Haz click aquí para copiar la URL
España España · Móstoles
You must be a loged user to know your affinity with lyncheano
Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
1 de julio de 2008
58 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quizás hayan escuchado alguna vez que las escenas más brutales que nos ha legado la gran pantalla son las de ''La Matanza de Texas'', algo con lo que estoy muy de acuerdo si a lo que nos referimos es a crudeza gráfica y tensión mortal, pero si lo que queremos es chocar contra la situación más desagradable, cruda, terrible, malvada y desalentadora que nos podamos imaginar, obligatoriamente tenemos que ver esta película de culto, película de autor, película experimental u obra maestra a secas. ''Funny Games'' es lo más horrible y realista que uno pueda sentarse a ver hoy en día. Cinta olvidada por el gran público, algo lógico, pues sus escenas de violencia gratuita y salvaje, aunque jamás se nos llegue a mostrar nada de sangre ni mucho menos ''gore explícito'', no son aptas para todo el mundo. De hecho, apostaría a que más de uno y de dos se vieron obligados a salir de la sala para ir a vomitar su tensión al baño. Y vuelvo a repetir que no aparece nada de casquería, es simplemente que la situación es tan real, tan grave, tan desesperanzadora y, sobre todo, tan posible, que la gente no puede aguantar tal despliegue de maldad humana para con nosotros mismos y prefiere cerrar los ojos y no quedarse a ver algo que probablemente hayan tenido que sufrir algunas personas en sus carnes, pues recordemos que el intrusismo del hogar es algo lamentablemente de moda, y a veces no sólo para robar, como es el caso que nos ocupa.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Uno de los muchos aciertos de Haneke consiste en despojar al film de un posible final feliz, limitándose a crear una sorprendente complicidad con los espectadores, con quienes uno de los dos jóvenes criminales llega incluso a hablar y compartir opiniones.Se dedica además a jugar con la posibilidad de que al menos alguno de los miembros de la familia (una familia que estereotipa la cotidianeidad de la forma de vida de la clase media-alta austriaca, y por extensión de toda sociedad de bienestar, tan arraigada en el cine de Haneke; el ultraje de la realidad que todos conocemos, de la seguridad y comodidad burguesa, ajenas al peligro que en este caso viene (¿totalmente?) desde fuera) escape, como parece sugerir en la memorable y larguísima escena en la que los asesinos se marchan para darles una oportunidad (que de alguna inquietante manera casi parece como si no tuvieran el valor necesario de aprovechar) después de haber matado al crío. Pero poco después acaban con nuestras esperanzas y nos recuerdan que aquí no hay concesiones, ni héroes, ni nada que escape a lo que posiblemente ocurriera en una situación así en la vida real. En palabras del educado criminal protagonista de la cinta: ''hemos de darle a la gente un final creíble, ¿no?'', y por eso, cuando en un descuido la mujer mata a su bobo compañero de fechorías, el joven rebobina la cinta y evita ese poco probable suceso de película comercial americana. Es un elemento nada real que el director utiliza magistralmente para que todo sea más realista, una evidente pero a la vez exquisita paradoja cinematográfica que es toda una revelación de intenciones y de estilo. Las actuaciones, ''a pesar de'' esas brillantes e hipertensas tomas interminables, son de lo mejorcito que he visto en mucho tiempo. Totalmente creíble, y por eso brutalmente sobrecogedora. Los delincuentes van pasando de casa en casa, amparados en la soledad y tranquilidad del lugar, matando a los propietarios de cada una de ellas valiéndose del hecho de que cada futura víctima les hubiera visto en casa del anterior vecino, como para darle un toque de familiaridad y alejar la desconfianza hacia el extraño, y así entran pidiendo huevos de parte de ese vecino que el otro conoce tan bien, iniciando una vez más su macabro juego. Tan sencillo como terrible. El hábil director no intenta darnos una explicación de por qué lo hacen, simplemente lo convierte en algo más dentro del macabro juego que nos plantea, y nos sugiere que escojamos como motivo lo que mejor nos haga sentir o lo que prefiramos según nuestra propia percepción de la realidad social, pues al fin y al cabo eso no importa en este momento. Lo que importa en este momento, si no me equivoco, es que estás fuera de combate... y hay dos tipos en tu casa que van a hacer sufrir y luego van a asesinar a tu hijo. Y luego a tu esposa. Y después a ti, por supuesto.
