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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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10 de abril de 2013 4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras algunos tropiezos y cabreos con algunas cintas embriagas por el «estilo Sundance», un estilo que dejó de ser interesante, cuando decenas de películas clones son estrenan cada año y pocas son salvadas de la quema, decidí buscar cine independiente actual que tuviera la esencia que otrora tuvo: bajo presupuesto; que su BSO no sea un catálogo de grupos “indies”; con historias sencillas, realistas y creíbles; con unos personajes que no aprovechen la mínima oportunidad para demostrar sus enormes conocimientos intelectualoides y a ser posible que no hagan de su Síndrome Peter Pan o su inmadurez emocional la bandera en la que gira la trama. Y sin bokeh, odio el bokeh.

Y lo encontré. Hace tiempo escuché hablar de un subgénero que estaba teniendo algunos adeptos dentro del circuito independiente estadounidense: El Mumblecore. Genero bautizado por el técnico de sonido de la película que nos ocupa, al ver como los actores (no profesionales, por supuesto) más que hablar, murmuraban (Mumble) sus diálogos. Así que en los últimos días he estado viendo algunas películas que se suscriben a este movimiento (Your’s Sister Sister, HumpDay o Buscando un beso a medianoche) hasta llegar a la película que lo inició todo: Funny Ha Ha de Andrew Bujalski.

La película se centra en Marnie y en su grupo de amigos, todos jóvenes, que viven en Boston, y recién licenciados en la universidad, buscan su plaza en el mercado laboral a través de breves y frustrantes trabajos temporales. Esta época, a menudo olvidada en el cine, supone una de las crisis personales más brutales que podemos afrontar, porque rara vez se nos prepara para ello. Por supuesto sus relaciones amorosas no son cuadriculadas, ni estereotipadas; los personajes sufren y luchan por seguir encontrando pareja, sin caer ni en el sentimentalismo ñoño, ni en el dolor infrahumano.

Y ya está. Eso es lo que ocurre. Al fin y al cabo es un retrato realista de un momento de las vidas de estas personas. En sus vidas, como en las nuestras, no ocurren grandes eventos que nos cambian para siempre, sino que vamos madurando y adaptándonos a la realidad cotidiana. La película fue grabada en 16 mm, con actores no profesionales (entre ellos el mismo director) y con un sonido deficiente (este es su mayor defecto técnico). Podríamos llamarla de alguna forma una película amateur, aunque esto podría inducir a engaños por las connotaciones de esta palabra. Pero no se engañe, la dirección es buena, si tenemos en cuenta los medios que disponían, unido además a que la historia no necesita florituras técnicas para ser contada. El guión es realista, creíble e ingenioso, reflejando unos personajes complejos, con diversas aristas, pero siendo en todo momento verosímiles y cercanos. Esta proximidad hace que los actores que encarnan esta película, no desentonen en los papeles que interpretan y su condición de no profesionales, no es un hándicap que distorsiona la película. Además es de agradecer que el casting sea una muestra de gente normal, ni guapos, ni feos, ni altos ni bajos, este tipo de gente común y ordinaria que carece de lugar en la industria de Hollywood.

En definitiva, esta obra grabada en 2002 y estrenada en 3 cines de EEUU en 2005, que fue por el contrario un éxito de crítica, y lo que es más importante, precursora de una forma de hacer cine, que parecía que había desaparecido, una forma donde se premia el fondo a la forma, donde el amor a este arte de contar historias no se tiene nada que ver con el presupuesto que se tenga.

Entrada escrita para http://www.cinemaldito.com
19 de enero de 2016
8 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1978, Georges Perec escribió Je me souviens (Me acuerdo) en donde enumera hasta 480 recuerdos breves de su infancia y juventud y eso parece que hace Arnaud Desplechin con su eterno alter-ego, Paul Dédalus. Trois souvenirs de ma jeunesse supone un recorrido, un paseo por su memoria. Esos recuerdos son a la vez fundacionales, luminosos, evocaciones de un pasado en donde el futuro se llenaba de esperanza, lleno de primeras veces, de inconciencias, de amistades que parecen eternas y amores sufridos y profundos como solo en la adolescencia se encuentra, con unas ansias desbocadas por la vida pero también son recuerdos trágicos donde no solo cohabitan las primeras decepciones y desilusiones, recuerdos que nos muestra impasible el paso del tiempo y como el futuro que se ansiaba nunca o casi nunca se alcanzó.

