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Críticas 71
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
9
2 de mayo de 2019
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La última película de los Avengers es un punto y final. Es el cierre de una etapa que ha marcado una generación de espectadores, ha coleccionado una legión de fans y ha reinventado un ejército de seguidores que nunca hubiera aceptado la herejía del traspaso de los cómics a las películas. El ejercicio de Marvel ha sido complejo, a veces resultadista pero absolutamente trabajado. Como un relojero que deshace, pieza a pieza, todo el engranaje. Endgame resuelve para volver a crear. Marvel es un fénix: adora los finales, sabe emocionar con ellos, pero nunca marcha, siempre renace.

Quien no haya visto ninguna de las veinte películas que preceden Endgame, que no pierda el tiempo. Es un film selectivo, sólo interpela a todos aquellos que le han acompañado en el viaje. El metraje te abraza y te prepara para un resultado trágico, esperado sí, pero con la épica de los cómics. La magia de las viñetas de Marvel, también de los superhéroes en general, es el estilo que desprenden. Un aroma heroico. Personajes que todo el mundo querría que fueran sus hermanos, sus mejores amigos, las lecciones de sus padres. Después de más de veinte películas, Endgame emana desde el principio hasta el final esta esencia. Este aroma de cómic de superhéroe adulto. La película sabe que la saga, por fin, es mayor de edad.

La trama sigue Infinity War, que dejó el listón muy alto. Implacable, la nueva de los Avengers está vestida de tristeza, de una frialdad realista que se contagia desde las primeras escenas. No es una obra maestra, no es ninguna película de culto que pasará a los celuloides de historia. Evidentemente que no. Tiene muchos agujeros de guión, metraje y de lógica. Es el mejor blockbuster que se ha hecho nunca, es una delicia absoluta repleta de golosinas, palomitas y cola con mucho azúcar. Cargada de referencias, de subtramas inesperadas, de un ritmo de montaña rusa. Por primera vez se trata a los espectadores como sujetos muy pasivos, aguantando todas los empujes que presenta la película. Quien espera un menú degustación del McDonalds? Nadie. Aquí se aplica la misma lógica.

Marvel y los Avengers tendrán continuidad, es un hecho obvio. Esto no impedirá que todos los aficionados entiendan Endgame como un despido cálido, como un abrazo de más de cinco Mississipi para agradecer todos estos años. Un conjunto de escenas donde se fusionarán las lágrimas con las sonrisas. La rebeldía de Iron Man, el yerno perfecto del Capitán América. Los puñetazos de Hulk, los ojos azules y el martillo de Thor. Los personajes que han marcado toda una generación.

Los objetivos de la marca también se notan en la película, dejando muy claro con el guión, los minutos de pantalla y los tratamientos de los héroes principales, cuáles serán los que tendrán una continuidad en el futuro próximo. Esta crítica es muy complicada hacerla sin spoilers porque estamos hablando de la consecuencia de veintidós una películas. No es nada fácil.

En definitiva, Endgame es el pastel azucarado y fácil mejor hecho de la historia del cine. Las discusiones entre los fanáticos serán eternas. Sobre la importancia de ciertas escenas, críticas a ciertas licencias cinematográficas, críticas feroces en cómo tratan ciertos personajes. Todo esto lo genera la mejor bomba, el mejor blockbuster hecho nunca. Nadie podrá dejar de mirar la pantalla durante los 180 minutos.
5 de marzo de 2022
23 de 40 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que no te engañen. Que no te nublen el juicio. Que no se metan en tu cabeza y que los recuerdos nostálgicos, dulces y los cantos de sirena de tu cerebro te lleven a la trilogía de Nolan. Esta historia de Matt Reeves no tiene nada que ver. Tan siquiera puede parecerse a algo que hubiera dirigido Fincher (aunque muchos quieran relacionarlo), por la gran cinematografía cómica (del formato literario, no de la risa) que presenta la película. Es un gozo en un pozo. Es una locura, en términos banales, en su despliegue sonoro, fotográfico y iconoclasta. Que no te engañen. Aquí viene uno a disfrutar, a rendir cuentas con la cantidad de veces que nos han prometido un Batman a la altura y nos hemos comido la mirada triste de Ben Affleck mirando a sus demonios. Que no, hombre que no. Que Robert Pattinson es un escándalo. Y vengo a dar fe de ello.

