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8,0
4.350
10
15 de octubre de 2011
15 de octubre de 2011
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Más allá del buen cine, por encima de una obra maestra, está el arte como milagro de la sensación. Y así se nos presenta PRIMAVERA TARDÍA, desnuda de artificios, desprovista de originalidades, sin diálogos ampulosos ni frases para el recuerdo; y, sin embargo, insuperable crónica de la esencia de la vida; del inevitable drama de lo cotidiano. La vana esperanza de esquivar al destino se diluye, lentamente, como la ilusión de retener la arena en el puño. Y llegamos al final: un hombre, una manzana y el espectador con la garganta quebrada.
HAIKUS A PRIMAVERA TARDÍA
Desprendiendo,
tras mi secreto dolor,
la flor del tallo.
Con el aroma del té,
inevitable,
llega la ausencia.
Descubro, solo,
la fragante espiral
desgarradora.
HAIKUS A PRIMAVERA TARDÍA
Desprendiendo,
tras mi secreto dolor,
la flor del tallo.
Con el aroma del té,
inevitable,
llega la ausencia.
Descubro, solo,
la fragante espiral
desgarradora.
10
6 de octubre de 2011
6 de octubre de 2011
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay series de televisión que nos resultan nostálgicas porque nos retrotraen a la época de su visionado, sobre todo cuando han envejecido con dignidad; y hay otras, como en este caso, que poseen la añoranza de lo irrepetible. En primer lugar, porque durante la década de los 60 la sociedad occidental había asistido a una ruptura generacional sin precedentes (música, moda, drogas, amor libre, etc.); en segundo lugar, porque la BBC, que desde su inicio se fundamentó sobre los pilares “educar, informar, entretener”, era un referente vanguardista en la creación audiovisual, con la suficiente madurez ya en 1975 como para producir, con su singular toque “british”, esta obra maestra.
El insatisfecho y desencantado Reginald Perrin encarna el cuestionamiento del individuo ante la sociedad protectora, paternalista y alienante que le toca vivir. Dado el alto grado de burocratización y deshumanización alcanzado por la administración, el Estado de bienestar se empezó a percibir, antes que como una solución a las diferencias sociales, como un constreñimiento al desarrollo natural del individuo; ¡Qué tiempos!, hoy, irónicamente, asistimos, entre impotentes y perplejos, a su despedazamiento.
Pero dejando atrás las consideraciones políticas que rodean la serie, hay que decir que esta es magnífica, con un tratamiento visual muy sugestivo. Desde los créditos iniciales (donde la desnudez y el baño purificador en el mar del protagonista ya apuntan una sensibilidad poética), queda perfectamente evidenciada la falta de alicientes vitales, la rutina laboral (empresa), la monotonía conyugal (familia), el sinsentido del consumismo y el determinismo capitalista (sociedad), que atenazan y llevan a la frustración a Reginald Perrin hasta abocarlo a un fallido suicidio; todo ello narrado en un tono lírico y con un surrealismo contenido, que transforma el componente dramático y patético del protagonista en comicidad cotidiana. Si bien el final nos puede llevar a un cierto pesimismo, ya que Reginald Perrin parece estar condenado a una cíclica y permanente decepción (ni en la riqueza, ni en la pobreza), se puede deducir perfectamente que la felicidad reside en la lucha por los objetivos, en la carrera y no en la meta.
La serie está claramente supeditada al impresionante trabajo de Leonard Rossiter (su muerte sobre un escenario con 58 años incrementa su leyenda), imposible imaginar a otro Reginald Perrin; hay que señalar que compaginó el rodaje de esta serie con la última temporada de “ESTO SE HUNDE” (RISING DAMP) donde también realiza un trabajo memorable. El recuerdo a John Barron, dando vida al autoritario jefe, CJ, es obligado.
