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Críticas 43
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
24 de octubre de 2009 2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una vez más vuelvo a "Braveheart", a esta requetevista película que sigue haciéndome palpitar, temblar. Y es que el cine de Mel Gibson es un cine que no se detiene ante nada. Bonito, pero crudo; grandioso y polémico; perfecto, pero feo y sangriento. "La pasión", "Braveheart" o "Apocalypto": la épica llevada a la pantalla. Basadas en hechos reales ("Apocalypto" constituye un intento de aproximación a un momento histórico, a su sociedad y a su cultura, no sé si con personajes reales o no), y con los reflejos de la sociedad humana, la de hace 600 años, la de hace 500 o la de hace 2000. Da igual.
El amor. No se puede decir que "Braveheart" sea un pastelón porque la relación amorosa como tal ocupa media hora de tres horas. Pero ese amor que sirve como desencadenante sigue presente. Es una fuerza impulsora, un motivo entre otros de los que mueven a William Wallace a seguir luchando.
El héroe. Un héroe real, no puede volar ni dar volteretas en el aire. Lo que le hace grande es la fuerza de su convicción personal, capaz de arrastrar a los que prefieren huir para poder seguir viviendo, a los que han perdido la fe en la libertad.
La traición. En muchas películas aparece este componente, siempre deleznable, pero en pocas tiene unas consecuencias tan dramáticas.
Por el camino queda una majestuosa banda sonora (de las mejores), una fotografía impresionante, y unas recreaciones cojonudas de las batallas. No creo que a los inglesitos les pareciese tan buena. Nunca llueve a gusto de todos... Los escoceses debieron de estar encantados, diciendo eso mismo que leí que dijo el Papa de "así fue".
Las películas de Gibson son bonitas pero crudas, perfectas pero a la vez feas y sangrientas. Con ellas se sufre y con ellas se reflexiona. Ahí estamos todos nosotros, los hombres, con nuestra civilización.
Lo peor: Mel Gibson como director sí, pero de William Wallace flojea un poco.

"Puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán la libertad".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La gran diferencia con cualquier historia épica clásica es que el héroe muere. Muere y además salvajemente. Probablemente la muerte, en sí, como tal acto, nunca puede ser bonita, ni siquiera en una película. Pero morir con un gancho desgarrándote las entrañas debe de ser la peor de las muertes. O también morir de un tajo en el cuello, así sin más. La crueldad y la violencia es el motor del argumento, a partes iguales con el amor y la libertad. Más que la libertad, el ansia de libertad, que lleva a William Wallace a una muerte atroz (que recuerda a la de Cristo, a su recreación en "La pasión") y que precisamente constituye su legado, lo que perdura tras su muerte. Ni siquiera que sus cuatro extremidades fuesen enviadas a las cuatro esquinas de Inglaterra pudo borrarlo.
Es cierto que en esta película, como he leído en una crítica de un usuario al que le supongo con un muy buen criterio, ya se ve un antecedente a "La pasión", y que parece como si Gibson buscara la beatificación de El Vaticano. Eso de que la peli sea inexacta desde el punto de vista histórico yo no lo sabía. (Lo de que Eduardo I fue el padre del parlamentarismo, buff... No creo que eso significase en la Edad Media democracia, ni acceso del pueblo llano a puestos de poder. Y lo de que si los escoceses vestían en 1300 con falda o se pintaban la cara como los vikingos... es hilar demasiado fino). Sí coincido en que la actuación de Mel Gibson es lo más flojo, sin embargo la dirección me parece muy buena.
29 de julio de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dentro de mi (nuestra) empanada mental no es posible recordar esos tiempos, ni siquiera imaginárnoslos. Aunque fueron nuestros tiempos, los de nuestros abuelos. Buff... pero no podemos hacernos una idea, no lo hemos vivido, nos cae muy lejos...

