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5,4
38.850
8
13 de junio de 2018
13 de junio de 2018
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
La joven del agua (Lady in the water, 2006), la que para muchos fue el inicio del declive de la carrera de M. Night Shyamalan, me parece un cuento maravilloso, emocionante y que gana con el tiempo
La losa de que te etiqueten como el discípulo de Steven Spielberg le ha pesado a M. Night Shyamalan desde que arrasara con El sexto sentido, su falsa ópera prima. Más que a él, a sus seguidores. Una película tremendamente exitosa que puso el listón demasiado arriba a un creador que arriesga en cada nueva película. Todos querían más sextos sentidos, pero lo que Shyamalan ha creado después ha sido cine de primerísima calidad no siempre valorado por todos. Obras como la magnífica El bosque, sobre el poder del miedo, o La joven del agua, atestiguan las habilidades de este director que nunca deja a nadie indiferente.
La joven del agua ofrece un juego en el que no todo el mundo está dispuesto a participar. Los más escépticos se mantendrán alejados de este cuento de hadas al que hay que permitirle algunas concesiones para que nos embruje con su magia. O te encanta, o te deja frío. M. Night Shyamalan creó esta historia de improviso como cuento de buenas noches para sus hijos, y eso se nota en un arranque potente pero un nudo que da varios tumbos hasta volcarse en el inexorable desenlace. Esta improvisación palpable puede ser suficiente para que algunos viajeros se bajen del tren antes de llegar al destino final.
Es en gran parte por la preciosa banda sonora de James Newton Howard que la película mantiene altas las cotas de interés hasta que sucede el desenlace. Otorga esa aura de cuento necesaria para terminarnos de sumergir en su atmósfera y abandonar definitivamente todo sentimiento de incredulidad o rechazo para entregarnos por completo a su arte.
También ayudan por supuesto las actuaciones del bonachón Paul Giamatti y Bryce Dallas Howard, como dulce ninfa. Ambos se elevan por encima de un elenco sin demasiados destellos, nada favorecido por la simpleza de sus personajes, completamente entregados a la funcionalidad de la historia. Tan solo los personajes de Giamatti y Dallas Howard ofrecen matices suficientes para generar un alto grado de empatía.
En el otro lado de la cámara, la realización juega constantemente a ofrecernos algo diferente. Puntos de vista menos convencionales que se mantienen en personajes que simplemente observan o escuchan bajo la apariencia de una puesta en escena algo televisiva que pega un giro radical en el último tercio, con planos muy sugerentes y evocadores que dan un amplio margen a nuestra imaginación para, como las hijas del director, dejar volar nuestra mente en esta historia fantástica que acaba de manera épica, emocionante y grandiosa, aunque sin el tiempo suficiente para digerirla, ya que los créditos aparecen mucho antes de lo deseado. Aun así, La joven del agua se antoja una película imprescindible para los amantes del fantástico que confía en el poder reformador e inspirador de las historias para seguir sacando lo mejor de nosotros.
La losa de que te etiqueten como el discípulo de Steven Spielberg le ha pesado a M. Night Shyamalan desde que arrasara con El sexto sentido, su falsa ópera prima. Más que a él, a sus seguidores. Una película tremendamente exitosa que puso el listón demasiado arriba a un creador que arriesga en cada nueva película. Todos querían más sextos sentidos, pero lo que Shyamalan ha creado después ha sido cine de primerísima calidad no siempre valorado por todos. Obras como la magnífica El bosque, sobre el poder del miedo, o La joven del agua, atestiguan las habilidades de este director que nunca deja a nadie indiferente.
La joven del agua ofrece un juego en el que no todo el mundo está dispuesto a participar. Los más escépticos se mantendrán alejados de este cuento de hadas al que hay que permitirle algunas concesiones para que nos embruje con su magia. O te encanta, o te deja frío. M. Night Shyamalan creó esta historia de improviso como cuento de buenas noches para sus hijos, y eso se nota en un arranque potente pero un nudo que da varios tumbos hasta volcarse en el inexorable desenlace. Esta improvisación palpable puede ser suficiente para que algunos viajeros se bajen del tren antes de llegar al destino final.
Es en gran parte por la preciosa banda sonora de James Newton Howard que la película mantiene altas las cotas de interés hasta que sucede el desenlace. Otorga esa aura de cuento necesaria para terminarnos de sumergir en su atmósfera y abandonar definitivamente todo sentimiento de incredulidad o rechazo para entregarnos por completo a su arte.
También ayudan por supuesto las actuaciones del bonachón Paul Giamatti y Bryce Dallas Howard, como dulce ninfa. Ambos se elevan por encima de un elenco sin demasiados destellos, nada favorecido por la simpleza de sus personajes, completamente entregados a la funcionalidad de la historia. Tan solo los personajes de Giamatti y Dallas Howard ofrecen matices suficientes para generar un alto grado de empatía.
