen demasiada calidad, excepto en uno o dos de sus componentes artísticos o técnicos. Sin embargo, en muy raras ocasiones, una gran película en general se ve eclipsada por uno de sus componentes en particular, lo que, de forma subjetiva, contribuye a que no se valoren de forma correcta al resto de piezas que la forman. Este es el caso de "El tercer hombre" ("The third man" 1949, Carol Reed), en la que la famosísima música de cítara de Anton Karas subyuga de tal forma al espectador medio, que puede que no caiga en la cuenta de las muchísimas virtudes que posee esta obra maestra del cine británico.

Holly Martins (Joseph Cotten) es un escritor norteamericano de novelas del oeste que viaja a la Viena posterior a la Segunda Guerra Mundial, en busca de un trabajo que le ha ofrecido su amigo Harry Lime (Orson Welles). Sin embargo nada más llegar, se le comunica que su amigo ha fallecido atropellado por su propio chófer. Tras el shock inicial, Holly empieza a sospechar que la muerte de su amigo no fue accidental y que hubo una tercera persona presente en el accidente, la cual no llegó a declarar a la policía, y que debería ser quien le proporcione la clave del misterio.

Lo primero que quiero resaltar es la excelente fotografía en blanco y negro realizada por Robert Krasker, la cual le hizo merecedora del Oscar ese año y que es muy deudora de todo el cine expresionista alemán de la década de los años 20. El trabajo de Krasker es sencillamente excelente, utilizando unos contrastes muy fuertes entre luces y sombras, usando estas últimas como recurso narrativo y, gracias a regar las calles de adoquines en las que se rodaba, logra unos reflejos en el suelo que iluminan las escenas de manera magnífica.

Otro aspecto destacado es el guión de Graham Greene, basado en su propia novela. la cual escribió con el único objetivo de ser guionizada para la película. Pero tras el éxito de la misma, la novela se publicó por primera vez en 1950. Es un guión muy inteligente, dividido en cuatro partes, al igual que la ciudad de Viena en esos días estaba dividida en cuatro partes (inglesa, americana, rusa y francesa) y con cuatro personajes principales: Holly Martins, Harry Lime, Anna Schdmidt (Alida Valli) la novia de Harry Lime y el Mayor Calloway (Trevor Howard), oficial inglés el cual andaba tras la búsqueda y captura de Harry. Con todo, el espectador tiene que tragar con algunos aspectos bastante improbables en la historia. El primero de ellos es que Holly Martins, pese a ser Norteamericano, en ningún momento acude a la policía de su país, presente en Viena, es más la policía americana brilla por su ausencia en la película.

Los cuatro personajes principales están maravillosamente interpretados, en especial Joseph Cotten en su papel del mediocre escritor de novelas del oeste (personaje en el que me detendré más adelante) y Orson Welles como el cínico Harry Line. Toda la vida creí que Orson Welles había realizado más labor detrás de la cámara que delante de ella, ya que el estilo visual de toda la película recuerda mucho al estilo de Welles, pero por lo visto, no sólo no tuvo nada que ver con la dirección de la película, si no que practicamente tenían que sacarlo a rastras del hotel para que rodara sus escenas. Por esta razón, muchas de las tomas en las que aparece de lejos o como una sombra, los que hicieron dichas escenas fueron sus dobles o gente del equipo técnico, como el asistente del director Guy Hamilton (el cual luego dirigiría películas como "James Bond contra Goldfinger" de 1964 o "La batalla de Inglaterra"de 1969).

El director Carol Reed amalgama de manera perfecta tres estilos de cine muy diferentes. como ya he comentado antes, los primeros planos, los picados y contrapicados, las tomas medias inclinadas y los travellings panorámicos recuerdan mucho al estilo como director de Orson Welles. Por otro lado, el hecho de rodar la mayoría de las escenas en escenarios naturales de la Viena (recordemos que en aquella época la mayoría de las películas se rodaban casi íntegramente en estudio, por medio de decorados), todavía en pleno proceso de reconstrucción tras los intensos bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, nos remite al entonces reciente neorralismo italiano creado por directores como Roberto Rosellini o Vittorio de Sica. Finalmente, el uso tan acentuado de luces y sombras en blanco y negro nos remite de forma indefectible al expresionismo alemán de los años 20.

