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Críticas 47
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
19 de noviembre de 2007
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
El australiano Bruce Beresford acabó por someterse a la industria norteamericana. No se podía ir a contracorriente de los espacios más concretos e implacables que impone la comercialidad. Yo recuerdo su magnífica "El manto negro", que ganó el "Genie" (Oscar canadiense), cuya epopeya colonizadora en el Nuevo Mundo parecía tocada de un halo mágico, y que aquí nadie vio (y quien llegó a verla, prefirió ignorarla). En cuanto a "Crímenes del corazón", obra teatral, como es de rigor, debía pagar su obligado tributo cinematográfico. Pero no importa, porque Beresford, que fracasaría después con "El manto negro", echó mano de esta extraña pieza, casi de colección para todo amante de ciertas sobreactuaciones teatrales, y la dominó al completo. Su disciplinado talento nos sorprendió porque, lo que podría haber sido un guiñol caótico y mediocre (ya que sus intérpretes nos amenazan con vivir una de esas tan manoseadas historias esquizoides a la americana), una vez encauzado, se convirtió de pronto en un producto de lo más racionalizado. Sus neurastenias, que, por momentos, parecen englobarse en ese norteamericanismo, racista, intolerante y descerebrado, acabarán por sabernos a gloria. Y así amamos, y comprendemos, el porqué de estas señoritas, que no querrán formar parte de tanto estereotipo provinciano, y actuarán a lo largo de todo el film con una lógica individualista tan razonable para ciertos espectadores (director incluído) y tan deleznable para la mediocridad reinante en su mundo. Sissy Spacek, Diane Keaton y Jessica Lange, geniales actrices, representan uno de los festivales actorales más apetecibles de los que he visto en mi vida. La cámara juega con ellas, las mima, recorre esa casa cutre y naftalinada por la que ellas se mueven, recoge sus actos y diálogos estupendos sin aburrirnos jamás, y acaba convenciéndonos de que estamos asisitiendo a una obra digna de ser imperecedera. Ese final, con pastel de cumpleaños y el acompañamiento musical de una de las bandas sonoras más bellas jamás escritas para el cine como ésta del gran Georges Delerue, y con los grititos, comentarios y risas de estas tres prodigiosas mujeres (que a partir de aquí, tras su entrega total al film, se convierten en santas de nuestra devoción), es tan antológico, tan irrepetible, que, vista hoy, en efecto, pasa a convertirse en una auténtica obra de culto. "Crimenes del Corazón" consiguió realizar el milagro. No sé cómo sería en teatro. Pero en manos de Bruce Beresford, ahí queda, por los siglos de los siglos: un verdadero festival para todos los fans de Sissy, Diane y Jessica . Vedlas y agradecédselo, porque nunca volvieron a estar tan lúcidas, auténticas, y menos manoseadas (comercialmente) que en esta pieza imprescindible. Estoy seguro de que os divertiréis como nunca. ¡Vieja escuela teatral, al galope de la cámara cinematográfica, contagiosa y casi, casi, ¡hoy más que ayer!, genial!
17 de noviembre de 2007
18 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obsesión perpetua del amor incestuoso por un padre. Por el esposo después, llevada a un punto final de delirio, celos, y crimen premeditado. Gene Tierney nos ofrece un impactante e inolvidable recital interpretativo de la perversidad sin la menor vergüenza ajena. Disfrutable hasta el fin. Su belleza es inextinguible. El débil Cornel Wilde cae en sus garras. Jeanne Crain, más guapa que de costumbre, oye, ve y sufre en silencio tanta ignominia. El vitriólico Vincent Price, que padece idéntica pasión, se salva de ella, pero acusa, acusa... La Tierney nos pone los pelos de punta, entre un revuelo de tul azulado, con su aborto premeditado frente a una escalera dantesca donde se exalta su maldad, casi alada. ¡Deseamos que muera! ¡Quizás por ello le arrebataron el Oscar! ¡Melodrama sin pelos en la lengua del mejor John M. Stahl, capaz de convertir una mala novela en una verdadera obra de arte cinematográfica! ¡El Technicolor es glorioso!
7 de marzo de 2008
14 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
Italia había ofrecido al resto de Europa un naturalismo cinematográfico conmovedor. Y pese a una dura postguerra, la óptica de la supervivencia volvió a gritar al mundo que la vida es bella y merece la pena recomponerla. Bellocchio lo hizo a regañadientes. ¿Había una explicación? "Se necesita mucho pulmón y mucho estómago para no sucumbir al comportamiento lobuno de esta humanidad de la que todos formamos parte, y es necesario volver a respirar ese aire fresco de la verdad más contundente, aunque sea por medio del más terrorífico examen de situaciones, y se viva a merced de la patología humana peor entendida. Marco Bellocchio supo situar su película en la tradición más masoquista de Stroheim y de Buñuel. "Cine de la más sangrante crueldad".
Nos precede un amor incestuoso intuído en la protagonista femenina, efímera y espléndida Paola Pitágora, y más acentuado en el sádico, epiléptico y precoz asesino, Lou Castel. Y una simple y moderada cotidianeidad doméstica y familiar se afianza entre destellos diabólicos. Allí malviven, además de los turbios y sensuales Castel y Pitágora, una madre ciega, un hermano mayor más lúcido y patriarcal, y otro anormal, que sufrirán de forma irreparable la envidia, el rencor, la indiferencia, y una subrepticia lubricidad incestuosa, latente, como ya he dicho, entre los dos protagonistas principales. El joven Bellocchio, parece dejarse recrudecer en el peculiar tormento de cuanto nos está contando. No reniega a la excitación de su miedo, pues se siente incapaz de controlar los extrapolados mecanismos de esa belleza infernal y torturas peculiares que estimulan ciertos masoquismos. "I pugni in tasca" es en sí misma una "conducta", alevosa, un comportamiento, que, aunque no comprendamos y nos duela, también forma parte de los entresijos más enrevesados de los actos humanos, que jamás lograrán conseguir una respuesta concreta a su razón de existir en la tierra.

