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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
29 de septiembre de 2022 Sé el primero en valorar esta crítica
Luis y Virginia fue, al parecer, una película hecha para la televisión. Sin embargo, llamarla telefilm me parece desmerecerla. Lo que llevo visto de Chávarri hasta ahora, confieso, me parece irregular. Esta película sigue confirmando mi teoría, pues rompe lo mediocre y apunta altísimo, Me topé con ella hace unos días y me pareció algo irresistible, sin saber muy bien por qué. Hoy sucumbí, me decidí y la engullí de un tirón. Merece cualquier parón que hiciera en todo lo demás para verla.

En apariencia parece una peliculita sencilla, en clave de comedia ligera, algo costumbrista. Ese ambiente pétreo y nevado de la España profunda, donde los inviernos son inviernos de verdad y la vida depende de la dureza de tus piernas. Hay muchas muestras así en el cine rural español, y muchas, cojonudas. El mejor capítulo de la serie Los camioneros iba por estos derroteros. La primera parte de La mitad del cielo (1986), donde también sale un enigmático Santiago Ramos, de forma breve pero más indeleble que en esta ocasión; Los días del pasado (1977), o la maravillosa El amor del capitán Brando (1974) de mi querido De Armiñán.

Luis y Virginia no es tan plomiza y política como Los días del pasado ni es tan picarona y nostálgica como el capitán Brando (y no lo digo como algo malo). Por supuesto, no es tan «mágica» como La mitad del cielo. La única magia de esta película es la real, la buena, la que forma la química de Hinojosa y Carme Elías. No necesariamente porque se llevasen genial, sino porque son dos tremendos actores que funcionan estupendamente juntos. Carme está increíble, como siempre. Joaquín, en su línea. El papel más reseñable que recuerdo de él es en Camada Negra, donde estaba espléndido. También lo he visto en Elisa, vida mía (donde se repite el escenario de España vaciada) o en Tiempo de silencio, donde hace de pillo, o Jarrapellejos. Y es que la propia virginia lo acusa de «andar siempre con facinerosos...», algo que hace gracia, si tienes en cuenta la filmografía de Hinojosa.*

Ambos son una pareja de maestros de caracteres algo opuestos. Ella escoge (o la condenan con) un puesto rural. Es idealista, vitalista, jovial y divertida. Él estudia la oposición de maestro. Es huraño y amargado y se siente un personaje de Robinson Crusoe, aunque seguiría a Virginia hasta el fin del mundo. Al mismo tiempo completan el elenco el ya citado Santiago Ramos, en una brevísima aparición, y Luis Ciges, que interpreta a un estupendo Luis Cig... Digo..., al padre del niño bizco. Hay un niño bizco muy malo, Antonio, pero muy guapetón y con mucho gancho, junto a una diminuta y graciosa vieja de ocho años llamada Marcela, que es la niña que le gusta. Ambos están soberbios actoralmente dadas sus circunstancias. Probablemente fueran pilluelos del pueblo que nunca jamás habían actuado. Algo así creo que se decía en un comentario al inicio de la copia que yo vi.

Los diálogos a veces pueden parecer algo artificiales, pero a mí me dio la sensación de que encajaban con los personajes. No me parecían impostados ni forzados, aunque no siempre se usasen las expresiones más naturales. Algunas líneas, eso sí, como la del abuelo que se queja de estar postrado y de que la vida es una mierda cuando se es viejo, me parecieron SUBLIMES.

Todo es bastante bueno en esta película, salvo la calidad del VHS de la copia que vi en Youtube. La música corre a cargo de Aute. No está mal. Jovial, alegre, propia de una pareja de enamorados. Música de pajaritos en el bosque y frutos rojos. Yo quizá habría añadido algo más para no caer en la monotonía, como esa pieza de música clásica que suena en la radio de forma intradiegética mientras los protas estaban en la cama. No sé, ¿quizás un «Nos ocupamos del mar» de Alberto Pérez, si hubiesen podido viajar cinco años al futuro? Bueno.

La relación puer-senex que se establece entre Antonio y Luis también está muy bien conseguida. Es un punto fuerte de la película que nos muestra el talento de Luis como educador, con esa virilidad permisiva que ríe las maldades del crío a escondidas y lo aprecia. Y contrasta con la profunda severidad de Virginia en el aula, aunque luego, fuera de ella, transforme en un tacto femenino dulcísimo. Es curioso que hasta en el aspecto educativo son opuestos en lo privado y lo público en ese tandem cruzado de sus personalidades.

