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Críticas ordenadas por utilidad
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5,1
11.717
5
25 de febrero de 2018
25 de febrero de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aunque compartimos muchas cosas, Almodóvar no es un director que me entusiasme. Únicamente he disfrutado de “La piel que habito”, poco después de su estreno, y no me atrajo lo suficiente como para devorar el resto de su filmografía. Pero el otro día fue muy tonto y me animé a ver “Kika”, motivado por un fragmento que encontré por Youtube.
Introducirme en el Almodóvar más puro es un movimiento que solo podía resultar en un amor incondicional o en un odio absoluto. Esto es muy adecuado para poder saber hasta qué punto me interesa tragarme el resto de su –extensa- filmografía, ya que no tengo tanto tiempo como para permitirme el lujo de ver cosas que no me interesan. Por desgracia, “Kika” no me ha resuelto ninguna duda, y mi imagen del director se encuentra intacta.
La historia nos habla de Kika, una maquilladora a la que su novio, un fotógrafo algo menor que ella, le pide matrimonio. Aunque esta sinopsis está muy cogida con pinzas: también podría hablar sobre el regreso del padrastro del fotógrafo, o sobre el suicidio de su madre, o sobre una extraña periodista que fue su pareja, o sobre la fuga del hermano de la criada de la cárcel en la que estaba preso por violar mujeres. En resumen, la obra presenta varias tramas pero no termina de decidirse cual está por encima, alternando entre unas y otras de forma brusca y desorganizada. Lo que comienza como un thriller se vuelve en una comedia costumbrista muy ligera –pero maravillosa, ya que durante la presentación la película funciona muy bien-, luego toquetea con el drama sentimental, se transforma en una comedia de enredos, vuelve al thriller con toques de crítica social y al misterio casi detectivesco. Aunque “La piel que habito” también era un poco así, en esta ocasión lo hace sin soltura ni sutileza, resultando en un batiburrillo desagradable que, más que refrescar o hacer más variado el visionado, confunde y no hace sencillo saber de qué te quiere hablar el director.
Lo que salva este caos argumental/temático son sus personajes. Verónica Forqué en el papel de Kika está maravillosa, y su carisma le sienta de perlas al personaje, sabiendo aportarle un toque desquiciado y simpático. Y su tándem con Rossy de Palma me parece fantástico –y fue el principal motivo por el que me acerqué a la obra-, denotando una química especial. Los actores masculinos también se encuentran bien resueltos, aunque debo criticar con dureza a Àlex Casanovas, que interpreta al fotógrafo, y que me ha parecido sencillamente un mal actor, carente de expresividad, robótico y plano. Aun así, el elenco se encuentra bien dirigido, dejándome la duda de cuánto han tenido que esforzarse para interpretar sus personajes. Todos son bastante simples y no encierran demasiados matices, ni atraviesan un arco evolutivo prominente ni cuentan con demasiada variedad emocional. Por momentos, y excluyendo a Victoria Abril –que se come cada puta secuencia en la que aparece-, parece que se estuviesen interpretando a sí mismos.
Lo que me ha gustado mucho muchísimo es la estética. Los colores vivos de sus decorados le dan un aire moderno –dentro de la época- que nunca riñen con elementos propios de La Mancha más rural. El entorno “almodovariano” es sencillo de definir, es coherente con el tono de sus historias y con la época en la que se ambientan. Esto puede parecer una nimiedad, pero debemos aplaudir que un artista sepa diferenciarse del resto.
Por otro lado, y aunque la película no me parece excelentemente ejecutada, quiero destacar su vanguardismo, fruto de unos tiempos revueltos que supusieron un avance social sin precedentes. “Kika” sería muy odiada hoy día, y muchos de los elementos que la conforman harían que más de uno se llevara las manos a la cabeza. Desnudos femeninos, un retrato del hombre como un ser grotesco, egoísta e impulsivo, mujeres con numerosos vellos en las axilas, violaciones… Almodóvar parece ir un paso por delante, y nos presenta sin complejo cuestiones que aún nos cuesta aceptar. Quizá ese toquecito provocador y el carisma de su ambientación y de sus personajes promuevan que, en un futuro, le dé otra oportunidad para enamorarme.
Introducirme en el Almodóvar más puro es un movimiento que solo podía resultar en un amor incondicional o en un odio absoluto. Esto es muy adecuado para poder saber hasta qué punto me interesa tragarme el resto de su –extensa- filmografía, ya que no tengo tanto tiempo como para permitirme el lujo de ver cosas que no me interesan. Por desgracia, “Kika” no me ha resuelto ninguna duda, y mi imagen del director se encuentra intacta.