Lou Castel, iconográfico, sádico e inquisitorial, estuvo superlativo como actor. Un gran descubrimiento de Bellocchio, cuyos vestigios se perdieron para el cine meteóricamente. Pese a ser contemplado con enorme ternura, jamás es absuelto. Sentimos su vértigo, pero no podemos cerrar los ojos a ese hastío mesetario, de trágicos sentimientos aislados que propician todos sus actos criminales. Retorcidas diatribas contra la institución de la familia en general. ¿Sería éste un justo ultimatum firme y lacerante contra la humanidad?: "Somos así, y somos responsables de ser así"

Una pedagogía más exorcizadora de malos presagios, exclamaría: "Proteged a estos niños malos "con las manos en los bolsillos", porque, cuando suena la tormenta ante ellos, ¡nada soportan!"... Sí, porque hay momentos en los que nos merecemos disfrutar de discursos ideológicos muy diferentes a los que tan mal acostumbrados estamos. "I pugni in tasca" es la respuesta más contundente que recuerdo.

¡Todo mi aplauso para este Marco Bellocchio veinteañero! En V.O. please
16 de noviembre de 2007
19 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
El neorrealismo italiano sedujo al mundo porque lo desgajó de aquellas disparatadas fantasías hollywoodenses, y golpeó a los pobres habitantes de este planeta absurdo con la llaga sangrante de sus deseos imposibles, con su soledad y sus sinsabores. Escarmentó nuestra subsistencia tan llena de sueños. Tuvo sus reyes indiscutibles: De Sica, Rossellini, Fellini, Visconti, y más tardíamente Zurlini, Rossi, Germi, etc. Y tras ese mundo de sencillez y miedo, de iras mil, con preludios deprimentes y escenas culminantes, y ese blanco y negro de un tiempo amargo, tan lleno de golpes bajos, una reina única se apoderó de nuestra emotividad, excitó nuestro primitivismo sin retóricas americanófilas: ¡fue Anna Magnani! Lírica y peligrosa, nunca titubeó en su resuelta asimilación del deprimente mundo que nos tocó vivir. Fue carnal y férrea, maternal y desafiante. Y midió la sencilla virtud humana con la audacia de los hijos del pueblo frente a una época despiadada (ya lo puso John Ford en boca del Fonda en sus "Uvas de la ira": "Allí donde esté el pueblo, me encontraré yo" ¡Y por los hados que la Magnani lo estuvo!) Visconti la convirtió en "Bellísima", y la impagable "Mamma Roma", como armazón dramático del film, estuvo insuperable. Ver este film, no es sólo vivirlo, es saborear el mejor testimonio, jamás filmado, del amor absoluto en manos de un ser que nos desborda: y para muestra un plateado botón: ¡el enfrentamiento final con su marido, frente al grotesco universo vecinal de una agridulce Italia de posguerra! Seguirá luego su patético adiós a esa "famositis" enfermiza, como un aviso a las gentes de a pie y generaciones futuras... ¡Bellísima eres tu, Anna Magnani! ¡En italiano, por supuesto!
17 de noviembre de 2007
13 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
El exuberante Sidney sin recatos ni vergüenzas. Plenitud e inocencia del comic. Sus historias, como siempre, son degustables pastiches babilónicos, llenos de technicolor, sin retórica en los sentimientos entrecruzados de sus nunca vacilantes personajes. En Sidney todo es holgado, porque sus increibles e inolvidables barridos de cámara poseen esa excitante limpieza del más puro lenguaje que nos ofreciera el séptimo arte. Hay mucho personaje noble, buenazo, algún que otro villanito, mucha sonrisa de comprensión, y mucha sabiduría cinematográfica en ese peligrosísimo enfrentamiento final. ¡Ah, aquellas tardes irrepetibles de sábado, con estos monumentales tebeos del colosalista George Sidney, que, pese a tanta viñeta imaginativa, te dejaba tamaña sensación de verosimilitud en el cerebro, que uno abandonaba la sala como si le hubieran contado historia de la de verdad, de esa de la Enciclopedia Larousse! Sí, porque uno de nuestros más grandes especialistas en aventuras, el irreprochable Stewart Granger, andaba agitándose por los caminos de la bella Francia y las no menos falsas calles parisinas, y siempre reconfortaba nuestras emociones peliculeras.
Yo, personalmente, le lancé un pequeño anatema, pues me dolió que abandonara a la escultural, liberada y excelsa Eleanor Parker (¡fúlgida cabellera pervertidora, pasión sublimada en aquel carromato circense que parecía un burdel pequeñín en el que más de uno se habría perdido!) por el blondo aporcelanado de Janet Leigh. Claro que, al final, la bellísima y comprensiva Eleanor se consolara nada menos que con el mismísimo Napoleón (escena cortada en su tiempo, y que no sé si hoy aparecerá por ahí). Aventuras turgentes las del Sidney. No sé que más nos podía deparar la vida en aquella estupenda infancia de ensueños.
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