Pero si por algo me maravilla "El tercer hombre" es por lo siguiente, esta película rompe por completo con la imagen del héroe en el cine. El personaje de Joseph Cotten, el bueno de la película, es un desgraciado integral, un torpe con buenas intenciones. Para empezar, su nombre (Holly) es ridículo para ser el chico bueno de la película, además tiene que viajar hasta Austria sin un dolar en el bolsillo, en busca de un trabajo que le iba a ofrecer su amigo Harry. A pesar de ser escritor, no tiene cultura ninguna (su referente literario en Zane Grey), se enamora de la novia de su amigo, pero ella ni mira para él. Es un borracho, pero siempre le tiene que invitar a beber la chica de la que está enamorada.

En definitiva, una película que más allá de su excelente música, (la cual fue número uno en las listas de éxitos y una fiebre que, como todas, acabó pasando) es una obra maestra de la historia del cine, la cual nos transmite un enorme pesimismo y tristeza. El mismo sentimiento que tenía la sociedad occidental, sólo unos años después de Auschwitz e Hiroshima.
13 de octubre de 2019 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
La inmensidad del espacio y su belleza visual han provocado que, desde el inicio del cinematógrafo, se buscaran formas de reflejarlo en pantalla, no sólo como una mera aventura romántica, si no sobre todo como una forma de encontrarse a sí mismo en la soledad del infinito. Hacia esta última rama es a donde se acerca el director James Gray en su última obra "Ad Astra" (2019), en la que la ausencia de la figura paterna se convierte en el eje principal de un relato en el que la belleza visual es su principal baza.

El astronauta Roy McBride (Brad Pitt) es escogido para una delicada misión que le atañe en lo más hondo. Tras unos extraños fenómenos eléctricos provenientes del espacio y que amenazan la seguridad de la Tierra, las autoridades sospechan que detrás de ellos está Clifford McBride (Tommy Lee Jones), padre de Roy y que desapareció 36 años antes en una misión que buscaba vida extraterrestre en el planeta Venus. Ahora, Roy deberá partir en busca de su padre y descubrir si él es el responsable de las alteraciones eléctricas que amenazan con repetirse.

Empezaré este análisis destacando los aspectos positivos del film que no son pocos. Como ya comenté, el desarrollo visual del film es lo más destacado del mismo, con una sucesión de escenas del espacio realmente fabulosas que mantienen al espectador con los ojos fijos en la pantalla. Así mismo, los efectos de sonido están excelentemente logrados, aportando una tensión constante a las escenas clave de la película.

El tratamiento del film es muy intimista, con un personaje como es el de Roy, carente de sentimientos, casi un robot humano, pero que nunca ha olvidado a su padre al que hace 36 años que no ve. En realidad su padre es su "late motiv", su razón de existir, de ser astronauta y de querer ser el mejor en todo lo que hace. Por ello, llevar a cabo una búsqueda de su padre en los confines del universo debería ser la llave a todas las preguntas que lleva haciéndose desde su infancia. Sin embargo el universo suele proporcionar más enigmas que respuestas.

De nuevo Brad Pitt realiza una gran labor como protagonista de una película en la que él es el centro de la misma. Impresiona ver la madurez de un actor que empezó en el cine básicamente gracias a su físico y que ahora apabulla a sus compañeros de reparto con su escasa gestualidad, la cual no es óbice para lograr grandes interpretaciones. Del resto del reparto poco se puede decir, ya que sus personajes están muy desaprovechados. Mención especial para Donald Sutherland que parecía que iba a ser un personaje importante en la película, pero que desaparece de la misma de un plumazo y para Liv Tyler que la pobre ni siquiera tiene una linea de diálogo.