La historia nos habla de Kika, una maquilladora a la que su novio, un fotógrafo algo menor que ella, le pide matrimonio. Aunque esta sinopsis está muy cogida con pinzas: también podría hablar sobre el regreso del padrastro del fotógrafo, o sobre el suicidio de su madre, o sobre una extraña periodista que fue su pareja, o sobre la fuga del hermano de la criada de la cárcel en la que estaba preso por violar mujeres. En resumen, la obra presenta varias tramas pero no termina de decidirse cual está por encima, alternando entre unas y otras de forma brusca y desorganizada. Lo que comienza como un thriller se vuelve en una comedia costumbrista muy ligera –pero maravillosa, ya que durante la presentación la película funciona muy bien-, luego toquetea con el drama sentimental, se transforma en una comedia de enredos, vuelve al thriller con toques de crítica social y al misterio casi detectivesco. Aunque “La piel que habito” también era un poco así, en esta ocasión lo hace sin soltura ni sutileza, resultando en un batiburrillo desagradable que, más que refrescar o hacer más variado el visionado, confunde y no hace sencillo saber de qué te quiere hablar el director.
Lo que salva este caos argumental/temático son sus personajes. Verónica Forqué en el papel de Kika está maravillosa, y su carisma le sienta de perlas al personaje, sabiendo aportarle un toque desquiciado y simpático. Y su tándem con Rossy de Palma me parece fantástico –y fue el principal motivo por el que me acerqué a la obra-, denotando una química especial. Los actores masculinos también se encuentran bien resueltos, aunque debo criticar con dureza a Àlex Casanovas, que interpreta al fotógrafo, y que me ha parecido sencillamente un mal actor, carente de expresividad, robótico y plano. Aun así, el elenco se encuentra bien dirigido, dejándome la duda de cuánto han tenido que esforzarse para interpretar sus personajes. Todos son bastante simples y no encierran demasiados matices, ni atraviesan un arco evolutivo prominente ni cuentan con demasiada variedad emocional. Por momentos, y excluyendo a Victoria Abril –que se come cada puta secuencia en la que aparece-, parece que se estuviesen interpretando a sí mismos.
Lo que me ha gustado mucho muchísimo es la estética. Los colores vivos de sus decorados le dan un aire moderno –dentro de la época- que nunca riñen con elementos propios de La Mancha más rural. El entorno “almodovariano” es sencillo de definir, es coherente con el tono de sus historias y con la época en la que se ambientan. Esto puede parecer una nimiedad, pero debemos aplaudir que un artista sepa diferenciarse del resto.
Por otro lado, y aunque la película no me parece excelentemente ejecutada, quiero destacar su vanguardismo, fruto de unos tiempos revueltos que supusieron un avance social sin precedentes. “Kika” sería muy odiada hoy día, y muchos de los elementos que la conforman harían que más de uno se llevara las manos a la cabeza. Desnudos femeninos, un retrato del hombre como un ser grotesco, egoísta e impulsivo, mujeres con numerosos vellos en las axilas, violaciones… Almodóvar parece ir un paso por delante, y nos presenta sin complejo cuestiones que aún nos cuesta aceptar. Quizá ese toquecito provocador y el carisma de su ambientación y de sus personajes promuevan que, en un futuro, le dé otra oportunidad para enamorarme.
Episodio

6,1
15.406
8
31 de enero de 2018
31 de enero de 2018
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Estoy seguro de que las (pocas) personas que me leen tienen presente la profunda decepción que sentí tras ver lo (poco) que he visto de la cuarta temporada de “Black Mirror”. Antes de enfrentarse a esta reseña, aconsejo que se visite la que hice de “Arkangel”, el episodio dirigido por Jodie Foster que me provocó sensaciones muy diferentes. Y es que “Cocodrile”, el episodio que nos ocupa, acierta en los puntos en los que el anterior fallaba, logrando con ello que sea una de las mejores historias de esta peculiar serie.
El guion, si bien es cierto, no es nada del otro mundo. Charlie Brooker sigue pareciéndome cansado, sin preocupación alguna por hacer trascender su mensaje ni por marcar las lecciones morales que nos dejaban los primeros mediometrajes. Brooker ya no reflexiona, ya no cuestiona, se limita a introducir un elemento tecnológico que afecta al desarrollo de los personajes sin plantearse en exceso los dilemas éticos que suponen. Por suerte, en este caso concreto modifica su estructura y su planteamiento lo suficiente como para resultar innovador: el nuevo cacharro protagonista tarda en hacer acto de presencia, y la historia sigue a dos personajes casi en paralelo hasta que sus caminos se cruzan. En este proceso somos testigos de la destrucción absoluta de uno de ellos, provocando una aumento de intensidad medido al milímetro que nos dejará momentos asombrosamente tensos. Gran parte de culpa la tienen, entre otras cosas, unos personajes protagonistas con los que es difícil no empatizar y la falta de miedo a colocarlos ante callejones sin salida muy bien planteados.
