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Críticas ordenadas por utilidad
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8
4 de octubre de 2013
4 de octubre de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay personas con padres de países diferentes y cada uno de ellos habla una lengua distinta. Siempre en casa les hablaban en dos idiomas y ahora son capaces de expresar con total naturalidad sus emociones usando cualquiera de ellos. Es lo que parece ocurrirle a Daniel Sánchez Arévalo, pero en su caso esos idiomas son el drama y la comedia.
En su filmografía ya figuran cuatro interesantes títulos. El primero de ellos fue “Azuloscurocasinegro” (2006), una brillante ópera prima que parece esconder el auténtico sello del autor. Con “Gordos” (2009), y tras una serie de cortos a través de los cuales experimentar los derroteros del grueso de sus obras, parece redescubrirse a sí mismo con un cine libre de complejos y con cierto riesgo cómico. Supone, tras su primer largometraje, su confirmación como director de talento dentro del panorama cinematográfico nacional. Con su tercera cinta “Primos” (2011), probablemente la de menor calidad aunque no por ello una floja película, logra el éxito de taquilla que impulsa definitivamente su trayectoria como cineasta.
Con esta cuarta entrega y de un modo premeditado, “La gran familia española” termina de rematar las costuras del cine fresco, con tintes gamberros y repleto de matices netamente juveniles que mostró en 2011 para modularlo y llevarlo hasta una madurez responsable que el también guionista consigue con esta notable película. En lo que respecta a las interpretaciones, Roberto Álamo sólo nos recuerda al Sean Penn de “Yo soy Sam” (Jessie Nelson, 2001) una vez has salido de la sala de proyección, lo cual es un excelente indicativo de la calidad de su trabajo. Destacar también la verosilimitud de la interpretación de un Antonio de la Torre que lleva algunos años brindándonos algunas de las mejores interpretaciones en muchos kilómetros a la redonda. Y por último, ponerle señuelo después de deleitarnos con una Verónica Echegui que rebosa naturalidad, simpatía, belleza y un fuerte tufo a talento en cada una de sus apariciones.
En cuanto a la trama: se hace necesario ver la película, saber disfrutarla siendo capaces de sincerarnos con nosotros mismos. Alejen, por supuesto, los fantasmas de la España de la mala suerte y el mayoritario carácter popular del victimista sin consuelo. Además, no se admiten almas con ganas de destruir el placer de la contemplación de la carrera de un cineasta con mayúsculas como ya es Sánchez Arévalo, uno de los abanderados de la gran familia del cine español de calidad que queremos creer nos espera en las próximas décadas. De él en particular, hay que apostar a que nos regalará un buen puñado de títulos de prestigio que no hagan otra cosa que sumar en el de ya por sí importante bagaje que nos lleva ofrecido.
En su filmografía ya figuran cuatro interesantes títulos. El primero de ellos fue “Azuloscurocasinegro” (2006), una brillante ópera prima que parece esconder el auténtico sello del autor. Con “Gordos” (2009), y tras una serie de cortos a través de los cuales experimentar los derroteros del grueso de sus obras, parece redescubrirse a sí mismo con un cine libre de complejos y con cierto riesgo cómico. Supone, tras su primer largometraje, su confirmación como director de talento dentro del panorama cinematográfico nacional. Con su tercera cinta “Primos” (2011), probablemente la de menor calidad aunque no por ello una floja película, logra el éxito de taquilla que impulsa definitivamente su trayectoria como cineasta.
Con esta cuarta entrega y de un modo premeditado, “La gran familia española” termina de rematar las costuras del cine fresco, con tintes gamberros y repleto de matices netamente juveniles que mostró en 2011 para modularlo y llevarlo hasta una madurez responsable que el también guionista consigue con esta notable película. En lo que respecta a las interpretaciones, Roberto Álamo sólo nos recuerda al Sean Penn de “Yo soy Sam” (Jessie Nelson, 2001) una vez has salido de la sala de proyección, lo cual es un excelente indicativo de la calidad de su trabajo. Destacar también la verosilimitud de la interpretación de un Antonio de la Torre que lleva algunos años brindándonos algunas de las mejores interpretaciones en muchos kilómetros a la redonda. Y por último, ponerle señuelo después de deleitarnos con una Verónica Echegui que rebosa naturalidad, simpatía, belleza y un fuerte tufo a talento en cada una de sus apariciones.