La historia nos mete de lleno en un personaje que lleva ya 2 años en vereda. Eso le da una flexibilidad a la historia que exige compromiso al público: no puedes presentarte a la sala de cine, delante de la pantalla, sin los deberes hechos. Y en eso, Reeves, te aplaudimos desde las butacas. Basta de reboots, remakes, volver a contar lo mismo de manera diferente. Estábamos sedientos de historias alternativas, originales, de villanos a la altura de la oscuridad que requiere cualquier trama que englobe al mejor detective de la historia de los cómics. Sin acritud, este Batman me traslada a los videojuegos de Arkham, salvando las distancias de las limitaciones que te dan casi tres horas de metrajes. Paul Dano es un escándalo, Kravitz me convence hasta la saciedad (quien tiene la valentía de cuestionarla tras Halle Berry y la discreta Anne Hathaway), Turturro no hace un papel malo y Colin Farrell es una delícia.

Que no os engañen. Que este Batman es increíble. Su presencia, su porte, su cinematografía, su banda sonora, su sonido, Que no os engañen. Y que sí, que la sombra de El Caballero Oscuro es inalcanzable. Nadie supera esa historia, esa presencia, ese Heath Ledger. Esta película no lo hace. Pero es Batman en mayúsculas. Y es un placer poder haberla disfrutado en una sala de cine. Id a verla. No os decepcionará.
22 de febrero de 2018
19 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
El 22 de febrero se ha convertido en una fecha que recordaré siempre con tristeza. Un feo y lúgubre jueves dónde nos dejó nuestro queridísimo Forges, creador de viñetas, dibujante de sonrisas y constructor de un estilo que muchas generaciones llevarán en su corazón toda su vida. Este mismo jueves, con la cabeza nublada por la pérdida de nuestro querido Antonio, decidí ver una película que posee muy buenas críticas en lo que llevamos de año. Eso sí, no se desentiende de la polémica: “La muerte de Stalin“.

Se trata de un film de Armando Iannucci, un director satírico escocés (a pesar de su claro nombre italiano) que ha realizado varias obras políticas, cortometrajes y demás productos audiovisuales. Abraza un tema delicado: Stalin muere en 1953, dejando un vacío de poder inmenso. ¿Quién será el que le sustituya? Con este ambiente empieza un guión, altamente teatralizado, con un elenco increíble y una sátira exquisita.

Por la escena pasean el propio Stalin, sus dos hijos (Svetlana y Vasily), Khrushchev, Malenkov, Beria (líder del temido NKVD), Molotov, Zhukov e incluso Bulganin, Mikoyan o Kaganovich. En definitiva, la plana mayor soviética en los años 50. Bajo la satírica batuta de Ianucci, todos estos personajes sobreviven, combaten, pelean entre sí en los días posteriores a la muerte del Camadara Iósif. Ridiculizados, exageradas sus manías, sus posiciones y evidentemente, augmentadas las tesituras siniestras que ejercía la URSS bajo su propia población (algo que ni el más soviético o comunista podría o debería negar). Empezamos a llegar a mi argumento.

¿No debería hacerse una obra así? Mejor dicho, ¿la sátira puede amparar absolutamente todo? Yo creo que no, pero películas así se deben realizar. Más aún. Pero tenemos muchos problemas de percepción, educación y enfoque.

