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2,3
6.987
1
14 de septiembre de 2006
14 de septiembre de 2006
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque no lo parezca, Uwe Boll intenta hacer un favor a la humanidad, ya que en esta película parece empeñado en conseguir que nadie vuelva a contratar jamás a Slater, a Dorff, y a Dios gracias, a Tara Reid.
Una cosa que nunca he entendido de la mayoría del cine de acción actual es el uso de la cámara lenta para ver cómo camina un actor, o lo espectacular que es girarse en redondo cuando se lleva un abrigo de tres cuartos, mientras que en las escenas de lucha se procura cambiar de plano lo más rápido y lo más a menudo posible, supongo que para evitar la incapacidad atlética de los participantes. Es como si en unos Juegos Olímpicos te hiciesen ver la maratón en cámara lenta para luego poner la llegada a toda velocidad.
Sin embargo, lo peor con diferencia no son las actuaciones, que se limitan a repetir lo que el guión (si éste existiese, extremo no confirmado aún); ni lo malo de algunos FX; ni el personaje de Tara Reid de "yo pasaba por aquí, y me veo envuelta en este lío"; ni siquiera el no descubrir en ningún momento a dónde te quiere llevar todo el rollo. No, lo peor es la desgana infinita con la que parece toda la película hecha, que transmite una falta de compromiso y esfuerzo que más parece un castigo para los que trabajan en ella que para los que la ven (y es una experiencia dolorosa, créanme).
Quizá lo que pretende Uwe Boll es dinamitar el mundo de los videojuegos, más que homenajearlos, quizás porque no conseguía pasar de la primera pantalla del Mario en su mocedad. A los niños del futuro, en vez de quitarles la Play, les obligarán a ver esto cuando se porten mal, aunque se me antoja cruel.
Un aviso final: si alguien la intenta ver con el fin de echarse unas risas, que lo olvide. Esto no es "Druidas", de verdad. No es "tan mala que hace gracia", no. Es mala a secas, que es mucho peor.
Una cosa que nunca he entendido de la mayoría del cine de acción actual es el uso de la cámara lenta para ver cómo camina un actor, o lo espectacular que es girarse en redondo cuando se lleva un abrigo de tres cuartos, mientras que en las escenas de lucha se procura cambiar de plano lo más rápido y lo más a menudo posible, supongo que para evitar la incapacidad atlética de los participantes. Es como si en unos Juegos Olímpicos te hiciesen ver la maratón en cámara lenta para luego poner la llegada a toda velocidad.
Sin embargo, lo peor con diferencia no son las actuaciones, que se limitan a repetir lo que el guión (si éste existiese, extremo no confirmado aún); ni lo malo de algunos FX; ni el personaje de Tara Reid de "yo pasaba por aquí, y me veo envuelta en este lío"; ni siquiera el no descubrir en ningún momento a dónde te quiere llevar todo el rollo. No, lo peor es la desgana infinita con la que parece toda la película hecha, que transmite una falta de compromiso y esfuerzo que más parece un castigo para los que trabajan en ella que para los que la ven (y es una experiencia dolorosa, créanme).
Quizá lo que pretende Uwe Boll es dinamitar el mundo de los videojuegos, más que homenajearlos, quizás porque no conseguía pasar de la primera pantalla del Mario en su mocedad. A los niños del futuro, en vez de quitarles la Play, les obligarán a ver esto cuando se porten mal, aunque se me antoja cruel.
Un aviso final: si alguien la intenta ver con el fin de echarse unas risas, que lo olvide. Esto no es "Druidas", de verdad. No es "tan mala que hace gracia", no. Es mala a secas, que es mucho peor.

5,4
18.244
4
21 de septiembre de 2006
21 de septiembre de 2006
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Debo reconocerlo: yo nunca fui un gran fan de la "Miami Vice" original. Recuerdo, eso sí, la famosa sintonía de Jan Hammer, los trajes caros que lucían Don Johnson (con su horterísima camiseta rosa) y Philip Michael Thomas, y cómo no, el Testarossa blanco en el que se movían. Vamos, como Julián Muñoz, pero del otro lado de la ley.