14 de febrero de 2008
57 de 71 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras maestras son, por definición, esas películas de las que uno se siente algo ridículo cuando intenta hablar de ellas, pues prevalece la incapacidad de transmitir con simples palabras todo lo que representan, significan y nos hacen sentir. La primera vez que la vi, estaba preparado para disfrutar de una obra de Lynch nada lynchiana, la menos personal de sus películas. Sin embargo, una vez terminaron los títulos de crédito, llegué a la conclusión (indiscutible, por otro lado) de que alguien que sentía la necesidad de plasmar en imágenes una historia como esta, es porque sin duda la tiene muy dentro de sí mismo, y por tanto la obra en cuestión adquiere de inmediato carácter único y personal, algo que en manos de David supone ser una de las películas más B O N I T A S de la historia del cine. Una obra íntima, personal y universal, porque... ¿qué hay más universal e íntimo en este mundo que el amor fraternal y el análisis personal de toda una vida en un momento dado de la vejez? La historia parte de una simple premisa: un anciano que decide recorrer más de 500 kilómetros con su cortadora de césped John Deere para volver a ver a su hermano con el que hacía diez años que no se hablaba. Simple, enternecedor, adorablemente ingenuo si se prefiere. Pero a medida que vamos entrando en la película, nos vamos dando cuenta de la complejidad de todo este asunto. Complejo como la vida misma, como el corazón humano, porque esta es sin duda la película más bella y directa de David Lynch, hablando, podríamos decir, según el estereotipo clásico de belleza en cuanto a su profundidad visual, sonora y argumental se refieren. Nos dejamos mecer en la melancólica melodía de Badalamenti mientras contemplamos los vastos maizales de Iowa, recorremos la América más profunda e idiosincrásica de la mano de una cálida fotografía que casi parece esbozar lienzos sobre la pantalla, conocemos a todo tipo de personajes que representan el amplio abanico personal de ese país, pero al mismo tiempo descubrimos y nos enfrentamos a la esencia humana que todos llevamos dentro, y es ahí donde la cinta adquiere su sentido completo y universal. Desde la autoestopista embarazada hasta el buen hombre que acoje a Straight, desde el padre en el cementerio hasta el viejo con sus terribles historias de guerra. Todo está envuelto en un aura de reflexión y dulce melancolía, sensaciones tan poderosas que sin duda la cinta merece. Y sin embargo, cuando menos nos lo esperamos, aparece una desesperada mujer que cada vez que se echa a la carretera acaba atropellando a un ciervo. La escena culmina con un extraño plano en el que podemos ver a unos cuantos de estos animales observando a Straight... sin duda son de mentira, de plástico diría yo, y el efecto es tan chocante y maravilloso que los que amamos a este cineasta no podemos por menos que darle nuestra bendición, y los que no le conocen, pasarlo por alto casi inconsciéntemente.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Esta escena (que a mi humilde forma de ver su cine pretende metaforizar la angustia existencial de nuestras vidas, en las que día a día nos tropezamos con nuestros miedos sin saber muy bien cómo esquivarlos) junto con un par más, son las únicas puramente lynchianas de la cinta, aunque no debemos pasar por alto elementos tan importantes y recurrentes en su obra como las líneas longitudinales e interminables de la carretera (Lost Highway, Corazón Salvaje), los deliciosos diálogos que salpican la trama, los suaves movimientos de cámara marca de la casa, y sobre todo las bellamente iluminadas estampas de la América de postal que se nos muestran como contrapunto a la lucha interior que se lleva a cabo en las entrañas de nuestro adorable personaje. De todas formas, es injusto tener que buscar estos elementos para poder disfutar de ella, pues se trata de una película que habla por sí sola, con personalidad propia, y Lynch consigue transmitir en imágenes lo que la gran mayoría de nosotros ni siquiera podríamos esbozar con todas las palabras del mundo. Es una experencia íntima, reflexiva, melancólica, que habla de la vejez, de la culpabilidad, del orgullo, de la familia, del amor añejo e incorrupto, de lo que queda de nosotros cuando vemos próximo el fin, de aquello que deseamos hacer para exorcizar nuestros fantasmas, sentirnos puros, libres, vivos y en paz con nosotros mismos. Maravillosa, cuenta con unas interpretaciones a la medida (Sissy Spacek formidable en su papel de hija tartamuda despojada de sus retoños; Richard Farnsworth colosal, consigue mediante su doloroso caminar y su admirable expresividad facial que todos queramos alcanzar una vejez tan adorable y entrañable como la suya, tan llenos de esa energía vital a pesar del sufrimiento físico y mental). Y al mismo nivel que la narración y las interpretaciones, como decía antes, hay que dejar un puesto de honor para la fotografía y para la banda sonora de Badalamenti, que conectan con lo que Lynch quiere contar de una forma casi simbiótica para dar como resultado una obra maestra contemporánea, sin paliativos y sin duda imperecedera. Todo sigue su curso, perfecto, maravilloso y terriblemente hermoso, hasta su memorable y expresivo final callado, nada forzado y a todas luces acertadísimo, con esa mirada al cielo que bien sabe Lynch a quién va dedicada (Jack Nance habita ese mismo cielo que miramos), sublimando nuestro gozo melancólico y dejándonos al antojo de su intuición, pues para los tiempos que corren es un privilegio saber que todavía existan directores que sepan dónde y cómo cortar. De nuevo Lynch vuelve a desmarcarse como el Genio que es, el número uno del cine mundial, y esta vez le damos el 10 con un nudo en la garganta en lugar de arrascándonos la cabeza, para variar.
