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7,0
432
8
11 de abril de 2025
11 de abril de 2025
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Harry y Marvyn. El amor surge entre ellos de manera espontánea y natural, con esa desarmante sencillez que solo es posible en la ficción del Hollywood clásico. Y cuando el drama llega, este se impone melancólica y civilizadamente, sin aspavientos ni psicodramas. Todo es bonito en esta película de King Vidor, a lo que ayuda la perceptible química entre Robert Young, una estrella de segunda fila, y Hedy Lamarr, tan inconcebiblemente bella como siempre o incluso más que otras veces, que realiza también aquí una de sus interpretaciones más memorables, al exhibir un repertorio de matices con más riqueza emocional de lo habitual. Físico al margen, su personaje, Marvyn Miles, es el de una mujer excepcional.
El poético título escogido para el doblaje en España, "Cenizas de amor", es mucho más acertado que el soso "H.M. Pulham, Esq" del original, que trae a mientes la película de Denzel Washington.
Mujeres que se enamoraron de hombres que nunca lo supieron ni sabrán, hombres que se enamoraron de mujeres a las que les pasó lo mismo. Amores vividos pero frustrados por un sinfín de barreras, algunas ciertamente invencibles, otras no invencibles en realidad pero igualmente determinantes. Amores insinuados pero nunca consumados. Amores mutuos aunque no confesos, sin que ninguno de los llegara a saber que era correspondido. Amores que pudieron llegar a ser y no fueron. Amores soñados y nunca encontrados. Amores que terminaron. Amores recordados e imaginados.
El poético título escogido para el doblaje en España, "Cenizas de amor", es mucho más acertado que el soso "H.M. Pulham, Esq" del original, que trae a mientes la película de Denzel Washington.
Mujeres que se enamoraron de hombres que nunca lo supieron ni sabrán, hombres que se enamoraron de mujeres a las que les pasó lo mismo. Amores vividos pero frustrados por un sinfín de barreras, algunas ciertamente invencibles, otras no invencibles en realidad pero igualmente determinantes. Amores insinuados pero nunca consumados. Amores mutuos aunque no confesos, sin que ninguno de los llegara a saber que era correspondido. Amores que pudieron llegar a ser y no fueron. Amores soñados y nunca encontrados. Amores que terminaron. Amores recordados e imaginados.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Robert Young está simpático, aunque por momentos dan ganas de darle una colleja: ve a Hedy esperándole anhelante en la mesa del bar, comprueba que sigue tan alucinante como siempre, duda, se raja... y se marcha. Dejar a Hedy Lamarr tirada, ¡¡ y dos veces !!. Terrible y trágico.