En cuanto a la trama: se hace necesario ver la película, saber disfrutarla siendo capaces de sincerarnos con nosotros mismos. Alejen, por supuesto, los fantasmas de la España de la mala suerte y el mayoritario carácter popular del victimista sin consuelo. Además, no se admiten almas con ganas de destruir el placer de la contemplación de la carrera de un cineasta con mayúsculas como ya es Sánchez Arévalo, uno de los abanderados de la gran familia del cine español de calidad que queremos creer nos espera en las próximas décadas. De él en particular, hay que apostar a que nos regalará un buen puñado de títulos de prestigio que no hagan otra cosa que sumar en el de ya por sí importante bagaje que nos lleva ofrecido.

7,2
73.521
8
27 de septiembre de 2014
27 de septiembre de 2014
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ayer era viernes, de esos viernes que esperas desde el viernes anterior. Propongo que la Iglesia deje de meter sus narices en los asuntos de los demás y nombre santa a Venus, cuya belleza y cuyo amor dan nombre a este mejor día del año que se repite cada semana.
Rezos a un lado, llevaba toda la semana oliendo a meandro de Guadalquivir, a humedad desatada en la cuenca, la del río grande y musulmán que riega las marismas que dan cobijo a la película de Alberto Rodríguez Librero. Digámoslo así, con pretenciosidad y a bombo y platillo: "La isla mínima" es una obra maestra del género. Sí, coño que sí, a la altura de los Scorsese, los Michael Mann, los Fincher, los Lang, los Joon-Ho, los primeros Tarantinos, los yo que sé... Y el muy cabrón lo ha hecho sin moverse de su casa, sin huir a tierras más prósperas, es un profeta en su tierra. Joder, ¡qué difiícil es eso en estos lares! Díganselo, por preguntar que no quede, a Picasso, a Alberti y al resto de la trupe del exilio, que se lo pregunten los fachas a Lorca.
Total, que la cinta combina perfectamente la afilada crítica social hacia la herencia más ruín de esa época extinta de la España grande y libre que a los libros de historia patrios les cuesta llamar dictadura, con ese juego de intriga comandado por dos policías cuyos actores permanecen todo el metraje en estado de gracia. Raúl Arévalo está perfecto y lo de Javier Gutiérrez es excepcional. Verlo de Sancho Panza en "Águila Roja" es como tener una gran pata de jamón ibérico, un cuchillo y un imbécil que no sabe cortarlo. Talento desaprovechado. Cultura española.
Pues eso, que por gente como Alberto, uno que es muy andaluz porque no entiende de banderas ni de patrias y tiene un acento muy del lugar excelso de las fotografías de Alex Catalán, uno se siente orgulloso de haber nacido, crecido, viajado por acá y por allá, y vuelto al punto de partida.
Ahora espero que el esnobismo donostiarra sepa darte lo que es tuyo, se deje de hacer de onanista oficial de los yankees, comas conchas finas y pongan tu nombre en el mapa de una santa vez. Por Venus, el estraperlo, la benemérita y la madre que te parió.
Un grande ha nacido, señores. Que se jodan los envidiosos.
Rezos a un lado, llevaba toda la semana oliendo a meandro de Guadalquivir, a humedad desatada en la cuenca, la del río grande y musulmán que riega las marismas que dan cobijo a la película de Alberto Rodríguez Librero. Digámoslo así, con pretenciosidad y a bombo y platillo: "La isla mínima" es una obra maestra del género. Sí, coño que sí, a la altura de los Scorsese, los Michael Mann, los Fincher, los Lang, los Joon-Ho, los primeros Tarantinos, los yo que sé... Y el muy cabrón lo ha hecho sin moverse de su casa, sin huir a tierras más prósperas, es un profeta en su tierra. Joder, ¡qué difiícil es eso en estos lares! Díganselo, por preguntar que no quede, a Picasso, a Alberti y al resto de la trupe del exilio, que se lo pregunten los fachas a Lorca.