6 de septiembre de 2007
55 de 67 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene una primera parte bastante prometedora, con un estilo visual absolutamente fascinante (esto, al menos, dura todo el metraje), mezcla de una extraña pesadilla hard-core parida por la mente de un director japonés admirador de Lynch y Cronenberg, que nos ofrece un engendro aceitoso y sexualmente metálico de cinta para iniciados en algo que podríamos denominar ''sucias pesadillas cinematográficas''.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Argumentalmente insinúa la venganza de un tipo que se auto-mutilaba introduciéndose trozos de metal (con connotaciones claramente sexuales) en su cuerpo, para con una pareja de pervertidos sexuales que le atropellaron con el coche y abandonaron después, no sin antes practicar sexo delante de su maltrecho cuerpo (El ''Crash'' de Cronenberg). Después convierte (por medio de una especie de maldición infecciosa) al homicida en una especie de monstruo metálico con una taladradora por pene, con la que acaba penetrando a su depravada mujer al no poder contenerse sexualmente ninguno de los dos. Esto es al menos lo que yo humildemente entiendo. La película sería bastante brillante en este aspecto si no fuera por una parte final demasiado 'japonesa', pues parece que estemos presenciando una lucha de siniestros Power Rangers o fanáticos Godzilleros con poderes sobrenaturales bailando al son de una música aceleradísima y brutal (que acaba agotándonos y haciendo que deseemos vehementemente el final de ese horror), convirtiéndolo todo en una vorágine de metal que incorpora y destruye todo cuanto está a su paso, como queriendo acabar con la existencia, con la propia vida, con el mundo entero quizás. Demasiado para mí. Entiendo que tenga admiradores enfervorecidos (freaks enfervorecidos, perdón), pero lo que no acepto es que a este estilo se le pueda comparar con el de ''Cabeza Borradora'' de Lynch. A pesar de todo, merece la pena verla aunque sólo sea un rato para comprobar hasta qué punto una mente algo enferma puede asociar la industrialización basada en el metal con el sexo duro, mostrándonos aceitosas y lubricadas imágenes de metales sólidos y fundidos devorando, atravesando y penetrando la carne humana, extendiéndose cual fluídos sexuales y proporcionando a la cinta una textura sangrienta, viscosa, desagradable, asquerosamente erótica, frenética y a todas luces insoportable para cualquier espíritu en paz.