En el otro lado de la cámara, la realización juega constantemente a ofrecernos algo diferente. Puntos de vista menos convencionales que se mantienen en personajes que simplemente observan o escuchan bajo la apariencia de una puesta en escena algo televisiva que pega un giro radical en el último tercio, con planos muy sugerentes y evocadores que dan un amplio margen a nuestra imaginación para, como las hijas del director, dejar volar nuestra mente en esta historia fantástica que acaba de manera épica, emocionante y grandiosa, aunque sin el tiempo suficiente para digerirla, ya que los créditos aparecen mucho antes de lo deseado. Aun así, La joven del agua se antoja una película imprescindible para los amantes del fantástico que confía en el poder reformador e inspirador de las historias para seguir sacando lo mejor de nosotros.

6,3
12.533
8
13 de junio de 2018
13 de junio de 2018
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A ghost story (2017), de David Lowery, dura tan solo 87 minutos. Un minutaje muy alejado del estándar cinematográfico actual, asentado en torno a las dos horas, pero lo cierto es que tiene sus motivos. En primer lugar, porque en sí, la trama ocupa apenas dos líneas de texto, y un largometraje exige una duración mínima de aproximadamente 80 minutos; la otra es que, de prolongarse, correría el riesgo de ser una cinta plomiza y dura de visionar.
Lo cierto es que A ghost story está muy alejada del cine convencional y más cerca del contemplativo, asentado principalmente en el poder de la imagen. El cine comercial peca en demasiadas ocasiones de privar al espectador del placer de observar, sumiéndole en una espiral de sucesos trepidantes que le llevan a pasar de puntillas por cada plano. Al contrario, esta película sustenta su fuerza en prolongados tiros de cámara que nos llevan a entrar de lleno en las vidas de los protagonistas, interpretados por Casey Affleck y Rooney Mara.
Es precisamente en este primer tercio de la película en el que el impacto emocional es mayor. Con una fotografía impecable y un formato de 4:3, la sensación es de estar siendo testigos de un pase de diapositivas de la relación amorosa entre los protagonistas hasta que un terrible suceso les cambia las vidas. A partir de entonces, lo que parecía una historia de amor de pareja se convierte en un drama existencialista sobre la pérdida y el olvido con tintes muy ligeros de terror, cambiando la perspectiva de manera radical para poner al espectador en un punto de vista diferente, en el que probablemente nunca antes haya estado.
Así, la película empieza a expandir sus horizontes y a indagar en terrenos más complejos. Hay muchos aciertos, como la sencillez estética que potencia el mensaje y la intención de la cinta; también algunos tropiezos, como la excesiva verbalización en cierto momento de la película; pero al final son más los puntos que la hacen crecer que los que amenazan con echarla abajo.
En definidas cuentas, A ghost story no es para todos los paladares. Requiere paciencia e implicación por parte del espectador, que si ve la película con otros ojos, sabiendo que atiende a un tipo de cine diferente, se verá recompensado por un relato potente y exquisitamente filmado.
Lo cierto es que A ghost story está muy alejada del cine convencional y más cerca del contemplativo, asentado principalmente en el poder de la imagen. El cine comercial peca en demasiadas ocasiones de privar al espectador del placer de observar, sumiéndole en una espiral de sucesos trepidantes que le llevan a pasar de puntillas por cada plano. Al contrario, esta película sustenta su fuerza en prolongados tiros de cámara que nos llevan a entrar de lleno en las vidas de los protagonistas, interpretados por Casey Affleck y Rooney Mara.
Es precisamente en este primer tercio de la película en el que el impacto emocional es mayor. Con una fotografía impecable y un formato de 4:3, la sensación es de estar siendo testigos de un pase de diapositivas de la relación amorosa entre los protagonistas hasta que un terrible suceso les cambia las vidas. A partir de entonces, lo que parecía una historia de amor de pareja se convierte en un drama existencialista sobre la pérdida y el olvido con tintes muy ligeros de terror, cambiando la perspectiva de manera radical para poner al espectador en un punto de vista diferente, en el que probablemente nunca antes haya estado.
Así, la película empieza a expandir sus horizontes y a indagar en terrenos más complejos. Hay muchos aciertos, como la sencillez estética que potencia el mensaje y la intención de la cinta; también algunos tropiezos, como la excesiva verbalización en cierto momento de la película; pero al final son más los puntos que la hacen crecer que los que amenazan con echarla abajo.
En definidas cuentas, A ghost story no es para todos los paladares. Requiere paciencia e implicación por parte del espectador, que si ve la película con otros ojos, sabiendo que atiende a un tipo de cine diferente, se verá recompensado por un relato potente y exquisitamente filmado.
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