"Ad Astra" tiene una influencia clarísima de "El corazón de las tinieblas", el libro escrito por Joseph Conrad a principios del siglo XX, el cual ya fue adaptado al cine por Francis Ford Coppola en "Apocalypse Now" (1979). El viaje en diversas etapas en este caso está mucho menos logrado que en la película de Coppola, no aportando casi nada a la historia principal, lo que bloquea ligeramente el desarrollo de la trama.

Es el guión precisamente lo más flojo del film. Escrito por James Gray junto a Ethan Gross, tiene demasiados aspectos cogidos con pinzas, sobre todo en lo referente a las conclusiones llevadas a cabo por el mando para determinar que es el personaje encarnado Tommy Lee Jones el responsable de los fenómenos sufridos. Así mismo el comportamiento de algunos de los secundarios es muy poco creíble, lo que despista al espectador y le lleva a no centrarse en lo importante.

Hay además un detalle que no puedo con él. Cuando Roy sale de la reunión con el mando en la que le asignan la misión, ve en una pantalla portátil un mensaje que le envió su padre justo antes de su desaparición 36 años atrás. Y para mi sorpresa, la imagen de Tommy Lee Jones que aparece en la pantalla se corresponde con su actual estado de una persona de más de setenta años. Si ese era su aspecto cuando fue a la misión y su hijo tenía unos 7 años, imaginaros como estaría en el presente tras pasar 36 años en el espacio. En fin, no entiendo como pudieron pasar por alto ese detalle en el rodaje.

La labor de James Gray, uno de mis directores americanos vivos de la actualidad, es como siempre notable, continuando con la senda de aventuras intimistas que comenzara hace tres años con "Z. La ciudad perdida" ("The lost city of Z", 2016). Su estilo clásico de rodar escenas sin prisas, ni montajes acelerados coincide plenamente con mi gusto personal. Escenas, no obstante, en las que la tensión es sobresaliente gracias a su pericia a la hora de plantear las mismas.

Es "Ad Astra" en definitiva una película con puntos positivos y negativos, que gustará a los "gourmets" del cine sin prisa, aquellos que buscan sobre todo la belleza y la reflexión muy por encima del espectáculo.

Gabriel Menéndez Piñera
https://historiasdelceluloide.elcomercio.es
27 de mayo de 2019 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Desconozco por completo si Asghar Farhadi tenía algún conocimiento previo de nuestro país y (sobre todo) de su paisanaje. Si no es así, debe haberse empapado de nuestra cultura de manera exhaustiva, ya que en "Todos lo saben" (2018), su última película y la primera que el director Iraní rueda en nuestro país, refleja de manera excelente la forma de ser de los españoles, más particularmente, la de los habitantes de esos pueblos de la España interior.

Laura (Penélope Cruz) llega de Argentina con sus dos hijos a su pueblo natal de Castilla La Mancha a la boda de su hermana Ana (Inma Cuesta). Su marido Alejandro (Ricardo Darín) se ha quedado en Argentina por temas laborales y no la ha podido acompañar. Nada más llegar se reencuentra con Paco (Javier Bardem) su antigua pareja de la adolescencia, el cual ahora está casado con Bea (Barbara Lennie). Tras la celebración de la boda y durante el banquete se produce un apagón y a partir de ese momento los acontecimientos se suceden de forma trágica para todos.

La película tiene muchos y variados puntos a favor, así como algún que otro aspecto mejorable, que no desmerece el resultado final de la misma. Una obra de un nivel técnico insuperable, con unas actuaciones asombrosas y una atmósfera que te envuelve y no te deja evadirte de lo que sucede en la pantalla.

Farhadi despliega una narración plena de metáforas, en la que la puesta en escena, el montaje, la ambientación y el uso de la cámara se confabulan para lograr una serie de escenas de una calidad tremenda. De todas ellas hay dos que me dejaron con la boca abierta y que deberían mostrarse en cualquier escuela de cine. La primera es la escena del banquete de la boda, algo que siempre ha dado mucho juego en el cine, pero que el director Iraní transforma en una sucesión interminable de momentos minúsculos de puro placer cinematográfico gracias al montaje, a la música y a unos actores maravillosos. La segunda es mucho más sencilla (como contraste quizás a la anterior), pero se trata de un recurso narrativo excepcional. Me refiero a la primera aparición de Ricardo Darín en persona en la película y que no voy a comentar más para no desgranar la historia.

