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6,3
1.347
8
7 de agosto de 2018
7 de agosto de 2018
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director George Roy Hill ya había conquistado a las audiencias de principios de los ‘70 con “Butch Cassidy & Sundance Kid” (1969) y “El Golpe” (1973) cuando se abocó a la difícil tarea de llevar a la pantalla el premiado best seller “El Mundo según Garp” del escritor norteamericano John Irving, y su acierto no pudo haber sido mejor. La película puso al entonces joven comediante Robin Williams en su primer rol dramático serio encarnando a Garp, marcó el debut de la actriz Glenn Close como la madre de Garp obteniendo su primera de muchas nominaciones al Oscar, y puso al actor John Lithgow en el recordado rol trans de Roberta, obteniendo también una nominación al Oscar de ese año. Junto con esto la cinta cosechó elogios de los críticos quienes alabaron el humor, la osadía y agudeza de un guion adelantado a su tiempo y con una galería de personajes tan interesantes como impredecibles.
Garp como hijo único de Jenny, una feminista enfermera autora del manifiesto La Sospechosa Sexual, es un joven que quiere casarse, tener hijos y construir una familia aparentemente “normal” en un mundo donde los personajes que rodean a su madre harán de su vida un tobogán de emociones. En su retrato familiar la película apostó por temas poco desarrollados en los 80 como son el fanatismo de la cruzada feminista, la naturalización del deseo sexual y la humanización de la identidad transgénero. Filmada en los alrededores de Nueva York con fotografía de Miroslav Ondricek y música del jazzista David Shire, el mundo de Garp es precisamente un mundo diverso, dinámico y extravagante, y donde el sueño de convertirse en famoso escritor, hará de Garp un ser humano sensible y abierto al amor y al desamor en todas sus formas y colores.
Tal vez menor al lado de otras grandes películas del año 1982 como “Gandhi”, “Tootsie”, “La Decisión de Sophie”, e incluso “E.T el Extraterrestre”, “El Mundo según Garp” sigue siendo una aclamada y sólida comedia-dramática de personajes irrepetibles que marcaron un hito a principios de los ‘80. Recordada en los espectadores de la época por su magistral introducción al son de la canción “When I’m Sixty Four” de Los Beatles, la película tuvo un importante impacto de público y crítica, consolidándose como un progresista retrato norteamericano de familia fragmentada y disfuncional, que supo quebrar barreras en una época marcadamente conservadora
Texto: Daniel Valcarce
Garp como hijo único de Jenny, una feminista enfermera autora del manifiesto La Sospechosa Sexual, es un joven que quiere casarse, tener hijos y construir una familia aparentemente “normal” en un mundo donde los personajes que rodean a su madre harán de su vida un tobogán de emociones. En su retrato familiar la película apostó por temas poco desarrollados en los 80 como son el fanatismo de la cruzada feminista, la naturalización del deseo sexual y la humanización de la identidad transgénero. Filmada en los alrededores de Nueva York con fotografía de Miroslav Ondricek y música del jazzista David Shire, el mundo de Garp es precisamente un mundo diverso, dinámico y extravagante, y donde el sueño de convertirse en famoso escritor, hará de Garp un ser humano sensible y abierto al amor y al desamor en todas sus formas y colores.
Tal vez menor al lado de otras grandes películas del año 1982 como “Gandhi”, “Tootsie”, “La Decisión de Sophie”, e incluso “E.T el Extraterrestre”, “El Mundo según Garp” sigue siendo una aclamada y sólida comedia-dramática de personajes irrepetibles que marcaron un hito a principios de los ‘80. Recordada en los espectadores de la época por su magistral introducción al son de la canción “When I’m Sixty Four” de Los Beatles, la película tuvo un importante impacto de público y crítica, consolidándose como un progresista retrato norteamericano de familia fragmentada y disfuncional, que supo quebrar barreras en una época marcadamente conservadora
Texto: Daniel Valcarce

6,5
929
10
11 de octubre de 2018
11 de octubre de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bruce Beresford es un director australiano que después del éxito de su película “Breaker Morant” (1980) se trasladó a Hollywood y se destacó con películas como “El Precio de la Felicidad” (1983), “El Rey David” (1985), “Crímenes del Corazón” (1986) y “Conduciendo a Miss Daisy” (1989), con la que ganó varios premios Oscar. En las décadas posteriores hasta la actualidad, no ha logrado acaparar la misma atención que tuvo en los 80, aunque ha desarrollado una fructífera carrera que abarca 50 años de ininterrumpido trabajo con más de 30 películas a su haber.
