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8,0
23.650
2
2 de enero de 2025
2 de enero de 2025
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este western es un ejercicio de orgullo cinematográfico, una respuesta directa y desafiante a otras visiones más vulnerables y humanas del género (más concretamente a "Solo ante el peligro"). Aquí no hay espacio para dudas o flaquezas: los héroes son profesionales, seguros de sí mismos, imperturbables. Y, por supuesto, son hombres de verdad.
La trama gira en torno a un sheriff y su variopinto grupo de ayudantes que defienden la justicia (y una celda) frente a un peligro mayor. Pero entre tiroteos y silencios tensos, alguien pensó que era una buena idea colar una historia de amor que, si bien intenta dar algo de suavidad al conjunto, resulta tan creíble como un par de baladas country cantadas bajo un asedio... que, ¿por qué no? Ahí están. Porque si contratas a estrellas musicales como Dean Martin y Ricky Nelson, lo mínimo es que se luzcan en algún dueto... y, para evitar la lucha de egos, pues una canción para cada uno. Aunque, siendo honestos, esas escenas se sienten tan necesarias como un cactus en una maceta para decorar el desierto.
Por cierto, Ricky Nelson no está aquí por su talento actoral, sino para arrastrar al público adolescente que suspiraba por su voz y su imagen. Elvis rechazó el papel. Así que lo que tenemos es a un ídolo juvenil disparando y cantando porque, bueno, había que justificar su presencia.
La película también es una declaración de principios. No busca explorar el alma del héroe ni sus dudas o inseguridades. En cambio, lanza un mensaje claro: los hombres duros no tiemblan. La camaradería entre los personajes y el humor funcionan como un pegamento que intenta suavizar este enfoque, aunque las bromas ya se sienten añejas incluso para la época.
En cuanto a la dirección, Howard Hawks entrega una antología de sus propios tics. Los personajes son caricaturas masculinas que orbitan en torno al protagonista, el alfa absoluto, interpretado por un John Wayne que hace lo que mejor sabe: ser John Wayne. Si no te conquista su estilo, esta no será la película que te haga cambiar de opinión.
Todo está filmado con un estilo tan teatral que casi esperas que alguien pase a cobrar entradas en cada cambio de plano. La cámara apenas se mueve, y el dinamismo del género se sacrifica para dar prioridad a los diálogos y la convivencia de este grupo de "bravos". Pero si las historias deberían fluir como un río, ¿dónde está el río? No hay corriente emocional ni narrativa que arrastre esta historia más allá del título. Avanza a base de escenas que se sienten como episodios de un serial más que como un flujo dramático con peso y profundidad.
Y sin embargo, a pesar de todas las objeciones que pueda poner, hay algo innegable: la película ha dejado una huella imborrable en el género. Es una piedra angular del western clásico, probablemente por su afirmación de los valores tradicionales del héroe y su representación pura de los ideales del género. Es cine que, si bien puede parecer superficial y funcional, sigue siendo un hito por la pureza con la que encapsula un ideal de masculinidad cinematográfica.
Unos bravos que no tienen río, ni corrientes emocionales que los arrastren más allá de la superficie. Pero ahí están, sólidos como un monumento, recordándonos que, a veces, lo importante no es hacia dónde fluye el agua, sino la dureza de las rocas que la contienen.
La trama gira en torno a un sheriff y su variopinto grupo de ayudantes que defienden la justicia (y una celda) frente a un peligro mayor. Pero entre tiroteos y silencios tensos, alguien pensó que era una buena idea colar una historia de amor que, si bien intenta dar algo de suavidad al conjunto, resulta tan creíble como un par de baladas country cantadas bajo un asedio... que, ¿por qué no? Ahí están. Porque si contratas a estrellas musicales como Dean Martin y Ricky Nelson, lo mínimo es que se luzcan en algún dueto... y, para evitar la lucha de egos, pues una canción para cada uno. Aunque, siendo honestos, esas escenas se sienten tan necesarias como un cactus en una maceta para decorar el desierto.
Por cierto, Ricky Nelson no está aquí por su talento actoral, sino para arrastrar al público adolescente que suspiraba por su voz y su imagen. Elvis rechazó el papel. Así que lo que tenemos es a un ídolo juvenil disparando y cantando porque, bueno, había que justificar su presencia.
La película también es una declaración de principios. No busca explorar el alma del héroe ni sus dudas o inseguridades. En cambio, lanza un mensaje claro: los hombres duros no tiemblan. La camaradería entre los personajes y el humor funcionan como un pegamento que intenta suavizar este enfoque, aunque las bromas ya se sienten añejas incluso para la época.
