You must be a loged user to know your affinity with Jesus Gonzalez
Críticas ordenadas por utilidad
Movie added to list
Movie removed from list
An error occurred
8
1 de marzo de 2016
1 de marzo de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 1978, justo antes de realizar "Halloween", John Carpenter escribió y dirigió un telefilm de bajo presupuesto llamado "Someone´s watching me!". La película, pura intriga con tintes hitchcockianos, pasó totalmente desapercibida al estrenarse exclusivamente para tv, convirtiéndose en la película perdida de Carpenter. Obviamente había que verla.
Menuda sorpresa me he llevado al descubrir esta joya. Un festín voyeur dirigido con un gusto exquisito que juguetea con elementos que posteriormente desarrollará el propio Carpenter en sus films, como la amenazante omnipresencia del asesino, la relevancia de los personajes femeninos o el sentimiento de claustrofobia constante y una obsesión paranoica con la identidad psicológica del ser humano.
En este caso, es el propio acosador el que muestra síntomas claros de trastorno en sus conductas, empecinado en aterrar a chicas jóvenes a las que observa a través de un flamante telescopio plateado con la única intención de provocarles el mayor daño posible antes de acabar con sus desdichadas vidas. Esta construcción del malvado no es con lo único que experimenta Carpenter. El uso de la cámara en primera persona y el movimiento humano que se le añade, consigue trasladar toda la tensión de la guapísima Lauren Hutton al espectador de manera brillante.
A Brian De Palma seguro que le gusta esta película, y a Jaume Balagueró, director de "Mientras Duermes" (2011), también. ¡Y a mi, ni dudarlo!
Menuda sorpresa me he llevado al descubrir esta joya. Un festín voyeur dirigido con un gusto exquisito que juguetea con elementos que posteriormente desarrollará el propio Carpenter en sus films, como la amenazante omnipresencia del asesino, la relevancia de los personajes femeninos o el sentimiento de claustrofobia constante y una obsesión paranoica con la identidad psicológica del ser humano.
En este caso, es el propio acosador el que muestra síntomas claros de trastorno en sus conductas, empecinado en aterrar a chicas jóvenes a las que observa a través de un flamante telescopio plateado con la única intención de provocarles el mayor daño posible antes de acabar con sus desdichadas vidas. Esta construcción del malvado no es con lo único que experimenta Carpenter. El uso de la cámara en primera persona y el movimiento humano que se le añade, consigue trasladar toda la tensión de la guapísima Lauren Hutton al espectador de manera brillante.
A Brian De Palma seguro que le gusta esta película, y a Jaume Balagueró, director de "Mientras Duermes" (2011), también. ¡Y a mi, ni dudarlo!

6,0
27.309
7
7 de noviembre de 2015
7 de noviembre de 2015
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sostén rendido en el suelo de un hotel y el malo durmiendo con los peces. Es la rutina de trabajo del agente más famoso del cine, y la fórmula capaz de sacar adelante una de las sagas cinematográficas más exitosas de la historia, con 24 películas hasta el momento: Bond, James Bond. Apellido, nombre, apellido.
Algo cambió allá por 2006. “Esa última mano casi me mata” pronunciaba, cargada de socarronería, la boquita piñonera de Daniel Craig en “Casino Royale” (2006). La carta de presentación del “nuevo” 007, adjetivo muy adecuado por varios motivos. En primer lugar, porque cerraba la etapa pija del carismático Pierce Brosnan, y en segundo lugar porque el personaje evolucionaría con Craig hacia un nivel bastante superior al mostrado por los anteriores Bond, aunando conceptos clave de todos ellos y dando un nuevo matiz al espía de su majestad, un tono más oscuro, más rebelde, más serio y realista.
El clímax de esta renovación, de esta innovación, por así decirlo, lo encontramos en “Skyfall” (2012). Sam Mendes desnudó a la saga como si de una femme fatale se tratase, vistiéndola a la mañana siguiente con la delicadeza del que envuelve una obra de arte, creando la suya propia. Un 007 entregado a sus sombras, con los monstruos a la espalda y la muerte al acecho, lista para arrebatarle otro trocito de vida, M.