A pesar de toda esta parafernalia, Crockett y Tubbs eran creíbles, porque tenían estilo. Nada más y nada menos. Además, tenían química, y daban la sensación de ser verdaderos amigos. Esto hace más difícil comprender por qué a Michael Mann, director de esta "versión 2006", y también productor de la serie de TV, se le ha pasado este ligero detalle.
Porque la relación entre Colin Farrell y Jamie Foxx en la pantalla, es la más fría y falta de emotividad que se ha visto en mucho tiempo. No sería de extrañar que hubiera rodado cada uno su parte por separado y los hubiesen unido digitalmente. Las actuaciones son realmente pobres, pero es que los personajes dan para muy poco. Me imagino que se contaría con la complicidad de los seguidores de la serie, porque en ningún momento nos presentan a los que por allí salen.
Con este panorama, quizás ya sea mucho pedir que hubiese alguna motivación en las decisiones que toman. Crockett no se sabe si va o viene. Obviaremos comentarios sobre su look sucio y desgreñado (a pesar de que se le ve ducharse y todo), aunque es difícilmente comprensible que Gong Li se enamore de él tras verlo un par de veces. Sí, un par. Como suena. En cuanto a Tubbs, cualquier iceberg parece tener más emociones que él, aunque quizás esa es la sensación que buscan dar.
El resto de personajes entran, salen, dicen alguna gracieta, y disparan, aunque sólo al final, que es cuando la cosa se empieza a mover. Tampoco mucho, que al cabo de cerca de 2 horas de somnolencia llevarse un susto no es bueno. Deberíamos destacar que, de nuevo, el malo malísimo es un narco hispano llamado Arcángel de Jesús Montoya (¡verídico!) interpretado por un español (Luis Tosar), que se une a la ilustre lista en la que están Jordi Mollá y Javier Bardem. Este último presumía de haberle dicho "no" a Spielberg y a su "Minority Report", y suponemos que esperaba un papel de auténtica enjundia como el de "Collateral", también de Mann.
Hablando de Mann, aquí repite el estilo de dicha película, que podemos resumir en ambientes nocturnos, discotecas ruidosas, cámara en mano, cambios bruscos del plano, y en general, todas esas cosas que se usan indiscriminadamente a favor del "realismo". Así que, aquí, pocas sorpresas.
En fin, que lo único destacable es la presencia de Gong Li, aunque sólo sea por alegrar la vista, ya que su personaje no le permite excesivas piruetas. También me quedo con otra lectura positiva. Vista la densidad capilar facial de Tosar y de Farrell, los que nos afeitamos de Pascuas a Ramos estamos de enhorabuena: nosotros también podemos gustarle a una chica como Isabella. Olé.
A pesar de toda esta parafernalia, Crockett y Tubbs eran creíbles, porque tenían estilo. Nada más y nada menos. Además, tenían química, y daban la sensación de ser verdaderos amigos. Esto hace más difícil comprender por qué a Michael Mann, director de esta "versión 2006", y también productor de la serie de TV, se le ha pasado este ligero detalle.
Porque la relación entre Colin Farrell y Jamie Foxx en la pantalla, es la más fría y falta de emotividad que se ha visto en mucho tiempo. No sería de extrañar que hubiera rodado cada uno su parte por separado y los hubiesen unido digitalmente. Las actuaciones son realmente pobres, pero es que los personajes dan para muy poco. Me imagino que se contaría con la complicidad de los seguidores de la serie, porque en ningún momento nos presentan a los que por allí salen.
Con este panorama, quizás ya sea mucho pedir que hubiese alguna motivación en las decisiones que toman. Crockett no se sabe si va o viene. Obviaremos comentarios sobre su look sucio y desgreñado (a pesar de que se le ve ducharse y todo), aunque es difícilmente comprensible que Gong Li se enamore de él tras verlo un par de veces. Sí, un par. Como suena. En cuanto a Tubbs, cualquier iceberg parece tener más emociones que él, aunque quizás esa es la sensación que buscan dar.
