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10
23 de abril de 2025
23 de abril de 2025
Sé el primero en valorar esta crítica
Apollo 11 no es el típico documental que te lo cuenta todo como si fueras tonto. No hay voces solemnes explicando lo obvio, ni expertos hablando desde un cómodo sillón. Aquí no hay espacio para el narcisismo del narrador. Lo que hay es algo mucho mejor: el viaje, tal cual fue. Sin adornos, sin dramatizaciones baratas. Solo las imágenes originales, limpias, asombrosas, como si hubieran sido rodadas ayer. Y la sensación (a veces abrumadora) de estar ahí, dentro de esa cápsula diminuta, rumbo a la Luna.
Sabemos cómo termina esta historia. Pero eso no le quita ni un gramo de emoción. Al contrario. Hay un temblor muy hondo en ver a esos tres hombres (Armstrong, Aldrin, Collins) enfrentarse al abismo con una calma que no parece de este mundo. No son superhéroes. No son mártires. Son tipos normales haciendo algo imposible con una mezcla rara de sangre fría y poesía muda.
La película no pierde el tiempo con biografías, ni con discursos patrioteros, ni con la eterna Guerra Fría. Solo la misión. El despegue, el alunizaje, el regreso. Todo contado con una precisión quirúrgica y una elegancia casi silenciosa. La música, el montaje, los silencios... hay momentos en los que uno se olvida de respirar. Porque sí, sabes que van a volver, pero durante un rato no estás tan seguro.
Hay imágenes que se te clavan: la multitud esperando en Cabo Cañaveral, como si estuvieran en misa; los zumbidos de los helicópteros, las respiraciones contenidas, el instante exacto en el que el módulo se posa sobre la superficie lunar. No hay necesidad de subrayar nada. Basta con mirar.
Y de pronto, lo imposible ocurre. Y ahí estás tú, mirando desde la butaca, con los pelos de punta y la garganta un poco apretada, dándote cuenta de que durante hora y media fuiste parte de algo inmenso. Un pasajero anónimo de la historia. Un testigo silencioso del día en que la humanidad dejó de mirar el cielo con miedo y empezó a pisarlo con respeto.
Apollo 11 es una obra sobria, hermosa, sin pretensiones, y por eso mismo, inolvidable. Un documental que no te explica el milagro, pero te deja sentirlo. Y eso es lo que hace grande al cine.
Sabemos cómo termina esta historia. Pero eso no le quita ni un gramo de emoción. Al contrario. Hay un temblor muy hondo en ver a esos tres hombres (Armstrong, Aldrin, Collins) enfrentarse al abismo con una calma que no parece de este mundo. No son superhéroes. No son mártires. Son tipos normales haciendo algo imposible con una mezcla rara de sangre fría y poesía muda.
La película no pierde el tiempo con biografías, ni con discursos patrioteros, ni con la eterna Guerra Fría. Solo la misión. El despegue, el alunizaje, el regreso. Todo contado con una precisión quirúrgica y una elegancia casi silenciosa. La música, el montaje, los silencios... hay momentos en los que uno se olvida de respirar. Porque sí, sabes que van a volver, pero durante un rato no estás tan seguro.
Hay imágenes que se te clavan: la multitud esperando en Cabo Cañaveral, como si estuvieran en misa; los zumbidos de los helicópteros, las respiraciones contenidas, el instante exacto en el que el módulo se posa sobre la superficie lunar. No hay necesidad de subrayar nada. Basta con mirar.
Y de pronto, lo imposible ocurre. Y ahí estás tú, mirando desde la butaca, con los pelos de punta y la garganta un poco apretada, dándote cuenta de que durante hora y media fuiste parte de algo inmenso. Un pasajero anónimo de la historia. Un testigo silencioso del día en que la humanidad dejó de mirar el cielo con miedo y empezó a pisarlo con respeto.
Apollo 11 es una obra sobria, hermosa, sin pretensiones, y por eso mismo, inolvidable. Un documental que no te explica el milagro, pero te deja sentirlo. Y eso es lo que hace grande al cine.
23 de abril de 2025
23 de abril de 2025
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Once Upon a Time in Hollywood es mucho más que el capricho visual de un Tarantino en modo nostálgico. Es su forma de decir adiós. Con cariño, sí, pero también con esa melancolía que deja el saber que lo que se fue, no vuelve. Aquí no hay solo glamour, música pegajosa y referencias para cinéfilos: hay tristeza. Hay ternura. Hay una conciencia dolorosa del tiempo que se escapa.
DiCaprio, vulnerable y genial; Pitt, magnético hasta cuando no dice nada; y Margot Robbie, etérea como un recuerdo que no se quiere perder. Juntos habitan un Hollywood que ya no existe, o que quizá nunca existió como lo soñamos. Tarantino, entre la recreación preciosista y el guiño cinéfilo, se detiene en algo mucho más humano: el miedo de los actores a dejar de importar, la angustia de volverse prescindibles en una industria que fabrica mitos a la misma velocidad que los entierra.
Es una película sobre la soledad que hay detrás de la fama, sobre lo que se pierde cuando uno se ha pasado la vida fingiendo ser otros. Un homenaje sin cursilerías a esos intérpretes que un día hicieron soñar al mundo y que ahora apenas recuerdan quiénes eran cuando se apagan las cámaras. Tarantino los abraza, les inventa un final distinto, más justo, más digno. Porque en el fondo, él también sabe que las leyendas, incluso las más luminosas, también envejecen. Y duelen.
