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5,3
21.503
3
25 de marzo de 2013
25 de marzo de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si Victor Fleming resucitara de entre los muertos, entre los que se encuentra desde hace más de sesenta años, y se acercara a un cine a ver la precuela de El mago de Oz, vería como han cambiado los efectos especiales, como ya no hay grandes decorados y como las brujas no tienen por qué quemarse con la peligrosa pirotecnia de los años treinta. Victor Fleming pagaría su cara entrada y vería como el plástico y el cartón piedra a pasado a convertirse en un irreal pero perfecto 3D y como, en lugar de un hombre vestido de león, aparece un león de verdad (verdad computerizada, claro). Si Victor Fleming levantara la cabeza y se acercará a ver Oz, un mundo de fantasía se volvería contento al más allá al ver que, después de 74 años, su magnífica película sigue siendo igual de grande que siempre.
Supongo que la ilusión se ha convertido en negocio y el guión de las grandes producciones se hace con un programa de ordenador que estudia variables y diseña merchandising, porque a la peliculita le faltan ganas, homenajes, clasicismo y creatividad. A partir de los diez primeros minutos de película, cuando el protagonista llega a Wonderful Oz, la imagen se ensancha hasta ocupar la pantalla completa y la imaginación hace justamente todo lo contrario. Solamente reseñar, para más inri, que el señor Victor Fleming dirigió el mismo año (1939) dos películas: El mago de Oz y Lo que el viento se llevó: dos de las películas más famosas de todos los tiempos.
No sé si se basa en el libro, esperad que lo compruebo… sí, mira; se han basado en la novela de L. Frank Baum. Pues parece mentira. La primera y escueta parte de la obra sí es digna heredera. Un claro respeto, en textura y formato, al clásico, colmado de intensidad y de energía hasta la llegada del tornado, el cual hace que todo salga por los aires.
Un mago circense, algo embaucador, amante de las faldas y acérrimo seguidor de Houdini y Thomas Edison, tras ser descubierto su lío con la mujer del forzudo, debe salir corriendo —en este caso volando en globo— antes de que le partan por la mitad. El globo se adentra en las fauces de un huracán y acaba en Oz, donde los peculiares habitantes de ese mundo de baldosas amarillas creerán que la profecía es cierta y un gran mago ha llegado para ayudarles a acabar con la bruja mala. Pero ¿cuál de todas es la bruja mala? ¿El mago querrá ayudar a los autóctonos o simplemente querrá ser el dueño de todas las riquezas del reino? ¿Habrá historia de amor? ¿Ganarán los buenos? Las respuestas a todas las preguntas y conflictos de la trama son excesivamente fáciles de esclarecer. Nada te sorprende. Todo está ya visto. Y de repente ya no sabes si estás en Oz, en la Tierra Media, en Narnia o en el País de las Maravillas. Mucho color y pocas luces para un trabajo excesivamente infantil que, como todas las películas de este estilo, tiene visos de secuelas. Y poco más.
Uno de mis acompañantes a la película positivaba la trilogía de atractivas hechiceras; aunque echaba de menos una escenita algo más adulta entre las tres. Otro de ellos positivaba los créditos iniciales. Los otros dos positivaron la moraleja que, según ellos, ofrecía Disney: cualquier mujer despechada es una bruja en potencia.
A positivar la parte de la película ubicada en Kansas (unos diez minutos); porque al llegar a Oz, se acabó la fantasía.
www.apositivar.com
Supongo que la ilusión se ha convertido en negocio y el guión de las grandes producciones se hace con un programa de ordenador que estudia variables y diseña merchandising, porque a la peliculita le faltan ganas, homenajes, clasicismo y creatividad. A partir de los diez primeros minutos de película, cuando el protagonista llega a Wonderful Oz, la imagen se ensancha hasta ocupar la pantalla completa y la imaginación hace justamente todo lo contrario. Solamente reseñar, para más inri, que el señor Victor Fleming dirigió el mismo año (1939) dos películas: El mago de Oz y Lo que el viento se llevó: dos de las películas más famosas de todos los tiempos.
No sé si se basa en el libro, esperad que lo compruebo… sí, mira; se han basado en la novela de L. Frank Baum. Pues parece mentira. La primera y escueta parte de la obra sí es digna heredera. Un claro respeto, en textura y formato, al clásico, colmado de intensidad y de energía hasta la llegada del tornado, el cual hace que todo salga por los aires.