El resto de personajes entran, salen, dicen alguna gracieta, y disparan, aunque sólo al final, que es cuando la cosa se empieza a mover. Tampoco mucho, que al cabo de cerca de 2 horas de somnolencia llevarse un susto no es bueno. Deberíamos destacar que, de nuevo, el malo malísimo es un narco hispano llamado Arcángel de Jesús Montoya (¡verídico!) interpretado por un español (Luis Tosar), que se une a la ilustre lista en la que están Jordi Mollá y Javier Bardem. Este último presumía de haberle dicho "no" a Spielberg y a su "Minority Report", y suponemos que esperaba un papel de auténtica enjundia como el de "Collateral", también de Mann.
Hablando de Mann, aquí repite el estilo de dicha película, que podemos resumir en ambientes nocturnos, discotecas ruidosas, cámara en mano, cambios bruscos del plano, y en general, todas esas cosas que se usan indiscriminadamente a favor del "realismo". Así que, aquí, pocas sorpresas.
En fin, que lo único destacable es la presencia de Gong Li, aunque sólo sea por alegrar la vista, ya que su personaje no le permite excesivas piruetas. También me quedo con otra lectura positiva. Vista la densidad capilar facial de Tosar y de Farrell, los que nos afeitamos de Pascuas a Ramos estamos de enhorabuena: nosotros también podemos gustarle a una chica como Isabella. Olé.

4,5
3.845
3
15 de septiembre de 2006
15 de septiembre de 2006
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si enumeramos todos los avances tecnológicos usados últimamente en el cine de terror (móviles, ordenadores, televisiones, cintas de vídeo...) resulta intrigante que nadie hubiese tenido la idea de mezclar este género con el mundillo del videojuego. Claro que, teniendo que soportar un escalofrío recorriendo tu columna vertebral cada vez que piensas en la asociación videojuego-peli-Uwe Boll, a la cosa había que echarle valor.
Así que, si Sadako usaba una vieja cinta de VHS para perpetuar su maldición, ¿por qué no iba a recurrir Elisabeth Báthory, más conocida como "La Condesa Sangrienta" (recomiendo leer algo sobre las poco agradables prácticas de la condesa transilvana) a un videojuego de última generación para sus fines? A nadie le debió importar mucho esta pregunta, porque en ningún momento nos dan esa información, así como no se nos explica cómo es que el videojuego mata. También lo de que ella pasase toda su vida (y muerte) en el Viejo Continente no debió ser óbice para que maldijese a los USA de tan cruel manera, pero bueno, qué se le va a hacer.
Otra cosa interesante es que, por lo desgranado en el tráiler y en la película, la regla principal es que "si mueres en el juego, mueres en la realidad". Este elemento, que podía funcionar como una fuente de tensión si estuviese bien aprovechado, deja de cumplirse cuando al guionista le interesa. Hay gente que muere en la realidad sin morir en el juego, hay gente que muere en el juego que no muere en la realidad, y tiro porque me toca. Además, anochece no cuando toca, sino cuando hace falta, y las cosas extrañas se suceden sin orden ni concierto.
En la parte buena, las escenas en las que vemos el juego en funcionamiento, lo cual ya debería indicar lo interesante del resto. Pero, a pesar de que durante el principio vemos bastante el desarrollo de las partidas, al final acaban por no aparecer demasiado, no sea que el público se divirtiese, caramba. Los actores están a la altura de sus papeles, y se limitan a poner cara de pena, de cabreo o de susto cuando la ocasión más o menos lo requiere. Destaca ligeramente Frankie Muniz, aunque sólo sea por no hacer de Malcolm.
Ah, por cierto, tampoco existe información de quién, por qué o para qué se programa un juego destinado a matar gente, pero bueno, como la explicación se supone ridícula, se han ahorrado el trago, para no chafar más la cosa. Digo yo que, como corre en Windows, el culpable de todo será Bill Gates, que para eso se rumorea que es el mismo demonio.