En cuanto a la dirección, Howard Hawks entrega una antología de sus propios tics. Los personajes son caricaturas masculinas que orbitan en torno al protagonista, el alfa absoluto, interpretado por un John Wayne que hace lo que mejor sabe: ser John Wayne. Si no te conquista su estilo, esta no será la película que te haga cambiar de opinión.
Todo está filmado con un estilo tan teatral que casi esperas que alguien pase a cobrar entradas en cada cambio de plano. La cámara apenas se mueve, y el dinamismo del género se sacrifica para dar prioridad a los diálogos y la convivencia de este grupo de "bravos". Pero si las historias deberían fluir como un río, ¿dónde está el río? No hay corriente emocional ni narrativa que arrastre esta historia más allá del título. Avanza a base de escenas que se sienten como episodios de un serial más que como un flujo dramático con peso y profundidad.
Y sin embargo, a pesar de todas las objeciones que pueda poner, hay algo innegable: la película ha dejado una huella imborrable en el género. Es una piedra angular del western clásico, probablemente por su afirmación de los valores tradicionales del héroe y su representación pura de los ideales del género. Es cine que, si bien puede parecer superficial y funcional, sigue siendo un hito por la pureza con la que encapsula un ideal de masculinidad cinematográfica.
Unos bravos que no tienen río, ni corrientes emocionales que los arrastren más allá de la superficie. Pero ahí están, sólidos como un monumento, recordándonos que, a veces, lo importante no es hacia dónde fluye el agua, sino la dureza de las rocas que la contienen.

4,1
2.139
3
23 de diciembre de 2024
23 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para esta tercera entrega, Norman Bates vuelve a abrir las puertas de su motel, acompañado de Anthony Perkins en su debut como director. Aunque la propuesta busca diferenciarse con un enfoque más estilizado y cargado de humor negro, la película se siente más como un apéndice innecesario que como un capítulo esencial.
El guion, menos inspirado que el de las anteriores entregas, intenta acomodarse a la moda del slasher que dominaba el terror de los 80, abandonando en gran medida los giros narrativos y el misterio psicológico que definieron la franquicia. Este cambio de rumbo resulta en una cinta que, aunque más macabra, carece del impacto narrativo que hizo memorable al original, y que salvo de la quema a su primera secuela.
Pese a su mediocridad, hay que reconocer cierto esfuerzo de Perkins detrás de la cámara. Su dirección toma riesgos con una iluminación que evoca el cine negro y un surrealismo que intenta reflejar la fracturada psique de Norman. Sin embargo, esta ambición no siempre da en el clavo. Algunas escenas bordean lo absurdo, y el tono, fluctuando entre tragedia y comedia negra, a menudo se siente desorientado.
En el fondo, esta tercera parte parece más un vehículo diseñado para sostener la carrera de Perkins, quien seguía encadenado al personaje de Norman Bates. El resultado es un producto alimenticio que, aunque no desentona del todo dentro del cine de explotación de su época, aporta poco al legado de la saga.
El guion, menos inspirado que el de las anteriores entregas, intenta acomodarse a la moda del slasher que dominaba el terror de los 80, abandonando en gran medida los giros narrativos y el misterio psicológico que definieron la franquicia. Este cambio de rumbo resulta en una cinta que, aunque más macabra, carece del impacto narrativo que hizo memorable al original, y que salvo de la quema a su primera secuela.
Pese a su mediocridad, hay que reconocer cierto esfuerzo de Perkins detrás de la cámara. Su dirección toma riesgos con una iluminación que evoca el cine negro y un surrealismo que intenta reflejar la fracturada psique de Norman. Sin embargo, esta ambición no siempre da en el clavo. Algunas escenas bordean lo absurdo, y el tono, fluctuando entre tragedia y comedia negra, a menudo se siente desorientado.
En el fondo, esta tercera parte parece más un vehículo diseñado para sostener la carrera de Perkins, quien seguía encadenado al personaje de Norman Bates. El resultado es un producto alimenticio que, aunque no desentona del todo dentro del cine de explotación de su época, aporta poco al legado de la saga.
23 de diciembre de 2024
23 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hacer una secuela de una obra maestra es, en el mejor de los casos, un acto de valentía y, en el peor, una receta para el desastre. Sin embargo, contra todo pronóstico, esta película logra justificar su existencia. Aunque nunca alcanza la perfección del original, encuentra su propio camino al abordar la historia desde una perspectiva nueva y sorprendentemente reflexiva.