“El Precio de la Felicidad”, conocida también con el título de “Gracias y Favores”, forma parte de un grupo de películas muy de moda en la primera mitad de los 80, que junto a otras cintas como “Vaquero Urbano”(1980), “La Hija del Minero”(1981), “HonkyTonk Man”(1982), “SongWriter”(1984) y “Dulces Sueños”(1985) entre varias más, retrataron vidas de cantantes de música country o contaron sufridas historias de personajes típicamente tejanos y en su mayoría rurales, siempre acompañados por una poderosa banda sonora llena de canciones en este estilo musical tan típicamente norteamericano. En el caso de “El precio de la Felicidad”, con un guion del aclamado escritor Horton Foote, mismo guionista de “Matar a un Ruiseñor” (1962), se cuenta una historia de sacrificio donde a través de la convivencia familiar, la figura paternal, y la búsqueda de un camino espiritual, el protagonista intenta redimir las heridas de su pasado junto a una joven viuda y su pequeño hijo. Las llanuras de Texas, fotografiadas magistralmente con luz natural y sin artificios por el australiano Russell Boyd, colaborador permanente del gran director Peter Weir, sirven como el solitario y bellísimo escenario que acompaña a los personajes en la búsqueda de una nueva vida. De esta manera, es fundamental en la historia, la relación padre-hijo que surge entre el adulto y el niño, y en donde la figura del pequeño simboliza ese necesario vehículo de inocencia, redención y encuentro con un nuevo comienzo.
Si bien “El precio de la Felicidad” no tuvo un gran éxito de público, tal vez debido a su ritmo pausado y su bajo perfil, la película acaparó cinco nominaciones al Oscar y cinco nominaciones al Globo de Oro, incluyendo mejor película, dirección, actor principal, guion, y canción original, y ganando finalmente los codiciados premios para el actor Robert Duvall -quien canta sus propias canciones en la película- y para el guionista Horton Foote. La película también compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes y está considerada por la crítica ochentera como una de las mejores películas de la década.
Texto: Daniel Valcarce
“El Precio de la Felicidad”, conocida también con el título de “Gracias y Favores”, forma parte de un grupo de películas muy de moda en la primera mitad de los 80, que junto a otras cintas como “Vaquero Urbano”(1980), “La Hija del Minero”(1981), “HonkyTonk Man”(1982), “SongWriter”(1984) y “Dulces Sueños”(1985) entre varias más, retrataron vidas de cantantes de música country o contaron sufridas historias de personajes típicamente tejanos y en su mayoría rurales, siempre acompañados por una poderosa banda sonora llena de canciones en este estilo musical tan típicamente norteamericano. En el caso de “El precio de la Felicidad”, con un guion del aclamado escritor Horton Foote, mismo guionista de “Matar a un Ruiseñor” (1962), se cuenta una historia de sacrificio donde a través de la convivencia familiar, la figura paternal, y la búsqueda de un camino espiritual, el protagonista intenta redimir las heridas de su pasado junto a una joven viuda y su pequeño hijo. Las llanuras de Texas, fotografiadas magistralmente con luz natural y sin artificios por el australiano Russell Boyd, colaborador permanente del gran director Peter Weir, sirven como el solitario y bellísimo escenario que acompaña a los personajes en la búsqueda de una nueva vida. De esta manera, es fundamental en la historia, la relación padre-hijo que surge entre el adulto y el niño, y en donde la figura del pequeño simboliza ese necesario vehículo de inocencia, redención y encuentro con un nuevo comienzo.
Si bien “El precio de la Felicidad” no tuvo un gran éxito de público, tal vez debido a su ritmo pausado y su bajo perfil, la película acaparó cinco nominaciones al Oscar y cinco nominaciones al Globo de Oro, incluyendo mejor película, dirección, actor principal, guion, y canción original, y ganando finalmente los codiciados premios para el actor Robert Duvall -quien canta sus propias canciones en la película- y para el guionista Horton Foote. La película también compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes y está considerada por la crítica ochentera como una de las mejores películas de la década.
