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Críticas ordenadas por utilidad
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6,1
21.391
6
20 de enero de 2011
20 de enero de 2011
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Un tiempo a esta parte, una pléyade de jóvenes cineastas sevillanos han demostrado que se pueden tejer buenas películas con los mimbres de la sencillez, sin abundar en alharacas ni en historias enrevesadas, dibujando personajes reconocibles y cercanos que no chirríen en exceso.
El fuego lo abrió Benito Zambrano con “Solas”, y por esa estela siguieron otros realizadores hispalenses como Chiqui Caravante (“Carlos contra el mundo”, Jesús Ponce (“15 días contigo”) o el que ahora nos ocupa, Alberto Rod´ríguez.
“7 vírgenes” parte de una historia acotada en el tiempo, las 48 horas de libertad de que dispone un adolescente internado en un reformatorio para acudir a la boda de su hermano y reencontrarse, de paso, con su insegura novia y su amigo de toda la vida, una situación, la temporal, digo, que ofrece posibilidades cuando está bien narrada y aquí lo está, sin duda, pues en ningún momento se tiene la sensación de que el reloj falle. La trama, por otro lado, mantiene interesado al espectador a lo largo de la hora y media que dura la película, quizá debido al buen trazo con que están dibujados los personajes y al ritmo certero que emplea Rodríguez, poco dado a disipar la narración en vericuetos ajenos a la idea central.
Si exceptuamos algún punto que queda sin definir del todo y cierto recurso del guión que es más un esbozo que otra cosa, así como la brusquedad de una situación dramática que no desvelaré para mantener la incertidumbre de quien no la haya visto, puede decirse que la película de Rodríguez es correcta, tanto como la de otros paisanos suyos, pero carece de más mérito que ése. Ni siquiera la interpretación de Juan José Ballesta, reconocida en un festival reciente con un premio y de la que yo destacaría únicamente su naturalidad, me parece tan sorprendente como para recibir un galardón, aunque quizá sus competidores no lo merecieran tanto como él.
En fin, que no está el cine actual como para echar las campanas al vuelo y se agradece la sencillez y honestidad de realizadores como Alberto Rodríguez, pero a uno le gustaría ver algo más que corrección en la gran pantalla, quizá historias que traspasen el límite de lo digno y dejen algo superior a un buen sabor de boca.
El fuego lo abrió Benito Zambrano con “Solas”, y por esa estela siguieron otros realizadores hispalenses como Chiqui Caravante (“Carlos contra el mundo”, Jesús Ponce (“15 días contigo”) o el que ahora nos ocupa, Alberto Rod´ríguez.
“7 vírgenes” parte de una historia acotada en el tiempo, las 48 horas de libertad de que dispone un adolescente internado en un reformatorio para acudir a la boda de su hermano y reencontrarse, de paso, con su insegura novia y su amigo de toda la vida, una situación, la temporal, digo, que ofrece posibilidades cuando está bien narrada y aquí lo está, sin duda, pues en ningún momento se tiene la sensación de que el reloj falle. La trama, por otro lado, mantiene interesado al espectador a lo largo de la hora y media que dura la película, quizá debido al buen trazo con que están dibujados los personajes y al ritmo certero que emplea Rodríguez, poco dado a disipar la narración en vericuetos ajenos a la idea central.
Si exceptuamos algún punto que queda sin definir del todo y cierto recurso del guión que es más un esbozo que otra cosa, así como la brusquedad de una situación dramática que no desvelaré para mantener la incertidumbre de quien no la haya visto, puede decirse que la película de Rodríguez es correcta, tanto como la de otros paisanos suyos, pero carece de más mérito que ése. Ni siquiera la interpretación de Juan José Ballesta, reconocida en un festival reciente con un premio y de la que yo destacaría únicamente su naturalidad, me parece tan sorprendente como para recibir un galardón, aunque quizá sus competidores no lo merecieran tanto como él.
En fin, que no está el cine actual como para echar las campanas al vuelo y se agradece la sencillez y honestidad de realizadores como Alberto Rodríguez, pero a uno le gustaría ver algo más que corrección en la gran pantalla, quizá historias que traspasen el límite de lo digno y dejen algo superior a un buen sabor de boca.