Trois souvenirs de ma jeunesse es lucha entre lo trágico y lo radiante de la adolescencia. He necesitado este paseo literario, sensual, tremendamente pop, fresco y con un reparto excepcional (¡Vaya descubrimiento los de Quentin Dolmaire y Lou Roy Lecollinet!) para caer, al fin, a los pies de Desplechin.

Crítica escrita para CineMaldito
29 de agosto de 2013
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En esta película seguimos a una madre divorciada con dos gemelos en la veintena, madre e hijos viven en una enorme casa situada en el campo que otrora perteneció a la familia paterna de los niños. El padre, que ha rehecho su vida con hijo incluido, actúa más como cajero automático que como apoyo emocional para ellos. El conflicto aparece cuando Pascale (Isabelle Huppert), la madre, decidida a comenzar a vivir su vida más allá de la crianza de sus vástagos, buscando vender la casa familiar para poder comprar y regentar junto a su novio una pequeña casa rural en algún lugar de la Dordoña francesa; los hijos, que a pesar de ser gemelos son totalmente opuestos no solo físicamente sino con caracteres enfrentados, afrontan esta posibilidad con diferente manera y talante. Mientras François (Yannick Renier) prefiere no mojarse para no cabrear ni a su hermano, ni a su madre, mostrando una actitud bastante cobarde e impávida, Thierry (Jéremie Renier) se muestra conflictivo, actúa con ira y despotismo al ver como su madre le está robando su herencia. De este conflicto de interés surge un cisma dentro de esta familia acomodada, cisma que mientras más avanza el metraje, el rencor, el interés y el egoísmo, más grande e irreconciliable parece.

Esta crispación se muestra perfectamente en algo tan banal y cotidiano como es la cena. En ese momento se visualiza la evolución (¿O sería mejor decir involución?) de las relaciones entre el trio protagonista que pasa de compartir comida, confidencias y bromas de forma distendida, a ser el momento clave para sacar las cuchillos, lanzarse las miserias y poner las cartas sobre la mesa.

La película está protagonizada por una auténtica debilidad personal, Isabelle Huppert, una actriz que siempre apuesta por papeles al límite, que disfruta arriesgándose por nuevos directores con talento y que no le importa que su papel desagrade al espectador. Como en ocasiones puede ser el caso de en esta película, en donde Isabelle se muestra egoísta, fría, arisca y reticente. Similar personalidad que a su vez se gasta Thierry, ambos personajes enfrentados por un viejo caserón perdido en mitad del bosque, no son tan diferentes como ellos creen.

Propone un debate bastante interesante: ¿Dónde está el límite en la crianza de los hijos? ¿Es necesario empujarlos del nido una vez que son autónomos y con suficientes recursos personales para luchar contra la vida? ¿Es esto moral? ¿Es injusto para con la madre aguantar a unos hijos ociosos y despreocupados que a su vez le niega le posibilidad de vivir su vida como a ella le gustaría?

Sin duda uno de los aciertos más interesantes de Lafosse es la frialdad y distancia con que muestra los hechos, exponiendo las debilidades de los tres personajes sin juzgarlos. En una entrevista para el periódico Belga “Le Soir” cuenta como la profesión (frustrada) de su padre, fotógrafo, le marcó para siempre, y como, al igual que él tuvo la necesidad de transmitir a través de imágenes. Según sus palabras “Con el tiempo, voy admirando cada vez más a la gente que intenta contar una historia con las menos imágenes posible” y esta máxima, se puede vislumbrar incluso en sus primeros trabajos como el que nos ocupa, en donde la cámara se queda inmóvil en largas escenas, dando y señalando que es lo importante: La historia.