Lo demás lo dejo para el spoiler, puesto que en torno a esta amistad entre Luis, amigo de facinerosos, y Antonio, facineroso de buen corazón, gira el grueso de lo que realmente resulta de interés en esta película.
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*Ojo, es sutilmente política en tanto que la prota es idealista, el cura piensa que es roja y al principio de la película aprovecha que Antonio está usando una madera del yugo y las flechas para golpear a otro crío para acabar de romper el escudo y decir que vendrá estupendamente para hacer fuego. Lo que pasa es que aquí estamos ya en 1982. Juan Tébar y De Armiñán en El amor del capitán Brando con la famosa «huelga estudiantil» y otras tantas pullitas estaban en 1977, que estaba el tema un poco más calentito. De todas formas, esta película no es política en sentido panfletario o partidista. No pretende serlo y se mantiene a una distancia más que prudente. Es una fotografía sentimental y, sobre todo, existencial.

Voy ahora con la parte del guion que más me entusiasmó. Disfruté la película largamente como un entretenimiento dulce y agradable con personajes llanos, pero bien definidos. Algo light, pero bien hecho. Pero el tema de la cigüeña fue la puntillita que me hizo ponerme en alerta. Me pareció un manejo excelente del guion al crear esa equivalencia entre la cigüeña malherida y los personajes. Una metáfora deliciosa sobre la naturaleza del ser. Sobre el irse, el quedarse, el cambiar, el ponerse la zancadilla a uno mismo... (Recordemos que el propio Luis parece ponerse la zancadilla en los estudios de oposición, mientras Virginia le pregunta qué quiere realmente, y él la besa, evitando contestar).

La cigüeña es apuñalada con un palo con un clavo por Antonio, el niño bizco que fuma (esto en los ochenta debía de ser divertidísimo). Por culpa de esto, el ave no puede emigrar. Luis decide cuidarla (no pueden curarla del todo). Pero esta muere. Luis va a enterrarla a la nieve y se encuentra con Antonio y Marcela, que lo han seguido. Los manda a la escuela y vuelve a decir que tienen que estudiar duro para un día poder salir del pueblo. Los críos se lo toman al pie de la letra, se pierden en la noche y a Antonio se le congelan las piernas protegiendo a Marcela del frío. El niño acaba muriendo. Resulta irónico que su padre llega a decir de él que era un niño con buenas piernas, algo indispensable para ser pastor.

La muerte de la cigüeña y la muerte de Antonio (que crea, en realidad, una prolepsis de su propia muerte) favorece un cambio de paradigma en Luis y Virginia. Ella pierde su idealismo y quiere irse. Él decide quedarse en el pueblo que odiaba porque quizás ahora tenga esperanza en crear un impacto positivo. Luis, que preguntaba a su amigo si era malo necesitar a Virginia como el aire, decide dejarla volar y echar raíces. Ella, sintiendo que no lo tenía mucho en cuenta, preocupada siempre de sus propios planes y sus ideales, también acepta ese cambio.

¿No son cojonudos esos sistemas especulares? Antonio y Marcela (que se quieren) y Luis y Virginia (que se quieren) y entre medias una cigüeña que, de algún modo, metafóricamente, son ellos, los facinerosos, jodiéndose la pata. Por cierto: Luis y Virginia intentan todo el tiempo tener un hijo. Al final ella decide no querer tenerlo, tras la muerte de Antonio. «No ahora y no aquí», afirma en la cama desganada. Que el niño muera refleja la muerte del amor infantil en la pareja adulta, y que la cigüeña muera imposibilita que los adultos puedan traer a otro niño al mundo... A mí me parecen unas estructuras simbólicas sobresalientes para una historia en apariencia tan sencillita.

La película acaba pegando un giro bastante inesperado gracias a ese nudo potente de la muerte del ave (que siempre suele traer consecuencias funestas), y lo resuelve de una forma madura y asertiva con unos personajes que se modifican, se desarrollan y metamorfosean a versiones, si no del todo mejores, sí distintas. Y lo distinto casi siempre suele ser bueno.

30sep22
4 de julio de 2022 Sé el primero en valorar esta crítica
Llegué a esta serie casi por azar. La he visto casi de un tirón. No sé si merece un siete, un ocho o un nueve, pero a mí me ha mantenido interesado por ella durante todo el maratón que he hecho.

Dicen que es la primera serie que hizo Ana Diosdado, que es su obra menos conocida y que supuso un punto de fractura entre lo que venía haciendo Televisión Española hasta la época (Estudio 1 y Novela). Yo no había visto nada de Ana hasta ese momento, pero ahora tengo mucho interés.