Así que, si Sadako usaba una vieja cinta de VHS para perpetuar su maldición, ¿por qué no iba a recurrir Elisabeth Báthory, más conocida como "La Condesa Sangrienta" (recomiendo leer algo sobre las poco agradables prácticas de la condesa transilvana) a un videojuego de última generación para sus fines? A nadie le debió importar mucho esta pregunta, porque en ningún momento nos dan esa información, así como no se nos explica cómo es que el videojuego mata. También lo de que ella pasase toda su vida (y muerte) en el Viejo Continente no debió ser óbice para que maldijese a los USA de tan cruel manera, pero bueno, qué se le va a hacer.
Otra cosa interesante es que, por lo desgranado en el tráiler y en la película, la regla principal es que "si mueres en el juego, mueres en la realidad". Este elemento, que podía funcionar como una fuente de tensión si estuviese bien aprovechado, deja de cumplirse cuando al guionista le interesa. Hay gente que muere en la realidad sin morir en el juego, hay gente que muere en el juego que no muere en la realidad, y tiro porque me toca. Además, anochece no cuando toca, sino cuando hace falta, y las cosas extrañas se suceden sin orden ni concierto.
En la parte buena, las escenas en las que vemos el juego en funcionamiento, lo cual ya debería indicar lo interesante del resto. Pero, a pesar de que durante el principio vemos bastante el desarrollo de las partidas, al final acaban por no aparecer demasiado, no sea que el público se divirtiese, caramba. Los actores están a la altura de sus papeles, y se limitan a poner cara de pena, de cabreo o de susto cuando la ocasión más o menos lo requiere. Destaca ligeramente Frankie Muniz, aunque sólo sea por no hacer de Malcolm.
Ah, por cierto, tampoco existe información de quién, por qué o para qué se programa un juego destinado a matar gente, pero bueno, como la explicación se supone ridícula, se han ahorrado el trago, para no chafar más la cosa. Digo yo que, como corre en Windows, el culpable de todo será Bill Gates, que para eso se rumorea que es el mismo demonio.

7,2
88.332
6
5 de febrero de 2007
5 de febrero de 2007
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es tremendamente difícil conseguir meter cuatro historias en una película, y enganchar al espectador a ellas. Quizá por eso "Babel" no me haya llegado a emocionar ni a hacer que me plantee los grandes enigmas de la vida.
"Babel" empieza en una aldea marroquí, con dos hermanos, Yussef y Ahmed (Boubker Ait El Caid y Said Tarchani) que han de cuidar el ganado de los chacales, para lo cual su padre les compra un rifle; Amelia (Adriana Barraza) es una inmigrante mexicana que trabaja cuidando a unos niños pequeños, Debbie (Elle Fanning, la hermana pequeña de Dakota) y Mike (Nathan Gamble), y que tiene que cruzar la frontera con ellos acompañada de su sobrino Santiago (Gael García Bernal) para poder asistir a la boda de su hijo; Richard y Susan (Brad Pitt y Cate Blanchett) son un matrimonio en crisis de vacaciones en Marruecos, pero ella recibe un disparo cuando viajan en autobús, y acaban aislados en la aldea del guía Anwar (Mohamed Akhzam); y en Japón, Chieko (Rinko Kikuchi) es una adolescente sordomuda con una relación muy distante con su padre (Koji Yakusho), que se siente desgraciada al ver cómo su minusvalía tiende a alejarla de los chicos.
En el fondo, Iñárritu y Arriaga exponen el problema de la multiculturalidad y la dificultad de comunicarnos entre los distintos pueblos, si bien podía haberse tomado algo menos de tiempo para hacerlo. En ese sentido, la historia que transcurre en Japón es casi un alivio, viendo el colorido que ofrecen las imágenes de Tokio. Por cierto, se achaca a la historia de Chieko cierta desconexión con el resto de historias, cosa harto difícil de mantener, ya que existen pocas situaciones de incomunicación más graves que el ser sordomudo.