Un mago circense, algo embaucador, amante de las faldas y acérrimo seguidor de Houdini y Thomas Edison, tras ser descubierto su lío con la mujer del forzudo, debe salir corriendo —en este caso volando en globo— antes de que le partan por la mitad. El globo se adentra en las fauces de un huracán y acaba en Oz, donde los peculiares habitantes de ese mundo de baldosas amarillas creerán que la profecía es cierta y un gran mago ha llegado para ayudarles a acabar con la bruja mala. Pero ¿cuál de todas es la bruja mala? ¿El mago querrá ayudar a los autóctonos o simplemente querrá ser el dueño de todas las riquezas del reino? ¿Habrá historia de amor? ¿Ganarán los buenos? Las respuestas a todas las preguntas y conflictos de la trama son excesivamente fáciles de esclarecer. Nada te sorprende. Todo está ya visto. Y de repente ya no sabes si estás en Oz, en la Tierra Media, en Narnia o en el País de las Maravillas. Mucho color y pocas luces para un trabajo excesivamente infantil que, como todas las películas de este estilo, tiene visos de secuelas. Y poco más.
Uno de mis acompañantes a la película positivaba la trilogía de atractivas hechiceras; aunque echaba de menos una escenita algo más adulta entre las tres. Otro de ellos positivaba los créditos iniciales. Los otros dos positivaron la moraleja que, según ellos, ofrecía Disney: cualquier mujer despechada es una bruja en potencia.
A positivar la parte de la película ubicada en Kansas (unos diez minutos); porque al llegar a Oz, se acabó la fantasía.
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6,6
12.075
6
28 de enero de 2013
28 de enero de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine slasher es un subgénero del cine de terror que se caracteriza por la presencia de un asesino que, movido casi siempre por un deseo de venganza hacia los que le humillaron, asesina brutalmente a casi todo lo que se pone a su paso, en especial a jóvenes. Otra característica de esta variedad de películas es que el asesino no suele torturar sino que suele matar a sus víctimas de forma rápida y nunca usa armas de fuego. Hay ciertos comportamientos de los adolescentes amenazados que nos indican que su muerte está cerca: si dos jovencitos se ponen a copular en algún entorno aislado, si alguno de los personajes baja a un sótano, si consumen algún tipo de estupefaciente (algo que no está bien visto) o si van al parking a por el coche. La tipología del personaje también decide su futuro: si es negro o asiático sus horas están contadas; si eres voluptuosa y tienes pinta de ser capitana del equipo de animadoras tienes que ir despidiéndote; si eres guapo, rubio y llevas una chaqueta universitaria con alguna letra bordada también caes; sin embargo, si eres guapa, inteligente, bondadosa, comprensiva y das mucho juego para hacer secuelas, entonces puedes estar tranquila aunque el coche tarde en arrancarte o te caigas treinta veces mientras un tío que siempre cojea te persigue con una motosierra. En resumen, el cine slasher es más repetitivo que la música de M80. Películas que suelen aportar bastante poco y que llegan a los cines con cierta periodicidad.
Y de repente un extraño. Llegan los canadienses, con esa forma de hacer cine tan europea y tan yankee a la vez, y se pasan por el forro todos los convencionalismos del género para realizar la divertida Tucker & Dale contra el mal, una de las grandes triunfadoras del festival de cine de Sitges de 2010, dirigida por el neófito Eli Craig. Un film que he leído que llegó a los cines españoles en abril de este año, pero que a nadie nos suena. Así que intentad verla de otros modos.
La vuelta de tuerca es la siguiente: Unos adolescentes, entre los que se encuentran dos rubias, una morena, un afroamericano y varios hijos de papá (por ahora todo es correcto), se dirigen a las montañas a pasar unos días de acampada mientras toman cervezas, fuman porros, se bañan desnudos en el lago y cuentan viejas historias de terror (seguimos con la lógica). En una gasolinera (típica parada de esta clase de películas) se encuentran con Tucker y con Dale, dos simpáticos bonachones con cierta pinta de asesinos en serie de los que nos venden en el cine, que se dirigen a pescar a una cabaña en el bosque. La paranoia de los jóvenes, que creen que cualquier pueblerino de las montañas puede ser un homicida en los ratos en los que no está cortando troncos o despellejando a un conejo, les hace creer que Tucker y Dale han secuestrado a una de las rubias. Cuando los amigos de la rubia intentan rescatarla, éstos van muriendo accidentalmente uno tras otro de formas inverosímiles mientras los simpáticos protagonistas no dan crédito.
www.apositivar.com
Y de repente un extraño. Llegan los canadienses, con esa forma de hacer cine tan europea y tan yankee a la vez, y se pasan por el forro todos los convencionalismos del género para realizar la divertida Tucker & Dale contra el mal, una de las grandes triunfadoras del festival de cine de Sitges de 2010, dirigida por el neófito Eli Craig. Un film que he leído que llegó a los cines españoles en abril de este año, pero que a nadie nos suena. Así que intentad verla de otros modos.