La serie es una comedia romántica como nos tienen acostumbrados los americanos, de personajes que juegan a acercarse y alejarse, con una trama muy bien diseñada, que siempre nos deja con ese punto de interés de seguir queriendo saber qué pasa después. De hecho, desde mi desconocimiento sobre el tema, me parece realmente moderna y efectiva, tanto por el argumento como por la forma en la que se lleva a cabo. Relativo a dicha trama, se utiliza un recurso —que seguro que tiene nombre, pero desconozco— que es comenzar una secuencia con una idea o palabra recuperada de la secuencia inmediatamente anterior. Se establecen así paralelismos muy ricos entre situaciones similares con distintos grupos de personajes. Es algo que ya he visto en otras obras muchas veces, pero creo que nunca había visto de forma tan recurrente como aquí. Creo que se usa en exceso, pero me parece curioso.

Hay otra cosa que no me gustó demasiado, y es la banda sonora. «Killing Me Softly» se utiliza, creo, al menos, en tres ocasiones. A mí me agota un poco. Pero lo que más me agota es el hilillo musical de ascensor que son una o dos melodías, siempre las mismas, y que se utiliza para crear ambiente. Podrían haberse grabado otras composiciones o usarse un poco menos. Pero estamos en 1974, televisión pública, España... Bueno.

Lo que más me ha gustado de la serie es el trabajo interpretativo. Todos están notables. No sé si Diosdado habla con esa cadencia tan monótona y chulapa en todas sus obras. Pero, si solo lo hace así aquí, me parece perfecto, porque interpreta su papel (que ella misma escribió) de una forma muy natural y fluida. Fernando Delgado haciendo de padre rico energúmeno me recordó al papel de padre energúmeno fascista que hacía en La prima Angélica y creo que está perfecto también. Amelia de la Torre, igualita de estirada y repelente que en Plácido, o sea, perfecta. Jaime Blanch me recuerda un poco en sus tics a los de José Sacristán en esa época, y creo que también está muy bien. A Carmen Maura tardé en reconocerla —por su juventud— y por culpa de esa moda de la época de cejas ultradepiladas y señores con camisas con cuellos como alas de aviones comerciales.

El guion me ha encantado. La forma tan eficaz en la que se retrata el mundo de dos familias con distinto nivel social, la profundidad de los personajes, los pequeños detalles, pequeñas cosas que quedan ligeramente deshilvanadas de la historia... Quizá sea por interés personal de la autora o porque previeran explotarla en otra temporada. La acción transcurre a lo largo de varios años y con ciertas elipsis y relaciones entre personajes que invitan al espectador a estar un pelín atento para no perderse en las subtramas. Lo que vengo a decir es que es una serie de consumo para el gran público, pero está hecha con inteligencia.

Por último, jugando con ese contraste de mundos entre familia rica / familia pobre, me ha recordado sutilmente a las motivaciones de los personajes propios del «Free Cinema» o los «Angry Young Men». Hay un personaje que refleja la figura del trepa, del cínico que se adapta a la «high society» porque valora el dinero y es ambicioso. Por otro lado, hay otro personaje que es el vivo retrato del joven furioso que odia a los ricos y, aunque se establece con ellos, en cualquier momento puede detonar y dar carpetazo con esa vida. Este último, quizá mi favorito, es el más ricamente explorado. También, el hermano de Juan, un niño muy chulesco y aplicado en los estudios, tiene un momento estelar cuando hace novillos con otros dos amigos y tienen una pequeña conversación sobre ser bueno, lo que se espera de nosotros como ciudadanos, sobre la rebelión..., etc**.

Por último, antes de destripar alguna cosa más en el spoiler diré algo que jamás pensé que diría: el sermón del cura, amigo de Jaime y Juan, me pareció muy bien hecho. Por un lado, muy bien escrito por Diosdado; por el otro, muy bien interpretado por el actor, que realmente absorbe la cadencia y el temple propio de un curilla joven que da lecciones de vida desde el altar. Un prior que sale en la serie se lo dice en un momento anterior. Le dice que él no soporta los sermones, pero que lo envidia por la cara que se le quedan a sus feligreses cuando escuchan a este curilla. Era una especie de prolepsis del sermón tan acertado y bien declamado que nos proporcionaría después.
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**Esa idea también la desarrolla Juan a Manuela en el último capítulo cuando le dice a esta que ambos se parecen, en el sentido de que los demás siempre les marcan el camino que han de seguir, pero, al final, ellos escogen el camino que creen que es el correcto.