Quedaba ponerle fin. Había que cerrar la etapa, seguir dando la talla, y satisfacer altas expectativas, además de dejar espacio para lo que venga en el futuro. Llega por fin “Spectre” (2015) el punto y aparte que sabe inevitablemente a final, dejando un regusto a Martini con Vozka algo agitado. No me malinterpreten, aunque no se sirve la mezcla perfecta, la cinta es entretenida, con un ritmo bastante adecuado a pesar de sus 2 horas y media de duración. Bond, actuando por su cuenta una vez más, tratará de desenmascarar a sus más temidos fantasmas, los miembros de la organización Spectra, presididos por Ernst Stavro Blofeld, interpretado por un magnífico, y algo desaprovechado, Christoph Waltz.
Una pena que Mendes, a pesar de rodar con maestría las escenas de acción y de sacar adelante un guión bastante trabajado, se deje llevar en demasiadas partes de la película, especialmente aquellas donde se pedía a gritos un poco más de emoción, o, para qué mentirnos, un poco más de Monica Bellucci.
La impresión final que deja James, bajo todo ese repertorio de respuestas ingeniosas y posturas ególatras, es la de llevar una impuesta actitud de determinación, espoleada por las ganas de poner fin a una vida de la que poco se puede salvar. Un asesino cansado de matar y de recoger los pedazos de un corazón que ha sufrido demasiado, pero que sigue adelante por el simple hecho de que no existe otra opción. No se puede parar a aquel que ansía renegar de su naturaleza, así como no se puede frenar un tren que descarría. La recompensa, una fría y deslumbrante Léa Seydoux, le espera al final de la vía.
Decimos adiós a, la que con toda seguridad, ha sido la etapa Bond más diferente, dolorosa, arrogante e inteligente. Serán tiempos difíciles, en los que habrá que buscar una nueva percha para el esmoquin, un nuevo dedo que apriete el gatillo y un nuevo carisma seductor. Se intentará, y puede que se consiga, pero poco a nada igualará esa mirada congelada de Daniel Craig, ni su legado como el 007 más revolucionario de la historia.
Más en: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2015/11/07/spectre-el-final-de-la-era-craig-daniel-craig/
Algo cambió allá por 2006. “Esa última mano casi me mata” pronunciaba, cargada de socarronería, la boquita piñonera de Daniel Craig en “Casino Royale” (2006). La carta de presentación del “nuevo” 007, adjetivo muy adecuado por varios motivos. En primer lugar, porque cerraba la etapa pija del carismático Pierce Brosnan, y en segundo lugar porque el personaje evolucionaría con Craig hacia un nivel bastante superior al mostrado por los anteriores Bond, aunando conceptos clave de todos ellos y dando un nuevo matiz al espía de su majestad, un tono más oscuro, más rebelde, más serio y realista.
El clímax de esta renovación, de esta innovación, por así decirlo, lo encontramos en “Skyfall” (2012). Sam Mendes desnudó a la saga como si de una femme fatale se tratase, vistiéndola a la mañana siguiente con la delicadeza del que envuelve una obra de arte, creando la suya propia. Un 007 entregado a sus sombras, con los monstruos a la espalda y la muerte al acecho, lista para arrebatarle otro trocito de vida, M.
Quedaba ponerle fin. Había que cerrar la etapa, seguir dando la talla, y satisfacer altas expectativas, además de dejar espacio para lo que venga en el futuro. Llega por fin “Spectre” (2015) el punto y aparte que sabe inevitablemente a final, dejando un regusto a Martini con Vozka algo agitado. No me malinterpreten, aunque no se sirve la mezcla perfecta, la cinta es entretenida, con un ritmo bastante adecuado a pesar de sus 2 horas y media de duración. Bond, actuando por su cuenta una vez más, tratará de desenmascarar a sus más temidos fantasmas, los miembros de la organización Spectra, presididos por Ernst Stavro Blofeld, interpretado por un magnífico, y algo desaprovechado, Christoph Waltz.
