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Críticas 24
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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8 de febrero de 2016 Sé el primero en valorar esta crítica
“Para cuando volví al campamento base, nueve alpinistas de cuatro expediciones distintas habían muerto ya, y aún habría otras tres víctimas antes de que terminara el mes”. Es parte del testimonio del periodista y montañero Jon Krakauer, contenido en su libro Mal de altura, que relata la tragedia ocurrida el 10 de mayo de 1996 en la cumbre más alta del planeta.

Aquel día una fuerte tormenta sorprendió a varios alpinistas cuando descendían de la cima del Everest, dejándolos atrapados a más de 8.000 metros. La crónica de Krakauer sirve de inspiración al guión de esta superproducción de 65 millones de dólares, llena de caras conocidas. Anteriormente, otro de sus exitosos libros, Hacia rutas salvajes, ya había sido llevado al cine por Sean Penn.

Uno de los aciertos de Everest es la cuidada ambientación y las impresionantes tomas aéreas. Apoyadas en el 3D imprimen una dosis de espectacularidad a la cinta que hace lucir la montaña entre majestuosa y amenazante. Sin duda este apartado agradará tanto al gran público como al ojo del escalador.

En cambio, el principal defecto de la cinta dirigida por Baltasar Kormákur se encuentra en una estructura del relato demasiado lineal y previsible, plagada de personajes estereotipados: el héroe, el débil, el chulo, el tipo duro… y mejor no entrar a valorar los papeles femeninos, plañideras en una historia eminentemente masculina.

Junto a la historia de supervivencia, se trata otro tema interesante en la película, aunque sea de soslayo. La masificación causada por la comercialización de expediciones a la cima del Everest, que ha proliferado desde los años 90. Más de 6.000 personas han subido la montaña hasta la fecha. Se sacan 500 kgs de basura cada año. El legendario alpinista vasco Juanito Oiarzabal, que ha hecho cumbre en dos ocasiones, comentó hace dos años a este respecto: “Ha perdido toda la identidad, el prestigio y la ética (…) las agencias no piden ningún requisito ni experiencia en alpinismo para subir. Se ha convertido en una montaña vulnerable, masificada”. Y al interés de la empresa privada se suma el del gobierno nepalí, que cobra 10.000 euros por cada permiso de ascensión. Las dificultades asociadas a esta superpoblación de turistas de altura se dejan notar en la película, siendo un factor más en la tragedia que está por desencadenarse. Aunque finalmente se adjudica la responsabilidad última del desastre al mal tiempo, como no.

Lamentablemente, Everest pierde el rumbo en mitad de la ventisca, sin alcanzar las cotas de tensión ni la épica que merecen un escenario natural y una historia como estos. Muchas estrellas holywoodienses ocultas tras un cielo lleno de nubarrones. Un jefe de expedición, Kormákur, congelado ante las circunstancias. Y lo más importante, alguien olvidó enviar sherpas por delante que salven la papeleta.

"Alguien que anda por ahí" - https://gerardomartinsilva.wordpress.com/
8 de febrero de 2016 1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Segundas partes nunca fueron buenas”. Ya, es un tópico que no se cumple en una larga lista de notables continuaciones. Pero el dicho refleja una sabia advertencia a los creadores: repetir o exagerar la fórmula que dio el éxito puede conducir al fracaso. Pizzolatto se pasó de intenso, multiplicó personajes protagónicos sin dotarlos de profundidad, y por el camino olvidó aplicar el ritmo adecuado a una trama bastante compleja. De nada sirvió un desenlace de gran factura, que recuerda al fatídico giro final de Heat. El tortuoso camino hasta llegar allí no vale la pena.

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8 de febrero de 2016 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
“¿Ha pensado en qué animal le gustaría transformarse si fracasa en la búsqueda de pareja?”. Es lo que deben plantearse los corazones solitarios si al término del tiempo estipulado por la autoridad competente no han encontrado a su media naranja. Fracaso social, compatibilidad, soledad, moral, son algunos de los temas tratados en esta comedia dramática de socio-ficción.