El guión del film, escrito por el propio director, es una amalgama de dos géneros, el drama y el thriller. En el primero Farhadi se mueve como pez en el agua, creando unos personajes muy propios en él, cuyo pasado revuelve sus acciones del presente y los sentimientos (claros u oscuros) deciden el destino de ellos mismos y de los que se mueven a su alrededor. Sin embargo en el thriller es donde flojea la capacidad del director Iraní, los recovecos argumentales son flojos y previsibles, la resolución del misterio hace que la sensación de estar ante una obra superior decaiga bastante y los personajes principales y sus cuitas personales son mucho más interesantes que el mcguffin que las provoca.

Ya me he referido en dos ocasiones a la calidad de las interpretaciones, las cuales junto al trabajo técnico es lo más destacable de la película. De un reparto tan excepcional como éste, resulta difícil destacar, sin embargo Penélope Cruz realiza un trabajo memorable, mezclando acentos, sensaciones, intimidad y sufriendo como pocas han logrado sufrir en la gran pantalla. Hay escenas en que es el vivo reflejo de la angustia y la desesperación. A su lado está su marido en la vida real, Javier Bardem dando de nuevo muestras de ser uno de los mejores actores del mundo con una actuación plena de naturalidad y de carisma. Si hay alguien al que ésto último le sobra es a Ricardo Darín, el cual vuelve a llenar la pantalla, a pesar de lidiar con un personaje bastante menos agradecido de los que le suelen ofrecer.

Al lado de este trío de ases fluyen una nómina de secundarios de auténtico lujo, encabezados por una Barabra Lennie que asusta cada vez más a cada nueva película que realiza y por un Eduard Fernandez que es un titán adecuándose a los personajes que representa y que transforma a un personaje gris en alguien cercano, alguien a quien cualquiera de nosotros puede conocer en su vida real. Sobre Ramón Barea poco se puede decir, salvo que vuelve a dar todo su ser en la encarnación del patriarca familiar, con un resultado memorable. Elvira Minguez es uno más de esos tristes casos de excelentes actrices que no trabajan más, y en mejores papeles, porque su belleza no se ajusta a los cánones que marca la sociedad y por lo tanto los productores no consideran adecuadas para determinados papeles. Sin embargo es una actriz de un nivel estratosférico y cuya mirada habla por sí sola. Quizás sea Inma Cuesta la actriz que menos destaca de todo el reparto, ya que a su personaje se le da muy poca bola a lo largo del film y no tiene casi implicación en la trama principal.

Antes de terminar no quiero dejar de destacar las bellas canciones compuestas por Javier Limón para la película y que es uno más de los muchos detalles que hicieron que en determinados momentos me pareciera estar viendo una película de Pedro Almodovar. En definitiva "Todos lo saben" es un excelente drama con muchísimas razones para verla y disfrutarla. Una película en que los pequeños detalles cuentan mucho más que una larga escena de diálogos.

Gabriel Menéndez Piñera
https:historiasdelceluloide.elcomercio.es
29 de marzo de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay películas que no soportan muy bien el paso del tiempo. Otras, sin embargo, mantienen su capacidad de impactar y de emocionar, por muchos años que hayan pasado desde su realización. Este es el caso de "Pánico en Needle Park" ("The panic in Needle Park" 1971, Jerry Schatzberg), la cual a punto de cumplir los 40 años de existencia, y 20 años más tarde desde que la vi por primera vez, me ha vuelto a transmitir las mismas sensaciones que entonces.

Bobby (Al Pacino) es un drogadicto y traficante de heroína que se gana la vida como puede en las calles de Nueva York. Un día conoce a Helen (Kitty Winn), una buena chica que acaba de tener un aborto, y con la que comienza a tener una relación. Poco a poco el pánico (así denominan a la falta de droga en las calles) se va adueñando del grupo de drogadictos que pululan por Needle Park, llevando a algunos de ellos al límite de su resistencia física y anímica.