El paralelismo entre manuelas, con el tema de la perra y la protagonista en el último capítulo, aunque puede resultar algo grosero, me parece la idea germinal sobre la que quizá pudiera haberse construido el relato: la del perro que acude no a quien lo acaricia o le da un caramelo, sino a quien no le echa cuentas, simplemente porque se siente atraído y no puede evitarlo. Aunque pueda parecer algo burdo, por comparar a un perro con una mujer, es, realmente, una metáfora muy acertada del amor, como un golpe inevitable que no podemos planear (ni dar ni recibir). Se habla en algunos casos sobre el sentimiento amoroso en términos similares. También Manuela, quizá algo deprimida tras el parto, asalta a Juan con preguntas filosóficas como: «¿Qué es una persona?», por ese impacto que le produce a ella el haber creado vida. Juan le respondía, una vez se durmió, que una persona es ella.

Esa metáfora de la perra y todos esos detallitos, como los del prior que comentaba antes del spoiler, fijan y relacionan toda una red de personajes e ideologías que forman una pieza muy orgánica en su conjunto, más allá de ser un retrato de costumbres o una fotografía de la España de los 70. No es una tontería más de la tele. Algo a tener en cuenta cuando, al parecer, hasta entonces, todo lo que había en la tele eran recreaciones teatrales y productos por el estilo, pero no producciones expresamente creadas para explotar el canal televisivo, como sucedía en Norteamérica, por ejemplo, desde hacía veinte años atrás.
26 de agosto de 2022 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevaba un tiempo sin toparme con nada sabroso, y, de golpe y porrazo, me topo con Manuela y quedo prendado toda la película. (Confieso que solo iba a verla empezar, a ver qué ofrecía). Como a menudo me sucede, no estoy seguro de si merece un ocho, aunque mi pasión buenista no ha podido evitarlo. Antes de leerme, échale un vistazo, por si acaso, así no creamos falsas expectativas.

Manuela es el primer largo de su director. Hasta entonces, lo único que he visto que había rodado García Pelayo era un corto de tipo musical en Súper 8. Manuela tiene mucho de musical. Es una obra que quiere mostrar mucho y, he aquí su problema: se aturulla un poco. Analicémoslo.

Sin lugar a dudas, G. Pelayo tiene un gusto musical soberbio (en tanto que me gusta a mí). Triana, Lole y Manuel, Hilario Camacho, Manuel de Paula y estos grupitos andaluces de rock prog que parece ser que frecuentaba el director o, al menos, gustaba de ellos. Encaja muy bien Goma, que, personalmente, es una banda que no conocía. Pero insisto en que hay un afán de mostrar todo eso que satura un poco el filme.

El comienzo es espectacular. Una «steady cam», elevada (quizá en camión o grúa), mientras recorremos un olivar, que luego pasa a ser una cámara aérea que nos muestra un pueblo andaluz. Durante este proceso se meten no una, sino dos canciones de Triana consecutivas. ¿No bastaba con escoger una? Triana, como Lole y Manuel se repiten excesivamente. Casan fenomenalmente, pero, sobre todo en la primera mitad de la película, parecen algo forzadas, al extremo de hacer parecer la película un musical, como en la deliberada 'Los flamencos' de Jesús Yagüe. Una entrada similar, con un plano contrapicado de un camino rodeado de árboles, tiene otra película de la época llamada 'No es nada, mamá, solo un juego', a diferencia de que esta de J. M. Forqué es una chusta infumable. Pero esa es otra historia... Sin embargo, ¡ojo!, comparten el mismo pecadillo: el excesivo erotismo propio del cine (español y mundial) de los años 70. Tetilla aquí, tetilla acá... Ya se sabe.

La composición de la mayoría de planos es soberbia. Hay planos deliciosos, como aquel en el que vemos la Giralda tras una ventana a la derecha, mientras una mujer se desnuda a la izquierda; la escena del baile en el cementerio y algunos otros momentos de una gran sobriedad y un adecuado saber hacer. Sin embargo, cae fácilmente en el exceso. Esa misma escena en el cementerio (parece que los cementerios y el cante es patrimonio andaluz, porque recuerdo que en 'Vengo', de Toni Gatlif, también ocurría una escenita ahí). Pues bien, esa escena se excede, rebosa y lo «empringa toíto, miarma». Estéticamente es espectacular y está bien ideado al imbricarla con las tamboradas del tema de Triana, pero queda ridícula e infantil. Es difícil haberla hecho de otro modo. Pero, quizá, yo hubiera quitado al público que rodea a la cantante, por ejemplo. Había algo en esa escena que me apestaba a videoclib, a lírica vacía, al simbolismo de la complejidad de una taza de Mr. Wonderful. Hay varios casos así que estropean la experiencia.