6,8
5.285
4
28 de agosto de 2011
28 de agosto de 2011
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El hecho histórico de que tres bandos enemigos se reconciliaran temporalmente durante la Nochebuena de 1914, recién iniciada la Primera Guerra Mundial, para celebrar esta festividad es lo más relevante de esta película fría y carente de emoción, fabricada de momentos de cierta intensidad que pueden contarse con los dedos de una mano. Con tal premisa, la de ejércitos que se reconcilian en una guerra, digo, podría haberse armado una obra más compacta y emocionante, dotada de una mayor calidez, pero la película se queda precisamente en lo contrario, en un amasijo de piezas dispersas de las que sólo algunas logran transmitir algo que podría calificarse de emoción.
El arranque de “Feliz Navidad” es tedioso, por otro lado: nada aconsejable para quien se sumerja en ella con sueño o desidia, y cuando por fin, tras un espeso preámbulo que no consigue despertar el interés del espectador, la historia despega, nos seguimos quedando a ras de suelo porque las diversas situaciones se tambalean peligrosamente y, salvo una o dos secuencias que nos enganchan más por el fondo que por la forma, la película no adquiere la enjundia necesaria ni la calidez exigida en este tipo de historias.
Por tanto, “Feliz Navidad” pasa sin pena ni gloria, como un entretenimiento más, sin ni siquiera conseguir del todo esa cualidad porque le sobra metraje, sobre todo en su primera mitad. Lo que podría haber sido una película grande, conmovedora y hermosa, se ha quedado por desgracia en humo de paja, más superficie que hondura, menos gesto que esbozo.
El arranque de “Feliz Navidad” es tedioso, por otro lado: nada aconsejable para quien se sumerja en ella con sueño o desidia, y cuando por fin, tras un espeso preámbulo que no consigue despertar el interés del espectador, la historia despega, nos seguimos quedando a ras de suelo porque las diversas situaciones se tambalean peligrosamente y, salvo una o dos secuencias que nos enganchan más por el fondo que por la forma, la película no adquiere la enjundia necesaria ni la calidez exigida en este tipo de historias.
Por tanto, “Feliz Navidad” pasa sin pena ni gloria, como un entretenimiento más, sin ni siquiera conseguir del todo esa cualidad porque le sobra metraje, sobre todo en su primera mitad. Lo que podría haber sido una película grande, conmovedora y hermosa, se ha quedado por desgracia en humo de paja, más superficie que hondura, menos gesto que esbozo.

5,8
15.361
2
19 de enero de 2011
19 de enero de 2011
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
La combinación de fantasmas y niños ha sido un tema recurrente en el cine de terror y hay sobrados ejemplos de ello, aunque no siempre afortunados. De entre los títulos más lúcidos se me ocurren a bote pronto la turbia “Suspense”, de Jack Clayton, que trasciende el género, y la no menos inquietante “Los otros”, de Alejandro Amenábar, que lo desborda. De entre los menos acertados yo citaría la sobrevalorada “El sexto sentido”, de M. Night Shyamalan, cuyas trampas de guión y maneras telefílmicas lograron cautivar a los críticos.
“Frágiles”, quinto largometraje de Jaume Balagueró, vuelve a echar mano del consabido cóctel y lo sirve sin tapujos, sentando desde el inicio las bases del género con un arranque lo suficientemente impactante como para no dejar lugar a dudas. No tiene, desde luego, esta nueva película de Balagueró la densidad y ambigüedad de su anterior largo, “Darkness”, sino que adolece más bien de todo lo contrario: la historia se nos va dando a retazos, con golpes de guión que apenas dejan sitio a la sorpresa porque todo nos suena a ya visto otras veces. Balagueró filma con ritmo intenso, casi frenético, acortando los diálogos entre los personajes y haciendo gala de un efectismo excesivo que lo único que consigue es mantenernos entretenidos, ¡menos mal!, pero sin sorprendernos en ningún momento.
Está claro que Balagueró se ha dejado imbuir del espíritu norteamericano más acelerado, ése que consiste en narrar sin dar tregua al espectador, si bien lo ha cubierto de un breve ropaje de coherencia europea, escaso de renovación y sobrado de tópicos. “Frágiles” satisfará a quienes buscan entretenimiento a secas y decepcionará a los que, como yo, siempre esperan una vuelta de tuerca en el cine de terror, un género que parece haberse quedado estancado en formas manidas y poco estimulantes.