Texto: Daniel Valcarce

6,0
57.530
9
7 de agosto de 2018
7 de agosto de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director Taylor Hackford es dueño de una interesante y muy prolífica carrera en el cine comercial con grandes éxitos que incluyen “El Poder y la Pasión” (1984), “Noches Blancas” (1985), “La Bamba” (1987), “Cuando me Enamoro” (1988), “Dolores Claiborne” (1995) y “El Abogado del Diablo” (1997), entre otras. Su primer gran éxito tanto de público como de crítica fue “Reto al Destino” (1982) conocida en algunos países con el título de “Oficial y Caballero”, premiadísima película nominada a 6 Oscar y a 8 Globos de Oro en distintas categorías incluyendo mejor actriz y mejor guion entre otras, y que llegó incluso a ser catalogada como uno de los mejores filmes del año. Taylor Hackford como director no fue nominado a los premios y tuvo que esperar hasta dirigir la magnífica “Ray” (2004), basada en la vida del músico Ray Charles, para recién acceder a esta nominación, finalmente sin obtener nunca el codiciado premio.
El éxito de “Reto al Destino” se debe en gran parte a su probada y efectiva fórmula romántica, lo que la convirtió instantáneamente en un clásico de los 80 prácticamente inolvidable para las masas, siempre fieles a las historias donde una cenicienta busca –y encuentra- a su príncipe azul. Para lograr ésta fórmula que casi siempre da buenos resultados, la química de sus protagonistas frente a las cámaras fue fundamental, lo que transformó a Richard Gere y a Debra Winger en estrellas indiscutidas del cine. Otro de los aspectos que transformaron a “Reto al Destino” en un clásico fue su ingrediente militar, lo que sin duda se resume magistralmente en el rol del sargento instructor Foley, interpretado por el actor afroamericano Lou Gossett Jr. Este rol se convertiría en un personaje icónico que más tarde sería inspirador para roles militares similares, siendo tal vez uno de los más logrados el del durísimo sargento Hartman en la magistral película “Nacido para Matar” (1987) de Stanley Kubrick. Además gracias a este trabajo, Lou Gossett Jr. se convirtió en el primer actor afroamericano que ganaría el Oscar y el Globo de Oro como mejor actor de reparto. Antes de él, el único afroamericano que había obtenido este premio era Sidney Poitier, pero como mejor actor principal.
Sin duda que “Reto al Destino” será recordada como una de las películas más queridas del público de los 80. Su sensibilidad se vio claramente reflejada en el espectacular éxito de su canción original interpretada por Joe Cocker y Jenniffer Warnes llamada “Up Were We Belong”. Esta balada premiada con el Oscar, el Globo de Oro e incluso el Grammy, se transformó en un hit para las audiencias de la época, y con su inconfundible estilo ochentero llegó a ser número 1 en el reconocido ranking musical Billboard.
Texto: Daniel Valcarce
El éxito de “Reto al Destino” se debe en gran parte a su probada y efectiva fórmula romántica, lo que la convirtió instantáneamente en un clásico de los 80 prácticamente inolvidable para las masas, siempre fieles a las historias donde una cenicienta busca –y encuentra- a su príncipe azul. Para lograr ésta fórmula que casi siempre da buenos resultados, la química de sus protagonistas frente a las cámaras fue fundamental, lo que transformó a Richard Gere y a Debra Winger en estrellas indiscutidas del cine. Otro de los aspectos que transformaron a “Reto al Destino” en un clásico fue su ingrediente militar, lo que sin duda se resume magistralmente en el rol del sargento instructor Foley, interpretado por el actor afroamericano Lou Gossett Jr. Este rol se convertiría en un personaje icónico que más tarde sería inspirador para roles militares similares, siendo tal vez uno de los más logrados el del durísimo sargento Hartman en la magistral película “Nacido para Matar” (1987) de Stanley Kubrick. Además gracias a este trabajo, Lou Gossett Jr. se convirtió en el primer actor afroamericano que ganaría el Oscar y el Globo de Oro como mejor actor de reparto. Antes de él, el único afroamericano que había obtenido este premio era Sidney Poitier, pero como mejor actor principal.
Sin duda que “Reto al Destino” será recordada como una de las películas más queridas del público de los 80. Su sensibilidad se vio claramente reflejada en el espectacular éxito de su canción original interpretada por Joe Cocker y Jenniffer Warnes llamada “Up Were We Belong”. Esta balada premiada con el Oscar, el Globo de Oro e incluso el Grammy, se transformó en un hit para las audiencias de la época, y con su inconfundible estilo ochentero llegó a ser número 1 en el reconocido ranking musical Billboard.