5,7
18.805
1
14 de noviembre de 2024
14 de noviembre de 2024
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He puntuado con un 1 a esta película cuando objetivamente debería de ser un 2, ya que Scott, cuando no tira de CGI por vago, ofrece algunos aciertos estéticos y de ambientación, pocos. Me gusta en particular la recreación, tangencial, del ambiente decadente y catártico que siguió a la caída de Robespierre en 1794. La corta etapa de la Convención Termidoriana, un principio de giro reaccionario de la República hacia la derecha, confirmado y acentuado en 1795 con el establecimiento del Directorio, en el que se persiguió sistemáticamente a los jacobinos, los sans-culottes y la extrema izquierda, se practicó el Terror Blanco (que no se muestra en el filme) a modo de venganza por las atrocidades anteriores, y se dio rienda suelta a la frivolidad, el hedonismo y el nihilismo, protagonizados por las bandas criminales de los dandis afectados, los muscadins e incroyables, y las muchachas frescas, las merveilleuses, llamados conjuntamente la jeunesse dorée.
Algún acierto estético aquí, alguna buena composición ambiental allá, pero pare usted de contar. Scott vuelve a hacer gala de la típica arrogancia y desconsideración de la seriedad histórica por parte de las vacas sagradas de Hollywood, en este caso con el puntito añadido de un chovinismo muy anglosajón.
Porque el resto del producto es un absoluto despropósito. No hay ritmo, no hay emoción, no hay épica, no hay espíritu, no hay banda sonora, el guión es una bazofia de mínimo nivel intelectual del que no se puede entresacar ni una sola frase que conmueva, divierta, asombre o invite a la reflexión y, para rematar, no hay actuaciones. No se salva ninguna actuación. Todos las caracterizaciones son grises y blandas, ningún personaje se hace notar. La Josefina de Vanessa Kirby resulta irritante en su vacuidad.
Pero lo peor-peor-peor de todo es con diferencia la espantosa caracterización de Joaquin Phoenix, que al parecer no se percató de que el que tenía que encarnar era alguien de algunos kilates más que Joker, de cuyas rentas vive. Phoenix se pasa toda la película como emporrado, zombi, y poniendo gesto como de oler mierda, irradiando cero carisma, cero impresión al espectador, cero credibilidad.
A Napoleón I se le puede llamar muchas cosas: advenedizo con el ego en la estratosfera, trepa sin escrúpulos, tirano, megalómano, belicista, genio militar, genio administrativo, constructor de estados, padre de la Francia moderna. Verdugo absolutista de los ideales democráticos de la Revolución o valedor y propagador de los valores del Nuevo Régimen posterior a 1789. Todo eso es cierto y más. Pero a Napoleón, sin cuya existencia tal vez todo lo sucedido en Francia entre 1789 y 1799 habría quedado sepultado y no habría dejado semilla en el resto de Europa y acaso tampoco en la propia Francia, lo que no puede llamarse es mamarracho sin grandeza, cenutrio sórdido o sargento chusquero con déficit neuronal al que alguien le colocó el bicornio de general y la corona de emperador por salir su boleto ganador en una tómbola de barrio. Tal es personaje patético y olvidable que compone el amigo Phoenix.
Con el Napoleón de Ridley Scott sucede lo mismo que con el Pearl Harbor (2001) de Michael Bay: que para ver una buena peli, una peli como Dios manda, una peli en condiciones, a propósito de un personaje o un hecho histórico hay que acudir a los ilustres precursores. Me refiero claro está al Waterloo del ruso Serguéi Bondarchuk, rodada el mismo año, 1970, en que Richard Fleischer estrenó su Tora! Tora! Torah!. Claro que el embotado Joaquin Phoenix no es el explosivo Rod Steiger ni Rupert Everett, decrépito sinsorgo, es el brillante Christopher Plummer. Meter en un largometraje, ya puede durar las horas que quiera, la historia del ascenso, gloria y caída de Napoleón es tarea imposible. Otros productores y directores ya lo sabían y se limitaron a tratar episodios concretos de la vida del personaje. Pero Ridley Scott, quien se cree Dios, no.
Algún acierto estético aquí, alguna buena composición ambiental allá, pero pare usted de contar. Scott vuelve a hacer gala de la típica arrogancia y desconsideración de la seriedad histórica por parte de las vacas sagradas de Hollywood, en este caso con el puntito añadido de un chovinismo muy anglosajón.
Porque el resto del producto es un absoluto despropósito. No hay ritmo, no hay emoción, no hay épica, no hay espíritu, no hay banda sonora, el guión es una bazofia de mínimo nivel intelectual del que no se puede entresacar ni una sola frase que conmueva, divierta, asombre o invite a la reflexión y, para rematar, no hay actuaciones. No se salva ninguna actuación. Todos las caracterizaciones son grises y blandas, ningún personaje se hace notar. La Josefina de Vanessa Kirby resulta irritante en su vacuidad.
Pero lo peor-peor-peor de todo es con diferencia la espantosa caracterización de Joaquin Phoenix, que al parecer no se percató de que el que tenía que encarnar era alguien de algunos kilates más que Joker, de cuyas rentas vive. Phoenix se pasa toda la película como emporrado, zombi, y poniendo gesto como de oler mierda, irradiando cero carisma, cero impresión al espectador, cero credibilidad.
A Napoleón I se le puede llamar muchas cosas: advenedizo con el ego en la estratosfera, trepa sin escrúpulos, tirano, megalómano, belicista, genio militar, genio administrativo, constructor de estados, padre de la Francia moderna. Verdugo absolutista de los ideales democráticos de la Revolución o valedor y propagador de los valores del Nuevo Régimen posterior a 1789. Todo eso es cierto y más. Pero a Napoleón, sin cuya existencia tal vez todo lo sucedido en Francia entre 1789 y 1799 habría quedado sepultado y no habría dejado semilla en el resto de Europa y acaso tampoco en la propia Francia, lo que no puede llamarse es mamarracho sin grandeza, cenutrio sórdido o sargento chusquero con déficit neuronal al que alguien le colocó el bicornio de general y la corona de emperador por salir su boleto ganador en una tómbola de barrio. Tal es personaje patético y olvidable que compone el amigo Phoenix.
Con el Napoleón de Ridley Scott sucede lo mismo que con el Pearl Harbor (2001) de Michael Bay: que para ver una buena peli, una peli como Dios manda, una peli en condiciones, a propósito de un personaje o un hecho histórico hay que acudir a los ilustres precursores. Me refiero claro está al Waterloo del ruso Serguéi Bondarchuk, rodada el mismo año, 1970, en que Richard Fleischer estrenó su Tora! Tora! Torah!. Claro que el embotado Joaquin Phoenix no es el explosivo Rod Steiger ni Rupert Everett, decrépito sinsorgo, es el brillante Christopher Plummer. Meter en un largometraje, ya puede durar las horas que quiera, la historia del ascenso, gloria y caída de Napoleón es tarea imposible. Otros productores y directores ya lo sabían y se limitaron a tratar episodios concretos de la vida del personaje. Pero Ridley Scott, quien se cree Dios, no.
1
30 de octubre de 2008
30 de octubre de 2008
10 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Amores celestes y eternos delicadamente declarados en el éter platónico y empíreo. Eso, allá arriba. Acá abajo, mortal e invencible sopor, cuando no catalepsia comatosa. Póngansela en su DVD los insomnes irredentos a eso de las 4 de la madrugada: es mano de santo.

5,5
6.134
1
21 de diciembre de 2008
21 de diciembre de 2008
8 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿En qué estabas pensando, Brian? ¿Qué te sucede desde Atrapado por su pasado? ¿Cómo se te ocurre realizar una película protagonizada por la pseudo actriz Romijn-Stamos, antipática y desagradable hasta la náusea, y el semi-actor Banderas, rey de la sosería?. No me pregunten por la trama. No me enteré gran cosa del galimatías, entre el cansancio y la irritación. ¿Es que está película nunca se acaba?. Pero lo más indignante no es la película, sino las críticas que recibe aquí. ¿Qué pasa? ¿Está buena la Rebequita, eh? Ya, ¿y?. Se os ve el plumero, en sentido literal y en sentido metafórico.

5,5
25.273
2
13 de diciembre de 2008
13 de diciembre de 2008
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tremenda decepción. Plana, grisácea, sosa. Mucho más suave de lo esperado. Salvo un par de escenas muy breves, incluso para verla en familia. Los diálogos son penosos. La historia es absurda. ¿Quiénes son esos vampiritos que no usan babero? ¿De dónde han salido?. ¿Del barco encallado en los hielos que aparece fugazmente al principio? ¿Quien es el yonki enchironado que anuncia la llegada de Ellos?. El final, ridículo. No hay ritmo. No hay actores. Cagarro que no aporta nada al género.
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