-Colega, venga, no empieces.
-¿Que no empiece con qué, colega? Ya he empezado, y lo que voy a hacer es no terminar. Lo que deberíamos hacer, eh, Gorra, tú, yo, y todos nosotros, es valorar lo que tenemos.
-Bufff...
-Lo que tenemos sin haber sufrido por conseguir. Lo tenemos y ya está. Un techo bajo el que dormir y algo que comer... sí, y el móvil con un montón mensajes, y de tonos, no sé, un coche, y el armario lleno de ropa de Zara y de Primark... no sé colega... ah, sí y el colchón viscoelástico... es importante también, para que no nos duela la espalda. Qué coño seríamos sin nuestro teléfono, sin nuestro armario y sin nuestro coche. Seríamos unos miserables, ¿no?, ¿o qué concepto tendríamos de nosotros mismos si no tuviéramos un móvil, un coche, o si no tuviéramos nuestro armario, en el que tanto hemos invertido?, ¿eh? ¿Y si no tuviéramos el colchón viscoelástico?
-Colega, para ya tío, corta el rollo, deja de volar. Estamos tomándonos una cerveza, no empieces a desvariar.
-Que te den colega. A ti y a Gorra. Piénsalo. Yo estoy pensándolo, ayer vi 'Los santos inocentes'. Y no hago más que pensarlo.
-Va... ¿que viste qué?

Esta película no es ni más ni menos que una foto, ni más ni menos que la foto que presenta la película. Una especie de foto de costumbres, una pequeña e insignificante historia que retrata un periodo indefinido de tiempo.

Una imagen, la imagen de la foto, aunque representativa, sólo deja constancia de una parte, de un segundo dentro de una vida, pero consigue definir toda esa vida a pesar de ser en sí misma un fragmento. A pesar de su pequeñez e insignificancia muestra toda una época.

La imagen enseña con crudeza la miseria, la injusticia, el clasismo, la crueldad, la sumisión. El espíritu de lucha y de sacrificio sin otro objetivo que el de poder seguir comiendo y viviendo. Sin ningún adorno. Todo un tiempo y una manera de vivir que sólo ha sido diferente al de ahora, a pesar de que no seamos conscientes de que esto ha sido así hasta hace muy poco.

En realidad es una panorámica atemporal e ilocalizada. Es nuestra, pero no sólo nuestra. Debería servirnos de recordatorio. Deberíamos pararnos a pensar y a analizar muchas cosas después de verla. Es una gran película por eso, porque nos remueve, aun siendo sólo un fragmento, una foto en blanco y negro, con el tiempo amarilleado en las esquinas, olvidada en una caja con la tapa llena de polvo, bien al fondo del trastero. La foto de todas las personas, de todas las familias que tuvieron que pasar por eso aquí, hace tan poco. La foto de todas esas personas que siguen teniendo que pasar por todo eso. También tan cerca.

-Una película, colega, eso es lo que es. Un peliculón. Puedes dejar ya el puto móvil Benja, colega, y mirarme cuando te hablo. ¡Gorra! No te disperses. Os estoy hablando de algo importante. Joder, nunca me hacéis caso. Es importante saber de dónde venimos, y quiénes somos. Que las cosas fueron de otra forma antes de ser como son ahora. Joder. Os estoy hablando de 'Los santos inocentes'.

Es nuestra historia, o la historia de cualquier país tercermundista inviable contemporáneo, carcomido por guerras eternas, sin visos de mejora y sumido en la anarquía, hacia el que sólo miramos de reojo para ver fugazmente, en las rápidas noticias del telediario, como sus molestos y sucios quirces, sus régulas, sus pacos y sus azarías llegan a nuestras playas, buscando una salida desesperada a su cotidiana miseria. La misma cotidiana miseria que fue la nuestra. Hasta hace muy poco.

-Que pares ya Colega.
-A mandar, mi señorito, que pa eso estamos. Me piro.
-Buff, ya está, ya se ha rayado.
-Joder Colega, si acabamos de llegar.
-Me da igual colega, pago lo mío y me las piro.
-Y adónde coño vas, si puede saberse, mister Sócrates.
-Me piro a mi casa. A pensar colega. No me vais a hacer caso, ya lo sé, pero haced el favor de ver esa peli. Y pensad. Es importante.
25 de febrero de 2018 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las virtudes de nuestro idioma es su riqueza de léxico, aunque la mayoría no seamos conscientes de ello al usarlo para hablar. Es bastante curioso (al menos) ver cómo por ejemplo podemos referirnos a algo tan simple y cotidiano como es el sitio en el que vivimos llamando a ese sitio casa, o piso, o residencia, domicilio, hogar, morada... o choza, o mansión... o agujero. Una diferencia a nuestro favor con respecto a otras lenguas.