La vuelta de tuerca es la siguiente: Unos adolescentes, entre los que se encuentran dos rubias, una morena, un afroamericano y varios hijos de papá (por ahora todo es correcto), se dirigen a las montañas a pasar unos días de acampada mientras toman cervezas, fuman porros, se bañan desnudos en el lago y cuentan viejas historias de terror (seguimos con la lógica). En una gasolinera (típica parada de esta clase de películas) se encuentran con Tucker y con Dale, dos simpáticos bonachones con cierta pinta de asesinos en serie de los que nos venden en el cine, que se dirigen a pescar a una cabaña en el bosque. La paranoia de los jóvenes, que creen que cualquier pueblerino de las montañas puede ser un homicida en los ratos en los que no está cortando troncos o despellejando a un conejo, les hace creer que Tucker y Dale han secuestrado a una de las rubias. Cuando los amigos de la rubia intentan rescatarla, éstos van muriendo accidentalmente uno tras otro de formas inverosímiles mientras los simpáticos protagonistas no dan crédito.
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7,3
11.235
8
28 de enero de 2013
28 de enero de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Y en lo que respecta a Extraños en el paraíso (Jim Jarmush, 1984), lo del sueño es literal. Porque muchos comentan que viendo está insólita película se han quedado extrañamente traspuestos. A todos los que aún no habéis visto este film de culto del cine independiente, sólo deciros que estéis tranquilos y le deis una pequeña oportunidad. He oído que hay gente que ha aguantado despierta viendo Sleep, aquel cortometraje de cinco horas y veintiún minutos que rodó Andy Warhol en el que se veía a un poeta y artista estadounidense durmiendo durante todo el dinámico metraje. Es más, esperaba ver la película de Warhol y ponerle el sugerente titular que he puesto a la de Jarmush, pero a esa sí que no le voy a dar la mínima oportunidad. En Extraños en el paraíso sí ocurren cosas, y lo que puede extraerse claramente es que ese sueño americano del que tanto se ha oído hablar no existe para todo el mundo.
Eva, una joven húngara que viaja a Estados Unidos, tiene que pasar unos días con su primo Willie en Nueva York antes de irse a Cleveland para vivir con su tía. Después de 10 extraños días donde la pareja de primos no hace absolutamente nada y la frialdad sentimental se expresa hasta en los muebles del minúsculo apartamento de Willie, Eva parte hacía Cleveland. Pasado un tiempo, Willie y su amigo Eddie deciden ir a ver a Eva a Cleveland y pasar unas pequeñas vacaciones (¿vacaciones de qué?). Una vez allí, y pasados unos pocos días, convencerán a Eva para que se marche con ellos a Florida.
Jarmush plantea los tres lugares donde transcurre la película —Nueva York, Cleveland y Florida— de forma muy parecida. El clima es lo único que diferencia el realizador en las tres ciudades, porque la frialdad de los espacios y la escasísima figuración nos hace pensar que no se han movido. En los diálogos y períodos que pasan en el coche, desplazándose de ciudad en ciudad, es donde se puede ver algo de libertad e ilusión en los tres protagonistas. El resto es simplemente esperar a que ocurra algo e intentar decodificar lo que los tres actores quieren comunicarnos; que para mí es bastante: la falta de ideales, el aislamiento social, el enamoramiento inexpresado o el desarraigo. Aunque lo positivo (a positivar) de está película es que cada uno puede sacar sus propias conclusiones.
Si bien la película se rodó en 18 días, solamente salían 3 actores y participó un equipo de 8 técnicos que también hacían de extras, la cifra que más me llama la atención son los 67 planos secuencia perfectamente planteados que conforman Extraños en el paraíso, todos ellos separados entre sí mediante cuadros en negro. Los personajes hacen su trabajo delante de la cámara y ésta nunca se acerca para que veamos un primer plano o un plano detalle. Al ver la película se pueden distinguir ciertas referencias al cine mudo, a la Nouvelle Vague o a la literatura de Bukowski; sin embargo, lo que más podemos distinguir es que estamos ante el preámbulo del mundo fílmico de Jarmush.