22 de junio de 2009
52 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
Posiblemente la película más inteligente que haya visto nunca. Es difícil explicarlo, pero podríamos decir que el cine de Lynch (englobando en esta definición toda forma de hacer cine con ese particular halo mágico, críptico, con mayor significación íntima que significado explícito) es de una inteligencia complementaria al cine de Haneke. Lynch nos hace regurgitar sus productos para que podamos encontrar en ellos las claves que nos hagan comprender algo que no necesita ser explicado ni comprendido, pues lo que importa realmente es la angustia, magia y surrealidad que experimentamos al hacerlo; mientras que Haneke, por su parte, se limita a exponer una situación a partir de la cual sucederán una serie de acontecimientos que nos querrán dar a entender algo que jamás se nos contará. Es por tanto un romántico, un artista de los que no quedan, que apuesta y confía ciegamente en la inteligencia de su público, posiblemente porque sabe que sólo podrá llegar a cierto sector minoritario que cumpla dichas expectativas. Su cine es descarnado, pero no por ser especialmente crudo en pantalla, sino por tener esa desconcertante cualidad de hacernos retorcer incómodamente en nuestras butacas mientras lo vemos, quedándosenos pegado al paladar una vez acabamos su visionado. Y aquí más que nunca, Haneke nos hace sentir culpables por ser lo que somos, por vivir en un estado de bienestar como son Francia, España, Austria, Alemania... y haber adquirido esa inquietante forma de vida basada en la monotonía y la falsa seguridad del cobijo familiar. No es ningún juez, sino un ojo clínico y de extremada frialdad que crea en nosotros la alarmante necesidad de ser juzgados. De hecho, nadie puede quedar indiferente ante tales ''acusaciones'', ni el mismísimo creador de esta obra. Haneke enfoca la clase media-alta francesa del siglo XXI como ejemplo generalizado cercano a su experiencia para que un espectador español como soy yo lo pueda extrapolar a su propia experiencia personal (al menos a su ámbito social) y así poder darse cuenta de que ese pacto de convivencia basado en la ocultación de información que es la familia, sólo puede funcionar de la dudosa forma en que de hecho suele funcionar. La familia típica europea que nos propone Haneke es por tanto una suerte de acuerdo en el que ambas partes han tenido que ocultar u omitir información para no confrontar continuamente y hacer que la rueda gire, no se basa tanto en la solidez del amor como en la confortabilidad de no tener que hacer preguntas, de saber que todo marcha mientras haya trabajo y estén ocupados, pues el tiempo en que tengan que coincidir lo rellenarán con asuntos banales que no podrán hacer ningún daño a la estabilidad que tan poco se menciona pero que tantos estragos puede causar si se tambalea y se acaba perdiendo. Y Haneke es experto en hacer tambalear cimientos familiares.
spoiler:
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Su historia parte de lo que posteriormente podríamos considerar como McGuffin, pero que es en sí mismo una argucia de incontestable genialidad para mantener la atención de su público: una familia aparentemente normal que un buen día comienza a recibir grabaciones de su domicilio acompañadas de amenazantes y extraños dibujos infantiles. Haneke nos va desvelando sus cartas lentamente, y con el paso del metraje nos vamos dando cuenta de que la inquietante situación que vive este matrimonio no les une en contra de esa perturbación exterior, sino que les enfrenta y confronta, sacando a relucir sus secretos, esos pequeños datos omitidos que hacían posible que la rueda girase; si bien es cierto que finalmente vuelven a unirse, pero para evitar que la verdad que intuyen salga a flote y acabe con su preciada farsa. Haneke lleva esa situación familiar al plano nacional, convirtiendo su cinta en un alegato a la culpa: quizá la mejor manera de darnos cuenta de nuestra propia inoperancia ante las injusticias que suceden en el mundo sea sacándonos violentamente de nuestra seguridad cotidiana y enfrentándonos involuntariamente a la raíz de nuestros problemas. Surge así la mejor crítica contra la política belicista, la indiferencia gubernamental (esa tele que permanece encendida y que nadie parece mirar), las injusticias históricas, el racismo y el aburguesamiento basado en un culto a la propia cultura que no nos convierte en mejores personas, sino que agranda alarmantemente nuestra culpabilidad como personas que no actuamos para mejorar lo que sabemos que no es justo. La cinta se basa en el cripticismo y la ambigüedad moral para darse a conocer, como un gran cuadro constituido por manchas borrosas en el que cada uno ve lo que su personalidad le hace ver, proyectando así sus culpas y sus propios miedos como si de un velado psicoanálisis se tratara. No cabe duda de que ''Caché'' es un inquietante cuento moral abierto a múltiples interpretaciones individuales, que transcurre en una dinámica de tensión hasta desembocar en un largísimo y absolutamente genial plano en el que todas las soluciones parecen posibles. En esa toma final, uno puede ver que posiblemente las nuevas generaciones ya estén preparadas para aceptar el cambio y asumir la culpa. No obstante, tampoco parece descabellado que esa secuencia final nos desvele que ambos chicos hubieran actuado compinchados. Y sin embargo, lo mejor de todo es que otros ni siquiera verán nada, pues Haneke colocó a los actores de tal forma que resultara factible no poder reconocer a los protagonistas entre la multitud, actitud con la cual deja de manifiesto su intención de crear algo que se sobrepusiera a la definición misma de final abierto, pues es toda la historia en sí una fabulosa demostración de virtuosismo cinematográfico que nos desnuda y deja al aire nuestras vergüenzas morales