Las actrices que ponen rostro a esta historia también hacen un gran trabajo. Andrea Riseborough está ESPECTACULAR en todo momento, construyendo a una Mia que se percibe terroríficamente real. Su principal compañera, Kiran Sonia Sawar, también se encuentra muy convincente y, aunque no sufre un desarrollo tan profundo, nos regala una interpretación muy estable con un par de momentos de lucimiento a los que no se podría enfrentar cualquier actriz. Mención especial para quién la haya elegido: pensamos que vivimos en una sociedad muy avanzada, pero no me ha dejado de sorprender ver a una mujer con pañuelo por la tele completamente normalizada. Tanta es la impresión que la obra adquiere un plus de innovación que casa muy bien con el ambiente del metraje, con el tono de la serie y de la dirección.
Pero sin lugar a dudas es este último punto, la dirección de John Hillcoat, el que hace destacar a “Cocodrile” y mejora lo visto en el anterior. Este trabajo es soberbio, y sirve como muestra de hasta qué punto es fundamental para el buen resultado de una obra. Hillcoat nos regala una dirección rompedora, pero muy estética, plagada de imágenes que suponen una vuelta de tuerca a los cánones establecidos a la hora de contar una historia. Predominan los planos abiertos, sobretodo cuando seguimos al personaje de Andrea Riseborough, lo que potencia aún más la expresividad de los planos cortos del último tercio. Un último tercio cruel, duro, con una muestra de violencia desmedida que está tratada con sumo cuidado, causando un enorme impacto en el espectador mediante el arma más poderosa: su imaginación. Además, pese a contar con una filosofía similar a la del capítulo de Foster en cuánto a la integración de la tecnología en el universo que plantea, la propuesta de Hillcoat rebosa personalidad por todas partes. La frialdad de los paisajes irlandeses, y de los interiores escogidos, se vuelve un protagonista más de la historia y resultan impresionantes a la vista. Y sin embargo, no logran desviar la sensación de agobio, de tensión, ni la presión de la situación. En este aspecto, hay que elogiar el controvertido ritmo, que mientras unos critican por pesado o lento, yo lo aplaudo por saber transmitir esas sensaciones. Puede que no sean las sensaciones más agradables, pero no vemos “Black Mirror” para sentirnos mejores personas.
El guion, si bien es cierto, no es nada del otro mundo. Charlie Brooker sigue pareciéndome cansado, sin preocupación alguna por hacer trascender su mensaje ni por marcar las lecciones morales que nos dejaban los primeros mediometrajes. Brooker ya no reflexiona, ya no cuestiona, se limita a introducir un elemento tecnológico que afecta al desarrollo de los personajes sin plantearse en exceso los dilemas éticos que suponen. Por suerte, en este caso concreto modifica su estructura y su planteamiento lo suficiente como para resultar innovador: el nuevo cacharro protagonista tarda en hacer acto de presencia, y la historia sigue a dos personajes casi en paralelo hasta que sus caminos se cruzan. En este proceso somos testigos de la destrucción absoluta de uno de ellos, provocando una aumento de intensidad medido al milímetro que nos dejará momentos asombrosamente tensos. Gran parte de culpa la tienen, entre otras cosas, unos personajes protagonistas con los que es difícil no empatizar y la falta de miedo a colocarlos ante callejones sin salida muy bien planteados.
Las actrices que ponen rostro a esta historia también hacen un gran trabajo. Andrea Riseborough está ESPECTACULAR en todo momento, construyendo a una Mia que se percibe terroríficamente real. Su principal compañera, Kiran Sonia Sawar, también se encuentra muy convincente y, aunque no sufre un desarrollo tan profundo, nos regala una interpretación muy estable con un par de momentos de lucimiento a los que no se podría enfrentar cualquier actriz. Mención especial para quién la haya elegido: pensamos que vivimos en una sociedad muy avanzada, pero no me ha dejado de sorprender ver a una mujer con pañuelo por la tele completamente normalizada. Tanta es la impresión que la obra adquiere un plus de innovación que casa muy bien con el ambiente del metraje, con el tono de la serie y de la dirección.