Ambientada años después, el filme nos reencuentra con Norman Bates, aparentemente rehabilitado y tratando de reintegrarse en una sociedad que no olvida ni perdona. La narración juega con nuestras expectativas: ¿es Norman realmente un hombre reformado o sigue siendo una amenaza acechante? Este dilema impulsa la película, creando un suspense psicológico que se alimenta tanto del pasado del personaje como de las acciones de quienes lo rodean.
Anthony Perkins, una vez más, se apropia del papel con una intensidad que genera tanto empatía como desconfianza. Su interpretación es la columna vertebral del filme, logrando que nos cuestionemos constantemente si es víctima o verdugo. A su lado, el elenco cumple su función, aunque algunos personajes secundarios parecen más funcionales que profundos.
El guion, más elaborado de lo que cabría esperar, equilibra el homenaje al original con una identidad propia. Los giros narrativos, aunque a veces rozan lo inverosímil, están bien ejecutados y mantienen la atención. La dirección, por otro lado, no tiene la precisión ni el ingenio visual de Hitchcock, pero sabe manejar la atmósfera para mantenernos incómodos y alerta.
Quizás el mayor logro de esta película es cómo explora las consecuencias del trauma y la imposibilidad de escapar del pasado. Sin caer en el terror fácil, se apoya en el legado de su predecesora para tejer una historia que, aunque imperfecta, resulta inquietante y conmovedora.
¿Es imprescindible? No, pero como secuela de un clásico, sorprende al ser algo más que un intento oportunista. Es un recordatorio de que incluso las sombras de las grandes obras pueden tener algo nuevo que decir.
Ambientada años después, el filme nos reencuentra con Norman Bates, aparentemente rehabilitado y tratando de reintegrarse en una sociedad que no olvida ni perdona. La narración juega con nuestras expectativas: ¿es Norman realmente un hombre reformado o sigue siendo una amenaza acechante? Este dilema impulsa la película, creando un suspense psicológico que se alimenta tanto del pasado del personaje como de las acciones de quienes lo rodean.
Anthony Perkins, una vez más, se apropia del papel con una intensidad que genera tanto empatía como desconfianza. Su interpretación es la columna vertebral del filme, logrando que nos cuestionemos constantemente si es víctima o verdugo. A su lado, el elenco cumple su función, aunque algunos personajes secundarios parecen más funcionales que profundos.
El guion, más elaborado de lo que cabría esperar, equilibra el homenaje al original con una identidad propia. Los giros narrativos, aunque a veces rozan lo inverosímil, están bien ejecutados y mantienen la atención. La dirección, por otro lado, no tiene la precisión ni el ingenio visual de Hitchcock, pero sabe manejar la atmósfera para mantenernos incómodos y alerta.
Quizás el mayor logro de esta película es cómo explora las consecuencias del trauma y la imposibilidad de escapar del pasado. Sin caer en el terror fácil, se apoya en el legado de su predecesora para tejer una historia que, aunque imperfecta, resulta inquietante y conmovedora.
¿Es imprescindible? No, pero como secuela de un clásico, sorprende al ser algo más que un intento oportunista. Es un recordatorio de que incluso las sombras de las grandes obras pueden tener algo nuevo que decir.

7,3
7.030
6
23 de diciembre de 2024
23 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una amarga comedia negra que captura la precariedad y las contradicciones de la España de posguerra, con un enfoque en la vida cotidiana de quienes viven al margen del desarrollo económico y social de la época, adentrándose en los rincones más oscuros de la supervivencia en un país marcado por la pobreza, la escasez de oportunidades y las rígidas normas morales.
La historia sigue a Rodolfo y Petrita, una pareja que sueña con casarse pero no puede permitirse un piso. Ante esta imposibilidad, Petrita sugiere que Rodolfo se case con Doña Martina, una anciana enferma, para heredar su vivienda de renta antigua tras su muerte. Este plan grotesco se convierte en un espejo de la desesperación y el pragmatismo brutal de quienes luchan por salir adelante.
Con una dirección austera y casi documental, Ferreri refleja la claustrofobia de un Madrid gris y sofocante. Los personajes son antihéroes profundamente humanos, cuya picaresca les atrapa entre la necesidad y la moralidad. Sin dulcificar su historia, la película convierte el absurdo en un retrato devastador de una sociedad donde las aspiraciones chocan con una realidad asfixiante, y en la que los logros conseguidos se convierten en un ascenso social desde el cual se puede ganar control sobre los demás.
Es incómoda pero memorable, una obra que no busca consolar, sino cuestionar cuánto se está dispuesto a sacrificar por un futuro apenas mejor.