“Frágiles”, quinto largometraje de Jaume Balagueró, vuelve a echar mano del consabido cóctel y lo sirve sin tapujos, sentando desde el inicio las bases del género con un arranque lo suficientemente impactante como para no dejar lugar a dudas. No tiene, desde luego, esta nueva película de Balagueró la densidad y ambigüedad de su anterior largo, “Darkness”, sino que adolece más bien de todo lo contrario: la historia se nos va dando a retazos, con golpes de guión que apenas dejan sitio a la sorpresa porque todo nos suena a ya visto otras veces. Balagueró filma con ritmo intenso, casi frenético, acortando los diálogos entre los personajes y haciendo gala de un efectismo excesivo que lo único que consigue es mantenernos entretenidos, ¡menos mal!, pero sin sorprendernos en ningún momento.
Está claro que Balagueró se ha dejado imbuir del espíritu norteamericano más acelerado, ése que consiste en narrar sin dar tregua al espectador, si bien lo ha cubierto de un breve ropaje de coherencia europea, escaso de renovación y sobrado de tópicos. “Frágiles” satisfará a quienes buscan entretenimiento a secas y decepcionará a los que, como yo, siempre esperan una vuelta de tuerca en el cine de terror, un género que parece haberse quedado estancado en formas manidas y poco estimulantes.

6,4
15.460
8
27 de enero de 2011
27 de enero de 2011
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En “Gallipoli (1981), Peter Weir ofrecía un retrato descarnado y lúcido sobre la guerra, en aquella ocasión la primera mundial, y de los jóvenes que combatían en ella y acababan siendo vampirizados por su furia desatada. Treinta años más tarde, Weir vuelve a desplegar ante nosotros el lienzo de otra guerra, esta vez la segunda que sacudía al mundo, y si en el filme de 1981 veíamos correr a un soldado con vocación de atleta para llevar un mensaje, en ésta asistimos a otro tipo de carrera, más lenta, pero igualmente frenética, en busca de la libertad.
Ha sido grato reencontrarse con este artesano oriundo de Australia y con su cine más personal, el que nos cautivara en trabajos como “El año que vivimos peligrosamente” (otra vez la guerra) o “La costa de los mosquitos”. Reconoce uno elementos de esas obras en esta “Camino a la libertad” (desafortunada traducción al castellano del título original, “The way back”, perfectamente definitorio de lo que se cuenta), no porque asistamos al conflicto bélico, del que sólo vemos un trasfondo apenas difuminado, la intuición de su existencia allá a lo lejos, sino porque aparece nuevamente el hombre en lucha con la naturaleza y esa suerte de misticismo difuso que hemos visto en otras películas de Weir.
Con un tratamiento que por momentos recuerda al documental, “Camino a la libertad” es la crónica de una fuga en plena Segunda Guerra Mundial que transcurre ajena a ella y por sus aledaños, narrada con medida contención y a brochazos. Porque si algo caracteriza esta película es una sequedad concisa y brusca que no escatima en realismo de alta precisión para hacer partícipe al espectador de las penalidades que sufren sus personajes. Esa es, sin duda, una de las mayores virtudes de una película que, a pesar de estar contada de un modo apacible, se mueve en todo momento hacia delante, como esos hombres que han dejado atrás el GULAG ruso para llegar a alguna parte tan sólo con la ayuda de sus pies.
A través de sonidos y paisajes que van dando cuenta con certera atmósfera del periplo de estos desarraigados, Weir nos sumerge de lleno en esa a veces procelosa naturaleza que tan bien ha sabido describir en su cine, dándonos nuevamente un retrato de la desesperación como el que ya nos ofreciera, de manera muy distinta, en la mencionada y notable “Gallipoli”. “The way back” es también la historia de una epopeya, salpicada de una épica poco dada a la desmesura, acomodada al discurrir de la evasión y sus múltiples e intrincados dobleces. Creo sinceramente que este cineasta australiano ha vuelto a estar a la altura de las circunstancias con esta película sobre la huida y labúsqueda de algo mejor y agradecemos su trazo firme y desprovisto de artificios para contarlo sin que suene a reiteración.