Una pena que Mendes, a pesar de rodar con maestría las escenas de acción y de sacar adelante un guión bastante trabajado, se deje llevar en demasiadas partes de la película, especialmente aquellas donde se pedía a gritos un poco más de emoción, o, para qué mentirnos, un poco más de Monica Bellucci.
La impresión final que deja James, bajo todo ese repertorio de respuestas ingeniosas y posturas ególatras, es la de llevar una impuesta actitud de determinación, espoleada por las ganas de poner fin a una vida de la que poco se puede salvar. Un asesino cansado de matar y de recoger los pedazos de un corazón que ha sufrido demasiado, pero que sigue adelante por el simple hecho de que no existe otra opción. No se puede parar a aquel que ansía renegar de su naturaleza, así como no se puede frenar un tren que descarría. La recompensa, una fría y deslumbrante Léa Seydoux, le espera al final de la vía.
Decimos adiós a, la que con toda seguridad, ha sido la etapa Bond más diferente, dolorosa, arrogante e inteligente. Serán tiempos difíciles, en los que habrá que buscar una nueva percha para el esmoquin, un nuevo dedo que apriete el gatillo y un nuevo carisma seductor. Se intentará, y puede que se consiga, pero poco a nada igualará esa mirada congelada de Daniel Craig, ni su legado como el 007 más revolucionario de la historia.
Más en: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2015/11/07/spectre-el-final-de-la-era-craig-daniel-craig/
9
4 de agosto de 2015
4 de agosto de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Satoshi Kon murió un 24 de Agosto de 2010, pero yo lo conocí anoche, casualmente también en Agosto, pero tristemente ya es 2015. Fue mi hermano quien, tras ver un par de obras suyas (Paprika y Millennium Actress) me convenció para que "Perfect Blue" fuese la película nº 100 que visionaba este año. Se lo debo. Quién sabe lo que esta maravillosa mente hubiera sido capaz de crear si no nos hubiese abandonado de manera tan injusta y temprana. Cosas del cáncer.
Suya es la película de la que voy a hablar a continuación, la cual narra la complicada etapa que sufre una famosa cantante de pop japonesa, Mima, al dejar su actual grupo para comenzar a trabajar como actriz. Los motivos de este cambio nunca quedan claros del todo, pues se entremezclan los deseos de los representantes de la agencia para la que trabaja con los suyos propios e incluso con los de sus fanáticos más acérrimos. Esta curiosa mezcla de deseos vendrá a tener un gran peso durante el desarrollo de la trama, durante la cual nos sentiremos como un niño pequeño intentando formar un puzle con infinidad de piezas. Cuando ya lo creamos terminado, la trama avanzará y el puzle se nos romperá en mil pedazos para que nos comamos los sesos intentando formarlo de nuevo.
Comienzan las amenazas y posteriormente los asesinatos, los sueños, las proyecciones y visiones de la protagonista, aparecen y desaparecen sospechosos, incluso surgen síntomas de locura que nos hacen dudar de si lo que estamos viendo es real o no y, a la vez, nuestro cerebro va tratando de construir interpretaciones lógicas que se van quedando obsoletas con la siguiente escena que vemos en la película.
Juega con nosotros y nosotros nos divertimos. Pero también sufrimos, nos desesperamos, tenemos miedo y el nivel de empatización con la protagonista empieza a ser alarmante. Seguimos las pistas como si nos fuese la vida en ello y ya ni notamos el sofá en el que nos hemos quedado competamente anclados durante 81 minutos, hasta que acaba. Qué pasada.
Cuando terminé de verla, y tras recuperar el nivel de gravedad acorde a la Tierra, pude levantarme del sofá con un nombre en la cabeza: Darren Aronofsky. Sobre esto hablaré con un poco más de detalle en la parte de Spoilers.