Texto: Daniel Valcarce

6,8
25.192
9
7 de agosto de 2018
7 de agosto de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
John Hughes fue un director y guionista que en los 80 brilló por sus películas de adolescencia, las que fueron clave a la hora de aportar al estereotipo adolescente ochentero y de clase media, definido en cintas dirigidas por él como “16 Velas”(1984), “El club de los Cinco”(1985) “Ciencia Loca”(1985) y “Todo en un Día”(1986), y en otras escritas por él como “La Chica de Rosa”(1986) y “Alguien Maravilloso”(1987). Junto a su trabajo ochentero en el terreno adolescente, Hughes fue para Hollywood garantía de éxito de taquilla familiar en los 90 con los guiones de “Mi Pobre Angelito”(1990), “Beethoven”(1992), “Daniel el Travieso”(1993) y “101 Dálmatas”(1996) por citar algunos ejemplos. Su temprana muerte en el año 2009 fue una amarga noticia para el cine norteamericano y fue así como en los premios Oscar del año 2010, actores y actrices que gracias a él conocieron la fama en plena adolescencia, destacaron su legado fílmico en un sentido y hermoso homenaje.
“El club de los Cinco” es una pieza clave dentro de la filmografía de Hughes. Sus protagonistas, cinco estudiantes adolescentes que son castigados a pasar un sábado en la biblioteca del colegio para escribir un ensayo reflexivo, se convirtieron en verdaderos íconos para los adolescentes ochenteros. Junto con formar parte de un grupo de películas que definieron una moda de apatía y rebeldía, “El Club de los Cinco” también fue una especie de himno a la búsqueda de la identidad ya que en la película los personajes son retratados en una edición pausada, en secuencias que parecen alargarse y buscar su propio ritmo entre los escritorios y los libros de la biblioteca. El director privilegia las miradas, los gestos, y a veces los silencios, e introduce una banda sonora que con el paso de los años ha dado a la película un merecido status “de culto”. Recientemente “El Club de los Cinco” fue catalogada por la crítica mundial como una de las películas juveniles más importantes de la historia, y sorprendentemente en 2016 pasó a formar parte del selecto Registro Nacional del Cine de la Biblioteca del Congreso Norteamericano; galardón que obtienen solo determinados filmes por su aporte “histórico, cultural o estético”.
Finalmente cabe destacar que la representatividad de “El Club de los Cinco” en la identidad adolescente de los 80 tuvo mucho que ver con su elenco, ya que todos fueron parte del “BratPack”; una veintena de actores y actrices que encarnaron roles juveniles en diversas películas para el público adolescente. De todas estas figuras el nombre de Molly Ringwald fue tal vez el más icónico del grupo, siendo la única que a los 17 años en 1986 fue portada de la influyente revista “Time” acompañando la frase “Acaso no es dulce?”
Texto: Daniel Valcarce
“El club de los Cinco” es una pieza clave dentro de la filmografía de Hughes. Sus protagonistas, cinco estudiantes adolescentes que son castigados a pasar un sábado en la biblioteca del colegio para escribir un ensayo reflexivo, se convirtieron en verdaderos íconos para los adolescentes ochenteros. Junto con formar parte de un grupo de películas que definieron una moda de apatía y rebeldía, “El Club de los Cinco” también fue una especie de himno a la búsqueda de la identidad ya que en la película los personajes son retratados en una edición pausada, en secuencias que parecen alargarse y buscar su propio ritmo entre los escritorios y los libros de la biblioteca. El director privilegia las miradas, los gestos, y a veces los silencios, e introduce una banda sonora que con el paso de los años ha dado a la película un merecido status “de culto”. Recientemente “El Club de los Cinco” fue catalogada por la crítica mundial como una de las películas juveniles más importantes de la historia, y sorprendentemente en 2016 pasó a formar parte del selecto Registro Nacional del Cine de la Biblioteca del Congreso Norteamericano; galardón que obtienen solo determinados filmes por su aporte “histórico, cultural o estético”.
Finalmente cabe destacar que la representatividad de “El Club de los Cinco” en la identidad adolescente de los 80 tuvo mucho que ver con su elenco, ya que todos fueron parte del “BratPack”; una veintena de actores y actrices que encarnaron roles juveniles en diversas películas para el público adolescente. De todas estas figuras el nombre de Molly Ringwald fue tal vez el más icónico del grupo, siendo la única que a los 17 años en 1986 fue portada de la influyente revista “Time” acompañando la frase “Acaso no es dulce?”