La dedicatoria inicial: “A nuestros límites” se nos muestra tras su visionado como una advertencia de lo que íbamos a presenciar. Límites que han sido empujados hasta el final. Con la última escena la cámara que durante 90 minutos ha estado estática, se aleja a ritmo rápido y ágil de allí, final abierto que no lo es tanto, porque la verdadera destrucción ya la hemos presenciado.

Crítica originalmente escrita para http://www.cinemaldito.com/
4 de noviembre de 2013 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bernand Sasia es montador, esa profesión “invisible” del cine y que sin embargo su pericia técnica y su gusto artístico pueden dar o quitar la vida a una película. Bernand ha trabajado como montador durante más de 30 años, siendo especial la relación que le une con su amigo Robert Guédiguian con el que ha trabajado en toda su filmografía: 17 obras. Guédiguian es un director bastante personal: Lleva años rodando en el barrio obrero y pesquero Marsellés conocido como L’Estaque (Con algunas excepciones como es el Biopic de Mitterrand o Le voyage en Arménie) rodeándose de la misma troupe de técnicos y actores, en donde destaca especialmente su trio protagonista: Ariane Ascaride, Jean-Pierre Darroussin y Gérard Meylan. Sasia los llama durante todo el metraje: La heroína, el Héroe del cine y el Héroe trágico, demostrando no solo una admiración explicita por unos actores con los que ha trabajado durante mucho tiempo, sino un cariño especial por unos personajes que de alguna forma han ido evolucionando a través de sus ojos. Personajes que cambian en cada película, de nombre, de actitud, de personalidad y rol, pero que sin embargo guardan algo personal, imposible de desligar totalmente de ellos. Y es justo esta continuidad en la obra del autor, mismo escenario, mismas caras, que hace posible que Bernand monte y desmonte estas historias, creando una narración propia para hablarnos de Guédiguian, de su cine, del trabajo de montaje y la relación entre ambos. Y lo que parecía una idea simpática para un cortometraje, acaba siendo un documental de 90 minutos vibrante, pedagógico, bello, un canto al amor al cine y a unos personajes. Robert sans Robert es uno más de esos documentales actuales que demuestran que este género está cada vez más libre de ataduras y que esta libertad genera obras originales, distintas y con una magia especial de encontrarte más de un siglo después con cosas inauditas.

El documental está unido e hilvanado por la voz en Off de Bernard, palabras llenas de lírica, escritas en su mayoría por la otra “culpable” de esta marciana idea, Clémentine Yelnik. De las cuatro líneas argumentales que vertebran esta película quizás haya dos que por importancia e interés son las más destacables. Por un lado tenemos la parte más divertida y pedagógica del documental: El oficio del Montador. Sasia expone su forma de trabajar desde como descubre la película en su oscura sala de montaje y la ensambla a su manera de entender, hasta la versión definitiva que contenta al autor. Pero además nos da una maravillosa colección de fallos de raccord algunos buscados y otros imposibles de evitar o la importancia de la música en cualquier película: Sasia coge una escena crucial de “El último verano” sin música y se divierte a ponerle música diversa y diferente, dándole a entender al espectador distante que cada decisión que se toma es decisiva y puede variar de forma considerable la visión que tenemos de una película. Nunca viene mal que nos lo recuerden.

Y por el otro tenemos el repaso a la filmografía de Guédiguian en donde Bernand genera su propia película, monta escenas y voces para que “Su héroe trágico” no acuda a su cita mortal; los personajes se dan la réplica enlazando discursos políticos tan del gusto del autor; analiza la importancia del color azul y rojo en la ropa de sus “héroes”; encadena diálogos magistrales y divertidas con las escenas en las que “El malvado” aparece o las veces que la eterna cafetera italiana va a la cama de Ascaride (A veces llevada por Meylan, otras veces por Darroussin). Pero sin duda me parece de una belleza y emoción sin igual la colección de “Te quieros” que los personajes se dicen a través de los años y las películas, todas diferentes, todas sencillas pero con una naturalidad que hace imposible de mantenerse al margen.