Recomendar encarecidamente a los amantes del thriller esta obra maestra de la animación (ganadora del premio a mejor largometraje de animación en Sitges el año de su estreno) ya que consigue crear una atmósfera única durante su visionado gracias a la profundidad psicológica que alcanza, su creciente suspense y su potencia visual y extravagante surrealismo.
Suya es la película de la que voy a hablar a continuación, la cual narra la complicada etapa que sufre una famosa cantante de pop japonesa, Mima, al dejar su actual grupo para comenzar a trabajar como actriz. Los motivos de este cambio nunca quedan claros del todo, pues se entremezclan los deseos de los representantes de la agencia para la que trabaja con los suyos propios e incluso con los de sus fanáticos más acérrimos. Esta curiosa mezcla de deseos vendrá a tener un gran peso durante el desarrollo de la trama, durante la cual nos sentiremos como un niño pequeño intentando formar un puzle con infinidad de piezas. Cuando ya lo creamos terminado, la trama avanzará y el puzle se nos romperá en mil pedazos para que nos comamos los sesos intentando formarlo de nuevo.
Comienzan las amenazas y posteriormente los asesinatos, los sueños, las proyecciones y visiones de la protagonista, aparecen y desaparecen sospechosos, incluso surgen síntomas de locura que nos hacen dudar de si lo que estamos viendo es real o no y, a la vez, nuestro cerebro va tratando de construir interpretaciones lógicas que se van quedando obsoletas con la siguiente escena que vemos en la película.
Juega con nosotros y nosotros nos divertimos. Pero también sufrimos, nos desesperamos, tenemos miedo y el nivel de empatización con la protagonista empieza a ser alarmante. Seguimos las pistas como si nos fuese la vida en ello y ya ni notamos el sofá en el que nos hemos quedado competamente anclados durante 81 minutos, hasta que acaba. Qué pasada.
Cuando terminé de verla, y tras recuperar el nivel de gravedad acorde a la Tierra, pude levantarme del sofá con un nombre en la cabeza: Darren Aronofsky. Sobre esto hablaré con un poco más de detalle en la parte de Spoilers.
Recomendar encarecidamente a los amantes del thriller esta obra maestra de la animación (ganadora del premio a mejor largometraje de animación en Sitges el año de su estreno) ya que consigue crear una atmósfera única durante su visionado gracias a la profundidad psicológica que alcanza, su creciente suspense y su potencia visual y extravagante surrealismo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Volvemos con Darren Aronofsky. Al terminar la película comprobé que no he sido el único en acordarme de este director y, concretamente, de su obra "Black Swan" (2010) ya que el desdoblamiento de la personalidad, el tratamiento de la psicología de la protagonista e incluso el parecido visual es tremendo y ha sido estudiado con posterioridad. De hecho, Aronofsky compró los derechos de la obra de Satoshi para copiar una de las escenas de la película e incluirla en "Requiem for a dream" (2000). La inspiración que pudo provocar esta obra en otros thrillers y dramas psicológicos puede ser mayor si uno piensa en otras obras que traten desdoblamientos de la personalidad de manera parecida, como por ejemplo "Fight Club" (1999) de David Fincher. Curiosamente, otras obras de este autor, como la mencionada "Paprika" (2006) también ha inspirado a otros directores de alto nivel, como Christopher Nolan y su "Inception" (2010).
Como conclusión, una verdadera pena la pérdida del poseedor de la mente considerada como una de las más brillantes y talentosas dentro del mundo del anime. Quién sabe qué ideas y conceptos se dejó en el tintero.
Como conclusión, una verdadera pena la pérdida del poseedor de la mente considerada como una de las más brillantes y talentosas dentro del mundo del anime. Quién sabe qué ideas y conceptos se dejó en el tintero.
18 de diciembre de 2016
18 de diciembre de 2016
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La esperanza tiende puentes y abre caminos, aporta luz y demanda valentía. Lo cierto es que no hay rebelión sin esperanza. En los momentos más aciagos, cuando la oscuridad parece estar a punto de engullirlo todo, aparece. Brota de lo profundo de nuestro pecho para proyectarse como una luz capaz de definir la conclusión de nuestra historia; ayudándonos a que la enfrentemos —independientemente del resultado final— sin incertidumbre ni temor. Actuamos porque realmente creemos que podemos lograrlo. Y a veces lo logramos.
Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), como ya ocurriese con The Force Awakens el año pasado, funciona como puente —en Disney aún no se atreven a cruzar del todo las fronteras marcadas por George Lucas— entre lo clásico y lo novedoso. Trasladar al imaginario cinéfilo contemporáneo los entresijos narrativos que han hecho de Star Wars una de las sagas cinematográficas de mayor calado histórico no se presuponía tarea sencilla, más aun cuando se intenta contentar a los fans más veteranos y al mismo tiempo enganchar a nuevas generaciones, pero parece estar costando algo más de la cuenta.
En esta ocasión, Gareth Edwards es el responsable de que la bifurcación que sufre el canon marca de la casa —sobre todo en lo tonal y en lo formal— sea lo suficientemente acusada como para dejarnos disfrutar de algo claramente atípico. Las líneas que servían de introducción a Star Wars: Una Nueva Esperanza (1977) se dilatan para narrar con mayor profundidad cómo un puñado de rebeldes consiguieron robar los planos de La Estrella de la Muerte para dar sentido a una rebelión que comenzaba a parecer inútil. La ópera espacial se entremezcla con el belicismo realista. La fotografía de Greig Fraser, sobria y refinada, se adapta a esta nueva mezcla, así como la banda sonora de Michael Giacchino, que lejos de imitar burdamente al maestro Williams, intenta dejar su sello en cada una de las piezas que compone, aunque eso sí, con irregulares resultados.
El grupo de rebeldes responsables de tal heroica hazaña está capitaneado por la insurrecta y valerosa Jyn Erso (Felicity Jones), hija de Galen Erso (Mads Mikkelsen) un científico vital en la construcción de la poderosísima arma imperial; Cassian Andor (Diego Luna), un espía rebelde capaz de sacrificarlo todo por la causa; Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Wen Yiang), dos compañeros inseparables devotos de la fuerza; Bodhi Rook (Riz Ahmed), un piloto imperial desertor; y K-2SO (Alan Tudyk), un robot imperial reconfigurado con ciertos efectos secundarios que lo convierten en el mayor alivio cómico de la cinta. Es una pena que tal grupo de personajes, a priori interesantísimos, solo funcionen correctamente cuando actúan como un todo a través de la camaradería, que sí está bien conseguida, pero sin embargo se hundan en cierta trivialidad cuando se les observa desde la individualidad. Todos ellos comparten un arco algo irregular, que flaquea en los dos primeros actos de la película y que adquiere su cénit a través de la redención en el tercero y último de ellos.
Es en este tercer acto donde se libra la mayor de las batallas y donde Edwards despliega todo su talento para narrar lo épico del momento a través de la acción portentosa y cuidadosamente fragmentada, consiguiendo con la suma de todas sus partes —el montaje de momentos escalonadamente dramáticos para conseguir el objetivo es digno de elogio— un colofón espectacular. Las emociones se desparraman a la par que los disparos, las explosiones y las persecuciones se suceden a un ritmo vertiginoso, tanto en tierra firme como en el espacio exterior. Lástima que tal despliegue de energía se concentre en el punto y final de la cinta, sobre todo por lo que respecta a la falta de carisma de ciertos personajes que, hasta el momento, habían necesitado del discurso sobre-expositivo para ser relevantes y despertar emociones.
Haciendo hincapié en sus defectos, no debemos olvidar que la película sufrió regrabaciones de hasta el 40% de su metraje, algo que podría haber devenido en catástrofe y que, salvo en ocasiones muy concretas, parece no apreciarse demasiado. Quizás el “pero” más importante, obviando el desarrollo emocional de personajes y el desequilibrio de ritmo entre las tres partes de la película, corresponde a la recreación completamente digital de dos personajes míticos de la saga, cuya aparición se podría haber enfocado de otra manera menos polémica sin mayores problemas.