Texto: Daniel Valcarce
14 de junio de 2018
14 de junio de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si bien el director James Foley en la actualidad ha estado a cargo de las dos últimas películas de “50 sombras”, su carrera en los ‘80 y ‘90 fue mucho más interesante con películas inteligentes de corte urbano y bajo perfil que buscaron explotar el talento de sus actores y consolidar una estética ochentera que tal vez tuvo sus más altos puntos en su constante colaboración con la cantante Madonna en famosos videoclips. En “Vivir para Contar” (At Close Range) de 1986, también conocida como “Hombres Frente a Frente”, James Foley logra uno de sus mejores aportes al cine y se basa en una historia delictiva real acontecida en Estados Unidos a fines de los ‘70.
Valiéndose de una electrizante química generada entre sus protagonistas/antagonistas a cargo de un joven y muy intenso Sean Penn y un ya experimentado y escalofriante Christopher Walken, la historia se construye en fragmentos de vida de pueblo sin oportunidades, entre desolados paisajes y olvidados suburbios, y con una belleza fotográfica que casi parece romantizar visualmente la vida delictiva y pendenciera. Este estilo visual tan de moda en los ‘80 se aprecia en haces de luz que se cuelan por las ventanas y humo de cigarrillo que flota en el aire, alimentando la atmosférica dirección fotográfica del español Juan Ruiz Anchia (dos veces nominado al premio Emmy por su trabajo fotográfico en la serie “American Horror Story”), quien nos envuelve con su perfecta estética de videoclip musical, en un drama familiar de personajes desgarradoramente hundidos en el delito y la fatalidad. Al mismo tiempo y a través de un certero guion de Nicholas Kazan (hijo del gran director Elia Kazan), las figuras contendoras de padre e hijo resumen el conflicto clave de la trama, sosteniendo una historia de confrontación donde ambos protagonistas se enfrentan cara a cara casi como en una tragedia griega. A la fecha la película sigue siendo uno de los mejores logros actorales de ambos protagonistas, a los que se suman las convincentes apariciones del hermano y la madre de Sean Penn en roles secundarios igualmente destacados.
“Vivir para Contar” es una de esas joyas ochenteras subvaloradas que no tuvo mayor éxito de público pero que sin embargo tuvo gran éxito en la crítica mundial. No sólo llegó al Festival de Berlín a competir por el Oso de Oro a la mejor película, gracias a su acertada dirección, guion, actuaciones y fotografía, sino que también se le recuerda por incluir la canción “Live to Tell” de Madonna (por esos días esposa de Sean Penn y pareja de moda en Hollywood), la que para muchos es una de las mejores baladas de su carrera.
Texto: Daniel Valcarce
Valiéndose de una electrizante química generada entre sus protagonistas/antagonistas a cargo de un joven y muy intenso Sean Penn y un ya experimentado y escalofriante Christopher Walken, la historia se construye en fragmentos de vida de pueblo sin oportunidades, entre desolados paisajes y olvidados suburbios, y con una belleza fotográfica que casi parece romantizar visualmente la vida delictiva y pendenciera. Este estilo visual tan de moda en los ‘80 se aprecia en haces de luz que se cuelan por las ventanas y humo de cigarrillo que flota en el aire, alimentando la atmosférica dirección fotográfica del español Juan Ruiz Anchia (dos veces nominado al premio Emmy por su trabajo fotográfico en la serie “American Horror Story”), quien nos envuelve con su perfecta estética de videoclip musical, en un drama familiar de personajes desgarradoramente hundidos en el delito y la fatalidad. Al mismo tiempo y a través de un certero guion de Nicholas Kazan (hijo del gran director Elia Kazan), las figuras contendoras de padre e hijo resumen el conflicto clave de la trama, sosteniendo una historia de confrontación donde ambos protagonistas se enfrentan cara a cara casi como en una tragedia griega. A la fecha la película sigue siendo uno de los mejores logros actorales de ambos protagonistas, a los que se suman las convincentes apariciones del hermano y la madre de Sean Penn en roles secundarios igualmente destacados.
“Vivir para Contar” es una de esas joyas ochenteras subvaloradas que no tuvo mayor éxito de público pero que sin embargo tuvo gran éxito en la crítica mundial. No sólo llegó al Festival de Berlín a competir por el Oso de Oro a la mejor película, gracias a su acertada dirección, guion, actuaciones y fotografía, sino que también se le recuerda por incluir la canción “Live to Tell” de Madonna (por esos días esposa de Sean Penn y pareja de moda en Hollywood), la que para muchos es una de las mejores baladas de su carrera.
Texto: Daniel Valcarce
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