Técnicamente, es una película impecable, a pesar de la afición de Iñárritu por la cámara en mano, los planos cortos, y la dislocación temporal y argumental. Las historias se siguen sin dificultad, pero a mí me molestó que en cada clímax se saltase a otra historia, y ciertos minutos me parecieron de relleno (la larga celebración de la boda, la discoteca de Japón...). Eso sí, el plano final es realmente hermoso, tanto por su realización como por su significado.
Las actuaciones son, por lo general, buenas. Destaca Brad Pitt por ser el famoso, que no por ofrecer una cosa inolvidable. El papel de Cate Blanchett podía haberlo hecho un maniquí con peluca rubia, y la diferencia no sería demasiada. Los niños, que siempre corren el riesgo de desquiciar al espectador más paciente, están todos muy bien. A reseñar la imagen de Chieko apareciendo reflejada desnuda en el cristal, que no tiene nada que envidiar a las últimas producciones de terror oriental. Lo que sí duele a veces es el doblaje, que a la historia de los niños marroquíes le sienta como a un Cristo dos pistolas.
En fin, una película estimable, que sin embargo, no va a remover tantas conciencias como se anunció, principalmente porque el mensaje no resulta novedoso, y puede que el envoltorio distraiga del contenido.
"Babel" empieza en una aldea marroquí, con dos hermanos, Yussef y Ahmed (Boubker Ait El Caid y Said Tarchani) que han de cuidar el ganado de los chacales, para lo cual su padre les compra un rifle; Amelia (Adriana Barraza) es una inmigrante mexicana que trabaja cuidando a unos niños pequeños, Debbie (Elle Fanning, la hermana pequeña de Dakota) y Mike (Nathan Gamble), y que tiene que cruzar la frontera con ellos acompañada de su sobrino Santiago (Gael García Bernal) para poder asistir a la boda de su hijo; Richard y Susan (Brad Pitt y Cate Blanchett) son un matrimonio en crisis de vacaciones en Marruecos, pero ella recibe un disparo cuando viajan en autobús, y acaban aislados en la aldea del guía Anwar (Mohamed Akhzam); y en Japón, Chieko (Rinko Kikuchi) es una adolescente sordomuda con una relación muy distante con su padre (Koji Yakusho), que se siente desgraciada al ver cómo su minusvalía tiende a alejarla de los chicos.
En el fondo, Iñárritu y Arriaga exponen el problema de la multiculturalidad y la dificultad de comunicarnos entre los distintos pueblos, si bien podía haberse tomado algo menos de tiempo para hacerlo. En ese sentido, la historia que transcurre en Japón es casi un alivio, viendo el colorido que ofrecen las imágenes de Tokio. Por cierto, se achaca a la historia de Chieko cierta desconexión con el resto de historias, cosa harto difícil de mantener, ya que existen pocas situaciones de incomunicación más graves que el ser sordomudo.
Técnicamente, es una película impecable, a pesar de la afición de Iñárritu por la cámara en mano, los planos cortos, y la dislocación temporal y argumental. Las historias se siguen sin dificultad, pero a mí me molestó que en cada clímax se saltase a otra historia, y ciertos minutos me parecieron de relleno (la larga celebración de la boda, la discoteca de Japón...). Eso sí, el plano final es realmente hermoso, tanto por su realización como por su significado.
Las actuaciones son, por lo general, buenas. Destaca Brad Pitt por ser el famoso, que no por ofrecer una cosa inolvidable. El papel de Cate Blanchett podía haberlo hecho un maniquí con peluca rubia, y la diferencia no sería demasiada. Los niños, que siempre corren el riesgo de desquiciar al espectador más paciente, están todos muy bien. A reseñar la imagen de Chieko apareciendo reflejada desnuda en el cristal, que no tiene nada que envidiar a las últimas producciones de terror oriental. Lo que sí duele a veces es el doblaje, que a la historia de los niños marroquíes le sienta como a un Cristo dos pistolas.