La película sorprende al espectador por su realismo y crudeza. No se omiten detalles del día a día de los adictos por muy escabrosos que sean, ya que éstos resultan fundamentales para entender su desesperación, cuando les falta su dosis de droga durante un tiempo prolongado. También se refleja a la perfección como su moral se va degradando progresivamente, hasta hacer cualquier cosa por dar a su cerebro la heroína que éste les reclama.

El guión, escrito por Joan Didion y John Gregory Dunne, relata de forma magistral la evolución de los dos personajes principales. Bobby nacido en Nueva York, siempre ha sido un delincuente de poca monta que aspira a ser alguien importante en el mundillo de la droga y que cree que puede controlar el uso de la heroína. Helen, por su parte, es una chica de pueblo, que en la gran ciudad descubre este mundo desconocido hasta entonces por ella y que se encandila del desparpajo y labia de Bobby.

Jery Schatzber, en éste su segundo largometraje como director, consigue introducir al espectador en la vida de sus personajes, utilizando para ello dos recursos principales. El primero es las calles de Nueva York, rodando una gran cantidad de escenas en exteriores de la gran urbe americana, de la misma forma que lo había hecho John Schlensinger, un par de años antes, en esa obra maestra y canon del cine independiente americano que es "Cowboy de medianoche" ("Midnight cowboy", 1969). El segundo recurso que usa el director es usar la cámara como si fuera el ojo de uno de los vecinos del barrio que, desde la ventana o apoyado en la puerta de casa, observa las idas y venidas de este grupo de personajes en su batalla diaria por conseguir su dosis de droga o, en sus mejores momentos, ejerciendo la labor de mercachifles de la preciada sustancia.

Respecto a los actores, decir que esta película fue el trampolín que llevó a Al Pacino a su papel más famoso un año después en su siguiente película. Me refiero por supuesto al Michael Corleone de "El Padrino" ("The godfather" 1972, Francis F. Coppola). Su Bobby es un dechado de naturalidad, siempre con la sonrisa en los labios y el chicle en la boca, pero con ese tono oscuro, el cual sabes desde el principio que está a punto de aparecer en cualquier momento. Más llamativo aún es el caso de Kitty Winn, la cual está espléndida en la que también era su segundo largometraje. Su labor como una Helen dulce y desprotegida la llevó a ganar la Palma de Oro a la mejor actriz en el Festival de Cannes de ese año. Sin embargo, lo que prometía ser una carrera meteórica como actriz, reafirmada dos años más tarde por su labor en "El exorcista" ("The exorcist" 1973, William Friedkin) finalizó en 1978. Desconozco los motivos, pero ese mismo año contrajo matrimonio, lo cual puede ser la razón de haber abandonado su carrera cinematográfica.

No fue "Pánico en Needle Park" la primera película norteamericana en hablar de la adicción a la droga. Ya en 1955 Otto Preminger había tratado este tema en "El hombre del brazo de oro" ("The man with a golden arm"), pero de una forma bastante menos directa que la película que nos ocupa. Igualmente, un año más tarde Nicholas Ray nos había contado la historia de otro adicto, en este caso debido a un tratamiento de salud experimental, en "Más poderoso que la vida" ("Bigger than life") con un excelente James Mason en la piel del enfermo que se hace adicto a la cortisona, recetada por su médico para intentar aliviarle de una enfermedad congénita.

Es "Pánico en Needle Park" una película dura, pero muy recomendable, tanto por su alto nivel cinematográfico, como por su labor disuasoria para todo aquel que sienta tentaciones de jugar, aunque sea levemente, con algo tan peligroso como la heroína.