Algunos detalles interesantes de la película: Tom Dicillo, el director de Vivir rodando y Johnny Suede, es el director de fotografía e incluso tiene un cameo. La película ganó la prestigiosa Camera d’or del Festival de Cannes. Extraños en el paraíso está formada por tres partes, la primera de las cuales fue un cortometraje que Jarmush hizo años atrás y que tuvo cierto éxito. La música original está compuesta por uno de los protagonistas: John Lurie.
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Eva, una joven húngara que viaja a Estados Unidos, tiene que pasar unos días con su primo Willie en Nueva York antes de irse a Cleveland para vivir con su tía. Después de 10 extraños días donde la pareja de primos no hace absolutamente nada y la frialdad sentimental se expresa hasta en los muebles del minúsculo apartamento de Willie, Eva parte hacía Cleveland. Pasado un tiempo, Willie y su amigo Eddie deciden ir a ver a Eva a Cleveland y pasar unas pequeñas vacaciones (¿vacaciones de qué?). Una vez allí, y pasados unos pocos días, convencerán a Eva para que se marche con ellos a Florida.
Jarmush plantea los tres lugares donde transcurre la película —Nueva York, Cleveland y Florida— de forma muy parecida. El clima es lo único que diferencia el realizador en las tres ciudades, porque la frialdad de los espacios y la escasísima figuración nos hace pensar que no se han movido. En los diálogos y períodos que pasan en el coche, desplazándose de ciudad en ciudad, es donde se puede ver algo de libertad e ilusión en los tres protagonistas. El resto es simplemente esperar a que ocurra algo e intentar decodificar lo que los tres actores quieren comunicarnos; que para mí es bastante: la falta de ideales, el aislamiento social, el enamoramiento inexpresado o el desarraigo. Aunque lo positivo (a positivar) de está película es que cada uno puede sacar sus propias conclusiones.
Si bien la película se rodó en 18 días, solamente salían 3 actores y participó un equipo de 8 técnicos que también hacían de extras, la cifra que más me llama la atención son los 67 planos secuencia perfectamente planteados que conforman Extraños en el paraíso, todos ellos separados entre sí mediante cuadros en negro. Los personajes hacen su trabajo delante de la cámara y ésta nunca se acerca para que veamos un primer plano o un plano detalle. Al ver la película se pueden distinguir ciertas referencias al cine mudo, a la Nouvelle Vague o a la literatura de Bukowski; sin embargo, lo que más podemos distinguir es que estamos ante el preámbulo del mundo fílmico de Jarmush.
Algunos detalles interesantes de la película: Tom Dicillo, el director de Vivir rodando y Johnny Suede, es el director de fotografía e incluso tiene un cameo. La película ganó la prestigiosa Camera d’or del Festival de Cannes. Extraños en el paraíso está formada por tres partes, la primera de las cuales fue un cortometraje que Jarmush hizo años atrás y que tuvo cierto éxito. La música original está compuesta por uno de los protagonistas: John Lurie.
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7,5
3.992
7
13 de enero de 2015
13 de enero de 2015
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue una de mis primeras incursiones en el universo Antonioni. Monica Vitti deja a Paco Rabal para irse con Alain Delon. Yo me considero muy fan del cine italiano más escandaloso y dinámico, pero está claro que lo que hace don Michelangelo es poesía; y claro está, la poesía no le gusta a todo el mundo, es más, gusta a muy poca gente. Con subidas y bajadas la película se ve bastante bien y no es tan tostón como me dijeron. A positivar una genial secuencia donde, en la Bolsa, un lugar donde el griterío es el protagonista, hacen un minuto de silencio. A positivar también a una de las mujeres más hermosas que se han puesto delante de una cámara: Monica Vitti. Ella hizo que la película me pasara volando.