En fin, una película estimable, que sin embargo, no va a remover tantas conciencias como se anunció, principalmente porque el mensaje no resulta novedoso, y puede que el envoltorio distraiga del contenido.

6,4
4.356
6
4 de enero de 2007
4 de enero de 2007
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo que reconocerlo: no poseo la capacidad de abstracción suficiente para entender del todo las cintas orientales, en particular las de terror. Si encima las incógnitas se multiplican por tres, pues apañados vamos.
En "Three... Extremes" se dan cita tres directores correspondientes a tres nacionalidades: el japonés Takashi Miike dirige "Box", una historia sobre el sentimiento de culpa de Kyoko (Kyoko Hasegawa) por la muerte de su hermana gemela; el coreano Chan-wook Park narra en "Cut" el secuestro de un famoso director de cine (Byung-hun Lee) por parte de un extra (Won-hie Lim) que le pide que mate a un niño a cambio de detener las torturas sobre la mujer del director (Hye-jeong Kang); y el chino Fruit Chan se encarga del segmento "Dumplings", en el que una antigua estrella de televisión, la sra. Lee (Miriam Yeung) recurre a Mei (Bai Ling) para que le revierta los estragos de la edad a través de unas empanadillas con una misteriosa receta.
No cabe duda de que "Dumplings" y "Cut" pueden entenderse a varios niveles de significación: la crítica hacia la sociedad, el monstruo que todos llevamos dentro, etc. En este sentido el segmento de Miike, "Box", es el más tradicional en cuanto a cine de terror, con aparición fantasmal incluída, aunque se busque el impacto con el plano final, al igual que en los otros dos cortos.
Las interpretaciones no son brillantes, pero cumplen con su cometido. El doblaje, por el contrario, sí que me ha parecido alarmantemente flojo, si bien es verdad que resulta difícil adaptar al gusto occidental la forma oriental de hablar y actuar.
De todas formas, a pesar de lo heterogéneo de la propuesta, merece la pena echarle un vistazo a estos "tres extremos", aunque sólo sea para comprobar lo alejadas que siguen estando las producciones occidentales de este tipo de terror, tan diferente y tan inquietante.
En "Three... Extremes" se dan cita tres directores correspondientes a tres nacionalidades: el japonés Takashi Miike dirige "Box", una historia sobre el sentimiento de culpa de Kyoko (Kyoko Hasegawa) por la muerte de su hermana gemela; el coreano Chan-wook Park narra en "Cut" el secuestro de un famoso director de cine (Byung-hun Lee) por parte de un extra (Won-hie Lim) que le pide que mate a un niño a cambio de detener las torturas sobre la mujer del director (Hye-jeong Kang); y el chino Fruit Chan se encarga del segmento "Dumplings", en el que una antigua estrella de televisión, la sra. Lee (Miriam Yeung) recurre a Mei (Bai Ling) para que le revierta los estragos de la edad a través de unas empanadillas con una misteriosa receta.
No cabe duda de que "Dumplings" y "Cut" pueden entenderse a varios niveles de significación: la crítica hacia la sociedad, el monstruo que todos llevamos dentro, etc. En este sentido el segmento de Miike, "Box", es el más tradicional en cuanto a cine de terror, con aparición fantasmal incluída, aunque se busque el impacto con el plano final, al igual que en los otros dos cortos.
Las interpretaciones no son brillantes, pero cumplen con su cometido. El doblaje, por el contrario, sí que me ha parecido alarmantemente flojo, si bien es verdad que resulta difícil adaptar al gusto occidental la forma oriental de hablar y actuar.
De todas formas, a pesar de lo heterogéneo de la propuesta, merece la pena echarle un vistazo a estos "tres extremos", aunque sólo sea para comprobar lo alejadas que siguen estando las producciones occidentales de este tipo de terror, tan diferente y tan inquietante.
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