Langosta sucede en un mundo distópico donde los solteros son recluidos en un hotel durante 45 días con el objetivo de encontrar pareja. Si fracasan son convertidos en un animal de su elección para el resto de sus vidas. En el exterior, solteros fugitivos han creado una comunidad en el bosque, que condena las relaciones afectivas, especialmente las de pareja. David (Colin Farrell) conocerá ambas circunstancias y vivirá un amor furtivo expuesto a la crueldad de un sistema social particular.

Yorgos Lanthimos presenta una propuesta arriesgada y original en su planteamiento. Ahonda en la disección de las convenciones sociales que rigen nuestro mundo, como ya hizo en la sorprendente Canino (2009), que lo elevó a figura del cine intelectual (del de pensar, vamos) a hombros de amplios sectores de la crítica. Su cine se enmarca en la corriente de análisis culturales posmodernos que triunfa en el circuito de festivales, y en esta ocasión su repercusión puede ser incluso mayor, debido a la internacionalización de la producción y el reparto artístico.

Efectivamente, el director griego ha rodado en Irlanda y ha contado con la colaboración económica de media Europa. Además, las caras de sus protagonistas son bien reconocibles. Colin Farrell en el papel principal cumple a la perfección con un personaje gris, mediocre, que tan sólo brillará cuando se piense enamorado. Rachel Weiz se apunta a todos los proyectos que conlleven el salto al plano internacional de sus directores. Ahí están Meirelles, Amenábar, Sorrentino, Kar-Wai… Y con muchos de ellos acierta. Sin embargo, lo que aporta como partenaire de Farrell en esta cinta no pasa del aprobado. Destacan mucho más Léa Seydoux, Olivia Colman y Jessica Barden en papeles más restringidos.

En Langosta Lanthimos indaga en la concepción contemporánea de las relaciones amorosas y afectivas tejiendo una historia donde sobresalen las costuras del acuerdo social implícito, de lo deseable y lo repudiado. La exageración de la norma en la ficción es la herramienta que pone al descubierto lo que el sentido común da por sentado, lo que la sociedad real dictamina como bueno o malo.

Desde un punto de vista sociológico, la película haría las delicias del filósofo francés Michel Foucault, gran teórico del control social y las tecnologías del poder ejercidas sobre los cuerpos (Muy recomendable, Vigilar y castigar; 1975). El ecosistema social que presenta la película se divide en tres escenarios. La ciudad como espacio de vida estandarizado y “adecuado”, donde sólo moran parejas; el Hotel es la “institución total” correctora – que diría Goffman, otro sociólogo-, encargada de la re-adaptación de las personas solteras al modo de vida aceptado; y el bosque, un espacio renegado habitado por solteros que se oponen al modelo mayoritario, pero también provisto de un sistema de socialización igualmente estricto. A lo largo del metraje el espectador asiste a momentos orwelianos espeluznantes, rodeados de una capa de humor tan ácido que que la carcajada puede provocar pudor. Precisamente es el tono tenue de comedia de lo absurdo lo que mejor encaja el extravagante relato de Lanthimos. Ahora bien, el fondo es de lo más serio. Párese a pensar el espectador en las correas que rigen sus modos de amar, desear y en definitiva de vivir. ¿Cuáles es el papel de instituciones como la escuela, los medios de comunicación o la familia en nuestra educación sentimental? ¿Somos tan libres como pensamos?

Langosta no es fácil de digerir, pero deja poso. Habrá quien se la tome al pie de la letra y se indigeste. Sin adentrarse en la profundidad emotiva de Her – tal vez a propósito -, y sin arriesgar formalmente al estilo Dogville, la película se enmarca en ese cine crítico del nuevo siglo que analiza el sustrato de la sociedad. Lanthimos arriesga con un relato metafórico que muchos admirarán como una cumbre artística de la posmodernidad, y otros tantos desdeñarán por disparatado.