La historia sigue a Rodolfo y Petrita, una pareja que sueña con casarse pero no puede permitirse un piso. Ante esta imposibilidad, Petrita sugiere que Rodolfo se case con Doña Martina, una anciana enferma, para heredar su vivienda de renta antigua tras su muerte. Este plan grotesco se convierte en un espejo de la desesperación y el pragmatismo brutal de quienes luchan por salir adelante.
Con una dirección austera y casi documental, Ferreri refleja la claustrofobia de un Madrid gris y sofocante. Los personajes son antihéroes profundamente humanos, cuya picaresca les atrapa entre la necesidad y la moralidad. Sin dulcificar su historia, la película convierte el absurdo en un retrato devastador de una sociedad donde las aspiraciones chocan con una realidad asfixiante, y en la que los logros conseguidos se convierten en un ascenso social desde el cual se puede ganar control sobre los demás.
Es incómoda pero memorable, una obra que no busca consolar, sino cuestionar cuánto se está dispuesto a sacrificar por un futuro apenas mejor.

8,2
73.450
7
21 de diciembre de 2024
21 de diciembre de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejándose de las convenciones del cine de suspense de la época, esta película sumerge al espectador en un relato que, más que perseguir un misterio, explora las profundidades de la mente humana. A través de su protagonista, atrapado en un ciclo de obsesión, deseo y autoengaño, se despliega un drama psicológico que trasciende las formas tradicionales del género. La trama, que podría parecer una simple persecución, se convierte en un juego complejo de cazador y presa, pero en lugar de buscar respuestas concretas, el relato se enfoca en la disolución de las identidades y la manipulación de las percepciones.
Cada escena está construida para reflejar el estado emocional del protagonista, utilizando un ritmo pausado y una composición visual que refuerzan la sensación de angustia y desconcierto. La lentitud del desarrollo, que podría parecer un obstáculo para algunos, es clave para sumergir al espectador en el mismo desasosiego del personaje. En lugar de avanzar hacia un clímax lleno de acción, la película invita a la reflexión sobre el deseo inalcanzable, la identidad perdida y la obsesión destructiva.
La historia se despliega de manera que exige paciencia, y más que una simple narrativa, se convierte en una experiencia visual y psicológica que desafía la lógica lineal. Las imágenes, cuidadosamente diseñadas, se convierten en un vehículo para explorar los rincones más oscuros de la mente humana, creando una atmósfera de inquietud constante. Es una obra que no se trata de resolver un misterio, sino de entender los mecanismos del alma humana y sus deseos más profundos.
Una película que, pese a su ritmo contemplativo y su enfoque emocionalmente denso, no es inaccesible para el espectador, aunque alguno puede resultar desorientado si busca una historia rápida y directa. Sin embargo, aquellos dispuestos a acercarse a ella con una mente abierta, y sin expectativas establecidas, disfrutarán con una de las exploraciones más complejas y fascinantes sobre el amor, el deseo y la identidad. Con su atmósfera única y su trama desconcertante, deja una marca duradera que va más allá de las expectativas de un thriller clásico, convirtiéndose en una meditación sobre lo inalcanzable. Una de las películas más influyentes de la historia del cine.
Cada escena está construida para reflejar el estado emocional del protagonista, utilizando un ritmo pausado y una composición visual que refuerzan la sensación de angustia y desconcierto. La lentitud del desarrollo, que podría parecer un obstáculo para algunos, es clave para sumergir al espectador en el mismo desasosiego del personaje. En lugar de avanzar hacia un clímax lleno de acción, la película invita a la reflexión sobre el deseo inalcanzable, la identidad perdida y la obsesión destructiva.
La historia se despliega de manera que exige paciencia, y más que una simple narrativa, se convierte en una experiencia visual y psicológica que desafía la lógica lineal. Las imágenes, cuidadosamente diseñadas, se convierten en un vehículo para explorar los rincones más oscuros de la mente humana, creando una atmósfera de inquietud constante. Es una obra que no se trata de resolver un misterio, sino de entender los mecanismos del alma humana y sus deseos más profundos.
Una película que, pese a su ritmo contemplativo y su enfoque emocionalmente denso, no es inaccesible para el espectador, aunque alguno puede resultar desorientado si busca una historia rápida y directa. Sin embargo, aquellos dispuestos a acercarse a ella con una mente abierta, y sin expectativas establecidas, disfrutarán con una de las exploraciones más complejas y fascinantes sobre el amor, el deseo y la identidad. Con su atmósfera única y su trama desconcertante, deja una marca duradera que va más allá de las expectativas de un thriller clásico, convirtiéndose en una meditación sobre lo inalcanzable. Una de las películas más influyentes de la historia del cine.
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