Robert sans Robert es un film homenaje, que no se basa en entrevistas a críticos exponiendo la grandeza de su obra, o en sus amigos diciendo lo maravilloso que es trabajar con él, Robert sans Robert acude al legado tangible que nos ha dejado y que nos seguirá dejando uno de los autores indispensables del cine Europeo actual.

Crítica escrita para http://www.cinemaldito.com/
18 de junio de 2013 2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En los títulos de créditos vemos por enésima vez como Nueva York amanece, pero esta vez, no vemos ni el Empire State, ni Central Park, ni la Quinta avenida, ni Times Square y mucho menos escaparates de Tiffany o de Cartier. Esta no es la Nueva York de Woody Allen, ni el de Spike Lee. De fondo, una vieja canción francesa de entre guerras nos canta con nostalgia esa visión idílica con la que desde Europa hemos mirado siempre a América, como “La tierra de las oportunidades”. Estamos en Queens, en un albergue caritativo de una iglesia en donde 10 hombres que otrora eran vagabundos, conviven como pueden, cada uno con su propia historia personal, sus dramas y sus pequeñas alegrías, en donde nuestro protagonista, Oliver, es solo un judío miope y tacaño entrado en los cincuenta, que intenta pasar desapercibido entre estos extraños.

Así comienza Sunday la segunda película de Jonathan Nossiter (Mondovino) una pequeña joya del cine independiente americano de los 90 que triunfó en Sundance alzándose a la Mejor película y guion. Mientras que actualmente este premio implica una difusión masiva con llegada a los Oscars, Sunday forma parte de esa primera parte del festival lleno de cine fresco, original, diferente, independiente de la industria y alejado de los circuitos de distribución masivos.

La trama inicia cuando Oliver sale del albergue a deambular e intentar que la hora de dormir llegue lo más pronto posible, pero su destino se acaba cruzando con el de Madeleine, una actriz británica en decadencia que vive en ese mismo barrio, que carga una enorme planta casi seca y que confunde a Oliver con Matthew Delacorta, un afamado director que conoció fugazmente en Londres años atrás. Y Oliver abrumado por esa mujer, escondido en su timidez y sin nada que perder, decide seguirle la corriente.

La película protagonizada por David Suchet y Lisa Harrow es un retrato sencillo sobre dos almas pérdidas en esta “tierra de nadie”, personajes que viven con el modo automático puesto, sin ser conscientes de su realidad o al menos sin ganas de afrontarla, porque a nadie le gusta darse cuenta de que lleva su vida por el lado equivocado. La desidia de estos personajes es tal, que hasta su situación les resulta irreversible. El contexto de este encuentro de 12 horas no tiene nada de casual. El barrio, Queens, se nos presenta como vacío, decadente, abandonado, una ciudad industrializada, que mira (o quizás admira) a los rascacielos de vecino Manhattan; un cielo eternamente gris y brumoso y el día, un domingo, ese día en donde tenemos tiempo para hacer lo que queramos, pero que para nuestro protagonista, Oliver, son 24 horas más a llenar con la mayor rapidez posible. El vacío existencial de nuestro antihéroe impregna también el espacio y el tiempo.

Este encuentro casual y ambiguo, cimentado en mentiras (¿De los dos?) y salpimentado por un ambiente inquietante en donde a veces nos cuesta diferenciar que es verdad y que mentira, acaba siendo una historia de amor atípica y hasta esperanzadora, desprendiendo un mensaje cargando de humanidad del olvido y la miseria

Entrada escrita para http://www.cinemaldito.com

(En el spoiler pongo un dialogo maravilloso en la que es fácil sentirse reflejado)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
"- Para él, lo peor, es no tener nada que hacer de un día para otro.
+ Te entiendo. Nos pasamos la vida queriendo tener tiempo, y cuando lo tenemos, los días parecen que nos van a devorar.
- Los días. Dios mío, Los días. Sin trabajo. Sin esperanza de trabajar. Es como si cada día fuera Domingo. Él se levanta por la mañana y espera a la tarde para irse a dormir. Ansia que sea la hora de ir a la cama.
Cuando él va a la cama, no puede dormir porque todo eso le da vueltas en su cabeza.
Cuando se levanta, solo ansia volverse a acostar"
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