Pero sin lugar a dudas es este último punto, la dirección de John Hillcoat, el que hace destacar a “Cocodrile” y mejora lo visto en el anterior. Este trabajo es soberbio, y sirve como muestra de hasta qué punto es fundamental para el buen resultado de una obra. Hillcoat nos regala una dirección rompedora, pero muy estética, plagada de imágenes que suponen una vuelta de tuerca a los cánones establecidos a la hora de contar una historia. Predominan los planos abiertos, sobretodo cuando seguimos al personaje de Andrea Riseborough, lo que potencia aún más la expresividad de los planos cortos del último tercio. Un último tercio cruel, duro, con una muestra de violencia desmedida que está tratada con sumo cuidado, causando un enorme impacto en el espectador mediante el arma más poderosa: su imaginación. Además, pese a contar con una filosofía similar a la del capítulo de Foster en cuánto a la integración de la tecnología en el universo que plantea, la propuesta de Hillcoat rebosa personalidad por todas partes. La frialdad de los paisajes irlandeses, y de los interiores escogidos, se vuelve un protagonista más de la historia y resultan impresionantes a la vista. Y sin embargo, no logran desviar la sensación de agobio, de tensión, ni la presión de la situación. En este aspecto, hay que elogiar el controvertido ritmo, que mientras unos critican por pesado o lento, yo lo aplaudo por saber transmitir esas sensaciones. Puede que no sean las sensaciones más agradables, pero no vemos “Black Mirror” para sentirnos mejores personas.

6,6
38.034
7
10 de septiembre de 2018
10 de septiembre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Un lugar tranquilo” es la última película de John Krasinski, un autor poco conocido que se aventuró con este thriller post-apocalíptico que nos propone algo curioso: el mundo ha sido invadido por un montón de bichos que se guían por el sonido, por lo que sus protagonistas deberán mantener un silencio sepulcral durante toda la obra. Un planteamiento interesante para un género que ya lo ha visto todo, un soplo de aire fresco en un mundo en el que el diálogo es el eje central de todo ejercicio narrativo. Pero no vale solo con la intención en este mundo, y no sería ésta la primera propuesta que se queda a medio camino del éxito por culpa de un exceso de confianza o un exceso de temor por parte de las productoras.
No voy a entrar en la trama, porque desde el primer momento esta obra es impactante y merece ser descubierta por el espectador. A grandes rasgos, somos testigos del día a día de una familia americana estándar -estándar de no ser por los monstruos, claro-, y de cómo sobreviven en el complejo percal en el que se encuentran. El desarrollo de los acontecimientos se centran en tres días muy concretos de sus vidas, y nos presentan una sucesión de circunstancias bastante lógica y bien hilada. No deja de ser curiosa la estructura escogida, que focaliza la acción en el último día y lo plantea como un conjunto de dificultades que la familia protagonista debe ir superando. Me ha recordado bastante a lo propuesto por “Jurassic Park”, ese formato de miniaventuras de dificultad progresiva que ponen a prueba las capacidades de los personajes.
La narrativa es un punto central de la propuesta, aunque podemos encontrarnos luces y sombras en este aspecto. De entrada, es consecuente: dicen que los protagonistas no van a pronunciar ninguna palabra y, efectivamente, no lo hacen. El contexto nos lo muestran, bien mediante una dirección artística muy de “el mundo se ha ido a la mierda” o bien con papelujos de periódico muy precisos que nos relatan la mínima información que necesitamos para entender que ocurre. Y sobre las relaciones de los personajes, lo mismo, pues es trabajo nuestro el comprender qué les guía a la hora de actuar. Por otro lado, debo criticar que la obra abuse de ciertos recursos que se pueden considerar trampa: hay diálogo, aunque sea utilizando el lenguaje de signos; y hay comunicación escrita que, no nos engañemos, dista poco de la comunicación oral. ¿Es una película muda? Sí, lo es, pero su forma de contar la historia no dista mucho de cualquier otra.
También llama la atención que su mensaje final guarde tan poca relación con su planteamiento. Como creador, es difícil no sentirse tentado a reflexionar sobre la importancia de la comunicación en las relaciones interpersonales o en lo fundamental de LA PALABRA a la hora de definir la cultura de un individuo. Pero a “Un lugar tranquilo” le dan igual todas esas vainas y se limita a contarnos una historia muy sentida, sí; pero que cabría en cualquier otra película. Dónde si apreciamos sus características definitorias es a la hora de establecer el tono o de crear la tensión de las secuencias. El absoluto silencio de gran parte del metraje le aporta un aire maravilloso y distintivo, que roza el maldito ASMR, y las secuencias de suspense adquieren nuevas cotas de intensidad cuándo sabemos que los personajes no pueden ni proferir un grito.