25 de febrero de 2010
42 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nuestro hombre se viste de azul, cubriendo su cuerpo enjuto con la pátina de la seriedad que le otorga el traje. Sus movimientos son pausados, seguros; su hablar es confiado, receloso; sus ideas son claras como un día de verano: dos cafés en tazas separadas y nada de sexo con la de las tetazas, que no es lo mismo, pero viene a ser parecido. Todo en esta cinta tiene un propósito, aunque Jim nos lo oculte durante casi todo el metraje. Como es habitual en él, deja que el film respire y tome conciencia de sí mismo, al igual que hace Isaach de Bankolé, cuyos ejercicios de respiración, a pesar de lo que pudiéramos pensar, no son tanto espirituales como puramente físicos. The Limits of Control resulta ser una sucesión de eslabones iguales, pero distintos a nuestros ojos. Al cinéfilo le resaltará especialmente el eslabón de Tilda Swinton, al melómano el de Luis Tosar, al adicto al opio el de Gael García, al físico convencido el de Youki Kudoh... pero, al fin y al cabo, todos ellos resultan ser cimientos de una misma búsqueda. Una búsqueda seria, la más seria que recuerdo, como así nos lo hace ver el héroe de la película. Héroe merecido y sin paliativos, puesto que acaba salvando lo más grande que jamás se haya tenido que salvar en una película. Y eso que salva es aquello que nos hace únicos, aquello que nos define como humanos y que a muchos de nosotros aún nos mantiene respirando en esta vida huérfana de sentido: la cultura. Y más que la cultura, el afán por aprender. El ansia por rebasar nuestros sentidos, por preñar nuestro deleite en favor de una habilidad, de un arte que sublime el conocimiento, que nos haga recordar que el hombre empezó a ser hombre desde el momento en que empezó a trascender su muerte. Mientras tanto, se nos muestra España como nunca antes: un Madrid de graffitis en las esquinas, una Sevilla de azulejos sucios, una Almería de polvo entre matorrales secos. Y por encima de todo, el español como lengua paradigmática de transmisión de la cultura. De hecho, no es descabellado pensar que el personaje de Isaach represente la figura del nuevo conquistador. Como digo, el asunto es serio. Y como nunca antes hubiera esperado, el maniqueismo resulta aquí necesario y hasta esperanzador, aunque no evidente. No sabemos quiénes son los buenos ni quiénes los malos hasta el final, pero sólo porque nuestra mente narrativa, influenciada por las convenciones del género de espías, presupone una búsqueda material y un trabajo de sicario. Y sin embargo, nada más alejado de la verdad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
El protagonista es un asesino, sí, pero de cuadrículas, un matador de guiones, un estrangulador de burocracias. Acaba con los malos más malos, con los malos de verdad, aquellos que están en contra del hombre, de la vida interior, del arte, de la cultura, del ser inquieto que no persigue metas, sino que disfruta del camino intangible. Poco a poco se nos va revelando que lo importante es ese café separado en dos tazas, el matiz de unos labios rojos de amante y actriz de cine, el juego interminable de cerillas y de números absurdos que llevan a más cerillas y más números. El detalle es lo esencial, el atribuir sentido a aquello que no lo tiene para los demás. El resto es trabajo sucio, pero trascendente. Por eso, Jarmusch no se para a contarnos cómo nuestro héroe logra entrar en el refugio del malo. De hecho, hasta poco antes de esa escena dudábamos de que existiera un malo, e incluso sospechábamos de que el malo fuera nuestro héroe. Entra y punto. En un absurdo ejercicio de metalenguaje cinematográfico que golpea directamente en el estómago de aquel que exige explicaciones. Estamos a la entrada de la cueva donde nace la magia, señores; ante lo inesperado, lo inexplicable, la sutileza, lo eterno. Isaach entra y sesga la vida del inquisidor con la cuerda de una guitarra. Toca la más bella canción con la piel desgarrada de su cuello profano. Hace arte con la sangre derramada. Gana lo bohemio, vence la droga de la mente y la música del alma. Ganamos todos. Pero para ello hemos tenido que ponernos antes el traje de sicario, el mono de trabajo. Nos hemos tenido que poner serios, vaya. Lo que viene después, con nuestro hombre reconvertido en hombre, embutido en un chándal Puma, ya no le interesa a la cámara, que cae en espiral sacando al héroe de plano. El director ya ganó su guerra contra la estupidez. Ahora nos toca a nosotros combatir.


Nota: esta crítica está escrita con todo el cariño para el Chacal que deambula por las llanuras de FA con el pleno convencimiento de que, si hiciera falta, él nunca dudaría en ponerse el traje azul de faena y combatir la estupidez.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow
    Bienvenido al nuevo buscador de FA: permite buscar incluso con errores ortográficos
    hacer búsquedas múltiples (Ej: De Niro Pacino) y búsquedas coloquiales (Ej: Spiderman de Tom Holland)
    Se muestran resultados para
    Sin resultados para