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8 de febrero de 2016 0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un botones nos conduce a una habitación en la segunda planta del hotel. Abre la puerta y se retira para cerrar la puerta detrás de nosotros. Ambiente en penumbras, la luz del baño encendida, la cama deshecha y dos personas apenas vestidas entre las sábanas. Un hombre y una mujer que se susurran el cariño al oído. De la tierna calidez a una gélida suspicacia sólo median dos palabras desacertadas, una repentina asincronía. Nosotros, espectadores, estamos pero no estamos, somos ignorados. En la frontera entre realidad y ficción, más cerca no se puede. Se trata del montaje “Inside”, de la compañía PopUp Theatrics. Una experiencia teatral novedosa que sucede ya no ante ti, sino a tu alrededor. Recuerdo que aquella vez me dije que esa era una de las ventajas del teatro sobre el cine, que difícilmente una película conseguiría introducirte de tal manera en la ficción. Pero eso ha estado a punto de ocurrir con la última película de Alejandro González Iñárritu, “Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)”.

People, they love blood. They love action.
Not this talky, depressing, philosophical bullshit.
(Riggan Thompson)

Riggan Thompson (aka Birdman, aka Michael Keaton, aka Batman) es un actor venido a menos años después de una época dorada marcada por su rol de superhéroe en una saga taquillera. Está hecho un desastre en lo profesional y en lo personal, y apenas contiene a los demonios que lo acechan. En un intento desesperado por recomponerse, se lo juega todo a la puesta en escena de un relato de Raymond Carver, “De qué hablamos cuando hablamos de amor”, nada menos que bajo los focos de Broadway.

Birdman va de cine, de teatro, de los egos agrandados o contraídos en el segundo acto de la vida. Una sátira, sí, con todas la letras: sobre la fama y sus mutaciones derivadas de la tecnología, sobre el anhelo de éxito, el ansia por dejar huella. Y sobre todo, lo que la película te pide por favor es que no te tomes (ni a ti ni todo lo demás) tan en serio. “Why so serious?”, que diría el Joker.

Un texto potente en el que ya no se echa de menos a Guillermo Arriaga, ex pareja de baile creativo de Iñárritu. En esta ocasión hace piña con tres guionistas de lo más talentosos. Para muestra dos de mis escenas favoritas:

And let’s face it, Dad, it’s not for the sake of art.
(Sam Thompson)

En la primera, una espectacular Emma Stone interpretando a Sam – la hija de Riggan-, que encara a su padre para bajarlo de la nubes a un mundo vertiginoso que lo ha olvidado. Un mundo donde todo dios lucha por ser relevante.

Popularity is the slutty little cousin of prestige.
(Mike Shiner)

Más tarde, Riggan se topa con la figura del crítico, ese guardián arbitrario del buen gusto a las puertas del éxito, y le canta las cuarenta. Una escena magnífica, con la que todo realizador sueña darse el gusto. M. Night Shyamalan todavía fue más allá en “La joven del agua” y se permitió liquidar al crítico de cine en una hilarante escena. Por suerte no soy nadie, ni escribo en The Hollywood Reporter ni en Cinemanía, y además estoy poniendo la peli por la nubes, pero por si acaso acabo de mirar por encima del hombro.

La película transcurre en una sucesión de planos secuencia impresionantes que no sólo dan fe de la capacidad realizadora de Iñárritu, acentúan la teatralidad del relato haciendo añicos no sólo la cuarta sino todas las paredes. De pronto, te encuentras sentado a la mesa en una cocina años cincuenta, percibiendo el olor a ginebra en el aliento de Mike Shiner (un Edward Norton gigantesco), o mirando al vacío desde una azotea junto a Sam, o tal vez al borde del escenario preguntándote “¿y ahora qué?” ante una masa oscura e informe de espectadores. Tan sólo te devuelven a la butaca los brotes mágicos que burlan la seria realidad para transportarte al diálogo interior del héroe con el superhéroe.

Podría haber sido un vigoroso dramón trágico-existencial, como los que nos tiene acostumbrados el creador mexicano, pero es una comedia genial; cargada de humor negro, realismo sucio carveriano y realismo mágico holywoodiense. Debo reconocer que tras “Biutiful” ya estaba saturado del Iñárritu intenso; y se intuye que él también, visto este valiente estreno en el género más difícil según muchos. Ojo, no es desternillante. Mejor, porque hay mucha chicha detrás, y la carcajada casi siempre nos impide sentir el eco tragicómico del drama.

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