Del otro lado, concretamente del oscuro, Edwards consigue rescatar y aprovechar al máximo a uno de los personajes más emblemáticos de la saga —quizá el que más— y uno de los mejores villanos del cine: Darth Vader. Y lo hace a través de dos escenas de contrastes muy acusados. En la primera de ellas, Vader aparece sin el traje, flotando en un líquido blanco que, presupongo, le ayudaba en su recuperación. En la segunda, su sable de luz ilumina de rojo un pasillo en el que se respira puro terror. Quizás los puristas se escandalicen, pero yo necesitaba ver en acción al Sith más temido de la galaxia.
En definitiva, Rogue One sirve para dar un paso más allá en el desarrollo de este universo desde un enfoque inexplorado y novedoso, abriendo la puerta a toda una serie de “spin offs” que Disney tiene preparados. Desde mi generación, la intermedia entre las dos trilogías de Star Wars, esta nueva oleada de films está siendo acogida con un entusiasmo y un amor vehementes, gracias a que sus personajes y las situaciones que los definen sirven rápidamente de refuerzo empático con nosotros mismos. Yo lo tengo claro, voy a atravesar el puente con los ojos cerrados, con la esperanza de encontrar el camino correcto al otro lado, mientras rezo: "I'm one with the Force, and the Force is with me".
Rogue One: Una historia de Star Wars (2016), como ya ocurriese con The Force Awakens el año pasado, funciona como puente —en Disney aún no se atreven a cruzar del todo las fronteras marcadas por George Lucas— entre lo clásico y lo novedoso. Trasladar al imaginario cinéfilo contemporáneo los entresijos narrativos que han hecho de Star Wars una de las sagas cinematográficas de mayor calado histórico no se presuponía tarea sencilla, más aun cuando se intenta contentar a los fans más veteranos y al mismo tiempo enganchar a nuevas generaciones, pero parece estar costando algo más de la cuenta.
En esta ocasión, Gareth Edwards es el responsable de que la bifurcación que sufre el canon marca de la casa —sobre todo en lo tonal y en lo formal— sea lo suficientemente acusada como para dejarnos disfrutar de algo claramente atípico. Las líneas que servían de introducción a Star Wars: Una Nueva Esperanza (1977) se dilatan para narrar con mayor profundidad cómo un puñado de rebeldes consiguieron robar los planos de La Estrella de la Muerte para dar sentido a una rebelión que comenzaba a parecer inútil. La ópera espacial se entremezcla con el belicismo realista. La fotografía de Greig Fraser, sobria y refinada, se adapta a esta nueva mezcla, así como la banda sonora de Michael Giacchino, que lejos de imitar burdamente al maestro Williams, intenta dejar su sello en cada una de las piezas que compone, aunque eso sí, con irregulares resultados.
El grupo de rebeldes responsables de tal heroica hazaña está capitaneado por la insurrecta y valerosa Jyn Erso (Felicity Jones), hija de Galen Erso (Mads Mikkelsen) un científico vital en la construcción de la poderosísima arma imperial; Cassian Andor (Diego Luna), un espía rebelde capaz de sacrificarlo todo por la causa; Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y Baze Malbus (Wen Yiang), dos compañeros inseparables devotos de la fuerza; Bodhi Rook (Riz Ahmed), un piloto imperial desertor; y K-2SO (Alan Tudyk), un robot imperial reconfigurado con ciertos efectos secundarios que lo convierten en el mayor alivio cómico de la cinta. Es una pena que tal grupo de personajes, a priori interesantísimos, solo funcionen correctamente cuando actúan como un todo a través de la camaradería, que sí está bien conseguida, pero sin embargo se hundan en cierta trivialidad cuando se les observa desde la individualidad. Todos ellos comparten un arco algo irregular, que flaquea en los dos primeros actos de la película y que adquiere su cénit a través de la redención en el tercero y último de ellos.