El insatisfecho y desencantado Reginald Perrin encarna el cuestionamiento del individuo ante la sociedad protectora, paternalista y alienante que le toca vivir. Dado el alto grado de burocratización y deshumanización alcanzado por la administración, el Estado de bienestar se empezó a percibir, antes que como una solución a las diferencias sociales, como un constreñimiento al desarrollo natural del individuo; ¡Qué tiempos!, hoy, irónicamente, asistimos, entre impotentes y perplejos, a su despedazamiento.
Pero dejando atrás las consideraciones políticas que rodean la serie, hay que decir que esta es magnífica, con un tratamiento visual muy sugestivo. Desde los créditos iniciales (donde la desnudez y el baño purificador en el mar del protagonista ya apuntan una sensibilidad poética), queda perfectamente evidenciada la falta de alicientes vitales, la rutina laboral (empresa), la monotonía conyugal (familia), el sinsentido del consumismo y el determinismo capitalista (sociedad), que atenazan y llevan a la frustración a Reginald Perrin hasta abocarlo a un fallido suicidio; todo ello narrado en un tono lírico y con un surrealismo contenido, que transforma el componente dramático y patético del protagonista en comicidad cotidiana. Si bien el final nos puede llevar a un cierto pesimismo, ya que Reginald Perrin parece estar condenado a una cíclica y permanente decepción (ni en la riqueza, ni en la pobreza), se puede deducir perfectamente que la felicidad reside en la lucha por los objetivos, en la carrera y no en la meta.
La serie está claramente supeditada al impresionante trabajo de Leonard Rossiter (su muerte sobre un escenario con 58 años incrementa su leyenda), imposible imaginar a otro Reginald Perrin; hay que señalar que compaginó el rodaje de esta serie con la última temporada de “ESTO SE HUNDE” (RISING DAMP) donde también realiza un trabajo memorable. El recuerdo a John Barron, dando vida al autoritario jefe, CJ, es obligado.
9
25 de septiembre de 2011
25 de septiembre de 2011
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Otra imprescindible joya británica de humor irreverente, esta de tan solo 18 episodios repartidos en tres temporadas, especialmente indicada para cuando nos damos de bruces con la realidad y nos parece que solo los opulentos triunfadores están a salvo. BLACK BOOKS acude al rescate, en las cloacas de la metrópoli, al margen de todo convencionalismo, habitan nuestros héroes (Bernard Black, un librero sociópata; Manny, su pánfilo empleado y el proyecto de alcohólica, Fran, la vecina) dándonos lecciones magistrales de transgresión nihilista. No nos hagamos muchas ilusiones, no son unos valientes rebeldes antisistema, son unos descacharrantes egoístas, osados e inconscientes, pero capaces de generar la suficiente empatía y magnetismo como para lograr que envidiemos su resistencia a esta especie de determinismo al que parecemos abocados.
La serie es extremadamente hilarante, (algunos episodios son enormes como el de las lecciones de piano o el de la tienda de libros regentada por Simon Pegg), y es que dentro de esa vieja y cochambrosa librería, en medio de todo ese ambiente cutre en el que se mueven los protagonistas, el humor funciona como nunca. La condición humana - las envidias, los anhelos, las miserias, el amor - está todavía más expuesta, apenas hace falta un poco de mala leche para que se transforme en puro esperpento, y de todos es conocida la maestría de los británicos cuando se trata de aplicar el humor absurdo a la cotidianidad.
Así que cuando vengan mal dadas, acudamos a estos alter egos (imprescindible la copa de vino en la mano, como diría Fran) y que les den a los triunfadores, es preferible perder el tiempo con el buenazo de Manny a que nos dé lecciones de éxito cualquier especulador, y ya expuestos a la humillación que lo haga el irredento Bernard Black, y no el primer mandamás que nos salga al paso.