La luz, como digo, es maravillosa. El campo y lo rural están captados de forma excepcional. Andalucía es protagonista. El reflejo de los valores idiosincrásicos es feroz. He pensado en 'Tasio' a la andaluza o en los secarrales de 'Intemperie' (aunque no tenga demasiado que ver). Pero en la que más he pensado es en esa maravilla que hizo Paco Cabezas en 2019: 'Adiós' donde, al menos sus protagonistas sevillanos, hablan con el habla propia de su tierra (no como aquí), a pesar de que Mario Casas, ejem..., nunca destacó especialmente por sus habilidades de dicción. Pero, oye, nada mal.

Los actores son un punto fortísimo. La pareja de guapos que conforman Máximo Valverde y Charo López es ideal. Y el saber estar de Fernando Rey, que es capaz de hacer sonar natural y cadenciosa cualquier frase de guion, por impostada, desnaturalizada o literaria que sea. Ese talento invisible es algo que no hay que pasar nunca por alto. ¿La pega? Bueno, que estamos en Andalucía, pero hablamos todos un castellanito precioso. ¿Otra pega? Hay algunos extras, ancianos sin dientes, que mueven la boca, pero su voz es la de un señor de Madrid de 50 años que domina la retórica como ese señor jamás habría podido imaginar...* Esos detalles están feotes. Haz un pequeño casting y escoge a alguien del pueblo con cara y voz propia.

En general, la obra peca de redundante a veces. De ese afán novel de querer demostrar lo que se vale muy rápido y muy fuerte. Y de esas ideas que uno discute con los amigos en un bar, con unos medios de vino, y que hacen que se caliente la cosa. Uno propone una barrabasada creativa que le parece la repera y el resto lo anima y dice: «Sí, sí. ¡Y hagamos esto otro!», y se sale la cosa de madre. Las intenciones son buenas y a veces funcionan. Pero otras veces... En fin. Hay otro recurso un tanto cutre en el que un actor narra parte de lo que sucede. Al ser una adaptación de un libro, quizá no sabían cómo traducir eso al lenguaje cinematográfico; del mismo modo que se nota el tono gravoso de algunas sentencias puramente literarias, pero que, en esos casos, encastran muy bien en la narración y dan la idea de que el libro puede ser bueno o superior.

Como contrapartida insisto en el uso de la luz natural. Creo que la luz en esta peli posee ese aroma poético que le hubiera gustado recrear a Víctor Erice para rodar la parte de Andalucía en 'El Sur', pero que Querejeta le impidió realizar. Por momentos hay unos ecos líricos y estructurales que se pueden asemejar a —salvando las distancias— 'Días de cielo' de Terrence Malick. Pero, bueno, nada que no viéramos años después en 'La mitad del cielo' de Manuel Gutiérrez Aragón.

Es disfrutable.

27/8/22
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Ojo con lo de Malick. Con lo de Terrence Malick me refiero, por ejemplo, al caso de que el terrateniente sienta una atracción por Manuela y quiera acercarla a su finca; así como el asunto del incendio de la casa del Moreno, que, por un breve segundo, me evocó a aquella preciosidad de campos incendiados, cubiertos de langostas. El hermano de Tip, de Tip y Coll, por cierto, hace un papelito discreto, pero comedido y de una gran fuerza. Debe de ser un personaje interesante en el libro.

*Las amenazas de Aguacharco a Manuela cuando su marido no está. ¿Quién se cree esa dicción y esa voz? Si es que casi parece doblado desde otro idioma, hombre...

¡Ah! ¡Otra cosa! Eso de que Manuela esté en el melonar y esté leyendo el libro en el que se inspira la película: 'Manuela' de Manuel Halcón. Esos son los detallitos infantiles que, tomando vino en el bar, durante el proceso creativo, alguien cree que es una idea chachi y elegante. Pero es una idea bochornosa.

Es un recurso que Antonio del Real o la propia Lucía Etxebarría (no sé a qué mente iluminada se le ocurrió) usaron en 'La mujer de mi vida' cuando un personaje de la película está leyendo una novela de Lucía Etxebarría; aunque, claro, viendo la película y a sus personajes, pues tampoco parece algo tan marciano, ¿no?
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