Es en este tercer acto donde se libra la mayor de las batallas y donde Edwards despliega todo su talento para narrar lo épico del momento a través de la acción portentosa y cuidadosamente fragmentada, consiguiendo con la suma de todas sus partes —el montaje de momentos escalonadamente dramáticos para conseguir el objetivo es digno de elogio— un colofón espectacular. Las emociones se desparraman a la par que los disparos, las explosiones y las persecuciones se suceden a un ritmo vertiginoso, tanto en tierra firme como en el espacio exterior. Lástima que tal despliegue de energía se concentre en el punto y final de la cinta, sobre todo por lo que respecta a la falta de carisma de ciertos personajes que, hasta el momento, habían necesitado del discurso sobre-expositivo para ser relevantes y despertar emociones.
Haciendo hincapié en sus defectos, no debemos olvidar que la película sufrió regrabaciones de hasta el 40% de su metraje, algo que podría haber devenido en catástrofe y que, salvo en ocasiones muy concretas, parece no apreciarse demasiado. Quizás el “pero” más importante, obviando el desarrollo emocional de personajes y el desequilibrio de ritmo entre las tres partes de la película, corresponde a la recreación completamente digital de dos personajes míticos de la saga, cuya aparición se podría haber enfocado de otra manera menos polémica sin mayores problemas.
Del otro lado, concretamente del oscuro, Edwards consigue rescatar y aprovechar al máximo a uno de los personajes más emblemáticos de la saga —quizá el que más— y uno de los mejores villanos del cine: Darth Vader. Y lo hace a través de dos escenas de contrastes muy acusados. En la primera de ellas, Vader aparece sin el traje, flotando en un líquido blanco que, presupongo, le ayudaba en su recuperación. En la segunda, su sable de luz ilumina de rojo un pasillo en el que se respira puro terror. Quizás los puristas se escandalicen, pero yo necesitaba ver en acción al Sith más temido de la galaxia.
En definitiva, Rogue One sirve para dar un paso más allá en el desarrollo de este universo desde un enfoque inexplorado y novedoso, abriendo la puerta a toda una serie de “spin offs” que Disney tiene preparados. Desde mi generación, la intermedia entre las dos trilogías de Star Wars, esta nueva oleada de films está siendo acogida con un entusiasmo y un amor vehementes, gracias a que sus personajes y las situaciones que los definen sirven rápidamente de refuerzo empático con nosotros mismos. Yo lo tengo claro, voy a atravesar el puente con los ojos cerrados, con la esperanza de encontrar el camino correcto al otro lado, mientras rezo: "I'm one with the Force, and the Force is with me".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Puedes leerme en Viva el Puerto del grupo Andalucía Información, en mi Twitter: @JesulinGonzalez, en mi página de Facebook: ElMuroDeDocSportello o en mi blog: elmurodedocsportello.wordpress.com
3
19 de septiembre de 2016
19 de septiembre de 2016
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el mundo de la comedia romántica, el personaje de Bridget Jones es la reina “British” de la torpeza y el infortunio; del fracaso romántico y el playback dramático de "All By Myself". Pero también es estandarte de la mujer moderna (su trilogía engloba ese amasijo de años que conforman los 2000 hasta la actualidad) como protagonista real de la comedia, como artífice de carcajadas y blanco de ellas al mismo tiempo, siempre dueña de sus decisiones y libre de las ataduras que suelen ejercer los tópicos del género. O al menos lo era hasta ahora.
Con el estreno de Bridget Jones’ Baby, Sharon Maguire vuelve a retomar, tras 12 años de interludio, las andaduras de una Bridget Jones (Renée Zellweger) que ha alcanzado ya la cuarentena (y también su peso ideal), pero que continua celebrando cumpleaños en la apacible soledad que conlleva la soltería, aunque esta vez haya cambiado la balada romántica de Céline Dion por el rap marchoso de "House of Pain".
