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Críticas 22
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
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15 de enero de 2013 1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tuve algunos problemas con El Imperio de los Sentidos (1976), de algunos me hago responsable yo, de otros responsabilizo al filme. La única actriz de rasgos orientales que me gusta (de hecho, la considero un camión) es Tia Carrere, que a sus ocho años seguramente estaba construyendo castillos de arena en alguna playa de Hawaii mientras Nagisa Ôshima rodaba la obsesión de Sada por los genitales de Kichi-San. Nada le resta más al interés de un espectador heterosexual por una película erótica que su heroína no lo erotice en lo más mínimo. ¿Qué queda? Una película cuyo mayor atractivo -por lo transgresor- son las escenas de sexo explícito (sexo real, subrayo) por las que ha trascendido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Lo que hacen estas películas no-pornográficas que se jactan de incluir penetraciones reales, fellatios reales y huevos reales introducidos en vaginas reales es fijar un parámetro de realidad del que ya no se pueden bajar: cualquier acción posterior se medirá con la misma vara de verosimilitud. Las mutilaciones de la insoportable Anticristo de Lars Von Trier consiguen pasar la prueba; las de la ampulosa Calígula de Tinto Brass y -ojo, cuento el final- de El Imperio de los Sentidos no. Y no es que sea un espectador sediento de snuff (todo lo contrario, me revuelve el estómago y creo que tanto sus productores como sus consumidores deberían estar tras las rejas) o de amputaciones ultrarrealistas, sino de coherencia.

Embadurnada en sangre de un color poco creíble y aferrada al pene y los testículos de su amado Kichi-San como si fuesen trofeos, Sada le pone fin a 109 minutos tan exquisitos como aburridos. Punto para Sada.
21 de noviembre de 2012
5 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
No me gustan los deportes. Ninguno. Me aburre verlos, jugarlos y escuchar cualquier conversación o debate que los tenga como centro. Cuando estoy con un grupo de personas y empiezan a hablar de fútbol, siento que me están pidiendo que me retire, que me vaya a alguna otra parte. Los deportes forman parte del vasto catálogo de cosas que me importan un rábano: mi curiosidad es muy limitada; los temas que realmente despiertan mi interés son tres o cuatro.

Cuando un narrador (un cineasta, un escritor, un interlocutor) logra que algunas cosas del mencionado catálogo me llamen la atención hasta el punto de que me parezca (por tres horas, dos horas o unos minutos) la cosa más copada del Universo, se gana toda mi admiración y respeto. Lo hace Martín Kohan con el boxeo en Bahía Blanca, lo hace Scorsese con el mundo de las apuestas en Casino y lo hace Spielberg casi todo el tiempo con la ufología, la arqueología, la genética o lo que se le antoje.

Top Gun es un blanco fácil, se la puede atacar por varios flancos y en cualquiera de ellos reducirla por completo. Se me ocurren por lo menos 23 razones para decir que no sólo es una mala película, sino que también no merece estar en el corazón de los ochentosos más nostálgicos. Pero su punto más vulnerable, aquél en el que puedo disparar a esta Estrella de la Muerte y hacerla volar en mil pedazos en cuestión de segundos es que mi desinterés por la aviación, la vida de los aviadores y la jerga técnica que usan permaneció intacto durante los 110 minutos del filme de 1986 con Tom Cruise. Con el agravante de que, es justo aclararlo, tenía todas las ganas del mundo de que me gustara.
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