7,2
7.363
9
15 de enero de 2015
15 de enero de 2015
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Son Job y Hobbes, dos influencias claras, de pronunciación semejante y con bestia marina de fondo, las que, parece ser, llevaron a este formidable cineasta a enfrentarse al Leviatán. El estoicismo del santo ante las pruebas opresivas de Satanás —con permiso de Dios, eso sí— y la filosofía política del pensador inglés comparecen constantes durante el intenso argumento. "Si dos hombres desean una cosa que no pueden ambos gozar, devienen enemigos en su camino hacia su fin (que es principalmente su propia conservación, y a veces sólo su delectación) y se esfuerzan mutuamente en destruirse o subyugarse", decía Thomas Hobbes hace casi cinco siglos. Pero si uno de los hombres ostenta el poder establecido, el nivel de enemistad y sobre todo el de destrucción y subyugo se ve descompensado. Hobbes vertebró su afamada obra en el hombre, el estado y la iglesia, contribuyendo y casi marcando los actos de la película de Andrei Zvyagintsev. A pesar de su reciente galardón en los Globos de Oro (ahí están los estadounidenses premiando un film que expone una Rusia corrupta; grandísimo film sin embargo) y su nominación a los Oscar como mejor película de habla no inglesa, espero que hagan su aportación, en forma de espectadores, a una película potentísima.
Por un lado las olas rompen furiosas contra un acantilado del mar de Barents; y por el otro, vemos un paraje tan hermoso como frío, salpicado de casas racionalistas y políticos irracionales. Una jaula en la que reside y trabaja Kolia: en una casa que un Lucifer personificado en alcalde desea expropiarle. Esa es la historia de 'Leviatán'. Una historia de muchas historias, de allá y de acá. No obstante, esta escueta sinopsis es sólo el principio. Después, regado en Vodka y con, aunque parezca mentira, ciertos toques de humor, la vida de Kolia y su familia entrará en un bucle de desmoralización. No existe la resaca porque la borrachera no reposa. El director de Elena es un gran narrador y sabe llevarnos. Una catarsis en forma de picnic soviético, con tiro a la lata y a los retratos de los históricos líderes rusos como forma de pasar el rato —con dos cojones—, es un momento en el relato que parecía nos dejaba coger aire. Iluso que es uno.
Ni Putin se libra. Un Vladímir enmarcado preside, como dando fe y consentimiento, las reuniones del alcalde de la ciudad con los poderes militares, policiales, judiciales y eclesiásticos. Porque esa es otra: la iglesia ortodoxa tiene papelón en 'Leviatán'. Ortodoxa, o católica, apostólica y romana, es consejera silenciosa del capo, sabedora de que intercambian sosiego mental a cambio de beneficios. Y mientras, ese Job protagonista, que es ateo el pobre, se deviene sin apoyos divinos contra un sistema y un entorno que le engulle. Entretanto, la naturaleza mira impasible en ese paraje con esqueletos de ballena, demostración de que ella es la única que puede con todo, incluso con las grandes criaturas marinas. Enorme película.
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Por un lado las olas rompen furiosas contra un acantilado del mar de Barents; y por el otro, vemos un paraje tan hermoso como frío, salpicado de casas racionalistas y políticos irracionales. Una jaula en la que reside y trabaja Kolia: en una casa que un Lucifer personificado en alcalde desea expropiarle. Esa es la historia de 'Leviatán'. Una historia de muchas historias, de allá y de acá. No obstante, esta escueta sinopsis es sólo el principio. Después, regado en Vodka y con, aunque parezca mentira, ciertos toques de humor, la vida de Kolia y su familia entrará en un bucle de desmoralización. No existe la resaca porque la borrachera no reposa. El director de Elena es un gran narrador y sabe llevarnos. Una catarsis en forma de picnic soviético, con tiro a la lata y a los retratos de los históricos líderes rusos como forma de pasar el rato —con dos cojones—, es un momento en el relato que parecía nos dejaba coger aire. Iluso que es uno.
Ni Putin se libra. Un Vladímir enmarcado preside, como dando fe y consentimiento, las reuniones del alcalde de la ciudad con los poderes militares, policiales, judiciales y eclesiásticos. Porque esa es otra: la iglesia ortodoxa tiene papelón en 'Leviatán'. Ortodoxa, o católica, apostólica y romana, es consejera silenciosa del capo, sabedora de que intercambian sosiego mental a cambio de beneficios. Y mientras, ese Job protagonista, que es ateo el pobre, se deviene sin apoyos divinos contra un sistema y un entorno que le engulle. Entretanto, la naturaleza mira impasible en ese paraje con esqueletos de ballena, demostración de que ella es la única que puede con todo, incluso con las grandes criaturas marinas. Enorme película.
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