Cada uno de esos sinónimos tiene muchas atribuciones implícitas, una serie de características especiales que nos hacen describir ese sitio tan simple y cotidiano como un agujero y no como una mansión. Aunque las dos cosas sean una casa, entendida como sitio en el que vivimos ('cosa': qué gran palabra). Un montón de sutilezas. Aunque nosotros mismos, escogiendo una palabra u otra como por azar en el atropello de una conversación con amigos, no nos demos cuenta de que haciéndolo nos estamos sirviendo de esas sutilezas para explicar, para valorar, para representar, para describir o para juzgar.

Ser un camello o ser un narcotraficante, en su acepción básica, es una expresión que designa una misma ocupación, o labor, o profesión. Aunque en realidad no es lo mismo. No es lo mismo ganarse unos pavetes vendiendo marihuana al menudeo que dedicarse, en otra jerarquía del mismo negocio, a importar o exportar droga, o a distribuirla a gran escala dentro de un país. Esta pequeña pero gran diferencia de significado, una sutileza tan plena que, aunque casi inapreciable, implica rebasar 'el punto de no retorno' ('una línea que si la cruzas, jamás puedes volver atrás'). O quedarse en el camino, en el ansia por llegar a cruzar esa línea.

El dinero y la opulencia; la cárcel y la ruina. La vida, la felicidad; la muerte, la desolación. La amistad, la traición. El amor o la soledad. La lealtad, la traición. La reputación, el respeto, el prestigio, el temor. La maquinación. El asesinato. La sangre.

Diferencias no tan sutiles en ese Nueva York setentero callejero, pandillero y cruel narrado por el inspirador (Edwin Torres - merecen la pena seguro las novelas) y documentado con brillantez y sencillez pasmosa por Brian de Palma, serían nacer en Harlem o en el Bronx. Diferencias bastante aparentes, determinadas por la tonalidad de la piel. Por criarse más al Este o más al Oeste. Diferencias nada sutiles por las cuales un osado jovencito puertorriqueño tenga que jugarse el pellejo para poder hacer algo tan simple y cotidiano como ir desde su casa o desde su choza hasta Central Park, para poder ver unos cuantos patos chapotear en el agua de un lago artificial.

Cargándose 'a algunos, sí...'. Aunque 'no es como si un día lo decidieras y ya está, no...'. Haciendo 'lo que tienes que hacer para sobrevivir'. Llegando al 'punto de no retorno'.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
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A partir del cual se ve la vida desvanecerse a través de la blanca e impersonal luz de la fluorescencia lineal del pasillo de un hospital. En una camilla arrastrada con urgencia hacia la muerte segura por los celadores del hospital. Pensando que el momento había tardado demasiado en llegar. Lamentando que esa escasa oportunidad, que ese difícil pero ansiado escape al colorido paraíso no haya resultado. A pesar de la decidida voluntad de regeneración. A pesar del firme objetivo de cambio.

No fue posible, recapacitando moribundo encima de la camilla. Dos agujeros sangrantes en el vientre, sobre los que reposan unas manos casi inertes. Entre cuyos dedos se escapan inevitablemente, a pesar de la intención y del esfuerzo, los sueños. La sutil pero aparente diferencia de que el sitio en el que vivas (tu domicilio, tu casa, tu apartamento, o tu piso) esté al Este o al Oeste de Park Avenue. Todas esas sutiles pero aparentes diferencias con las que creces, y que marcan definitivamente tu vida. Todas esas sutiles diferencias por las que 'de algún modo acabas donde estás'.

Por cierto, sutilezas al margen, ¿qué fue de este intocable y scarfaceado Brian de Palma?
1 de octubre de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que debería importarnos por encima de todo al valorar una película es lo que nos deja. La consecuencia de haberla visto. Las reflexiones que quedan cuando termina. Las sensaciones que nos ha producido. En nuestra rápida vida lo común es que tendamos a apreciar por encima de todo el efectismo. Móvil en mano. El argumento aparente sin lugar a dudas. No pensar. Que sea rapidito. A apreciar el Producto que triunfa masivamente.