Ha sido grato reencontrarse con este artesano oriundo de Australia y con su cine más personal, el que nos cautivara en trabajos como “El año que vivimos peligrosamente” (otra vez la guerra) o “La costa de los mosquitos”. Reconoce uno elementos de esas obras en esta “Camino a la libertad” (desafortunada traducción al castellano del título original, “The way back”, perfectamente definitorio de lo que se cuenta), no porque asistamos al conflicto bélico, del que sólo vemos un trasfondo apenas difuminado, la intuición de su existencia allá a lo lejos, sino porque aparece nuevamente el hombre en lucha con la naturaleza y esa suerte de misticismo difuso que hemos visto en otras películas de Weir.
Con un tratamiento que por momentos recuerda al documental, “Camino a la libertad” es la crónica de una fuga en plena Segunda Guerra Mundial que transcurre ajena a ella y por sus aledaños, narrada con medida contención y a brochazos. Porque si algo caracteriza esta película es una sequedad concisa y brusca que no escatima en realismo de alta precisión para hacer partícipe al espectador de las penalidades que sufren sus personajes. Esa es, sin duda, una de las mayores virtudes de una película que, a pesar de estar contada de un modo apacible, se mueve en todo momento hacia delante, como esos hombres que han dejado atrás el GULAG ruso para llegar a alguna parte tan sólo con la ayuda de sus pies.
A través de sonidos y paisajes que van dando cuenta con certera atmósfera del periplo de estos desarraigados, Weir nos sumerge de lleno en esa a veces procelosa naturaleza que tan bien ha sabido describir en su cine, dándonos nuevamente un retrato de la desesperación como el que ya nos ofreciera, de manera muy distinta, en la mencionada y notable “Gallipoli”. “The way back” es también la historia de una epopeya, salpicada de una épica poco dada a la desmesura, acomodada al discurrir de la evasión y sus múltiples e intrincados dobleces. Creo sinceramente que este cineasta australiano ha vuelto a estar a la altura de las circunstancias con esta película sobre la huida y labúsqueda de algo mejor y agradecemos su trazo firme y desprovisto de artificios para contarlo sin que suene a reiteración.
8 de marzo de 2016
8 de marzo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Manuel Mur Oti pertenece a esa estirpe de cineastas españoles que se apartaron decididamente de los modos y cauces imperantes en la industria española de los años 50 para hacer películas que bebían sin pudor de las fuentes del Hollywood más clásico. Al igual que Edgar Neville y otros, Mur Oti supo utilizar esas influencias para narrar las historias que le atraían, a menudo teñidas de un dramatismo que podía resultar incluso excesivo.
Un hombre va por el camino constituye su primera incursión en la dirección cinematográfica, y no cabe duda de que Mur Oti empezó con buen pie. Se trata de un melodrama enclavado en el ámbito rural, salpicado de un levísimo toque de western, narrado en clave naturalista y con creíbles interpretaciones que sólo en alguna ocasión se dejan llevar por cierta afectación.
Es verdad que Mur Oti recurre a determinados trucos de guión para dar más consistencia al melodrama y justificar el argumento que propone, a la par que, según su costumbre, impregna todo el metraje con una sempiterna banda sonora que contradice la aversión que cineastas como Buñuel le tenían a la música compuesta para películas y que posteriormente el movimiento Dogma se encargaría de subrayar en su manifiesto creativo. Pero obviando esos hábitos, propios de un director que esgrimía su clasicismo sin tapujos, la película fluye con precisión y se ve con agrado e interés.
Un hombre va por el camino constituye su primera incursión en la dirección cinematográfica, y no cabe duda de que Mur Oti empezó con buen pie. Se trata de un melodrama enclavado en el ámbito rural, salpicado de un levísimo toque de western, narrado en clave naturalista y con creíbles interpretaciones que sólo en alguna ocasión se dejan llevar por cierta afectación.
Es verdad que Mur Oti recurre a determinados trucos de guión para dar más consistencia al melodrama y justificar el argumento que propone, a la par que, según su costumbre, impregna todo el metraje con una sempiterna banda sonora que contradice la aversión que cineastas como Buñuel le tenían a la música compuesta para películas y que posteriormente el movimiento Dogma se encargaría de subrayar en su manifiesto creativo. Pero obviando esos hábitos, propios de un director que esgrimía su clasicismo sin tapujos, la película fluye con precisión y se ve con agrado e interés.
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