Gabriel Menéndez Piñera
https://historiasdelceluloide.elcomercio.es
8 de marzo de 2020 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace tres años Universal Studios inició un nuevo reboot de sus monstruos clásicos con aquel despropósito que fue "La momia" ("The mummy" 2017, Alex Kurtzmna). Por ello el estreno hace unos días de una nueva versión de "El hombre invisible" ("The invisible man" 1933, James Whale), una de mis películas favoritas de mi niñez, hizo que mi ceja se elevara por encima de lo acostumbrado. No obstante, las buenas críticas recibidas (y la ausencia de buenas películas en la cartelera) hicieron que me arriesgara a su visionado en pantalla grande. Una vez vista, tengo que decir que Leigh Whannell consigue una actualización muy notable del personaje, a pesar de un final que no está, ni de lejos, a la altura del resto de la película.

Cecilia (Elizabeth Moss) huye de la casa de su pareja Adrian (Oliver Jackson-Cohen) un millonario experto en óptica, ególatra, posesivo y maltratador. Un tiempo después, mientras intenta recuperarse del trauma por la experiencia sufrida, se le notifica que Adrian se ha suicidado y que es la destinataria de una buena parte de la herencia. Sin embargo, Cecilia empieza a notar una presencia junto a ella, que identifica como su ex-pareja.

Empezaré diciendo que esta nueva versión de "El hombre invisible" tiene un problema de base, que no existe ni en la novela publicada en 1897, ni en el film original de 1933. Mucho del suspense se pierde irremediablemente, ya que el espectador sabe desde el principio que Adrian no está muerto y que él va a ser el hombre invisible al que se refiere el título de la película. Por ello el director Leigh Whannell incide en crear escenas de tensión creciente, algunas de las cuales no llevan a ningún suceso, para crear la suficiente confusión en el espectador y éste no se sienta cómodo en ningún momento durante el visionado.

La actualización del personaje le lleva a reducir sus ambiciones de conquistar el mundo, a algo más simple, pero no menos cruel, reducir a su pareja a una posesión más de las muchas de las que dispone. Me parece un acierto considerable a la hora de concienciar al espectador de un problema presente en todo el mundo y del que no se habla lo suficiente, como es el de las relaciones tóxicas, las cuales pueden sufrir personas de ambos sexos.

Leigh Whannell construye un relato de terror psicológico, en el que un simple movimiento de cámara a una habitación vacía (o no) crea inquietud en el espectador, el cual (al igual que la protagonista), nunca sabe a ciencia cierta si el hombre invisible se encuentra lo suficientemente cerca como para suponer una amenaza física.

El guión, escrito por el propio director basándose muy vagamente en la novela de H. G. Welss, está muy bien estructurado, creando una tensión creciente en el personaje principal, la cual se transmite fácilmente al espectador. Sin embargo, la típica doble pirueta con salto mortal con la que siempre quieren acabar los norteamericanos las películas de misterio o terror echa por tierra gran parte de las bondades de la historia.

Elizabeth Moss lleva en sus espaldas gran parte del peso de la película, ya que ésta se estructura a través del punto de vista del personaje que interpreta. Su labor, como nos tiene acostumbrado, es notable a la hora de interpretar a este personaje traumatizado, asustado hasta el infinito, pero con mucha fuerza en su interior. Por el contrario, la labor de Aldis Hodge como el policía y amigo de Cecilia, el cual la acoge en su casa junto a su hija adolescente, es más bien mediocre, más propio de una serie de televisión de bajo presupuesto, que de una producción de este calibre.

Leigh Whannell, no se olvida de la película original, a la que rinde un somero homenaje al mostrar a una persona en el hospital con la cara envuelta en vendas. Además hay también un homenajes a "Vértigo (De entre los muestros)" (1958, Alfred Hitchcock), reflejado en el peinado que lleva Cecilia en una de las primeras escenas, el cual es idéntico al que llevaba Kin Novak en la obra maestra del genio británico.

En definitiva, una buena puesta al día del mítico personaje de terror de la Universal, que espero que no caiga en saco roto y, en el caso de que se decidan a actualizar el resto de monstruos clásicos, sigan por esta línea, alejada de la comercialidad y cercana a un cine de calidad. Acérquense a su cine más próximo y dejen que este personaje con más de 120 años a sus espaldas siga haciendo su labor, que no es otra que darles algún que otro susto.

Gabriel Menéndez Piñera
https://historiasdelceluloide.elcomercio.es
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