Desde el punto de vista técnico, nos garantiza un acabado digno. La fotografía cumple y se permite algunos juegos con el color muy resultones, y el sonido… bueno, ¿qué voy a decir del sonido? Se oye bien… El reparto también se deja disfrutar, sorprendiendo especialmente por los actores menores, que bordan sus papeles; y decepcionando especialmente por John Krasinski, que puede recordarnos demasiado a los miles de padres torturados en futuros post-apocalípticos que nos ha dejado el mundo del cine -y de los videojuegos.
Vamos a ver, “Un lugar tranquilo” NO ES la revolución que prometía. Es guay, pero no lo suficiente… AHORA BIEN, es importante matizar que los problemas de “Un lugar tranquilo” son los que he comentado. No es un problema que la película no profundice en su universo, pues aunque es interesante y me gustaría conocer más de él, no creo que repercuta directamente en lo que se pretende contar. Y por otro lado, tampoco es un problema OBVIAMENTE que la película esté ausente de comunicación oral. Porque veo mucho indignado de la life con la propuesta… y seamos claros: necesitamos propuestas así. Y si no las apoyamos mínimamente, las perderemos. AUNQUE ÉSTA NO PORQUE YA HAN ANUNCIADO SECUELA YUHU.
No voy a entrar en la trama, porque desde el primer momento esta obra es impactante y merece ser descubierta por el espectador. A grandes rasgos, somos testigos del día a día de una familia americana estándar -estándar de no ser por los monstruos, claro-, y de cómo sobreviven en el complejo percal en el que se encuentran. El desarrollo de los acontecimientos se centran en tres días muy concretos de sus vidas, y nos presentan una sucesión de circunstancias bastante lógica y bien hilada. No deja de ser curiosa la estructura escogida, que focaliza la acción en el último día y lo plantea como un conjunto de dificultades que la familia protagonista debe ir superando. Me ha recordado bastante a lo propuesto por “Jurassic Park”, ese formato de miniaventuras de dificultad progresiva que ponen a prueba las capacidades de los personajes.
La narrativa es un punto central de la propuesta, aunque podemos encontrarnos luces y sombras en este aspecto. De entrada, es consecuente: dicen que los protagonistas no van a pronunciar ninguna palabra y, efectivamente, no lo hacen. El contexto nos lo muestran, bien mediante una dirección artística muy de “el mundo se ha ido a la mierda” o bien con papelujos de periódico muy precisos que nos relatan la mínima información que necesitamos para entender que ocurre. Y sobre las relaciones de los personajes, lo mismo, pues es trabajo nuestro el comprender qué les guía a la hora de actuar. Por otro lado, debo criticar que la obra abuse de ciertos recursos que se pueden considerar trampa: hay diálogo, aunque sea utilizando el lenguaje de signos; y hay comunicación escrita que, no nos engañemos, dista poco de la comunicación oral. ¿Es una película muda? Sí, lo es, pero su forma de contar la historia no dista mucho de cualquier otra.
También llama la atención que su mensaje final guarde tan poca relación con su planteamiento. Como creador, es difícil no sentirse tentado a reflexionar sobre la importancia de la comunicación en las relaciones interpersonales o en lo fundamental de LA PALABRA a la hora de definir la cultura de un individuo. Pero a “Un lugar tranquilo” le dan igual todas esas vainas y se limita a contarnos una historia muy sentida, sí; pero que cabría en cualquier otra película. Dónde si apreciamos sus características definitorias es a la hora de establecer el tono o de crear la tensión de las secuencias. El absoluto silencio de gran parte del metraje le aporta un aire maravilloso y distintivo, que roza el maldito ASMR, y las secuencias de suspense adquieren nuevas cotas de intensidad cuándo sabemos que los personajes no pueden ni proferir un grito.
Desde el punto de vista técnico, nos garantiza un acabado digno. La fotografía cumple y se permite algunos juegos con el color muy resultones, y el sonido… bueno, ¿qué voy a decir del sonido? Se oye bien… El reparto también se deja disfrutar, sorprendiendo especialmente por los actores menores, que bordan sus papeles; y decepcionando especialmente por John Krasinski, que puede recordarnos demasiado a los miles de padres torturados en futuros post-apocalípticos que nos ha dejado el mundo del cine -y de los videojuegos.
Vamos a ver, “Un lugar tranquilo” NO ES la revolución que prometía. Es guay, pero no lo suficiente… AHORA BIEN, es importante matizar que los problemas de “Un lugar tranquilo” son los que he comentado. No es un problema que la película no profundice en su universo, pues aunque es interesante y me gustaría conocer más de él, no creo que repercuta directamente en lo que se pretende contar. Y por otro lado, tampoco es un problema OBVIAMENTE que la película esté ausente de comunicación oral. Porque veo mucho indignado de la life con la propuesta… y seamos claros: necesitamos propuestas así. Y si no las apoyamos mínimamente, las perderemos. AUNQUE ÉSTA NO PORQUE YA HAN ANUNCIADO SECUELA YUHU.