Esta película no entra en el molde del Producto que triunfa masivamente. Al que estamos tan bien acostumbrados. Moldeados. Demasiado lenta. Demasiado psicológica. Demasiado larga. Demasiado aburrida. ¿Una peli de Jesse James en la que el tío se la pasa mirando por la ventana? Menuda mierda.

Pues no. En Filmaffinity debería importarnos por encima de todo la música. La fotografía. Los planos. La cadencia (no la duración). Esta película es una obra de arte por su técnica. Por su simpleza. Por sus actuaciones. Por su enorme banda sonora. Por sus diálogos.

Por la profundidad de su historia. Por la reflexiones que quedan cuando termina. Por las sensaciones que nos ha producido. Por la enseñanza que deja. La importancia de la consecuencia. La importancia de actuar por la espalda. Traicionar. No valorar las (posibles) consecuencias de nuestras (injustas) acciones antes de llevarlas a cabo. No ser capaces, una vez realizada la (injusta) acción, conforme el tiempo avanza y sus despreciadas consecuencias van aflorando, de asumir esas consecuencias.

Lamentarnos por lo que hemos hecho. Pero ya es demasiado tarde. Ya se nos ha vuelto en contra. Acabar con el sufrimiento de un balazo en la garganta es la manera fácil de terminar con el pesar que nos carcome por ver las consecuencias de lo que hicimos, que no tendríamos que haber hecho.

Andrew Dominik se ha marcado aquí una obra magistral, más sabiendo su implicación en la escritura. Cassey Affleck bordado y también Brad Pitt, perfecto, siempre con una solvencia increíble encarnando este tipo de extraños papeles de personalidades extrañas.

Deberíamos pararnos todos un poco. De vez en cuando, a mirar por la ventana. A analizar lo que se ve delante. Ahí delante. A valorar detenidamente las (posibles) consecuencias de nuestras (injustas) acciones.
1 de junio de 2017 1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque a mí no me hayan pegado dos balazos en la espalda, ni lleve metido en la cadera un dispositivo láser con información sobre una cuenta bancaria en Suiza, ni, por último, me haya rescatado medio muerto un barco pesquero italiano en alta mar, tengo algo en común con Jason Bourne: también me falla la memoria. Digo esto porque aunque ya había visto la peli no recordaba el comienzo de la saga ni los motivos de la merecida venganza.

Pasando por alto los excesos que se le podrían criticar, presentes en cualquier gran película de acción yanqui, hay que reconocer que en 'El Caso Bourne' las virtudes son superiores de largo a esos defectos, que el director logra contener la acción, y que la tensión resultante se mantiene hasta el final. Nos pasamos un buen rato viéndola, vamos...

El gran punto fuerte tanto de esta película como de las dos siguientes es plantear un personaje complejo, que no se limita al de chico guapo y duro que va pegando tiros mientras protagoniza escenas subidas de tono con su desgraciada compañera de viaje. Si los propósitos de la película hubieran sido más fáciles no hubiera sido necesario presentar a Bourne amnésico y enfrentado con un pasado que no recuerda, lo que diferencia esta película de un gran montón de bodrios de acción con mucho artificio pero poco contenido.

Damos por entendido que la vida es presente, futuro y pasado. Pero realmente lo que tenemos, lo que nos queda para bien o para mal, es nuestro pasado, constituido por recuerdos. Según esta idea nuestra vida, aunque esté proyectándose día a día, minuto a minuto, sería los hechos pasados, y el concepto que tenemos de ellos: los recuerdos (vease 'Memento'). Por eso es interesante la búsqueda que hace Bourne de sí mismo, de su pasado; un pasado sucio que vuelve a por él de manera violenta y al que renuncia aunque sólo llegue a verlo parcialmente.

Otro aspecto destacable es el marco que encuadra la trama, precisamente el mismo pasado que vuelve a por Bourne con rifles telescópicos y pinganillos colgados de las orejas: la CIA y todos esos intereses velados pero claros que persigue, y todos esos medios empleados para su consecución. Veo (quiero verlo) una crítica a la famosa Agencia en toda esta metáfora de Bourne.

Ah, y chapó a Matt Damon. Increíble cómo borda los papeles, sean cuales sean, con su inmutable cara de adolescente. Salut, Matt.
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