DiCaprio, vulnerable y genial; Pitt, magnético hasta cuando no dice nada; y Margot Robbie, etérea como un recuerdo que no se quiere perder. Juntos habitan un Hollywood que ya no existe, o que quizá nunca existió como lo soñamos. Tarantino, entre la recreación preciosista y el guiño cinéfilo, se detiene en algo mucho más humano: el miedo de los actores a dejar de importar, la angustia de volverse prescindibles en una industria que fabrica mitos a la misma velocidad que los entierra.
Es una película sobre la soledad que hay detrás de la fama, sobre lo que se pierde cuando uno se ha pasado la vida fingiendo ser otros. Un homenaje sin cursilerías a esos intérpretes que un día hicieron soñar al mundo y que ahora apenas recuerdan quiénes eran cuando se apagan las cámaras. Tarantino los abraza, les inventa un final distinto, más justo, más digno. Porque en el fondo, él también sabe que las leyendas, incluso las más luminosas, también envejecen. Y duelen.

6,7
353
5
23 de abril de 2025
23 de abril de 2025
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Esta película no necesita levantar la voz para golpear donde duele. Habla de lo que nos pasa (y de lo que ya casi ni sabemos cómo nombrar) con una honestidad que desarma. Retrata, sin panfletos ni imposturas, el naufragio lento de una clase media europea que todavía se esfuerza en mantener la cabeza fuera del agua mientras el mundo que conocía se desmorona a su alrededor.
No hay sermones ni golpes bajos, solo una mirada cargada de ternura, de esa que no idealiza pero tampoco se rinde. La cámara se posa en lo cotidiano (en el curro gris, en la casa que ya no abriga, en los silencios que dicen más que cualquier diálogo) y desde ahí construye algo mucho más poderoso que la denuncia: una pequeña verdad.
La paternidad y el duelo son los hilos que sostienen esta historia. No solo el duelo por los que ya no están, sino por todo lo que fuimos dejando atrás: los sueños, los vínculos, esa forma de vivir que parecía tener sentido. Y sin embargo, entre tanta ruina emocional y económica, la película insiste en lo más difícil: mostrar cómo la gente, con lo poco que le queda, sigue intentando querer, sostener, buscar algo que se parezca a un porqué. Y eso, créanme, es mucho más que suficiente.
No hay sermones ni golpes bajos, solo una mirada cargada de ternura, de esa que no idealiza pero tampoco se rinde. La cámara se posa en lo cotidiano (en el curro gris, en la casa que ya no abriga, en los silencios que dicen más que cualquier diálogo) y desde ahí construye algo mucho más poderoso que la denuncia: una pequeña verdad.
La paternidad y el duelo son los hilos que sostienen esta historia. No solo el duelo por los que ya no están, sino por todo lo que fuimos dejando atrás: los sueños, los vínculos, esa forma de vivir que parecía tener sentido. Y sin embargo, entre tanta ruina emocional y económica, la película insiste en lo más difícil: mostrar cómo la gente, con lo poco que le queda, sigue intentando querer, sostener, buscar algo que se parezca a un porqué. Y eso, créanme, es mucho más que suficiente.

5,7
62
3
23 de abril de 2025
23 de abril de 2025
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Esta película es un retrato sobrio y despojado de artificios sobre vidas que transcurren sin rumbo ni propósito claro. Vidas anónimas, invisibles, como tantas que pueblan las calles de cualquier ciudad contemporánea. No hay grandes gestos ni dramatismos: solo la sensación persistente de vacío, de estar vivos sin saber muy bien por qué ni hacia dónde.
En una sociedad donde encontrar un camino ya es difícil, compartirlo con alguien lo es aún más. La cinta no busca impresionar ni conmover de forma evidente; su fuerza está en lo que insinúa, en esa incomodidad sutil que deja al espectador al verse reflejado, aunque sea por un instante, en esos personajes solitarios y desorientados. Una radiografía cruda, pero honesta, de lo poco que somos cuando el sentido se diluye y la conexión con los demás parece inalcanzable.
En una sociedad donde encontrar un camino ya es difícil, compartirlo con alguien lo es aún más. La cinta no busca impresionar ni conmover de forma evidente; su fuerza está en lo que insinúa, en esa incomodidad sutil que deja al espectador al verse reflejado, aunque sea por un instante, en esos personajes solitarios y desorientados. Una radiografía cruda, pero honesta, de lo poco que somos cuando el sentido se diluye y la conexión con los demás parece inalcanzable.
3
23 de abril de 2025
23 de abril de 2025
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Ale y Pietro son dos adolescentes napolitanos que, cámara en mano y con la naturalidad de quien no tiene nada que perder, se graban a sí mismos con un iPhone. Lo que podría parecer un simple ejercicio de autoexpresión se convierte rápidamente en algo mucho más potente: un retrato crudo, urgente y profundamente humano de su entorno.
A través de sus vídeos, no solo conocemos sus inquietudes, sus enfados, sus momentos de ternura o rabia, sino que somos arrastrados sin filtros al corazón de los barrios marginales de Nápoles. Sin artificios ni concesiones, su mirada es directa, espontánea y dolorosamente honesta. Lo que construyen, casi sin proponérselo, es una crónica trágica pero también llena de sensibilidad: un testimonio de vidas marcadas por la precariedad, sí, pero también por una fuerza vital que resiste, aunque sea a duras penas, al olvido.
A través de sus vídeos, no solo conocemos sus inquietudes, sus enfados, sus momentos de ternura o rabia, sino que somos arrastrados sin filtros al corazón de los barrios marginales de Nápoles. Sin artificios ni concesiones, su mirada es directa, espontánea y dolorosamente honesta. Lo que construyen, casi sin proponérselo, es una crónica trágica pero también llena de sensibilidad: un testimonio de vidas marcadas por la precariedad, sí, pero también por una fuerza vital que resiste, aunque sea a duras penas, al olvido.
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