6,4
36.082
8
31 de agosto de 2018
31 de agosto de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras el destrozo que me hizo “Wanted” -es mi crítica anterior a esta, pero os la puedo resumir diciendo que es una bazofia-, tenía ganas de ver una película de filosofía similar. De organizaciones asesinas, desenfadada, que sea un canto a la acción por la acción… y decidí darle una oportunidad a “John Wick”, una obra dirigida por Chad Stahelski y David Leitch que nos habla de un hombre al que la mafia le arrebata su coche y la vida de su perro. PERO CLARO, el tipo era uno de los mejores asesinos a sueldo del mundo; y encima acaba de perder a su esposa, por lo que tiene algo de rabia contenida…
Me llamaron mucho la atención los primeros minutos después del incidente. Las películas suelen querer mostrar un desarrollo, y buscan reflejarlo con un protagonista que empieza siendo un mierdecillas y acaba siendo el puto amo. Se le plantea un RETO. A John Wick, no. Desde el primer momento nos dicen que el tipo es un asesino despiadado, la muerte personificada, el villano le teme y respeta y asume que no tiene escapatoria. John Wick es un monstruo, y los directores nos lo plantean maravillosamente en una secuencia capaz de poner la piel de gallina.
Su labor es uno de los grandes pilares de la obra. El film no se corta en su grandilocuencia, bañando al metraje de un tono épico muy funcional, con secuencias asombrosamente expresivas. Chad Stahelski y David Leitch solían currar como segunda unidad en multitud de producciones, por lo que el salto a su propio largometraje es motivo de júbilo, vistos los resultados. Los autores demuestran dominio en la narración, y son capaces de transmitir el peso de la bestia que han liberado. Todo ello con la guinda de una elegancia sobrehumana, incluso en las escenas más caóticas.
Y es que, si algo define a la figura de John Wick es la elegancia, y esa filosofía es llevada al extremo. Podemos percibirla, obviamente, en el vestuario de los personajes o en su forma de actuar; pero también la encontraremos en su cuidado montaje, en su preciso uso del lenguaje audiovisual o en las mismas coreografías de las escenas de acción: no necesitan cámara lenta, ni cambios de plano constantes ni un montaje acelerado. Hablamos de muchos de los mejores tiroteos de la historia del cine, e incluso de una forma distinta de entender este tipo de escenas.
También ayuda mucho, muchísimo, todo el universo creado alrededor del personaje. Los creadores hacen bien en enseñarnos lo justo, racaneando un poco incluso, y crean un submundo criminal que acaba estando más integrado en la trama de lo que pudiera parecer en un primer momento. Este mundo funciona bajo unas reglas muy específicas, y lo hace como un reloj suizo; pero al mismo tiempo, nunca termina de saltar a un primer nivel de la narración ni nos ofrece las respuestas que buscamos, incrementando de ese modo su misticismo. Una película normal nos lo habría presentado explícitamente, pero John Wick no: John Wick ya lo conoce, y lo maneja.
Por otro lado, el propio personaje merece un fuerte aplauso por varios motivos. Es un hombre de pocas palabras, pero de silencios que acojonan mucho; terroríficamente minucioso y absurdamente letal. Sorprende que puedas empatizar con un personaje así, y que tenga la entidad suficiente como para sustentar una película, pero gracias a la excelente interpretación de Keanu Reeves llegamos a creérnoslo con facilidad. Keanu es fundamental para esta obra, no solo por su contenido papel –más de un actor habría presionado para meter más líneas SEGURO-, sino por el gusto que da ver renacer a un querido actor que ha pasado unos años… inestables.
“John Wick” es una película de acción realmente agradable, que incluso se permite un momento para aportar capas de profundidad a la historia. Pero no tienes por qué hacerles caso: su visionado se sustenta bien en los disparos y en los golpes de efecto. Y no hay nada de malo en ello, pues el cine también tiene mucho de espectáculo circense.
Me llamaron mucho la atención los primeros minutos después del incidente. Las películas suelen querer mostrar un desarrollo, y buscan reflejarlo con un protagonista que empieza siendo un mierdecillas y acaba siendo el puto amo. Se le plantea un RETO. A John Wick, no. Desde el primer momento nos dicen que el tipo es un asesino despiadado, la muerte personificada, el villano le teme y respeta y asume que no tiene escapatoria. John Wick es un monstruo, y los directores nos lo plantean maravillosamente en una secuencia capaz de poner la piel de gallina.