La serie es extremadamente hilarante, (algunos episodios son enormes como el de las lecciones de piano o el de la tienda de libros regentada por Simon Pegg), y es que dentro de esa vieja y cochambrosa librería, en medio de todo ese ambiente cutre en el que se mueven los protagonistas, el humor funciona como nunca. La condición humana - las envidias, los anhelos, las miserias, el amor - está todavía más expuesta, apenas hace falta un poco de mala leche para que se transforme en puro esperpento, y de todos es conocida la maestría de los británicos cuando se trata de aplicar el humor absurdo a la cotidianidad.
Así que cuando vengan mal dadas, acudamos a estos alter egos (imprescindible la copa de vino en la mano, como diría Fran) y que les den a los triunfadores, es preferible perder el tiempo con el buenazo de Manny a que nos dé lecciones de éxito cualquier especulador, y ya expuestos a la humillación que lo haga el irredento Bernard Black, y no el primer mandamás que nos salga al paso.
16 de diciembre de 2011
16 de diciembre de 2011
22 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene aroma Dickensiano en sus primeros compases esta película. La sensación apenas dura un instante, hasta que nos vemos sorprendidos por la aparición de un espíritu arrollador y ya, como envueltos por una ola marina, nos dejamos llevar sin resistencia. Lo inimaginable se torna posible con la sola existencia del Capitán Gregg. La música, la fotografía, la belleza de Gene Tierney, todo se vuelve ingrávido, como ocurre cuando el mar cubre las rocas… o como ocurre en los sueños. A esas alturas ya sólo deseamos que la rotunda presencia de Daniel Gregg y sus cautivadoras palabras se prolonguen en la pantalla, que su ausencia no nos devuelva a esa película de aroma Dickensiano que empezamos a ver.
Realidad y sueño, vida y muerte, materialidad e inmaterialidad, amante y amada, todo unido sin tocarse, sin rozarse, en esta nostálgica historia de amor. La atracción de lo opuesto traspasa tiempo y dimensión. La seducción de la palabra no tiene barreras. La muerte como recompensa, el amor como aliento. Sin amor, la existencia de Lucy se consume en un suspiro, su tiempo se le quedó en el sueño. En pantalla apenas un par secuencias, el tiempo de tomarse un vaso de leche… ni eso.
¡Ay, Lucía! Despierta ya de esa vida. La eternidad te espera.
Realidad y sueño, vida y muerte, materialidad e inmaterialidad, amante y amada, todo unido sin tocarse, sin rozarse, en esta nostálgica historia de amor. La atracción de lo opuesto traspasa tiempo y dimensión. La seducción de la palabra no tiene barreras. La muerte como recompensa, el amor como aliento. Sin amor, la existencia de Lucy se consume en un suspiro, su tiempo se le quedó en el sueño. En pantalla apenas un par secuencias, el tiempo de tomarse un vaso de leche… ni eso.
¡Ay, Lucía! Despierta ya de esa vida. La eternidad te espera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
"Ha sido un sueño, Lucía. A la mañana y en los años siguientes...
Sólo lo recordarás como un sueño.
Y morirá como todos los sueños deben morir, al despertar.
Cómo te habría encantado, el Cabo Norte... los fiordos y el sol de medianoche.
Navegar entre los arrecifes en Barbados donde el agua azul se torna verde.
¡A las Malvinas, donde los vientos del sur cubren de espuma el mar!
Lo que nos hemos perdido, Lucía.
Lo que nos hemos perdido los dos.
Adiós... querida mía."
Daniel Gregg
Sólo lo recordarás como un sueño.
Y morirá como todos los sueños deben morir, al despertar.
Cómo te habría encantado, el Cabo Norte... los fiordos y el sol de medianoche.
Navegar entre los arrecifes en Barbados donde el agua azul se torna verde.
¡A las Malvinas, donde los vientos del sur cubren de espuma el mar!
Lo que nos hemos perdido, Lucía.
Lo que nos hemos perdido los dos.
Adiós... querida mía."