Sí, ingleses ridiculizan la URSS, el comunismo, a los soviéticos. Otra vez. Siempre los rusos. Los malos de las pelis de Hollywood, los villanos de los Bond. Pero que esas lamentables construcciones de personajes no entorpezcan una obra satírica, inteligentemente escrita y con una percepción diferente de la crítica política.

Ya existen sátiras hirientes, muy ofensivas e incluso insultantes contra el bloque antagónico soviético, los Estados Unidos. Pero en nuestra retina de mundo occidental seguimos demonizando rusos, buscando rojos comunistas como villanos de una serie infantil e incluso todo lo que tenga que ver con el bloque oriental del mapa mundi.

Esto debe terminar. La sátira es un instrumento histórico, inteligente, visual, educativo y constructivo para las democracias. Para la sociedad en general, para fomentar un espíritu crítico pero también una oposición simbiótica, no asesina. La coexistencia de poder con los contrapesos que lo fiscalizan debe incluir la sátira, la crítica, la oposición directa a dicho poder. ¿O pretenden callarnos a todos?

Nuestro querido Forges venía de esa época. Era un maestro con la tinta, escenificando una España envejecida, de tipografia falangista y rodada en blanco y negro. Quiero reivindicar esa revolución satírica, algo que parece muy moderno pero fueron los antiguos griegos los que empezaron a usarla (al final deberíamos preguntarnos que no empezaron los habitantes del Peloponeso).

Sea soviético o norteamericano. De España, el Reino Unido, un país europeo o Costa de Marfil. Cualquier país del mundo debería tener normalizada la sátira, permitirla y sobretodo, aceptarla sea cual sea tu sesgo ideológico, político, social, deportivo, sexual y cualquier adjetivo que haga falta.

Una sátira bien hecha es oxigeno democrático para ese país. Es un fiscalizador perfecto para un gobierno. Es un chasquido en la cara de una sociedad para que, como mínimo, se plantee dudas, se ponga a pensar y los engranajes cerebrales sirvan para algo más que ver partidos deportivos, series banales o programas superficiales.

Nunca creí que en un mismo texto pudiera juntar la muerte de dos personajes históricos tan dispares, en un jueves tan gris.

Antonio, te echaremos mucho de menos.
14 de febrero de 2019
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Este año los Oscar estarán marcados por la denuncia racial. Spike Lee, uno de los más icónicos directores de cine afroamericanos, vuelve a saltar a la primera línea después de casi dos décadas de producciones menores. "BlacKkKlansman" es un puñetazo en la mejilla más racista, xenófoba y trumpista de Estados Unidos en la actualidad. Esta historia, basada en unos hechos reales de los años 60, se fusiona con los enfrentamientos actuales entre nazis y antifascistas, además de las nuevas irrupciones del Ku Klux Klan en la vida americana en los últimos dos años.

Ron Stallworth (John David Washington) es el primer policía negro que ingresa al cuerpo de la pequeña localidad de Colorado Springs. Su incorporación es una novedad en una sociedad polarizada por supremacistas blancos y los Panteras Negras, asociación revolucionaria de afroamericanos. Haciéndose destacar, decide investigar una nueva organización que aparece en la localidad: el Ku Klux Klan.

Mediante el humor ácido y pintoresco de Spike Lee, la historia avanza con una clara línia argumental: Stallworth contacta por teléfono con los racistas y por los encuentros cara a cara recibe la ayuda de un compañero, Flip Zimmerman (encarnado por un gran Adam Driver) un policía judío que se acaba infiltrando en la organización neonazi. Juntos, desenmascarando todo un subterfugio de grupos que esconden el KKK real: vecinos, políticos, simpatizantes e incluso, el gran "mago" y líder, David Duke (un personaje real).

La cinta encuentra similitudes y realiza pequeñas (pero muy claras) referencias al racismo latente actual de los Estados Unidos, cargando literalmente contra el trumpismo, el presidente actual, sus simpatizantes, el nuevo neonazismo norteamericano y el America First, una de las consignas más utilizadas en la campaña presidencial de Donald Trump. No es una cinta parcial. Es un relato subjetivo, cargado de rabia y frustración por una comunidad afroamericana que encuentra demasiadas reflejos en una década considerada enterrada como la de los 60 con la actual.