Total, que la cinta combina perfectamente la afilada crítica social hacia la herencia más ruín de esa época extinta de la España grande y libre que a los libros de historia patrios les cuesta llamar dictadura, con ese juego de intriga comandado por dos policías cuyos actores permanecen todo el metraje en estado de gracia. Raúl Arévalo está perfecto y lo de Javier Gutiérrez es excepcional. Verlo de Sancho Panza en "Águila Roja" es como tener una gran pata de jamón ibérico, un cuchillo y un imbécil que no sabe cortarlo. Talento desaprovechado. Cultura española.
Pues eso, que por gente como Alberto, uno que es muy andaluz porque no entiende de banderas ni de patrias y tiene un acento muy del lugar excelso de las fotografías de Alex Catalán, uno se siente orgulloso de haber nacido, crecido, viajado por acá y por allá, y vuelto al punto de partida.
Ahora espero que el esnobismo donostiarra sepa darte lo que es tuyo, se deje de hacer de onanista oficial de los yankees, comas conchas finas y pongan tu nombre en el mapa de una santa vez. Por Venus, el estraperlo, la benemérita y la madre que te parió.
Un grande ha nacido, señores. Que se jodan los envidiosos.
8
13 de agosto de 2015
13 de agosto de 2015
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siempre quisimos volar, aunque las orejas no crecieron lo suficiente para elevarnos por las noches y jugar a esquivar los cables de la red eléctrica. Tuvimos que conformarnos con ver amanecer desde tu ventana, pegada al mar, ése que pintamos con el pincel de tus lunares. Y muy cerca nos quedaba el desierto, aquel primo hermano del que recoge naranjas en la costa californiana, esta misma que retrata con soberbia maestría en 2015 el tal Nic Pizzolatto. El western ha pasado de moda, díselo a los modernos, que como siempre van un par de pasos por detrás, dejando estela y basura por todos lados. Ahora es el cine negro lo que brota en el aire, para que no haya huellas en el suelo. Háblales de cigarillos, de la McAdams, de la chaqueta en su sitio del Vaughn, el tipo que hizo la terrible "Psicosis" de Van Sant. Coméntales, además, que aquí hicieron algo similar con la corrupción los Sánchez-Cabezudo en su "Crematorio". Es cierto que el cine español está resucitando porque se han dejado de mojigaterías de dramones de "dame un kleenex" y "ay qué pena del vecino" mientras la mierda iba dentro de uno mismo. Algún francés de alta alcurnia diría que es neo-noir; uno de esos que se cepillan en cada enjuague bucal con Tarantino rezumará algo de que la primera estuvo mejor; los advenedizos y su esnobismo tacharán el postureo de Farrel, po's vale. Para mí las secuoyas y los planos desde el cielo, ése que siempre quisimos surcar.
6
5 de julio de 2015
5 de julio de 2015
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajas a la puerta a buscar tu descompás; miras, disimulando tu ansiedad, a los ojos de los otros buscando una pausa repentina que coloque en su sitio el ojal viudo de tu camisa; te inventas razones para no ser cómplice de tu escurridiza felicidad, que a pesar de todo vino para quedarse; camuflas entre la desdicha común la plenitud de tus días, te enfadas con el espejo mientras te maquillas las ojeras que desearías tener mientras piensas en ella.
A pesar de la distancia, de que la muesca de su rostro no suspira cada instante por los huesos que te forman y de que la temporada aparca vuestra época de celo. A pesar de estos pesares, los senderos perdidos os suben a la luna y siempre vuelve la modista inspiración para vestirla una y mil veces de musa...
A pesar de la distancia, de que la muesca de su rostro no suspira cada instante por los huesos que te forman y de que la temporada aparca vuestra época de celo. A pesar de estos pesares, los senderos perdidos os suben a la luna y siempre vuelve la modista inspiración para vestirla una y mil veces de musa...
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