Daniel Gregg
9
1 de junio de 2012
1 de junio de 2012
19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soslayando las lógicas prevenciones y prejuicios que puede plantear el abordar una producción norteamericana que trate sobre adolescentes en su típico instituto americano, “Freaks and Geeks” es una de esas series en las que no hay fácil explicación a su desconocimiento por parte del gran público, o algo todavía peor, a su prematura desaparición.
Varios factores contribuyen a encumbrar la serie: una galería de personajes que destilan humanidad y que rápidamente se nos hacen cercanos, gracias al excelente trabajo de los actores y a un casting perfecto; unos diálogos excepcionales, muy cuidados, quizás el punto más fuerte de la serie; el realismo de las situaciones en las que se huye de tramas artificiosas y se apuesta por la proximidad de las vivencias comunes; el predominio de los jóvenes sobre los adultos, reflejado en el papel más secundario de los padres y profesores; la despreocupación por el tratamiento moralizante en las actitudes de los personajes principales, que son tratadas con sinceridad y naturalidad. Todos ellos son elementos que aportan autenticidad y hacen que la identificación funcione como el nexo de unión entre la serie y los espectadores.
Ambientada en el inicio de la década de los 80, hay la suficiente distancia temporal en la serie como para que la nostalgia sea un aliciente más, junto con la privilegiada banda sonora, llena de grandes temas de rock y principal motivo del encarecimiento de cada episodio. Producida por Judd Apatow, uno de los actuales referentes de la comedia al otro lado del Atlántico, el tono divertido se sostiene durante los 18 capítulos que dura la serie, aunque el drama tenga sus puntuales apariciones, dando el contraste necesario para apuntalar la credibilidad. Y algo novedoso –y toda una sorpresa- tratándose de una serie “Made in USA”: un cierto aire de desmitificación del éxito como meta en la vida, la prevalencia de las inclinaciones personales sobre el triunfo social, la construcción de la identidad por encima de las presiones externas, algo que el carismático personaje de Lindsay logra encarnar a la perfección.
Varios factores contribuyen a encumbrar la serie: una galería de personajes que destilan humanidad y que rápidamente se nos hacen cercanos, gracias al excelente trabajo de los actores y a un casting perfecto; unos diálogos excepcionales, muy cuidados, quizás el punto más fuerte de la serie; el realismo de las situaciones en las que se huye de tramas artificiosas y se apuesta por la proximidad de las vivencias comunes; el predominio de los jóvenes sobre los adultos, reflejado en el papel más secundario de los padres y profesores; la despreocupación por el tratamiento moralizante en las actitudes de los personajes principales, que son tratadas con sinceridad y naturalidad. Todos ellos son elementos que aportan autenticidad y hacen que la identificación funcione como el nexo de unión entre la serie y los espectadores.
Ambientada en el inicio de la década de los 80, hay la suficiente distancia temporal en la serie como para que la nostalgia sea un aliciente más, junto con la privilegiada banda sonora, llena de grandes temas de rock y principal motivo del encarecimiento de cada episodio. Producida por Judd Apatow, uno de los actuales referentes de la comedia al otro lado del Atlántico, el tono divertido se sostiene durante los 18 capítulos que dura la serie, aunque el drama tenga sus puntuales apariciones, dando el contraste necesario para apuntalar la credibilidad. Y algo novedoso –y toda una sorpresa- tratándose de una serie “Made in USA”: un cierto aire de desmitificación del éxito como meta en la vida, la prevalencia de las inclinaciones personales sobre el triunfo social, la construcción de la identidad por encima de las presiones externas, algo que el carismático personaje de Lindsay logra encarnar a la perfección.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mención aparte se merece el personaje de Bill Haverchuck, que con un envidiable y desacomplejado dominio de la situación tiene siempre la máxima perfecta, el amigo confidente que todo adolescente debería tener. Mítico el momento en que sale disfrazado de Doctor Who, ¡ahí me conquistó el corazón!
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