La guerra racial, como concepto y casi como mensaje, es una de las claras líneas cinematográficas de la película de Spike Lee. No se esconde ni da un paso atrás. Enseña, mediante casos reales, el racismo social e institucional que rodeaba una gran parte de los ciudadanos de Estados Unidos. El desarrollo de los hechos es previsible pero el mensaje de trasfondo es lo suficientemente potente para permitir estas lagunas de guión o de cierre de tramas.

Los personajes están desarrollados con una normalidad poco destacable, ya que cumplen un papel claro de clichés: el blanco inculto racista, el líder del KKKlan que es más orador que hombre de acción, los afroamericanos rabiosos dispuestos a regresar o agentes de policía con pocas luces. El mensaje es claro: la película gira en torno al humor, la acidez y la crudeza pero apunta a la Casa Blanca de Donald Trump y le envía una morcilla. Los afroamericanos le declaran la guerra racial y cultural al nuevo supremacismo blanco que campa a sus anchas... y no les faltan razones.
5 de noviembre de 2019
20 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un gigante del audiovisual como Netflix se ha atrevido con todos los géneros, estilos cinematográficos y temáticas posibles. Tanto en películas como en series, sus creaciones propias han pasado desde el western, la animación japonesa, los relatos medievales o los thrillers futuristas. Ahora sin embargo, la multinacional del entretenimiento ha apostado por su propia versión del relato de Shakespeare sobre Enrique V. El resultado deja una sensación irregular pero traslada una intención honesta y con un brillo visual notable.

El director David Michôd es el encargado de dirigir esta nueva versión shakesperiana, que ya ha sido representada en la gran pantalla por eminencias británicas como Laurence Olivier, Kenneth Branagh, Tom Hiddleston y el estadounidense Orson Welles. El actor encargado de dar vida a la versión de 2019 por parte de Netflix es Timothée Chamelet, el joven de 23 años más codiciado por los grandes directores de la industria del cine -ha estrenado hasta cuatro películas este año-.

La historia de Enrique V está basada en la obra teatral de Shakespeare, datada del siglo XVII. La versión de Netflix profundiza en sus orígenes y coronación, en cómo un joven heredero de la corona inglesa se reivindica en su posición y lucha contra los franceses en la inacabable guerra de los Cien Años. Tras la muerte de su padre, el Príncipe Hal es coronado como Enrique V y afronta las luchas internas de la corte, su valía en el campo de batalla y las traiciones de época, dignas de cualquier guión de Shakespeare.

La cinta, de producción australiana, es una apuesta arriesgada por parte de Netflix. El primer error es acortar los versos del autor inglés, uno de los pilares de cualquier obra que se deba a su pluma. La jugada desprende un aroma adolescente, con la intención de aproximar a un público más joven, millenial y de consumo rápido en streaming una obra con una gran potencia visual, un Chamelet en estado de gracia y sin tantas florituras en un guión más bien pobre.

El punto a favor de la película es el realismo -otro ingrediente shakespeariano- en la ambientación, en especial las escenas bélicas. No tiene ningún punto romántico ni idealizado: es la guerra medieval en estado puro, lenta, torpe, llena de sangre, hígados, chillidos y mucho barro. Sin embargo, el film es lento y con unas interpretaciones que nunca acaban de estar bien situadas en sitio. La aportación final de Robert Pattison en el papel del Delfín francés es para olvidar, sin ningún sentido ni encaje.

En definitiva, una versión irregular de Shakespeare para Netflix, que será toda una sorpresa para los ignorantes de la obra del más famoso escritor británico y una absoluta decepción para los que se fascinaron viendo a Olivier, Welles y Branagh interpretó a Enrique V
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