Su labor es uno de los grandes pilares de la obra. El film no se corta en su grandilocuencia, bañando al metraje de un tono épico muy funcional, con secuencias asombrosamente expresivas. Chad Stahelski y David Leitch solían currar como segunda unidad en multitud de producciones, por lo que el salto a su propio largometraje es motivo de júbilo, vistos los resultados. Los autores demuestran dominio en la narración, y son capaces de transmitir el peso de la bestia que han liberado. Todo ello con la guinda de una elegancia sobrehumana, incluso en las escenas más caóticas.
Y es que, si algo define a la figura de John Wick es la elegancia, y esa filosofía es llevada al extremo. Podemos percibirla, obviamente, en el vestuario de los personajes o en su forma de actuar; pero también la encontraremos en su cuidado montaje, en su preciso uso del lenguaje audiovisual o en las mismas coreografías de las escenas de acción: no necesitan cámara lenta, ni cambios de plano constantes ni un montaje acelerado. Hablamos de muchos de los mejores tiroteos de la historia del cine, e incluso de una forma distinta de entender este tipo de escenas.
También ayuda mucho, muchísimo, todo el universo creado alrededor del personaje. Los creadores hacen bien en enseñarnos lo justo, racaneando un poco incluso, y crean un submundo criminal que acaba estando más integrado en la trama de lo que pudiera parecer en un primer momento. Este mundo funciona bajo unas reglas muy específicas, y lo hace como un reloj suizo; pero al mismo tiempo, nunca termina de saltar a un primer nivel de la narración ni nos ofrece las respuestas que buscamos, incrementando de ese modo su misticismo. Una película normal nos lo habría presentado explícitamente, pero John Wick no: John Wick ya lo conoce, y lo maneja.
Por otro lado, el propio personaje merece un fuerte aplauso por varios motivos. Es un hombre de pocas palabras, pero de silencios que acojonan mucho; terroríficamente minucioso y absurdamente letal. Sorprende que puedas empatizar con un personaje así, y que tenga la entidad suficiente como para sustentar una película, pero gracias a la excelente interpretación de Keanu Reeves llegamos a creérnoslo con facilidad. Keanu es fundamental para esta obra, no solo por su contenido papel –más de un actor habría presionado para meter más líneas SEGURO-, sino por el gusto que da ver renacer a un querido actor que ha pasado unos años… inestables.
“John Wick” es una película de acción realmente agradable, que incluso se permite un momento para aportar capas de profundidad a la historia. Pero no tienes por qué hacerles caso: su visionado se sustenta bien en los disparos y en los golpes de efecto. Y no hay nada de malo en ello, pues el cine también tiene mucho de espectáculo circense.

7,7
142.357
8
9 de agosto de 2018
9 de agosto de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Porque de repente llega la segunda y te entran las prisas por rematar lo planteado anteriormente. Y no se puede decir que “Kill Bill 2” sea excesivamente rápida, pues no lo es, pero es innegable que no se permite tanta distracción como la primera entrega. Visto con perspectiva, es una decisión muy arriesgada: cubrir el pasado, el presente y el desenlace de un personaje como Beatrix Kiddo, en una sola película, y con tres de sus cinco adversarios aún por ajusticiar. ¿No habría sido más sencillo tocar alguno de estos puntos previamente? ¿Haber allanado camino, y haber preparado un poco la evolución de tu personaje para no tener que explorarla entera en una sola obra? Bueno, la respuesta es que no, que Tarantino prefiere el camino difícil; y por mucho que nos pese, ha sabido responder adecuadamente.
Mediante un complejísimo juego de flashbacks que demuestra el dominio que tiene el autor de la narración, la obra va viajando por las partes antes mencionadas, al mismo tiempo que explora nuevos personajes y estéticas. En esta ocasión, no veremos rastro japonés ni norteamericano, pues será sustituido por el western más puro, la estética cantonesa y la sudamericana. La variedad le sigue sentando de maravilla, y aunque echaremos de menos los neones y las motos asiáticas de gran cilindrada; las autocaravanas, los antros de la América profunda, los templos recónditos y los prostíbulos mexicanos sabrán ser grandes sustitutos.
Por otro lado, Tarantino sigue igual de fuerte con su catálogo de referencias, aunque en esta ocasión se sienten más contenidas y dependientes del argumento, como si el autor mostrase más “seriedad”. Es solo una sensación, ya que de fondo nos encontramos cierta ironía en los clichés de cada género, que se muestran con más mala baba que nunca -el combate contra Pai-mei se puede considerar paródico.