A pesar de este fútil atisbo de cambio de actitud inicial, la narrativa de Bridget Jones vuelve a girar en torno al embrollo amoroso triangular, esta vez fruto de los encuentros sexuales que nuestra protagonista tiene con Jack (Patrick Dempsey) y Mark (Colin Firth), ambos atractivos, ricos, inteligentes y buenos en la cama (sic). Como un capítulo de relleno de una sitcom cualquiera norteamericana, el verdadero enredo argumental emerge cuando Bridget se entera de que está embarazada y no sabe cuál de los dos apuestos pretendientes puede ser el padre.
Aun reconociendo lo simpático de la mayoría de situaciones que prosiguen (sobre todo las protagonizadas por una mordaz Emma Thompson), la simpleza con la que ambos personajes obtienen el derecho a reclamar el corazón de Bridget y, al mismo tiempo, la paternidad del bebé, echa por tierra todo intento de mandar un mensaje sobre la valentía necesaria para acometer las dificultades propias a las que puede enfrentarse una madre soltera aún en la actualidad. Por si fuera poco, la aparición de ciertas subtramas paródicas, toscas en su montaje y algo desafortunadas en su definición, sobre unos hípsters que asaltan el lugar de trabajo de Bridget y unas feministas de Europa del este a las que defiende como abogado Mark Darcy, me desconciertan hasta tal punto que consiguen sacarme de la película.
La desilusión va creciendo hasta llegar al clímax final, tan idílico, redondo y meloso que llega a romper ciertas normas básicas del universo al que pertenece Bridget Jones, quien pasa del "Fuck you" de Lily Allen al "We are Family" de "Sister Sledge" con una facilidad indigna de todo lo que representa (u otrora aparentaba representar) su personaje.
Con el estreno de Bridget Jones’ Baby, Sharon Maguire vuelve a retomar, tras 12 años de interludio, las andaduras de una Bridget Jones (Renée Zellweger) que ha alcanzado ya la cuarentena (y también su peso ideal), pero que continua celebrando cumpleaños en la apacible soledad que conlleva la soltería, aunque esta vez haya cambiado la balada romántica de Céline Dion por el rap marchoso de "House of Pain".
A pesar de este fútil atisbo de cambio de actitud inicial, la narrativa de Bridget Jones vuelve a girar en torno al embrollo amoroso triangular, esta vez fruto de los encuentros sexuales que nuestra protagonista tiene con Jack (Patrick Dempsey) y Mark (Colin Firth), ambos atractivos, ricos, inteligentes y buenos en la cama (sic). Como un capítulo de relleno de una sitcom cualquiera norteamericana, el verdadero enredo argumental emerge cuando Bridget se entera de que está embarazada y no sabe cuál de los dos apuestos pretendientes puede ser el padre.
Aun reconociendo lo simpático de la mayoría de situaciones que prosiguen (sobre todo las protagonizadas por una mordaz Emma Thompson), la simpleza con la que ambos personajes obtienen el derecho a reclamar el corazón de Bridget y, al mismo tiempo, la paternidad del bebé, echa por tierra todo intento de mandar un mensaje sobre la valentía necesaria para acometer las dificultades propias a las que puede enfrentarse una madre soltera aún en la actualidad. Por si fuera poco, la aparición de ciertas subtramas paródicas, toscas en su montaje y algo desafortunadas en su definición, sobre unos hípsters que asaltan el lugar de trabajo de Bridget y unas feministas de Europa del este a las que defiende como abogado Mark Darcy, me desconciertan hasta tal punto que consiguen sacarme de la película.
La desilusión va creciendo hasta llegar al clímax final, tan idílico, redondo y meloso que llega a romper ciertas normas básicas del universo al que pertenece Bridget Jones, quien pasa del "Fuck you" de Lily Allen al "We are Family" de "Sister Sledge" con una facilidad indigna de todo lo que representa (u otrora aparentaba representar) su personaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Si quieres leer más sobre Bridget Jones´Baby u otro estreno cinematográfico, visita mi blog: https://elmurodedocsportello.wordpress.com/2016/09/19/bridget-jonesbaby-el-eterno-triangulo-amoroso/
Más sobre Jesus Gonzalez
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here