Me gustaría frenar un poco en las actuaciones, pues en el anterior capítulo se me hicieron bola. Aunque Uma Thurman se mostraba estable y su interpretación nos dejaba buenos momentos, en esta nueva entrega amplía su registro, y eso se agradece. Contamos, además, con un Carradine al que el misticismo alrededor de su personaje lo eleva hasta los altares, comiéndose cada escena en la que aparece; y con una aparición de Michael Parks que me pone los pelos de punta que te cagas. Con cada guiño de ojo, me vuelve una de sus chicas❤️ Like si a ti también.
Mediante un complejísimo juego de flashbacks que demuestra el dominio que tiene el autor de la narración, la obra va viajando por las partes antes mencionadas, al mismo tiempo que explora nuevos personajes y estéticas. En esta ocasión, no veremos rastro japonés ni norteamericano, pues será sustituido por el western más puro, la estética cantonesa y la sudamericana. La variedad le sigue sentando de maravilla, y aunque echaremos de menos los neones y las motos asiáticas de gran cilindrada; las autocaravanas, los antros de la América profunda, los templos recónditos y los prostíbulos mexicanos sabrán ser grandes sustitutos.
Por otro lado, Tarantino sigue igual de fuerte con su catálogo de referencias, aunque en esta ocasión se sienten más contenidas y dependientes del argumento, como si el autor mostrase más “seriedad”. Es solo una sensación, ya que de fondo nos encontramos cierta ironía en los clichés de cada género, que se muestran con más mala baba que nunca -el combate contra Pai-mei se puede considerar paródico.
Me gustaría frenar un poco en las actuaciones, pues en el anterior capítulo se me hicieron bola. Aunque Uma Thurman se mostraba estable y su interpretación nos dejaba buenos momentos, en esta nueva entrega amplía su registro, y eso se agradece. Contamos, además, con un Carradine al que el misticismo alrededor de su personaje lo eleva hasta los altares, comiéndose cada escena en la que aparece; y con una aparición de Michael Parks que me pone los pelos de punta que te cagas. Con cada guiño de ojo, me vuelve una de sus chicas❤️ Like si a ti también.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo que sigue a esa escena, y finaliza con la historia de LA NOVIA, no es desmerecedor. Posiblemente la podamos catalogar de uno de los mejores desenlaces de la historia, y de una de las mejores batallas que se han rodado. El encuentro entre Bill y Beatrix se encuentra a la altura de las expectativas, y justifica toooodo el visionado previo. Esta lucha final se aborda desde la cotidianidad -últimamente uso demasiado esa palabra-, y sustituye un gran duelo entre katanas forjadas por los mejores maestros del mundo por una discusión de pareja. Si tu pareja es el líder de un grupo de asesinos, y tú su exempleada, claro… en unos pocos minutos, nos encontramos momentos cargados de emoción, interesantes reflexiones, catarsis, muestras de amor absoluto e incluso un combate, tan fiero y fugaz como adecuado. Un final a la altura de los personajes, con una de las derrotas más épicas -y al mismo tiempo, menos épicas- que he visto. De aplauso.
Si miramos “Kill Bill” en conjunto, es difícil encontrarle fallos. Es cierto que a muchas personas les cuesta conectar con ellas por las múltiples manías de su controvertido autor, pero ambas partes están excelentemente realizadas, y conforman una de las obras culmen de Tarantino, además de toda una lección de como entender la espectacularidad y la épica. El cine de acción no se ha encontrado todavía con un referente tan marcado, o al menos en el ámbito de la narrativa. A día de hoy, ahora que otra secuela comienza a vislumbrarse en el horizonte, solo me queda esperar que la historia se quede como está. Han sido grandes películas, sí, y han asentado las bases de la “formula Tarantino”; pero son más bonitas si pensamos que Beatrix se mantuvo esperando a Nikki durante un tiempo, pero que ésta supo perdonarla.
Si miramos “Kill Bill” en conjunto, es difícil encontrarle fallos. Es cierto que a muchas personas les cuesta conectar con ellas por las múltiples manías de su controvertido autor, pero ambas partes están excelentemente realizadas, y conforman una de las obras culmen de Tarantino, además de toda una lección de como entender la espectacularidad y la épica. El cine de acción no se ha encontrado todavía con un referente tan marcado, o al menos en el ámbito de la narrativa. A día de hoy, ahora que otra secuela comienza a vislumbrarse en el horizonte, solo me queda esperar que la historia se quede como está. Han sido grandes películas, sí, y han asentado las bases de la “formula Tarantino”; pero son más bonitas si pensamos que Beatrix se mantuvo esperando a Nikki durante un tiempo, pero que ésta supo perdonarla.
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